CAPÍTULO 2
ALDEBARAN
Aldebaran nunca había trabajado en su vida, pues se había pasado toda la infancia en el gimnasio de una favela de Rio de Janeiro, aprendiendo con su maestro las técnicas para ser un gran caballero de Atenea.
Y ahora estaba sin curro y sin dinero, porque los caballeros de Atenea cobraban una miseria y él se lo gastaba todo en su vicio por coleccionar artículos relacionados con su equipo de fútbol favorito: el Palmeiras. Así pues, decidió que era hora de empezar a cumplir su sueño: ser cantautor. Sí, cantautor, como su ídolo Carlinhos Brown. Así que pilló unos bongos que corrían por el templo de Tauro, llamó a Camus para que lo acompañara a la guitarra, y formaron un dúo que se llamaba "Os Caballeiros mais sambeiros". Con lo que Camus había ahorrado, se fueron a tocar por las calles, baruchos, cabarets de mala muerte y gay-clubs de París (el lugar donde nació Camus).
La cosa resultó: al cabo de tres meses ya se habían hecho lo suficientemente famosos coma para que los gendarmes no los echaran de los vagones del Metro cada vez que tocaban "Oh, Balançé Balançé" para ganarse unos eurillos extra.
En esta tesitura, Camus, quien preferia la frialdad del cool jazz a el calor de la samba abandonó el dúo y se retiró a Suiza a hacer esto lo vereis en el capítulo dedicado explícitamente a Camus.
Solo y desamparado, Aldebaran cambió de estilo e intentó hacerse famoso en la música melódica cantando "El Gato que Está Triste y Azul" en el techo del Sacre Coeur. Gracias a su Gran Cuerno se pudo librar de los polis que iban a por él por cantar sin permiso y encima tan mal las canciones ya de por si malas de Roberto Carlos. Por desgracia también se cargó la famosa iglesia, y se tuvo que ir pitando para Andorra, donde Shura tenia un pisito… Pero Shura se encontraba buscando setas con su cabra Jacinta y se había perdido, por lo que no pudo volver a casa, y Aldebarán se tuvo que ir a vivir a un cajero automático del Banc Andorrà de Crèdit y dormir con cartones… Y con sus bongos, claro.
Un dia de lluvia, el torete brasileño se dijo: "Y si me monto una bazucada, qua aquí dicen que la fiesta de Brasil gusta mucho?". Dicho y hecho: a las cuatro de la mañana se puso a tocar los bongos en medio de la calle principal de Andorra la Vella. Fue un exitazo, pues con lo que le llegaron a lanzar, entre monedas, muebles, abuelos con sus mecedoras, tomates en lata, aparatos electrónicos, quesos, piedras, un cartel del McDonald's y hasta un ciclomotor, el tío se pudo montar una casita y abrir un negocio de venta de bongos al por mayor. Y allí sigue, dando la tabarra con los bongos por los Pirineos. Hace poco se ha casado con una vaca frisona que conoció en una estación de esquí. Deseemos que sean felices.
