Capítulo 56 Sobre la confianza, los talleres, y el futuro
Draco se animó bastante cuando entró a cenar al gran comedor, y vio a Harry ya sentado en la mesa de Gryffindor. ¡Lo había extrañado! Tenía deseos de ir a sentarse a su lado, pero su amigo se encontraba rodeado por su amigos. Iba a resignarse a tener que esperar hasta el otro día, cuando notó que Harry levantó la vista y, sonriendo, le hizo señas de que se acercara. Draco dudó unos segundos, pero finalmente se encogió de hombros. Hace mucho que ya no había nada que ocultar. Todo el mundo sabía que eran amigos.
Harry se hizo a un lado en el banco, para dejarle espacio entre él y Neville. Draco se sentó, contento a pesar de la atención que estaba acaparando. Los Gryffindor que se encontraban cerca lo saludaron, simulando que no pasaba nada. Sólo Weasley optó por ignorarlo.
–¿Qué tal tus vacaciones? –preguntó Draco con curiosidad.
Hermione se largó a reír.
–Es inútil, Malfoy… –explicó la muchacha–. Llevamos casi una hora intentando que nos cuente algo, pero no va a soltar nada.
–Es que no hay nada que les concierna –explicó Harry, encogiéndose de hombros–. Además, no quieren que Snape me mate. ¿Verdad?
Todos rieron, y miraron en dirección a la mesa de profesores. Snape notó que el grupo de alumnos lo miraba. ¿Se estaban burlando de él? ¿Y hasta Draco Malfoy estaba sentado con ellos?
–¡Oh no! –murmuró Neville, nervioso, al ver que el temido profesor de pociones se ponía de pie, y se acercaba a ellos con cara de pocos amigos.
–Uh… Problemas –comentó Ron.
Snape se paró frente a Harry. Todos esperaban que su amigo se pusiera nervioso, pero no. Harry lo miró, impávido.
–¿Algo que decirme, Potter? –dijo, ligeramente amenazante.
–Nada Profesor. Ni a ellos tampoco, de hecho –aclaró con calma, indicando a sus amigos.
–Si profesor –agregó Hermione, para salir en su ayuda–. Dice que su segundo nombre es tumba.
Snape y Harry se miraron a los ojos por unos segundos, y el brujo pareció satisfecho.
–Eso espero –dijo. Luego miró a Draco, algo molesto. Iba a agregar algo, pero el chico lo interrumpió.
–Le pregunté al profesor Dumbledore –aclaró Draco–. No hay ninguna regla que me impida sentarme aquí.
Snape frunció el ceño y, dándose por vencido, dio media vuelta y volvió a la mesa de profesores.
(corte)
Harry acababa de sentarse a tomar desayuno, el martes por la mañana, cuando vio que Snape se acercaba a él, y parecía furioso.
–Potter, acompáñame –dijo sin dar lugar a réplica.
Harry se puso un poco nervioso, al verlo tan enojado. Se puso de pie y lo siguió, ante las miradas alarmadas de Ron y Hermione.
El brujo lo condujo hasta su despacho sin decir una sola palabra. Abrió la puerta, y prácticamente lo empujó para que entrara. Harry lo quedó mirando, asustado. Snape no acostumbraba tratarlo así. Se quedó parado, mirando como el brujo cerraba la puerta con un hechizo, y ponía otro hechizo insonorizador en toda la pared.
Antes de que Harry lograra reponerse, el brujo lo agarró de un brazo, y lo arrastró hasta su escritorio, obligándolo a sentarse. Mientras el brujo iba a sentarse a su silla, Harry notó que en la mesa había unas fotos, y de pronto se dio cuenta de la razón por la que Snape estaba tan enojado. ¡Había olvidado la broma de la foto, en casa de la señora Hartmann! Miró a Snape, y tragó saliva. Tal vez no había sido una buena idea hacerle esa broma.
–¿Sabes lo que significa esto, Potter? –preguntó Snape, indicando una foto en particular.
Harry sintió una desagradable sensación en el estómago. Lo acababa de llamar Potter en tono de enojo, en circunstancias que estaban solos. Eso no ocurría prácticamente nunca, desde que había reclamado su custodia.
–Era una broma –murmuró Harry, bajando la vista. Se concentró en respirar con calma, porque sintió que unas lágrimas amenazaban con escaparse.
–¿Una broma? –preguntó Snape, con frialdad.
Harry asintió con la cabeza.
