Capítulo 53 Destino Cruel

Harry mientras tanto se paseaba en su cuarto. Estaba muy fastidiado. Y tenía sentimientos encontrados.

Estaba enojado consigo mismo y con el mundo de que todo hubiera salido mal. Estaba enojado porque a nadie le importaba su opinión, y lo mandarían de vuelta al colegio contra su voluntad. Estaba enojado de que todos se creyeran con derecho a retarlo. Y se sentía humillado de que Sirius lo hubiese amenazado delante de Remus y de Snape.

Por otra parte, sentía que tal vez era mejor volver al colegio, a tenérselas que ver con Sirius enojado.

Pateó su cama, y al instante lo lamentó. Le empezó a doler el pie izquierdo. Se sentó en la cama para sacarse la zapatilla y sobarse el pie adolorido.

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Voldemort observó con desdén la casa de Black, y una risa burlona volvió todavía más fea su cara cuando se dio cuenta de que apenas si tenía protección mágica. Todo estaba de su parte. Se transformó en serpiente (su forma de animago) y atravesó sin problema la barrera. ¿Por qué estaban todas las ventanas quebradas? Bueno, no tenía importancia. Se acercó sigilosamente a una ventana de la parte baja, y olió el aire que salía de la casa con interés. Cuatro olores le llegaron. Uno de ellos le era familiar. Se extrañó de encontrar ahí a Severus Snape. Otro era el de Harry Potter, por supuesto, ese también lo recordaba. Otro debía ser el de Black.

Se asomó con cuidado a la ventana. En la sala había tres magos adultos conversando. No tenía miedo, pero eso significaba que todo sería un poco más complicado de lo que había planeado. Tendría que tener más cuidado. Lo mejor era localizar a Potter directamente, y atacarlo rápidamente, antes de que Black y el otro brujo pudieran impedírselo. Snape podría ayudarlo si lo reconocía, pero para eso tendría que dejar su forma de animago. Y no quería dejar su forma de animago. Era un secreto que le había resultado siempre muy útil. Así que, en el peor de los escenarios, se tendría que enfrentar con tres magos adultos, si no conseguía matar a Potter rápido.

Voldemort no era ningún cobarde. Y su poder era largamente mayor que el de tres magos juntos. Pero no pensaba correr riesgos innecesarios. Había venido para acabar en persona y de una vez por todas con Potter. Y eso es lo que haría. Un ataque rápido, simple, inesperado y eficaz.

Se deslizó por el contorno de la casa, y concluyó que el chico debía estar en el piso superior. Las ventanas de ese piso parecían intactas. Se deslizó por la enredadera que daba a una ventana del segundo piso que parecía entreabierta…

A veces, ocurre eso que llaman "golpe de buena suerte". Y, muchas veces, eso va asociado a un "golpe de mala suerte" para otra persona. Y en el cuarto de Harry estaba a punto de producirse uno de éstos fenómenos.

Voldemort acababa apenas de entrar al cuarto por la ventana entreabierta, cuando recibió un ataque completamente inesperado: un zapatillazo en la cabeza. Vio pequeñas luces alrededor de su cabeza por unos instantes, y sintió el grito del chico que acababa de reparar en su presencia. Se reincorporó rápidamente al ver que salía del cuarto, y lo siguió. Por un instante creyó que iba a alcanzar a morderlo mortalmente, pero el chico tropezó con el cordón de la zapatilla que todavía tenía puesta. El cuerpo cayó escalera abajo, y la mandíbula del animago se cerró en el aire, al tiempo de que su serpentino cuerpo caía también.

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Snape aceptó que Lupin le sirviera más vodka. Lo necesitaba. Le había contado todo al enemigo de su juventud. A su hermano.

La reacción de Sirius Black no había sido del todo la esperada. Snape no se había esperado a nada más que burla y desprecio. No se imaginaba que al perro ese le importara en lo más mínimo su parentesco. Pero, sorprendentemente, a su hermano parecía importarle, y se veía inusualmente arrepentido.

Remus alzó su vaso, decidido a romper el desagradable silencio que había seguido a las declaraciones de Snape.

