Capítulo 51 Familia

Remus, Harry, y su padrino bajaron al vestíbulo.

–Me quiero ir a despedir de Draco –dijo Harry–. ¿Me esperan?

–Si, no te preocupes –contestó Remus–. De todos modos el profesor Dumbledore nos pidió que lo esperáramos antes de irnos.

Harry salió corriendo del castillo, rumbo al campo de quidditch. Habían quedado de encontrarse ahí con Draco para jugar.

–¡Al fin llegas, Cabeza Rajada! –le gritó Draco, y bajó a posarse junto a él–. ¿Dónde está tu escoba?

Harry se sintió un poco culpable.

–No la traje. Es que no sabes nada. Mi padrino está libre, y me vino a buscar. Me vine a despedir.

Draco lo quedó mirando, y se esforzó en mantener la sonrisa.

–¡Que bueno! Me alegro… ¿Y te tienes que ir de inmediato?

–Si, me están esperando –respondió Harry, sintiéndose más culpable todavía. No sabía muy bien que hacer. Pero Draco lo liberó de tener que hacer algo, al abrazarlo.

–Suerte, Harry. De verdad me alegro por ti. ¡Y gracias por el libro! Las fotos son excelentes.

–Y a ti, gracias por el juego –respondió Harry.

–Bueno, yo pensaba que podríamos jugar juntos con él. Pero ahora que te vas…

–¡Hey! Si no me voy para siempre. En menos de dos semanas estaré de vuelta.

–Si sé. Bueno. Te deben estar esperando.

–Si.

Harry se fue un poco deprimido del campo de quidditch. Pensó por unos segundos en pedirle a su padrino que le permitiera invitar a Draco, para devolverle un poco la mano. Pero descartó la idea rápidamente. Después de lo que había pasado en casa de Laure, era poco probable que los dejaran irse juntos otra vez. Además, era primera vez que se iba a casa de su padrino, y sentía que era mejor disfrutar esos días sin extraños en la casa.

Mientras caminaba, se preguntó cómo sería la casa de Sirius. ¿Cómo habrían sido sus padres adoptivos? Su padrino le había hablado muy bien de ellos. Sintió que le hubiese gustado conocerlos.

En el vestíbulo había bastante más gente de la que Harry esperaba. Había varios alumnos asomados desde lo alto de la escalera, aparentemente asombrados de ver al temible y legendario Sirius Black en Hogwarts, en compañía del Director y de algunos profesores. Filch también estaba mirando, algo alejado del grupo, con su gata en brazos y Silvester haciendo ochos alrededor de sus pies. Harry se puso algo nervioso al ver a Snape mirando a su padrino, y se le pusieron los pelos de punta todavía más cuando los ojos del brujo se posaron en él.

Harry intentó no hacerle caso, y se acercó a su padrino.

–¡Harry! ¿Nos vamos entonces? –le dijo pasándole un brazo sobre los hombros.

–Si, vamos.

Harry notó que Snape lo miraba directamente a los ojos, y se sintió ligeramente incómodo. Tenía ganas de decirle "no se preocupe, le prometí que no le diría nada y voy a cumplir", pero había demasiada gente y no quería que le hicieran preguntas. Se limitó a mirarlo de vuelta a los ojos, y a sonreírle de un modo que intentaba ser tranquilizador.

–Deja de mirar a mi ahijado como si quisieras matarlo, Snape, o te las vas a ver conmigo –dijo Sirius, al notar el intercambio de miradas.

Remus había notado también que algo raro pasaba, y recordó que Harry le había dicho hace tiempo que no le podía contar algo, porque Snape se lo había prohibido. Sintió curiosidad.

–No temo a tus amenazas, ex–convicto –le respondió Snape con odio. Luego dirigió su mirada bastante amenazante a Harry–. Solamente le vengo a… recordar… que no haga tonterías.

–Tú no tienes nada que advertirle a mi ahijado, Snape, mientras esté conmigo –le respondió Sirius altanero–. Así que limítate al poder que tienes dentro del colegio. Porque afuera del colegio, me tiene a mi.

Snape no respondió, pero apretó considerablemente las mandíbulas.

–No se preocupe, profesor Snape –intervino Harry para asombro de todos los presentes. Lo miró a los ojos, intentando pasar el mensaje, y agregó–: No voy a hacer ninguna tontería.