–¡Te metiste a mi cuarto, en casa de Helena, sabiendo que te lo había prohibido! Y abriste mi maleta, sabiendo que te tengo prohibido meterte en mis cosas. Y tomaste mi cámara, sabiendo que no te permito tomar mis cosas a menos que me las pidas. Y me sacaste una foto. Y estoy seguro de que lo hiciste escondido, porque sabías que yo no lo aprobaría.
–Era una broma –insistió Harry, sin levantar la vista.
–Mírame cuando te hablo –ordenó Snape.
Harry levantó la vista. Snape notó que tenía los ojos rojos.
–No debí haberlo hecho. Lo siento –murmuró Harry.
–¿Cuántas veces has dicho eso en lo que va del año, Harry? –le preguntó Snape con frialdad, pero cuidando de no llamarlo por el apellido de su padre nuevamente.
–No lo sé.
–¿Cuantas?
–Muchas. Demasiadas, supongo –concedió Harry.
–¿Te lo advertí o no te lo advertí, Harry?
Harry no respondió, y volvió a bajar la vista.
–Mírame a la cara y respóndeme, Harry –insistió el brujo–. ¿Te advertí o no te advertí que ya no toleraría más desobediencias ni faltas de respeto?
–Si, lo hizo –respondió Harry, asustado–. ¡Pero no lo hice con mala intención! Cuando lo ví ovillando lana con la señora Helena, me pareció demasiado memorable. Y yo no había llevado mi cámara… Y entonces recordé que usted nunca se separa de la suya. No era mi intención entrometerme en sus cosas, ni violar su privacidad. Sólo quería usar su cámara un momento. Fue la única vez que entré en su cuarto, o que toqué sus cosas siquiera. ¡Se lo juro!
Snape lo quedó mirando, sin ablandarse por la explicación.
–Es que ese no es el punto Harry. Cualquiera que haya sido tu intención, debiste saber que lo que estabas haciendo estaba mal. Si no me equivoco, fue ese mismo día que te había dicho que no aceptaría que te metieras en mi cuarto, o en mis cosas.
–Si, señor –respondió Harry, resignado.
–¿Recuerdas lo que te pasó la última vez que quemaste hongos, sabiendo que te lo habían prohibido?
Harry se puso colorado, y lo miró alarmado.
–¿Necesitas que te lo recuerde? –insistió el brujo.
–No. Por favor no… –le pidió Harry.
–¿Piensas que ese sería un castigo apropiado?
–No… No sé… –contestó el chico, angustiado–. Por favor perdóneme. No lo voy a volver a hacer.
Snape no contestó, pero abrió un cajón y sacó una carta. Se la pasó a Harry, quien la reconoció de inmediato. Era la carta que le había escrito meses antes, cuando le había pedido que lo perdonara para poder volver a Gryffindor. Harry se la devolvió. Estaba conciente de que no era la primera vez que pedía perdón por lo mismo, y que prometía que no lo volvería a hacer.
–¿Y? ¿Qué piensas ahora? –preguntó Snape, tomando la carta y volviendo a guardarla.
Harry se sentía muy incómodo, pero respondió de todos modos.
–Creo que lo que hice esta vez es menos grave que lo de los hongos ¿no? –sugirió esperanzado.
–¿No te parece grave violar mi privacidad en forma reiterada? –preguntó Snape en tono frío.
Harry no supo qué contestar. Pero Snape lo miraba, y claramente esperaba una respuesta.
–Si. Lo es –reconoció Harry, finalmente.
Snape suspiró.
–Vamos a olvidar el pasado, Harry. Voy a considerar que esta es tu primera falta grave, desde que estás conmigo. Y espero que sea la última. Y, por ser la primera vez, no voy a ser tan duro contigo. Pero, si vuelves a desobedecerme, o a faltarme el respeto: date por advertido. ¿Entendido?
–Si, señor –contestó Harry, muy aliviado. Se sentía bastante avergonzado, ante el castigo que por poco le cae encima.
–No te alivies tanto, que no hemos terminado –aclaró el brujo–. Desde mañana, y por el resto de la semana, vas a venir a mi oficina a las siete de la mañana. Y te vas a quedar hasta las ocho escribiendo "Prometo que no volveré a desobedecer ni a faltar el respeto al profesor Snape". ¿Estamos de acuerdo?
–Si señor.
Bueno, entonces puedes irte.