–¡A la salud de los hermanos! –dijo sonriendo. Los otros dos lo quedaron mirando. Finalmente, Sirius sonrió débilmente y chocó su vaso con el de Snape. Snape le dedico una pequeña sonrisa.

–Por que las imbecilidades del pasado queden en el pasado –agregó Sirius.

Los tres magos se llevaron el vaso a los labios, y escupieron el vodka a los pocos segundos. Justo sobre sus cabezas, se había escuchado un grito.

Los tres se abalanzaron hacia la escalera, a tiempo para ver rodar el cuerpo de Harry por ella. De inmediato una serpiente cayó sobre el chico, desde arriba. Fue todo muy rápido. Sirius y Snape se abalanzaron sobre el cuerpo de Harry, de modo que la serpiente cayó sobre ellos. Remus, que estaba más lejos, sacó su varita. Pero no se atrevió a atacar. Era demasiada la confusión, y podía no acertarle al animal.

La serpiente trató de morder rápidamente al chico, pero tanto Sirius como Snape se le pusieron en el camino. Finalmente, la serpiente logró morder a alguien. Pero se dio cuenta de que había fallado: el grito de dolor no era de Potter. ¡El plan no podía haber salido más mal!

Voldemort decidió que ya se había arriesgado más de la cuenta. Demasiadas casualidades se habían puesto en su contra. Era el momento de abortar la misión, y se deslizó rápidamente escalera arriba. Apenas se hubo separado del enredo de brazos y piernas que se amontonaban en el pequeño espacio que había al pie de la escalera, sintió un rayo que por poco y le da. Pero alcanzó a llegar arriba antes de que le pudieran lanzar el siguiente. En cosa de segundos ya estaba en el jardín, escondido entre los matorrales de maleza. Vio asomarse al brujo que no conocía, y se quedó quieto. Hubiera sido sencillo retomar su forma humana, pero ya demasiadas cosas habían salido mal. Tenía un mal presentimiento… De modo que se quedó quieto, hasta que el brujo desapareció de la ventana.

Voldemort sintió alivio, y se quedó unos segundos quieto, creyéndose a salvo. Demasiados segundos, constató de pronto. No alcanzó a hacer nada. Un gran ave de rapiña cayó sobre él. No alcanzó a hacer nada. Lo último que sintió fue que unas fuertes garras trituraban su cuerpo, y un fuerte dolor cerca de la cabeza.

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Remus Lupin miró por la ventana abierta del cuarto de Harry, pero no vio rastro de la serpiente ni en el cuarto, ni en el jardín. Volvió rápidamente al pie de la escalera, donde lo esperaba una tragedia.

Sirius estaba tendido en el suelo, pálido y sudoroso. Se veía apenas conciente. Harry lloraba, y lo remecía como intentando reanimarlo. Y en la sala, se escuchaba a Snape que estaba frente a las llamas verdes de la chimenea. A los pocos segundos aparecieron dos medimagos. En sus túnicas tenían el emblema del hospital San Mungo. Tomaron a Sirius y las llamas verdes se los tragaron. Harry se lanzó detrás de ellos. Remus y Snape lo siguieron.

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Sirius vio como en un sueño las luces de los corredores por los que lo llevaron. Escuchaba a su ahijado, que gritaba. Parece que quería acompañarlo, y no lo dejaban. Sintió angustia. Sentía que estaba muriendo. Todo se estaba volviendo blanco y negro. Luz y oscuridad. Quería ver a Harry antes de que fuera demasiado tarde. Sintió las voces de Remus y de Snape. Su hermano. Reuniendo la fuerza que le quedaba, llamó la atención de quienes lo llevaban. Finalmente se detuvieron.

–Déjenme… Harry –dijo.

Escuchó pasos que se acercaban corriendo. Se concentró, aferrándose a la poca energía que le quedaba. Sintió el abrazo de su ahijado. Fue conciente del olor de su pelo.

–Aguanta Sirius –le dijo Harry entre llanto–. No me dejes solo de nuevo.

