Capítulo 55 Vacaciones en la casa Hartmann

Harry miró la casa frente a la cual habían llegado. Era Antigua, y más grande que la de los Dursley. ¿Sería este el comienzo de una nueva vida? Sintió un escalofrío. La última vez que había pensado eso, todo había terminado en tragedia… Snape pareció notar su incomodidad, porque le puso una mano en los hombros y, acercándose a él, preguntó de inmediato:

–¿Estás bien, Harry?

–Si.

–No me mientas –insistió Snape.

–Y entonces… ¿Para qué pregunta, si ya sabe la respuesta? –contestó Harry fastidiado.

–Porque quiero saber qué te pasa –insistió Snape.

–Sentí algo parecido a la vez que llegué a la casa de Sirius –confesó Harry–. Y me acababa de preguntar cuanto tiempo duraría la tranquilidad esta vez. Cuanto tiempo va a pasar, hasta que usted también se muera.

Snape se quedó mirándolo. Era la veta morbosa del chico. Regularmente hacía esos oscuros comentarios, pero no acababa de acostumbrarse. Le apretó los hombros con seguridad.

–No tiene por qué ser así, Harry. Y, si es el destino que algo pase, no podemos evitarlo.

Harry bajó la vista, y Snape continuó, intentando tranquilizarlo:

–Yo te voy a cuidar a ti, y tú a mi. Cuatro ojos ven más que dos. Por otra parte, ya te dije: estoy prácticamente seguro de que El Innombrable no está cerca. Mi antebrazo no me ha vuelto a molestar ni una sola vez, y tu mismo me dijiste, la semana pasada, que ya ni te acordabas de la cicatriz en tu frente.

–Si sé…

Snape sonrió, y tocó el timbre de la casa. Adentro se escucharon pasos, y Edelmira se asomó.

–¡Ah! Ya era hora… –dijo, mientras se acercaba a abrir la reja. Miró a Snape con cara desafiante, y a Harry con interés–. ¡Así que éste es el famoso Harry!

Los dos aludidos entraron, ligeramente intimidados por la impresionante mujer.

–Mucho gusto, muchacho –le dijo a Harry extendiendo la mano–. Yo soy Edelmira.

Harry, por supuesto, ya sabía quién era. Snape le había contado de las dos mujeres cuando le dijo que vendrían a visitarlas.

–Mucho gusto –saludó Harry.

–Estás demasiado delgado… –murmuró la mujer con desaprobación. Luego miró a Snape de abajo a arriba, y agregó–: Aunque debí esperármelo, por supuesto.

Antes de que pudiera evitarlo, Harry soltó una carcajada viendo la evidente incomodidad del brujo por el comentario. Pero se calló de inmediato, al verle la cara, para solidarizar con su guardián.

–Bienvenido, Severus –dijo la mujer sonriendo más amablemente–. La señora ya estaba volviéndose loca porque no venías…

–Gracias Edelmira –murmuró Snape sonriendo, aunque parecía ligeramente molesto todavía.

A Harry, la casa le recordó a la de la señora Figg, y a la habitación de la enfermera del colegio. De pronto, por una puerta que daba al vestíbulo en el que estaban, apareció la que debía ser la señora Helena Hartmann. Era diminuta, y con muchas arrugas.

–¡¡¡Mi niño! –gritó emocionada la veterana, acercándose a Snape–. ¡Por fin te has acordado de que existo, ingrato!

Harry observó divertido que Snape se ponía colorado ante el recibimiento. Sus ojos se cruzaron brevemente, y en su mirada se podía leer un "que esto quede entre nosotros". Harry asintió, para que se quedara tranquilo. El secreto de "¡¡¡Mi niño!" estaba a salvo.

Después de un largo y apretado abrazo, la anciana finalmente soltó a su niño, y reparó en la presencia de Harry. Por un momento, Harry temió un recibimiento igual de caluroso.

–Y tú eres Harry, ¿verdad? –dijo la anciana tomándole ambas mejillas con sus arrugadas manos para verle mejor la cara.

–Si, señora Hartmann –contestó Harry–. Es un gusto conocerla.

–Para mi también, Harry –contestó la señora con emoción–. Desde que Severus me contó que había heredado un ahijado, estaba que moría por conocerlo.