(corte)

Algún rato más tarde, Snape se encontraba paseándose de lado a lado en la sala de su estancia. Había entendido que Potter había intentado decirle disimuladamente que no pensaba contarle nada a su padrino. Pero le parecía demasiado bueno para creerlo. Es verdad: el chico había mantenido su palabra hasta ahora. No le había vuelto a faltar el respeto, y parecía que tampoco había contado nada a nadie sobre su secreto. Pero eso no quitaba el hecho de que Potter estaría casi dos semanas completas con su padrino. En ese tiempo se le podría ocurrir romper su promesa. Y él no tenía como impedírselo.

Eso le trajo a la mente un tema que había dejado de lado: ¿Cuándo iría a buscar a la familia de su padre? Tenía que averiguar si le quedaban parientes vivos. Tendría que comenzar con la dirección que sus abuelos tenían cuando su padre entró a Hogwarts. A lo mejor ya no vivían ahí. En ese caso, tendría que averiguar de otro modo. De todos modos, bastaría con averiguar de las personas de apellido Hartmann que estuvieran vivas, e investigar si eran parientes o alcances de nombre.

Decidido, se encaminó hacia la oficina del director. Esta vez si tendría que aceptar quedarse a cargo de su casa. ¡Si solamente se trataba de cinco chicos! Ya no podría alegar que sus labores como director se lo impedían.

(corte)

Albus Dumbledore lo recibió con alegría, en su despacho.

–¡Severus! Que sorpresa… ¿Ya se te pasó el mal humor? –le preguntó el anciano.

–¿Mal humor? –preguntó Snape algo desconcertado.

–Si, parecía que querías matar a Sirius Black, esta mañana. Deberías olvidar las antiguas rivalidades. Ya no son unos niños, y parecían dos hermanos peleando por un juguete.

Snape sintió un nido de gusanos en las tripas al escuchar eso, y lo disimuló sentándose sin que lo hubieran invitado. Optó por la estrategia "cambia de tema rápido", antes de que al viejo se le ocurriera algún otro comentario alarmante.

–Necesito tomarme un par de días, Albus.

–¿Para qué? –preguntó el anciano con curiosidad.

–Asuntos personales –respondió Snape.

–¿Personales? –preguntó Dumbledore todavía más extrañado, y comenzando a mostrar una gran curiosidad.

–¿Te puedes hacer cargo de mi casa por un par de días? Son solo cinco niños.

–De poder, puedo. ¿Pero qué es eso tan… personal… que te va a tomar dos días resolver?

Snape apretó los dientes con rabia. ¿Acaso no se podía tener algo de intimidad en ese castillo?

–No te lo pregunto de copuchento –le dijo Dumbledore como para animarlo a hablar–. Es solo que…

"Es solo que eres un gran entrometido" pensó Snape con rabia.

–… tal vez, si me cuentas tu problema, yo te puedo ayudar en algo.

–Si me pudieras ayudar ya te lo habría pedido –respondió Snape obligándose a mantener la cortesía–. Es algo que tengo que resolver personalmente.

–¿Personalmente?

–Si, personalmente –gruñó Snape–. Bueno, ¿es posible o no es posible que me tome ese par de días?

–Eh… bueno, si es posible –aceptó el anciano–. ¿Dónde vas a estar?

Snape, esta vez, lo miró con odio.

–¡No pongas esa cara! –se defendió el anciano–. Lo pregunto por si acaso… por si hay una emergencia, o algo así.

–Bueno –respondió Snape con algo de ira–. Voy a estar en Londres, y cualquier lechuza podrá encontrarme por si hay alguna urgencia Albus.

–En Londres… está bien. ¿Cuándo te vas?

–Ahora mismo –respondió Snape poniéndose de pie.

–Bueno, suerte –le deseó Dumbledore, cuando el brujo ya desaparecía por la puerta.

(corte)

La casa de Sirius era agradable, pensó Harry. Estaba bastante abandonada, pero se parecía un poco a La Madriguera. Era más pequeña, pero parecía más sólida. El jardín era un caos total, con maleza muerta que sobresalía de los montones de nieve y les llegaba hasta la cintura. Había bastantes árboles, y estaba en medio del campo. A lo lejos se veía un pueblo, o una ciudad pequeña, y Harry calculó que estaría a no más de una hora de marcha.

Remus había venido con ellos. Se encontraba con Sirius evaluando los daños, y planificando las reparaciones que había que hacer. Harry había pedido permiso para "echar un vistazo afuera". Había obtenido permiso para salir "siempre que no se alejara más de dos metros de la casa, si sabía lo que le convenía".