Sirius sintió que se le partía algo adentro. Nuevamente le iba a fallar. Les había fallado a James y a Lily. Y ahora también le fallaría a Harry.

De pronto distinguió las otras dos siluetas. Sombras que se recortaban contra la luz del techo. Remus y Snape. ¡Su hermano! ¡El no tenía el problema de ser hombre lobo!

–Severus…

Vio el rostro de su hermano inclinándose sobre él, para poder oírlo. Su voz debía ser muy débil. Levantó su mano y la puso sobre la cabeza de Harry, que descansaba sobre su pecho.

–Cuídalo… por mi.

Snape dudó unos instantes, pero finalmente respondió.

–Lo haré.

Sintió por unos instantes que Remus se acercaba. Y de pronto ya no sintió nada más.

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Draco se acababa de sentar a almorzar, cuando una lechuza entró en el gran comedor y se fue a parar frente al director.

Todos se quedaron mirando, ya que era rarísimo que una lechuza entregara cartas en ese lugar, a no ser que fuera la hora del desayuno. Dumbledore leyó el mensaje que traía, y Draco notó que la cara del anciano se alargaba. Vio como le decía algo a la profesora McGonagall y se marchaba rápidamente.

Draco tuvo la espantosa sensación de que lo que fuera que había pasado, era algo malo. Y que Harry estaba involucrado. Sin saber mucho qué hacía se puso de pie y se fue directo donde la subdirectora.

–¿Le pasó algo a Harry? –preguntó.

La bruja lo quedó mirando, extrañada de su actitud.

–No, él está bien. Vuelve a tu puesto.

Draco suspiró de alivio, pero algo en la cara de la profesora le indicó que algo andaba mal, a pesar de sus palabras.

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Harry lloró sobre su padrino. No quería soltarlo. No pensaba soltarlo. Se iba a ir con él. Se lo tenía que llevar con él. No se podía ir sin él.

Sintió como Remus le hablaba. Sintió como Snape le hablaba. Pero no prestaba atención. Solo quería morir, para irse detrás de su padrino.

Sintió como intentaban separarlo de su padrino, pero se aferró a él con toda sus fuerza. Intentó dejar de respirar, pero su cuerpo no parecía acompañarlo en su decisión. Finalmente, perdió la batalla. Se encontró aferrándose a quién lo tenía agarrado. Remus. Sintió el abrazo que lo cubrió completamente. Por un instante solo vio oscuridad, y solo escuchó el latido del corazón de Remus. Sintió algo de alivio dentro del infierno que tenía dentro de si.

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Las siguientes horas pasaron como en una película para Harry. Funcionó en piloto automático. Se dejó arrastrar por Remus y por Snape. De pronto Dumbledore apareció también en la película. Alguien se metió con él dentro de las llamas verdes de la red flu. Alguien tomó su brazo y se apareció frente a la reja del colegio. Vio el castillo como en un sueño. Sintió como al caminar sus pies se hundían en la nieve. Sintió que un calcetín se le mojaba. Le faltaba un zapato. ¿Por qué le faltaba un zapato? Alguien lo levantó y lo cargó. Recorrió pasillos familiares. Se tomo una poción que le dieron. Y de ahí no supo más.

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Draco estaba volando alto en el campo de quidditch cuando vio a Harry, al Director y a los profesores Lupin y Snape acercarse al castillo. Voló hacia ellos y notó que su amigo tenía cara de ido. Vio como Lupin lo cargaba. Intentó acercarse pero Snape le hizo signo de que se alejara.

Algo le pasaba a Harry. La profesora McGonagall le había mentido, o bien se había equivocado. Los siguió de lejos, hasta la enfermería. Pero le cerraron la puerta en la nariz. Apoyó la escoba del colegio en el muro. En el apuro no había alcanzado a devolverla. Ya lo haría después. Se sentó en el piso a esperar.

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Pasaron un par de días. Harry tuvo muchas pesadillas. Y cuando se despertaba, su vida era una pesadilla. Recibió visitas, pero apenas si escuchaba lo que le decían. Todos eran muy amables, pero Harry siempre sintió alivio cuando por fin se iban.