Harry quedó mirando a Snape. Había olvidado preguntarle si la señora sabía que Sirius también había sido su sobrino–nieto. Pero no necesitó preguntar, porque la señora se dirigió a su niño, con reproche:

–Y tú, Severus, te merecerías ir al infierno por lo que hiciste. Debiste haberme dicho de inmediato que tenías un hermano. ¡Por tu culpa ni siquiera alcancé a conocerlo!

Harry pensó que Snape se defendería, o al menos soltaría un comentario sarcástico. Pero no. En vez de eso bajó la vista, y murmuró.

–Lo siento. Ya se lo dije.

La anciana suspiró, y prefirió cambiar de tema.

–Edelmira preparó un excelente almuerzo, para recibirlos. ¿Por qué no le muestras la casa a Harry mientras ella pone la mesa? Y luego se lavan las manos, y bajan a comer. ¡Ah! Se me olvidaba… A Harry le preparamos el cuarto que está frente al tuyo.

Harry disimuló la risa que le provocaba que el brujo se dejara mandar por una viejita. ¡Ni en sus mejores sueños hubiera visto a alguien salir con vida después de ordenarle a Snape que se fuera a lavar las manos para comer!

–Está bien –dijo simplemente el brujo–. Vamos Harry.

Subieron en silencio la escalera. Y entraron al que sería el cuarto de Harry.

–Harry… –dijo Snape un poco incómodo– sobre lo que pase en esta casa… te agradecería que no saliera de esta casa.

Harry sonrió con picardía.

–No se preocupe profesor. El secreto de "Mi niiiiiño" –dijo imitando la voz de la anciana–, está a salvo conmigo.

Snape se sonrojó ligeramente.

–No te atrevas a burlarte de mi –murmuró molesto.

–¿Y por qué no me puedo burlar de usted? –se quejó Harry, jugando–. ¡Usted se ha burlado de mi desde que me conoció!

–Pero ya no lo hago –aclaró Snape–. Y, aunque todavía lo hiciera, te estoy ordenando que no lo hagas. ¿Entendido?

–Si, señor. Entendido –respondió Harry, un poco picado.

–Bien. Pues este será tu cuarto, cuando estemos aquí –dijo Snape cambiando de tema.

–Ok.

–La puerta opuesta en el pasillo da al mío. Y ya sabes que aprecio fuertemente la privacidad. Así que las mismas reglas del colegio se aplican aquí: a mi cuarto NO ENTRAS sin permiso. Solamente conmigo, o con mi expresa autorización, o en una emergencia. ¿Te queda claro?

Harry suspiró.

–Si, señor.

Harry dejó el bolso que había traído a los pies de su cama, y recorrió el dormitorio con la mirada. Estaba decorado como dormitorio de mujer. Los muros tenían papel con florcitas de un rosa pálido, y la cama tenía muchos vuelitos y cojines con todavía más vuelitos. Había dos alfombras pequeñas, también con flores y, junto a la ventana, una mesa pequeña y redonda, con un mantel con vuelitos.

–Profesor, ¿está seguro de que esperaban a un chico? –murmuró Harry en forma irónica y burlona, notando en tanto vuelo y florcita.

–No está bien que te quejes, o te burles, de las personas que te ofrecen su hospitalidad, Harry –dijo Snape amenazante–. Y te prohibo, me entiendes, te prohibo que te burles de Helena, o que le faltes el respeto.

–No pensaba decirle nada –se defendió Harry–. No soy tan desubicado.

–Me parece perfecto –le dijo Snape–. Acompáñame para que te muestre el resto de la casa.

Y así continuaron. La casa no era muy grande. En el piso superior había otros dos cuartos (el de Helena, y el de Edelmira inmediatamente al lado), y un baño. En la planta baja, aparte del vestíbulo que ya conocía, había una sala decorada al estilo "anciana", con muchos adornitos y cojines con vuelitos y pompones. También había un comedor, con una gran mesa de madera que ya estaba puesta para cuatro personas, una cocina grande y llena de cosas, en la que flotaba un aroma delicioso a cerdo asado y a papas fritas. Junto al vestíbulo, había un baño muy pequeño. Y, por una puerta de la cocina, le informaron que estaba el cuarto del lavado.