Harry le dio la vuelta a la casa, saboreando el hecho (nuevo para él) de encontrarse "en casa". La casa de los Dursley nunca había sido verdaderamente "su casa". Y la de sus padres, ni siquiera la recordaba. Hogwarts también era un poco "su casa", pero estaba conciente de que era el colegio, y de que los compañeros y profesores no eran familia. Sirius, al menos, era su padrino.

Harry deseaba ver que había más allá del jardín y de los árboles, averiguar si había vecinos cerca, ver el camino de tierra. Habían llegado apareciéndose, por lo que no tenía idea de dónde estaba, ni de qué había en los alrededores.

Terminó de darle la vuelta a la casa, y decidió entrar a ver si desde el segundo piso se alcanzaba a ver más allá de los árboles.

Remus y su padrino se encontraban en la cocina. Parecía más limpia que el resto de la casa. Remus se encontraba reparando la ventana con su varita, mientras Sirius sacaba unas cosas de una caja.

–¿Y Harry? ¿Qué te parece? –preguntó Sirius con orgullo a su alrededor, al verlo en el marco de la puerta.

–Está muy bien –respondió Harry con entusiasmo.

–¿Y terminaste ya de recorrer toda la casa?

–No, estaba afuera…

–¡Que falto de curiosidad que estás! –lo reprendió riendo–. Déjame entonces que te haga un tour. ¿Vienes Lunático?

En el primer piso no quedaba mucho por ver. La sala, aunque grande, ya la había visto. Había un baño, y una sala pequeña llena de cajas, libros, y artefactos varios. En una esquina parecía haber un montacargas y, en el techo sobre el montacargas, una puerta trampa.

–Este era el taller de mi padre. A veces se las daba de inventor –explicó Sirius.

–Y esa puerta en el techo –preguntó Harry.

–Por ahí subía al segundo piso de su taller. Le evitaba tener que subir y bajar cosas por la escalera. Además, a mi madre no le gustaba que estuviera sube que baja la escalera cargando cosas. Decía que no se pensaba pasar la mitad de su vida limpiando la escalera.

Harry comenzó a imaginarse al padre de Sirius como una especie de genio loco, y a su esposa persiguiéndolo con la escoba. Se rió.

–Me hubiese gustado conocerlos –se lamentó Harry.

–Estoy seguro de que se hubieran llevado muy bien –respondió Sirius con algo de nostalgia–. ¡Pero nada de penas! Que hoy es un día muy feliz.

Sirius los empujó fuera del taller, y los guió escalera arriba.

En el segundo piso había un pequeño pasillo que se extendía hacia la izquierda, con cuatro puertas. La primera a la izquierda daba al segundo piso del taller, que se encontraba exactamente arriba del primer piso del taller. La siguiente puerta, en el muro que estaba en el extremo del pasillo, daba a un baño exactamente encima del de abajo, y exactamente igual. La puerta que estaba frente a la desembocadura de la escalera daba a un dormitorio. Entraron.

–Aquí solía dormir yo –explicó Sirius con algo de amargura–. Ahora tú dormirás aquí, Harry.

Harry se acercó a la ventana que daba hacia la parte de atrás del jardín (que estaba al norte), y constató que los árboles eran demasiado altos para que se distinguiera qué había más allá. La otra ventana, que daba hacia el este, tampoco permitía ver nada más que el jardín.

–¿Por qué esa cara, no te gusta? –Le preguntó su padrino–. Está lleno de polvo y deteriorado, pero la vamos a dejar muy bien, no te preocupes.

–¡Si me gusta! –se defendió Harry de inmediato–. Es que esperaba que desde el segundo piso se pudiera ver qué había más allá de los árboles.

–Ah… bueno. Eso es algo que tenemos que conversar, Harry. Tengo que mejorar la seguridad de la casa y de los alrededores. Me preocupa que podamos ser atacados, ahora que vas a estar aquí conmigo. Pero, por mientras, te tienes que quedar junto a mi todo el tiempo, donde te pueda ver. ¿Entendido?

–Si –respondió Harry de inmediato.

–¿Entendido y ASIMILADO? –insistió Sirius.

–Ya te dije que si –le contestó Harry picado.

La cuarta puerta del segundo piso, que se encontraba hacia el sur y junto a la del dormitorio de Harry, daba a un dormitorio muy grande, con vista a todo el frente de la casa.