Una mañana, Remus le habló del funeral. Snape también lo hizo. Iba a ser esa tarde. ¿Quería ir? No. Al funeral de Sirius no. Con gusto hubiera ido a su propio funeral. Pero estaba desgraciadamente vivo. De todos modos le trajeron ropa. Se resignó. Pero quería darse un baño. Quería ahogarse, si fuera posible. Con gusto se hubiera metido al baño de los prefectos, y se hubiera dejado cubrir por el agua perfumada.

–Me puedo ir a dar un baño antes –preguntó a Remus.

Desgraciadamente, el baño de la enfermería no tenía bañera. Imposible ahogarse ahí. Finalmente, ya duchado y vestido se dejó acompañar para donde fuera que iba a ser el funeral.

El cementerio le trajo amargos recuerdos. Debían de estar en Santa Gloria. Reconoció el paisaje. Reconoció el bosque. A lo lejos, se veía una casa. Apenas un puntito en el paisaje. Pero Harry la reconoció. Esa había sido su casa. Por casi un día entero. Se echó a llorar. De pronto se encontró rodeado de personas. Ya no veía nada del paisaje. Una gran mole negra se paró a su lado impidiéndole que continuara mirando en esa dirección. Miró para arriba. Era Snape. Sintió como le ponía una mano en el hombro. Remus estaba al otro lado. En su campo visual apareció la rubia cabeza de Draco. Se dejó abrazar. Todos los Weasley también se le acercaron en un momento. Saludó automáticamente a cada uno de ellos. Le dijeron cosas. Consuelos. Pero no retuvo nada. Entremedio, en algún momento, apareció Hermione. Tampoco recordaba qué le había dicho.

Cuando todo hubo acabado, se dejó conducir de vuelta al colegio. Sirius ya no estaba. Ya no estaría nunca más. Lo que quedaba de él descansaría para siempre en Santa Gloria.

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Los días pasaron. Harry recibió con desinterés el fin de las vacaciones. Le daba lo mismo. Se sentó ese lunes a tomar desayuno en el gran comedor repleto de alumnos, por primera vez en tanto tiempo. Recordaba que había estado antes en el gran comedor, lleno de alumnos. Pero eso había sido hace muchos meses. Sentía que esa había sido otra vida. La vida de otro Harry.

–¡Harry!

La insistente voz de Hermione captó de pronto su atención.

–¿Qué? –preguntó.

–¿Estás bien? –le preguntó ella preocupada–. Te ves pálido.

Harry se encogió de hombros.

–No. No estoy bien. Pero no puedo hacer nada para impedirlo.

–¿Por qué no vas dónde la señora Pomfrey? –sugirió Neville.

–¿Por qué mejor no lo dejan en paz? –sugirió Ron.

Hermione fulminó a Ron con la mirada. Y volvió a la carga.

–Yo hablaré con el profesor Flitwick –propuso–. Harry no se ve como para ir a clases.

Ron negó con la cabeza.

–Eso no serviría de nada Hermione. La pena no se le va a quitar por el simple hecho de no ir a clases. Además, tú más que nadie debería entender que este año son los TIMOS. ¿Crees que estás ayudando a Harry haciéndolo perder clases?

Hermione se quedó callada ante la inusual lógica de su amigo.

Harry no aguantó más, se puso de pié y tomó su mochila.

–No tengo hambre. Voy a ir a tomar un poco de aire. Nos vemos luego.

Ron y Hermione comenzaron a ponerse de pie para seguirlo, pero Harry los detuvo.

–Quiero estar solo, si no les molesta.

Sus amigos asintieron, algo tristes. Y Harry se fue.

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Snape observó como Harry salía del comedor. La sensación de incomodidad que tenía desde la muerte de Sirius se hizo más fuerte, como cada vez que el chico pasaba por su campo visual. Sabía que tenía que hacer algo. Deseaba ayudar. Pero no tenía idea como. Sintió que Lupin lo quedaba mirando. Estaba sentado a su lado. Suponía que también él esperaba que hiciera algo. Mal que mal, se lo había prometido al padrino del niño antes de morir.