El almuerzo estuvo agradable, aunque demasiado abundante para el gusto de Harry. Edelmira le recordó un poco a la señora Weasley: le servía constantemente más, e insistía en que necesitaba poner más carne sobre sus huesos. Snape se vio liberado de tanto cariño, ya que a él le permitían servirse él mismo. Había bastante ensalada, cosa que Harry apreció (para compensar lo pesado del resto de la comida). Y, de postre, Edelmira trajo de la cocina un pastel de peras que estaba muy rico, aunque con demasiada azúcar después de tanto cerdo y tantas papas fritas. Cuando el almuerzo terminó, Harry sólo quería irse a dormir para digerir tranquilo. Recordó con pesar que no podría. Según el horario que se había propuesto seguir, tenía revisiones que hacer.

Tenía ganas de levantarse de la mesa. Pero los adultos estaban tomando café, y no se atrevió. Miró a Snape, pero la mirada del brujo era clara: no te paras hasta que ellas se paren. Harry se resignó, y se concentró en no bostezar.

Finalmente la anciana se puso de pie. Edelmira comenzó a retirar la mesa. Harry lo pensó algunos segundos, y decidió ayudar. Notó que Snape lo quedaba mirando, pero la anciana le sonrió.

–Que amoroso tú ahijado, mi niño –le dijo a Snape–. Es un niño muy bien educado.

Harry sonrió de vuelta, algo incómodo ante la atención que estaba captando. Se fue rápidamente a la cocina con los platos que había levantado.

Edelmira permitió que Harry le ayudara a lavar, y secar. Entremedio le contó un montón de cosas. Le aconsejó, por ejemplo, que no contrariara a la señora Helena. Le dijo que estaba enferma, y que no tenía que pasar rabias ni sustos. También le contó que en esa casa habían vivido los padres de la anciana, con ella y el abuelo de Severus. Harry se sorprendió un poco al escuchar que la madre de la señora Helena se llamaba Helena Walters. Se acordó de la prima de Draco, y se preguntó si sería posible que fueran parientes. Pero Edelmira nunca había escuchado hablar de una Laure. Supuso entonces que, si existía un parentesco, debía ser muy lejano. También escuchó sobre los gatos vecinos, y que Edelmira tenía que estar constantemente echándolos del patio e incluso, a veces, de la misma casa. También se enteró de una información muy valiosa: Edelmira no era bruja, ni tampoco la señora Helena. Pero ambas mujeres sabían de los magos y brujas, ya que el hermano de la señora y el hijo de éste (el padre de Snape) habían nacido magos.

Cuando terminaron de limpiar la cocina, Harry estuvo agradecido: se le había pasado el sopor post–almuerzo, y era menos descabellado pensar en pasar la tarde estudiando.

Cuando pasó por el vestíbulo, escuchó que en la sala Snape y la anciana conversaban. Se asomó, para mirar, y vio una imagen que le causó mucha risa. Deseó haber traído la cámara fotográfica que había fabricado en el taller. Snape estaba sentado cerca de la veterana, enrollando lana en un ovillo.

Harry se alejó hacia la escalera, cuidando no hacer ruido. Acababa de tener una idea peligrosa. Recordó que al brujo le gustaba sacar fotografías constantemente, por lo que era casi seguro que había traído su cámara. Estaría entre sus cosas, sin lugar a dudas. Recordó que Snape le había prohibido que entrara a su cuarto. Era una lástima. ¡Le encantaría verle la cara al brujo al revelar sus fotografías, y verse sentado con un ovillo de lana en las manos! Harry había llegado al segundo piso. Se detuvo frente a la puerta de su cuarto. Se dio media vuelta, y contempló la puerta del cuarto de Snape. ¿Se atrevería? El corazón comenzó a latirle con fuerza. Hacía meses que no sacaba a Snape de sus casillas. En realidad, no le había hecho nada desde el día en que Sirius había muerto. ¿Podría enojarse demasiado? Si, seguramente. Pero, si no se daba cuenta de inmediato, eso no ocurriría hasta que llegaran al colegio. Y la tentación era mucha… ¿Había algo de malo en una bromita?

–Una no es ninguna –se dijo a si mismo para darse ánimo y, decidido, abrió la puerta.