Harry se puso de pie, feliz de que la reunión por fin hubiese terminado. Y, cuando cerró la puerta detrás de él, se juró a si mismo que no volvería a hacer nada para provocar al brujo de nuevo.
(corte)
Harry tomó el rumbo de la sala de transformaciones. Ya no alcanzaba a volver a tomar desayuno. El día había comenzado muy mal, pero se consoló pensando que más tarde tenía dos horas de defensa, con Lupin y con Draco, y que tendría toda la tarde libre. Procuraría relajarse. La entrevista con Snape lo había dejado bastante tenso.
Ron y Hermione llegaron frente al aula poco después que él. Lo miraron preocupados, y le pasaron dos panes repletos de huevos revueltos que le habían preparado, al ver que no volvería.
–¿Qué quería Snape? –preguntó Ron, alarmado.
Harry se concentró en poner un aire natural y despreocupado.
–Sólo quería hablar conmigo, sobre algo que pasó hace tiempo. Nada grave.
–Menos mal –contestó Hermione–. Tenía tan mala cara cuando te fue a buscar…
Harry se encogió de hombros.
–¿Tiene Snape, habitualmente, buena cara? –razonó Harry.
Sus amigos se rieron.
–No, supongo que no –contestó Ron.
Y Harry estuvo contento, porque sus amigos no volvieron a mencionar el tema por el resto del día.
(corte)
La semana pasó sin más problemas. Ron le preguntó a Harry, al día siguiente en el desayuno, porqué se había levantado tan temprano. Harry le contestó, sencillamente, "estaba con Snape". Ron no se extrañó demasiado, y el tema no se volvió a mencionar.
Llegó el último partido de quidditch de la temporada: Slytherin contra Ravenclaw. Harry se consoló pensando, un poco egoístamente, que Gryffindor no había llegado a la final sin él. Sabía que era un pensamiento bajo, pero todavía sentía algo de resentimiento cuando Antón se cruzaba en su campo visual. Estaba conciente de que no era culpa del chico que a él lo hubiesen sacado del equipo, pero no podía evitarlo. Para él, Antoncito estaba ocupando el lugar que a Harry legítimamente le correspondía.
Finalmente, ganó Slytherin el torneo, y la copa de las casas. Dentro de su amargura, Harry prefirió alegrarse por Draco y por Snape.
El final de los talleres trajo bastantes distracciones al final del año. Se organizó un torneo de ajedrez que duró todo un fin de semana, que terminó con un Ravenclaw de séptimo año como ganador. Ron estaba consternado, y se pasó días repasando el partido final que lo había dejado con tan solo el segundo lugar. Hermione terminó tan exasperada, que terminó amenazándolo con obligarlo a tragarse su tablero si volvía a mencionar la palabra ajedrez delante de ella.
La exposición de fotografía que organizaron con Snape superó todas las expectativas de sus ocho alumnos. Fue visitada por prácticamente todo el colegio, y al final se comentaba que, si el taller volvía a abrirse el año siguiente, tendría varias decenas de alumnos. Las fotografías eran de lo más variadas. Entre los ocho, habían hecho una selección de las más interesantes que encontraron en la bodega. Pasaron horas muy entretenidas revisando los años de fotos acumuladas que había. Draco y Harry fueron los que lo pasaron probablemente mejor, siendo un lugar que les traía muchos recuerdos. En la exposición pusieron también las fotos que habían sacado antes del taller, y a lo largo de este. Hermione fue la primera en reconocer que estas últimas eral muchísimo más interesantes que las primeras.
El más emocionado con la presentación que hizo el coro del profesor Flitwick fue el director Dumbledore. Felicitó emocionado a los casi treinta chicos y chicas que lo habían integrado, y la profesora McGonagall tuvo que intervenir para impedir que le otorgara una medalla a cada uno de ellos por "servicios especiales al colegio".