Pero Severus Snape se sentía perdido. Se había pasado muchísimas horas de las vacaciones pensando. Pensando mucho. Varias veces había estado a punto de ir a hablar con Harry, pero se había arrepentido antes de hacerlo. No tenía ningún plan. No tenía idea qué decirle. Nada que pudiera ayudar al menos.

Por otra parte, estaba el problema del innombrable. Corrían los más espectaculares rumores entre sus seguidores. Se comentaba que había desaparecido sin dejar rastro. El último que lo había visto con vida había sido Avery, el día antes del ataque de la serpiente en la casa de Black.

Se sospechaba que había desaparecido nuevamente, al ir en persona a matar a Harry Potter. ¡Pero en la casa de Sirius Black no había muerto nadie, a parte de Sirius Black! Era un misterio sin resolver.

Pero algo le había pasado a Voldemort. Snape estaba seguro de eso: la marca en su antebrazo no le había vuelto a molestar, y estaba casi imperceptible. Parecía un viejo tatuaje, como antes de que volviera a recuperarse, el año anterior.

Eso le daba alguna esperanza. Si Voldemort había vuelto a desaparecer, eso lo liberaba un poco de tener que odiar a Harry Potter delante de todo el mundo.

Esa tarde tenía que ver forzosamente al chico, en clases. Tal vez esa sería la ocasión de hablar con él, sin tener que pasar por el paso inicial de ir tras él. No tenía sentido continuar posponiendo lo inevitable.

Ahora sólo le quedaba decidir qué le diría… ¿Qué se supone que eran? Potter no era su ahijado. Tampoco era su amigo. De hecho: se llevaban pésimo. Jamás podría reemplazar a Sirius. Sirius se lo había llevado a vivir con él. ¡Pero él no pensaba hacer eso! No podría. Además, legalmente, no era el padrino de Harry Potter. Tenía más bien la obligación moral de cuidarlo. Pero eso lo venía haciendo desde que entró a primero. No era una novedad que le había salvado el pescuezo varias veces. ¿Bastaría entonces con ofrecerle al chico ser su amigo? A lo mejor.

Dumbledore y Lupin podrían ofrecerle algún consejo. Pero no tenía ganas de hablar de todo eso con nadie. No tenía ganas de que le aconsejaran algo que no quería hacer. Que fuera para Harry como Sirius. Aunque quisiera autodenominarse su padrino subrogante, él no podía hacer eso. No tenía idea como ser un padrino. Jamás había tenido hijos, sobrinos, o ahijados. Suspiró. ¿Por qué la vida tenía que ser tan complicada?

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Remus observó al colega sentado a su lado. El hombre no estaba bien en su pellejo. No lo había visto cómodo en ningún momento desde la muerte de Sirius. A él mismo le costaba aceptar todo lo que había pasado. Una antigua herida había vuelto a abrírsele. Siempre se había sentido forzado fuera de su rol de tío de Harry, por causa de su licantropía. Pero con el tiempo había dejado de dolerle. Se limitaba a quererlo, sin buscar asumir un rol más activo en su vida. Pero ahora que Sirius había muerto frente a él, expresando su voluntad de que Severus Snape cuidara de Harry, la herida había vuelto a abrirse. Le dolió, aunque intelectualmente entendiera a su amigo. Lo que más hubiera querido, el día del funeral, era abrazar a Harry y llevarlo a vivir con él. A su casa. O bien en el colegio, no le importaba. Habían vivido dos meses juntos, y aparte de algunos problemas, todo había andado bien. ¿Por qué la vida era tan injusta? ¡Si se notaba a la legua que Snape no lo quería! Era EVIDENTE que jamás lo aceptaría como un ahijado, o un sobrino.