–Aquí voy a dormir yo –explicó Sirius.

–¿Era el cuarto de tus padres? –preguntó Harry, acercándose a una foto polvorienta que estaba sobre un mueble también polvoriento.

–Si.

Remus, que no había dicho nada, le pasó un brazo por los hombros a su amigo.

–¿Qué tal si bajamos a preparar algo de comer? –dijo el hombre lobo.

(corte)

Harry soltó a Hedwig esa noche, para que fuera a reconocer sus nuevos terrenos de caza, y se quedó mirando rumbo al sur. A lo lejos, se veía un conglomerado de luces que debían ser el pueblo que había visto.

–¿Cómo se llama ese pueblo? –le preguntó a Sirius, que se encontraba terminando de pintar la sala, con un hechizo que dirigía la pintura directamente del tarro al muro.

–Santa Gloria –respondió Sirius–. Y es un poco más grande que un pueblo, te aseguro.

–¿Me llevarás a conocerlo?

–No todavía.

–¿Es de magos o de muggles?

–Es de muggles.

–¿Y tenemos algún vecino mago?

Sirius lanzó un suspiro.

–No, por lo que entiendo ya no. Aunque pudo haber llegado gente… hace tanto tiempo que no venía para acá, que no tengo idea.

–¿Entonces, antes si tuviste vecinos magos? –preguntó Harry con curiosidad.

–Si, pero yo no los recuerdo. Mis padres me contaron que tenían unos vecinos magos, pero se fueron poco tiempo después de que yo nací.

–¿No soportaron tus gritos? –se burló Harry.

–Dudo que así fuera –se rió Sirius–, ya que la casa de ellos queda a casi un kilómetro de esta. En todo caso nunca los conocí, y tampoco sé qué pudo haber sido de ellos.

–¿Y no hay más magos en esta zona? –insistió Harry.

–Ya te dije que no sé –respondió Sirius encogiéndose de hombros–. No los había antes de que yo me fuera a Azkaban. Pero supongo que, en todos estos años, pudieron haber llegado otros magos a instalarse a la región.

–¿Y cuando podremos visitar el pueblo, y averiguar todo eso? –preguntó Harry.

–¡Llevas menos de 24 horas en la casa y ya quieres salir! –se rió su padrino–. Ya veremos cuando vamos. No hay apuro. Antes tengo que preocuparme de la casa y de la seguridad. ¿Por qué mejor no me ayudas? Así terminamos rápido aquí y podemos seguir arriba.

Harry cerró la ventana y se acercó a la chimenea a calentarse las manos antes de ir a ayudarle a su padrino. Santa Gloria. Ese nombre le recordó el archivador que vio en el estudio de Snape la noche fatídica esa en que por poco y lo expulsan, meses atrás. Las fichas de ese archivador tenían todas un membrete que decía "Hospital La Gloria". Se preguntó por unos instantes si sería tan solo una coincidencia. ¿Podría ser que el hospital aquel estuviera en Santa Gloria? Si la madre de Sirius había dado a luz en ese hospital, resultaba bastante probable. ¿Qué más probable que ir a dar a luz al hospital más cercano?

–¿En qué piensas? –preguntó Sirius. Harry se sobresaltó.

–Eh… ¿Cómo te puedo ayudar si no puedo hacer magia fuera del colegio? –respondió Harry.

Sirius hizo aparecer un paño y se lo pasó a Harry.

–Sacude el polvo.

(corte)

Mientras tanto, Severus Snape se encontraba frente a una casa antigua y grande, en Londres. Era la dirección que había encontrado en el registro de alumnos, la de los padres de su padre.

Al interior había luz. No la había habido esa tarde, cuando él había venido por primera vez. Había llamado a la puerta, pero nadie le había abierto.

Llamó a la puerta. Esperó. Salió una mujer a abrirle. Parecía joven. Y parecía… bueno, se veía bastante… ¿femenina, pensó Snape.

–¿Si? –preguntó la mujer acercándose.

–¿Quién es, Edelmira? –se escuchó una voz de anciana desde el interior–. ¡Junta la puerta que se cuela el frío!

La mujer, Edelmira, juntó la puerta y acomodándose una bufanda se acercó a la reja.

–¿Qué desea?

–Busco a la señora Hartmann –dijo Snape, apostando a que aquella anciana podría ser su abuela. Se preguntó si la Edelmira que tenía enfrente sería también una parienta. No parecía bruja.