Ahí estaba la maleta de Snape, a los pies de la cama. Se acercó. Comprobó con alivio que no estaba protegida por ningún encantamiento. No se atrevía a hacer magia en esa casa. Podría tener problemas. Registró con cuidado, y ahí estaba. ¡La cámara de Snape! Revisó que tenía película, y cerró la maleta.

Bajó la escalera, cuidando de no meter ruido, y llegó a la puerta de la sala deseando que Snape no hubiese dejado el ovillo de lado. Se asomó, y sonrió. No sólo había dejado el ovillo de lado. ¡Estaba ayudando a la anciana a ovillar más lana! Ahí estaba el temido profesor de pociones, sentado junto a una anciana, con varios metros de lana dándole la vuelta a sus manos. ¡Perfecto!

Harry contuvo la respiración, y sacó la cámara que tenía oculta detrás de su espalda. Se asomó lo justo para alcanzar a tomar la foto. Y… lo consiguió. ¡Había sacado la fotografía sin que Snape se diera cuenta!

Estaba por volverse cuando sintió que alguien respiraba en su cuello, y tuvo que ahogar el grito. Se volvió de prisa, intentando ocultar la cámara detrás de su espalda. Allí parada estaba Edelmira, y lo miraba con aire calculador.

–Es idea mía, Harry, o te encuentro cara de culpable –le dijo con tono acusador.

–No es nada, por favor cállese –murmuró Harry, desesperado–. Déjeme subir y no le diga nada a Snape. ¡Por favor!

–Bueno –murmuró ella, bajando la voz también–. Te dejaré ir, con una condición.

Harry la miró suplicante, con cara de "haré lo que sea".

–Quiero una copia de esa foto que acabas de tomar –le dijo cerrándole un ojo.

Harry sonrió, y le hizo señas de que esperara. Subió lo más rápidamente que pudo la escalera, sin hacer ruido, y rápidamente dejó la cámara donde la había encontrado. Luego volvió al vestíbulo, pero Edelmira no estaba.

Se asomó donde estaban Snape y la anciana, temiendo que ya les hubiera ido con el cuento. Pero no, nada había cambiado en la sala. Se fue a la cocina, y ahí estaba Edelmira: sentada en la mesa picando porotos verdes.

–Gracias por no decir nada –le dijo Harry, sentándose frente a ella.

–¿Y? –pregunto ella divertida–. ¿Me vas a explicar qué estabas haciendo?

–Bueno… Me causó gracia ver a Snape ovillando lana con la señora Helena. Entonces subí a buscar su cámara, y le saqué una foto sin que se diera cuenta. Es una broma, solo eso. Y la verdad es que no sé si pueda conseguir una copia de la foto para usted. Snape no va a revelar el rollo sino hasta que estemos de vuelta en el colegio, y ahí probablemente va a romper la foto, para que nadie la vea y se burle de él.

–Está bien –le dijo Edelmira–. Si no puedes conseguirme una copia no hay problema.

Harry sonrió aliviado, y le dio las gracias.

–¿Le ayudo? –preguntó el chico, indicando los porotos verdes apilados en una fuente.

–¿Sabes hacerlo? –preguntó la señora, extrañada.

–Si. Aprendí en casa de unos tíos, con los que viví más de diez años.

Estuvieron picando porotos por un rato, en silencio. Harry no tenía muchos deseos ya de subir a repasar. La cocina estaba agradablemente calientita, y Edelmira comenzaba a caerle simpática.

–¿Siempre llamas "Snape" a Severus? –le preguntó Edelmira de pronto, rompiendo el silencio.

–Si. ¡Pero no delante de él! –explicó Harry–. Es que hace cinco años que es profesor mío, y todos lo llaman así cuando hablan de él. O sea, con "todos" me refiero a los alumnos.

–Pero es tu padrino, ¿no? –preguntó Edelmira.

–No. Es el hermano de mi padrino. Mi padrino se llamaba Sirius, pero murió a fines del año pasado, y Snape se quedó conmigo.

–Ah, entiendo. ¿Y cómo le dices cuando si estas delante de él? –insistió ella.

–Profesor, señor… eso –respondió Harry encogiéndose de hombros–. Así le he llamado siempre.

Edelmira lo contempló divertida.

–¿O sea que nunca lo llamas por su primer nombre?