Si, la vida era injusta. Sirius por fin había sido libre. Había conseguido recuperar la custodia de su ahijado. Harry había sido libre de sus horrendos parientes maternos. Pero ahora que su padrino había muerto, lo más probable es que se los volvieran a encargar a ellos. Salvo, por supuesto, que Snape hiciera pública la última voluntad de Sirius…

¿Snape o los Dursley? Buena pregunta. ¿Qué opinaría Harry? Vaya uno a saber… El niño no quería hablar. Cada vez que intentaba entablar una conversación con él, se limitaba a responderle con monosílabos. Eso, cuando tenía suerte. Un par de veces le dijo directamente que quería estar sólo, y se había ido.

Remus tenía la desagradable sensación de que Harry lo culpaba de la muerte de Sirius. No que Harry le hubiera dicho algo así. No. Pero era lógico. Para el chico, era difícil entender que la serpiente hubiera tenido tiempo de morder a alguien, habiendo tres magos adultos en el lugar. Sirius y Snape no pudieron haber usado sus varitas, enredados como estaban. La confusión había sido demasiada. Y todo había sucedido muy rápido. Había momentos en que él mismo se sentía culpable. Tal vez, si no hubiera titubeado en el ataque, le habría dado a la serpiente antes de que hubiese alcanzado a morder a alguien. Pero ya no podía cambiar lo que había pasado, tendría que vivir con esa duda el resto de su vida. Contempló el comedor con amargura. Miró al brujo que estaba a su lado. Él podía quedarse con Harry, si quería. ¡Pero él no quería! O ironía… La vida era demasiado cruel.

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–Sabía que te encontraría aquí –se rió Draco, dejándose caer junto a Harry, en el campo de quidditch.

Harry lo miró, y se limpió la cara con la manga. Sonrió débilmente.

–¿Recuerdas la mañana de navidad?

–Por supuesto. El día que te fuiste a vivir con tu padrino.

Harry asintió. Había sido tan feliz esa mañana. En esa misma cancha se había despedido de Draco, para irse a disfrutar de los primeros días de su nueva vida. Su corta nueva vida.

Draco se acercó más, y le pasó un brazo por los hombros. Harry se volvió a echar a llorar.

–Es tan injusto…

–Si lo es.

–¡Todo había vuelto a la normalidad! –insistió Harry–. Pettigrew en Azkaban. Sirius libre, conmigo. Y de pronto, todo cambia. Sirius muerto.

Draco asintió con la cabeza.

–Dicen que la serpiente esa era el mismísimo quien–tú–sabes.

Harry soltó una risa despectiva.

–Quién sabe. Me da lo mismo.

–Dicen que desapareció esa misma mañana.

–Me da lo mismo, Draco. Me gustaría poder volver atrás, y haberme quedado en mi cuarto. ¡La serpiente me hubiera atacado a mi! Pero no. Escapé escalera abajo, y le llevé el verdugo a mi padrino. Y ahora él está muerto. Una semana alcanzó a ser un hombre libre. Y yo dejé que muriera en mi lugar. Como dejé que muriera mi madre, en mi lugar.

–¡No te puedes culpar por eso! –se indignó Draco–. Eras apenas un bebé, Harry. No hay nada que tú hubieras podido hacer para evitarlo.

–Y el año pasado –continuó Harry sin hacerle caso–. Cedric murió por mi culpa. Jamás debí decirle que tomara la copa del torneo conmigo. Si no lo hubiera hecho, el estaría vivo.

–No podías adivinar…

–Es que no quiero que nadie más muera por mi culpa.

–No podías adivinar lo de la copa. Como tampoco podías adivinar que la serpiente mataría a tu padrino.

Harry soltó una risa sarcástica, negando con la cabeza.

–¡Si viene un animal a atacarte, es normal que te alejes de él! –insistió Draco–. No te puedes culpar por lo de tu padrino.

–Si solamente hubiera tenido mi varita a mano –se lamentó Harry–. Pero no. La había metido dentro del baúl, con el resto de mis cosas. ¡Jamás debí haberme confiado tanto!

Draco no le respondió a eso. Era verdad. La varita es algo que uno tiene que tener constantemente a mano. Aunque uno sea un mago menor de edad, al que le mandan a empacar sus cosas.

–¡Si solo no hubiese empacado mi varita! –continuó llorando Harry–. Podría haber atacado yo a la serpiente, en vez de escapar al primer piso.