La obra de teatro que prepararon los alumnos del taller de la profesora McGonagall no fue lo que todos esperaban. A Harry, en particular, no le hizo demasiada gracia. La historia, una "creación colectiva", era un conjunto de hechos que habían ocurrido en el colegio en los últimos años, y el personaje "Harry Potter" era el protagonista de más de la mistad de ellos. Harry tuvo que aguantarse la vergüenza, cuando un chico de primero, con una gran peluca negra enmarañada, y unas gafas ridículamente grandes, salió por primera vez al escenario personificándolo. Toda la sala se dio vuelta a mirarlo, riendo. Pero, a parte de eso, fue divertida. Todos rieron particularmente cuando dos alumnos, personificando a un trol, se enredaron en el disfraz, haciendo caer parte de la escenografía. La profesora McGonagall estaba colorada, pero les hizo signos para que continuaran como si nada hubiera ocurrido. ¡Hasta Draco Malfoy tuvo derecho a una escena! Un desfigurado "Profesor Moody" apuntó a otro chico disfrazado de hurón, que sacó carcajadas a todos al saltar como loco por todo el escenario. Harry temió, por un momento, que tuvieran el mal gusto de hacer alguna broma con la muerte de Cedric Diggory. Pero no lo hicieron. De hecho, al final de la obra, Cho Chang subió al escenario, dio un monólogo sobre su difunto novio y lo buen hijo, amigo, compañero, alumno y novio que había sido, y la sala entera guardó un minuto entero de silencio en conmemoración suya, antes de explotar en aplausos. Voldemort no fue mencionado, y Harry prefirió que así fuera.
La exposición de pintura de los alumnos del taller de la profesora Sinistra fue… siniestra. Aunque nadie lo dijo abiertamente, la cara de la mayoría al salir del corredor en el que se exponían los cuadros expresaba lo mismo: el talento para la pintura no abundaba en Hogwarts.
Otro taller que no tuvo el éxito que todos esperaban fue el de perfumes. Fueron pocos los que se atrevieron a entrar a la gran sala en la que las 53 chicas tenían expuestas sus "creaciones". La mezcla de olores era tal, que la mayoría desistía de entrar metros antes de llegar a la puerta.
La presentación del taller de Hagrid se tuvo que llevar a cabo en el jardín. Ahí se lucieron toda clase de plantas y hortalizas, algunas más convencionales que otras. Acaparó particularmente la atención un híbrido creado durante el taller, una especie de repollo gigante, cuyas hojas sabían y olían como la menta. Hasta Snape observó el espécimen con interés, y decidió evaluar sus potencialidades en la preparación de pociones.
Los talleres de Excursionismo y de Primeros Auxilios no tuvieron presentación final, aunque ambos produjeron sendos manuales, escritos por los alumnos, que quedaron en la biblioteca para que el que quisiera los fuera a consultar. El de excursionismo produjo, además, un diario de vida que contaba las vivencias y anécdotas de sus alumnos a lo largo del año. Este último tuvo bastante más éxito que los manuales.
El taller de cocina se lució también una noche, con un festín que la mayoría disfrutó. Sus 10 alumnos recibieron calurosas felicitaciones, y hasta Draco reconoció que estaba tentado de tomar ese el próximo año. "Puede servirme para el bar que voy a abrir cuando salga de aquí" le confesó a Harry.
Y, finalmente, llegó la semana de los TIMOS. Aquella semana marcada en rojo, en los calendarios y agendas de todos los de quinto. La mayoría estaba estresada. Harry estuvo tentado de arriesgarlo todo por quemar unos hongos, para que el humo le soltara por un rato el nudo que traía en el estómago. Pero recordó la amenaza de Snape, y decidió que prefería aguantarse el nudo en el estómago.
Pasaron los exámenes. A pesar de los nervios, Harry salió más o menos seguro de que no le había ido mal. No se hacía ilusiones con Adivinación, pero en todo el resto era razonable asumir que lo aprobarían. Probablemente sus notas no serían tan espectaculares como las de Hermione, pero ni soñaba con llegar al nivel de su amiga. Hermione… era Hermione.
Se guardaron los libros, las plumas y los pergaminos. Las mascotas volvieron a sus jaulas, y los baúles y mochilas se apilaron a la entrada del castillo.
Snape decidió acompañar a Harry hasta la casa de su tía abuela, para dejarlo ahí por un par de días, antes de volver a reunirse con él para pasar las vacaciones. Snape tendría que volver al colegio por asuntos administrativos, pero a Harry eso no le molestaba demasiado. Aunque sólo había vivido con las señoras por una semana, ya las sentía como "familia". Ambas le habían escrito con frecuencia, amenazándolo con las penas del infierno si se le ocurría no volver a pasar con ellas las vacaciones de verano.
Al cruzar la reja coronada por cerdos alados del colegio, Harry se volvió a mirar el castillo. Snape se detuvo a su lado. Harry se rió.
–Espero que este verano sea menos complicado –rogó al cielo.
–Más te vale Potter –contestó Snape con fingida seriedad–. Más te vale…
(FIN)