–Si, está –sonrió la mujer indicando hacia la ventana que estaba con luz–. ¿Quién le digo que la busca?

–Severus… Snape –respondió Snape, notando que estaba más nervioso de lo que hubiera querido–. Vengo por un asunto personal, concerniente a su difunto hijo Solon Hartmann.

Notó que la mujer abría grandes los ojos.

–¿A qué señora Hartmann busca usted? –le preguntó extrañada.

–A la madre de Solon Hartmann. O a cualquier pariente de él…

–Bueno, venga, entre. Adentro hablamos mejor. O si no se va a congelar aquí afuera –dijo Edelmira abriendo la reja y haciéndose a un lado para que pasara.

–Gracias –respondió el brujo, entrando.

El interior de la casa estaba tibio. El decorado era agradable, aunque delataba de inmediato que la dueña de la casa era una anciana.

–¿Quién es, Edelmira? –volvió a preguntar la anciana, asomándose al hall. Estaba vestida a lo muggle, y caminaba con la ayuda de un bastón. En sus manos tenía lo que parecía ser un genero grueso a medio bordar, con lanas de colores colgando. Al ver al recién llegado, los ojos se le agrandaron mucho detrás de sus anteojos. Se le cayó el bordado de las manos cuando se las llevó a la boca y exclamó emocionada–: ¡Santo Cielo! Creo que me llegó la hora Edelmira. ¡Mi angelito me vino a buscar!

En ese instante a la vieja le empezó a dar un ataque de algo, y Edelmira se precipitó sobre ella para agarrarla.

–¡Señora, espere! ¡No es lo que usted se imagina! –le dijo sosteniéndola e intentando cargarla de vuelta a la sala de la cual había salido. Luego se dirigió a Snape, algo molesta–. ¡Y usted que hace allí parado como un tonto! ¡Venga a ayudar!

Snape, aunque no estaba acostumbrado a que nadie lo tratara de tonto, se acercó a ayudar a cargar a la anciana. Eso era más urgente que poner a la tal Edelmira en su sitio.

Cargó a la anciana hasta un sillón que estaba frente a la chimenea, haciendo a un lado con el pie un canasto del que sobresalían algunos ovillos de lana.

Acababa de acostarla cuando volvió Edelmira con un frasco y un aparato desconocido para él. Miró con curiosidad y algo de aprensión como le metía una pastilla en la boca.

–¿Qué son esas pastillas? –preguntó Snape.

–Son para la presión –explicó Edelmira, mientras le tomaba la presión con el aparato.

–¿Puedo ayudar en algo?

–No, ya se le va a pasar. Esto le ocurre a veces, cuando se emociona mucho. La semana pasada, por ejemplo, se encontró con el Cholo en la cocina, comiéndose un serrano entero que me acababan de mandar. También se le alteró la presión más de la cuenta. Su presión siempre está cambiando, ve usted. Y cuando se asusta, se enoja, o se emociona mucho, le sube o le baja mucho. Esas pastillitas son para eso, para modularle la presión.

Snape se preguntó quién diablos sería ese tal Cholo, y qué diablos sería un serrano. Pero se limitó a asentir con la cabeza. No deseaba quedar como un ignorante delante de una mujer que lo acababa de tratar de tonto.

–¿Sería más oportuno que volviera en otro momento? –preguntó sintiéndose un poco incómodo.

–No. Ya lo vio y es preferible que esté aquí cuando despierte. Sino va a creer que fue un fantasma. Y de ahí, ya nadie la va a lograr convencer de lo contrario. Es media testaruda…

–¿Cómo que testaruda? –dijo la vieja incorporándose–. ¡Tu abuela será testaruda malcriada!

–¿Se siente mejor? –le preguntó la señora Edelmira ayudándola a sentarse, e ignorando rotundamente el comentario.

–Si –respondió la Anciana, y se quedó mirando a Snape.

–Este señor se llama Severus Snape, y vino a conversar con usted por algo concerniente a su hermano, o su sobrino, no estoy segura… –aclaró Edelmira antes de que se le ocurriera comenzar a ver fantasmas de nuevo–. ¿Desea que les traiga algo de beber?

–Mucho gusto señora Hartmann –la saludó Snape de inmediato tomándole la mano. La Anciana le tomó la mano fuertemente y no se la soltó más. Lo obligó a acercarse más e inclinarse, y con la otra mano le corrió las mechas de pelo que le tapaban parcialmente el rostro.