–Deja de torturarte Harry. No fue tu culpa. Las cosas pasaron como tenían que pasar. Como cuando casi mataste a Pettigrew. No podíamos adivinar.

La respuesta de Harry no fue la que Draco esperaba. En vez de consolarlo, Harry lanzó un aullido todavía peor.

–¡Si no hubiese atacado a la rata esa noche, Sirius no habría sido liberado! ¡Estaría vivo!

–Harry, no…

–¡Es que soy un imbécil, Draco!

Harry se acostó en el pasto, y continuó llorando. Draco se quedó sentado a su lado. Si no podía hacerlo cambiar de idea, al menos lo acompañaría. Llegaría tarde a Transformaciones, pero suponía que McGonagall lo entendería. Después tenía libre hasta el almuerzo (no tomaba ni Adivinación ni Aritmancia). Se quedaría con Harry el tiempo que fuera necesario. Por lo menos hasta el almuerzo. Con un poco de suerte, Harry se sentiría mejor en la tarde. Tenían clase juntos. Pociones. No era la favorita de su amigo, pero si lo acompañaba tal vez se animara más.

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Snape estaba preocupado. Flitwick acababa de comentar que Potter no se había presentado a la primera clase de la mañana. ¿A lo mejor sólo había faltado a esa? ¿Qué clases tenían los quintos en los dos módulos antes del almuerzo? Estaba casi seguro de que eran electivos. Levantó su vista del plato. Harry no estaba con su fan club en la mesa de Gryffindor. ¿Por qué Weasley y Granger no estaban con él? Miró a la mesa de su casa. Draco tampoco estaba. ¿A lo mejor estaba él acompañándolo? Eso esperaba. En un rato más tenía clases con ambos. Si Harry no llegaba, tendría que hacer algo. En el comedor estaba almorzando la señora Pomfrey. Eso quería decir que no había nadie en le enfermería. Quedó mirando al director. ¿Sabría él dónde estaba Potter?

Dejó el plato de lado. Se puso de pie, y se acercó al anciano.

–¿Albus, dónde está Potter? –le preguntó al oído.

–No lo sé –respondió él–. ¿Podrías tú buscarlo? Filius dijo que no llegó a clases. Y no sé si se presentó a Adivinación.

Snape asintió con la cabeza, y se acercó a Granger y a Weasley. El pelirrojo le informó que no había ido a ninguna clase de la mañana. Y que Harry les había pedido que lo dejaran sólo. "Fabuloso…" pensó Snape alejándose. Estaba empezando a preocuparse seriamente. Se acercó a su propia mesa, donde Pansy Parkinson le informó que Draco Malfoy no había ido a transformaciones, y que ignoraba donde estaba porque después tenía libre hasta el almuerzo.

Eso le dio algo de esperanza al brujo. Probablemente estaban juntos. Por un momento había temido que intentara matarse, como en el verano. Pero esa vez había sido influenciado por el innombrable. ¿Sería posible que estuviera pasando algo similar? Descartó la idea. Si Potter estuviera tan desesperado como para quitarse la vida, ya lo habría intentado antes. Se detuvo en el hall de entrada. ¿Dónde podrían estar esos dos? Se le vino a la mente la cueva aquella, y sintió algo de miedo. No… se convenció. No serían tan estúpidos. Draco no, al menos. ¿Dónde podían estar? Recordó de pronto el anillo ese que Potter andaba trayendo desde el verano. Si mal no recordaba, era un método que Black había usado para saber dónde se encontraba su ahijado. Pero Snape ignoraba dónde estaba el mapa al cual estaba ligado.

–¿Dónde iría yo si fuera ellos? –se preguntó.

Probablemente a un lugar donde no hubiera nadie. Harry quería estar solo. ¿Y Draco? Probablemente haciéndole compañía de todos modos. Entonces es Harry quien había escogido el lugar. ¿Dónde iría Potter? ¿A la pajarera? Era una posibilidad… ¿La torre de Gryffindor? No… ahí Granger y Weasley estarían con él. ¿Afuera? Era muy posible, si quería estar sólo.