–¡No! –se rió Harry–. Yo creo que se muere si se me ocurre llamarlo Severus. O más bien: me muero yo. Porque es seguro que me mata…

–¿Tanto así? –preguntó Edelmira, sorprendida.

–Si, créame: tanto así –respondió Harry riendo.

(corte)

Cuando eran casi las nueve de la noche, Harry volvió a su cuarto. Acababan de cenar, y sentía que no podría volver a comer en semanas. Sacó sus libros, sus notas, y el horario que Hermione le había entregado. ¡No había hecho nada de lo que decía que tenía que hacer ese día! Al final, se había pasado toda la tarde charlando con Edelmira, y ayudándola con la cena. Y ahora tenía que decidir si dormir, o intentar avanzar algo en la materia del primer trimestre de Encantamientos y Cuidado de las Criaturas Mágicas. Se imaginó a Hermione parada frente a él, con el ceño fruncido y las manos en la cintura. Se imaginó diciéndole a Hagrid que había fallado en su ramo. Y se resignó. Tomó las notas de las clases de Hagrid, y comenzó a leerlas desde el día uno…

(corte)

Snape subió la escalera. Eran recién las diez y cuarto, y ya estaba muerto de sueño. Se estiró, frente a la puerta de su cuarto, y recordó que no había visto a Harry desde la cena. Tocó la puerta, pero nadie contestó. La abrió, y suspiró. Ahí estaba el muchacho, dormido sobre la cama, con ropa y zapatos, sobre lo que parecían ser apuntes del colegio. Se acercó, y le remeció un hombro.

–Harry… ¡Despierta! –le dijo, no muy fuerte.

El chico abrió los ojos con sueño, y se sentó en la cama.

–¿Qué pasa? –preguntó.

–Eso es , precisamente, lo que quiero saber –dijo Snape algo molesto.

De pronto, Harry recordó lo de la cámara fotográfica, y se preguntó si el brujo se habría dado cuenta y venía a retarlo. Lo miró con miedo.

Snape se sorprendió por la cara del chico, y frunció el ceño. Conocía esa cara…

–¿Algún problema de conciencia, Señor Potter? –preguntó serio, levantando las cejas.

–No… ninguno –respondió Harry rápidamente, y decidió cambiar de tema–. Estaba estudiando, y debí quedarme dormido.

Snape no estaba muy convencido, pero no se imaginaba ninguna tontería que el chico pudiera haber hecho. Decidió creerle.

–Eso me parece evidente –le respondió sonriendo, e indicando una gran mancha de saliva que había dejado borroso lo escrito en un pergamino.

–¡Maldita sea…! –murmuró Harry, al darse cuenta de la embarrada que eran ahora sus apuntes de Cuidado de Criaturas Mágicas, babeados y arrugados.

Snape lo ayudó a ordenar los apuntes, y se los dejó como nuevos con un par de hechizos. Harry le dio las gracias, y Snape se fue tras desearle buenas noches y recomendarle que se acostara temprano.

Harry le hizo caso: estaba muerto de sueño.

(corte)

Y así pasó la semana, en casa de la señora Helena Hartmann. Entre opíparas comidas, y tardes conversando de cualquier cosa con Edelmira. Harry notó que la veterana buscaba siempre la compañía de Snape, pero a él lo dejaba en paz. ¡Al principio había temido que también le pidiera que le ayudara con sus labores! Edelmira, en cambio, le había tomado cariño a Harry. La señora se portó siempre muy cariñosa con él, y se alegraba siempre que Harry bajaba a ayudarle y a hacerle compañía.

Durante la semana, habían salido sólo una vez de la casa. El miércoles, por la mañana, Snape lo había despertado temprano diciéndole que se vistiera para salir. Y habían ido al cementerio, a visitar la tumba de la familia. Harry no estaba particularmente interesado en la visita, pero acompañó a Snape y las señoras de todos modos. Cuando estaban frente a la tumba del padre de Snape y Sirius, Harry recordó lo del cráneo que Snape había estado desenterrando aquella fatídica mañana. Apenas se encontraron fuera del alcance auditivo de las dos mujeres, le preguntó:

–Profesor… ¿Puedo hacerle una pregunta?

–Si. ¿Qué pasa? –preguntó Snape.

–¿De quién era el cráneo que estaba desenterrando en el bosque de Santa Gloria?