–¡Pero míralo Edelmira! –murmuró la anciana emocionada–. ¡Si es igualito a mi angelito!

Snape se sintió un poco incómodo en esa posición, y por el rabillo del ojo observó como Edelmira asentía con la mirada y salía de la sala. Supuso que iría a buscar algo de beber como había ofrecido. Esperó que fuera algo fuerte. Sentía que lo necesitaría. Trató de que la anciana le soltara la mano, pero lo único que logró fue que ella se la agarrara con más fuerza todavía, y lo forzara a sentarse al lado de ella, en el sillón.

–No le haga caso a la Edelmira, que ella no sabe nada de nada –le dijo haciendo un gesto de desinterés en dirección a la puerta por la que la mujer había salido–. Me da lo mismo lo que ella diga. Lo único que me importa es que volviste, mi angelito.

Snape se sintió un poco ridículo, tratando en vano de que la anciana señora le soltara la mano. Pero no lo consiguió, y tuvo que aguantar como le daba palmaditas en las mejillas.

–Vine por un asunto delicado, señora Hartmann –comenzó a explicar, intentando llegar a alguna conversación razonable–. Verá usted. Recientemente supe que mi padre era Solon Hartmann, y esta es la dirección que tenía al momento de ingresar al colegio. Es por eso que decidí…

–¿En Hogwarts le dieron esta dirección? –lo interrumpió la anciana con interés.

Snape se alivió bastante al escuchar que el mundo de los magos no le era totalmente ajeno a la señora. Eso simplificaría bastante las cosas.

–Si. Por la información que tengo mi padre habría muerto en el año 1961…

–¿Entonces eres hijo de mi angelito? ¡Ya lo decía yo! Si eres igualito –le dijo con cariño dándole nuevamente palmaditas en las mejillas–. ¿Pero cómo es eso posible? ¡Si era apenas un chiquillo cuando murió!

–Mi madre era Syna Krum –aclaró Snape–. Yo tampoco sé bien qué fue exactamente lo que pasó pero esperaba que usted pudiera contarme más.

–Ah… que tragedia más grande esa –le respondió ella dándole palmaditas en las manos–. ¡Eran apenas unos niños! Mi sobrino se calló de la escoba. Nadie se lo esperaba. Y ella… nunca supimos que fue de ella. ¡Me cuesta creer que tuviera un hijo! Pero basta verte a ti –dijo, volviendo a atacarle la mejilla con un pellizco cariñoso–… si eres igualito a mi sobrinito.

–¿Solon Hartmann era entonces su sobrino? –pregunto Snape para estar seguro.

–Si. O sea: El que murió el año 1961 si era mi sobrino, el hijo de mi hermano Solon. Es que ambos se llamaban Solon, ¿Sabe? De hecho, si mi angelito viviera, seguro que lo habría llamado Solon a usted también… ¿Pero como es que nunca supimos nada? ¡Los Krum nunca nos dijeron que Syna había tenido un hijo!

–Creo que ellos tampoco lo sabían –aclaró Snape.

En eso llegó Edelmira, con una bandeja con té. La puso sobre la mesita que tenían enfrente y comenzó a servirlo.

–¡Mira Edelmira! Este niño (Snape se puso colorado a escuchar que alguien lo llamaba "niño") es el nieto de mi hermano. Parece que mi angelito y su novia se tomaron algo más que la mano antes de morir –dijo con una sonrisa pícara, cerrándole un ojo a la mujer.

–¡Que bien Señora Helena! –dijo Edelmira mientras posaba la tetera–. ¿Cuánta azúcar va a querer el señor?

–¡Al mío ponle dos chiquilla! –dijo la señora Helena sin que le preguntaran–. Y a mi sobrino nieto ponle tres, que es así como le gustaba a mi angelito.

–Para usted será sacarina, señora. Recuerde que el doctor…

–¡No me des la lata y hazme caso! –la interrumpió la anciana con impaciencia.

Snape sonrió internamente al ver que Edelmira suspiraba, y fingía que le ponía azúcar al té de la señora Helena. Pero le echaba un par de pastillitas blancas a la tasa, apenas ya no estaba mirando, y comenzaba a revolver el contenido.

–Quiero que me lo cuentes todo, mi niño –le dijo la anciana a Snape, volviendo a las palmaditas en la mano–. ¡Si me parece un milagro ver a un hijo de mi angelito!