Afuera hacía frío, aunque no había nieve. Se concentró. ¿La cabaña de Hagrid? Era posible, no lo había visto en el gran comedor. Fue para allá. Pero Hagrid estaba sólo. Trataba infructuosamente de ocultar algo en una caja en un rincón de su cabaña. Algo que emitía unos sonidos desconocidos. Decidió que prefería no saber… Hagrid no había visto a Harry en toda la mañana, pero había visto a Draco Malfoy caminando en dirección al campo de quidditch. Le dio las gracias, y se fue.

Allí estaban los dos, tirados en el pasto helado, en el campo de quidditch. Se acercó. Draco lo vio, y se puso de pie. Harry también lo vio. Se secó disimuladamente la cara. Snape sintió un retorcijón en el estómago.

–¿Qué están haciendo aquí? –les preguntó–. Ambos han faltado a clases.

–Sólo he faltado a una hora de transformaciones –se defendió Draco.

–Entonces son 10 puntos menos para Slytherin, y repórtate con la profesora McGonagall.

Draco lo quedó mirando con odio. ¿Cómo no podía entender que había estado acompañando a Harry?

–¿Y tú Potter? –preguntó Snape.

–Harry se sentía mal. De hecho, yo falté para acompañarlo –contestó Draco.

–Le pregunté a Potter, Draco –espetó Snape, enojado–. Dos puntos menos para Slytherin. Y la próxima vez que un compañero se sienta mal, acompáñalo a la enfermería y da aviso.

–No es su culpa –intervino Harry–. Yo no quería ir a la enfermería. Y él no me quiso dejar sólo.

–De todos modos debió haber pedido ayuda, y no ausentarse toda la mañana –insistió Snape–. Son treinta puntos menos para Gryffindor. Y acompáñenme los dos.

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Harry siguió a Snape. ¿Para qué insistir? Nada que dijera haría que el brujo cambiara de parecer. Solamente lamentaba que Draco tuviera problemas por su culpa. Le daba lo mismo que le quitaran puntos. Probablemente lo castigarían, por faltar toda la mañana sin justificación. Pero tampoco le importaba mucho. ¿Qué más daba? No podían conseguir que se sintiera peor de lo que se sentía.

La profesora McGonagall estaba enojada. Harry se molestó un poco porque retaba a Draco como si toda la culpa fuera de él. Decidió intervenir. A lo mejor ella era más razonable que Snape, que después de explicar lo que había pasado se había quedado callado a un lado del escritorio de la bruja.

–Pero no fue su culpa. Como ya le expliqué al profesor Snape, yo no quería ir a la enfermería. Lo único que Draco hizo fue acompañarme de todos modos. ¿Acaso se van a enojar con él por limitarse a ser un buen amigo?

Draco lo quedó mirando. Que él recordara, era la primera vez que Harry admitía tan literalmente que eran amigos.

–Pues yo estoy de acuerdo con el profesor Snape –contestó la bruja sin ablandarse–. Amigo o no, tendría que haber pedido ayuda. O al menos avisar dónde estaban. Tú Harry, estás castigado las tardes de hoy, mañana, y el miércoles. Y Draco…

McGonagall preguntó con la mirada a Snape.

–Malfoy está castigado esta tarde –continuó Snape–. Ayudará a limpiar las salas, sin magia. Repórtate con el señor Filch a las cinco de la tarde. Y como ya no queda mucho para que empiecen las clases de la tarde, espérame afuera. Yo mismo los voy a escoltar a mi clase.

Draco salió, dando un portazo. Harry se quedó mirando a la profesora McGonagall.

–¿Yo también me reporto con el señor Filch? –preguntó para acabar luego. Si ambos iban a estar castigados, sería más divertido estar juntos.

Snape miró a su colega, y contestó él:

–No esta tarde. Esta tarde, me ocuparé yo de ti.

Harry bajó la vista. "Genial" pensó, "Toda la tarde con un imbécil que pudo haber impedido que Sirius muriera y no lo hizo".