Snape lo quedó mirando, preguntándose si el chico podría ser tan entrometido. Pero, tras comprobar que ni su tía–abuela ni Edelmira estaban cerca, respondió:

–De mi madre, Harry.

–¿Y por qué lo estaba desenterrando? –preguntó Harry, con curiosidad.

–Porque quería trasladarla, y dejarla junto a mi padre –contestó Snape.

–Pero ese día no alcanzó –comentó Harry.

Snape soltó una risa amarga.

–No, ese día cambiaste completamente mis planes.

–¿Entonces no los trasladó? –preguntó Harry con pesar.

–No. No volví a ese lugar.

–Lo siento… –murmuró Harry, algo triste.

Snape se encogió de hombros.

–Fue mejor así. Lo pensé mejor, y voy a intentar hacerlo de un modo mas ortodoxo… Avisando a la familia de ella, y todo eso. Ellos querrán saber también qué fue de ella.

–¿La familia de Viktor Krum, verdad? –preguntó Harry, a pesar de que ya sabía.

–Si. La familia que conoció la señorita Granger el verano pasado –contestó Snape con algo de nostalgia.

–¿También los vamos a ir a visitar a ellos? –quiso saber Harry.

–En algún momento, supongo –respondió el brujo, con la mirada perdida–. Pero todavía no los contacto. De hecho, tampoco he intentado contactar a mi abuela.

–¿Cuál de las dos?

–La paterna, Harry –aclaró Snape–. La cuñada de la señora Helena.

–Ah. ¿Y cuando los contacte, me va a llevar también a conocerlos?

–Si, supongo que si –contestó Snape.

–¿Iremos en el verano? –preguntó Harry con entusiasmo.

–No lo sé. No tengo nada planeado para el verano –explicó el brujo. Luego se rió, y agregó–: lo único que te puedo adelantar, es que volveremos a pasar un tiempo aquí. ¡Helena no me perdonaría si no venimos!

–Si, supongo… –se rió Harry.

Y, después de esa salida, se habían quedado en la casa el resto de la semana.

El domingo que tenían que partir, Harry se levantó como de costumbre. Abajo lo esperaba una sorpresa. La señora Helena se abalanzó sobre él apenas lo vio, y prácticamente lo arrastró al patio de atrás.

–Ya, Harry –le dijo soltándolo en medio de la terraza–. No vas a volver a entrar a la casa hasta que hayas encontrado todos los huevitos de chocolate que escondimos para ti.

Harry se sorprendió. No recordaba haber buscado huevitos de chocolate en toda su vida. Los únicos que había recibido habían sido los que la señora Weasley le había enviado, en años anteriores. Iba a ponerse a buscar, cuando la anciana hizo una divertida aclaración:

–Los tuyos son los rojos, Harry. Si encuentras uno azul lo dejas donde mismo, para que los busque Severus.

–Está bien –respondió conteniendo la risa. Snape buscando huevitos de chocolate… De todo se ve en esta vida. ¡Eso tenía que verlo!

Había encontrado 17 huevos, y la anciana acababa de informarle que le quedaban otros 8 por encontrar, cuando Snape apareció en la terraza. Harry lo quedó mirando, mientras la anciana le explicaba a su niño que tenía 25 huevos azules por encontrar antes de tomar desayuno. ¡No pensaba perderse el espectáculo! Snape quedó mirando a la anciana con cara de "antes muerto". Harry soltó una carcajada. ¡Era demasiado bueno!

Snape quedó mirando a Harry. Sacó su varita, y de un Accio huevitos azules ya tenía los 25 huevos en sus manos.

–¡Eso es trampa! –reclamó Harry–. ¡Yo los tuve que buscar a mano!

Snape se encogió de hombros, burlonamente, y se sentó en una silla de playa a observarlo. Comenzó a comerse sus huevitos riendo, mientras la señora Hartmann le recordaba a Harry que le quedaban todavía ocho huevos por encontrar.

En resumen, concluyó Harry cuando esa noche llegaron al castillo: fueron unas vacaciones interesantes. No había estudiado todo lo que había planeado, pero lo había pasado bien. Y de los TIMOS ya se preocuparía más tarde. Total, todavía le quedaban casi dos meses enteros para que llegara junio.