Todo esto pertenece a J.K. Rowling.
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Capítulo XI.
El Traje del Rey.
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Ocasión Irrelevante. Entres las 3:00 y las 6:00 A.M.
Calcúlese mal la hora, o pongan que así sea, si bien puede ser una de más, o quince horas de menos; aquellos puntos no están concisos cuando se entra en una habitación soberbia y desecha, en un lugar donde no corre tiempo, quedando colapsado en recuerdos, tocándose en su tacto los felices y tristes momentos que fue cuna a ver en sus maravillosos días, como si recelase para siempre tenerlos con ella, amenazando con su pesadez al desventurado que intenta romper la frágil monotonía.
Muebles, cortinas, telas y encajes colgadas desde las altas y polvorientos percheros, junto a los armarios cubiertos de latón, espejos y mesitas de cristal con rubíes, quizá elegante en algunos otros tiempos, iluminados, tal vez, con el gigantesco candelabro de cristal colgada apacible en la cúpula.
Parecía como si fuese la sala digna de una elegante y refininísima reina amante de los azules turquesa y celeste, teniendo como diversión alguna que otra fiesta de té en la rechoncha mesa de cedro, con su juego de cubiertos de marfil.
Antes, esa majestuosa sala debió ser la de mayor calidad y belleza de su tiempo. Ahora, esa majestuosa sala era despojada de su encanto, en la total tiniebla. La luz plateada de la varita era la única que rompía parte de la terciopelada oscuridad, intensificándola de curiosa manera, al rebotar ante los adornos y espejos, profundizando aun más aquel inciso.
Se abría hacia delante, consiente que a cada movimiento removía con suavidad las capas de polvos que flotaban por el aire, que interpretaba una débil pero molesta barrera a todo ser que intentara internarse a las habitaciones continuas sin cita previa de la Ama, que esperaba pacientemente a su hombre en el vestido nupcial, arreglándose el pelo frente al tocador, aun consiente de faltar una semana para la boda.
Tres habitaciones, puestas en la derecha, en el centro e izquierdo, cada tal cual amplia y bonita, tal como un antiguo baño en desuso tapizado de placas de mármol y satín, o cierto pasillo en la zona izquierda que comunicaba a sectores más oscuros, la de sus camaristas, estudiantes favoritas o la habitación secreta exclusiva para el amante.
No pudo evitar sentir una sensación fría, que lo paralizó al instante, al tocar la última y pulcra puerta enorme del centro, más al fondo que ningún otra, teniendo como emblema un grabado en oro la silueta de un águila, un águila que aterrizaba con delicadeza con las garras extendidas, demostrando su poder y su suavidad a la vez.
La habitación era amplia, no tanto como la otra, más reservada, pero descaradamente preciosa, la camita de dosel en su centro, sus roperos y tocadores, como infinidad de cosas más, varias tapadas con sábanas, muy a las esquinas.
Sirius caminó hasta el centro de la recámara, mientras tocaba con su mano libre de varita una esquina de la cama, sentándose al margen del colchón, que se hundió con un ruidoso clang, gimiente, luego de tanto desuso.
Golpeó la suave cama, levantando mucho polvo. Dobló la mirada, enfocando un gigantesco cristal sobre un tocador dorado que brillaba al paz con la varita.
Talcos hechos cenizas, hojas de pergamino quebradizas, plumas, lociones y cosméticos hechos a perder era lo que había. Levantó un broche, mientras se lo acercaba a la cara, cuando notó una leve escritura sobre la esquina.
R o w e n aSintió tanta impresión que se rompió el silencio al chocar el broche contra el piso. Sirius, ahora más activo y sorprendido, volvió a observar al rededor.
No había duda. Estaba en la antigua habitación de Rowena Ravenclaw.
Se logró sentar en la sillita frente al tocador, mientras se llevaba una mano a la boca, aun sorprendido de su descubrimiento. Debía ser el primero, en siglos, en entrar en aquél lugar. Puso su varita encendida al lado de él, mientras inclinaba su cabeza al frente. ¿Dónde fue a parar? No se molestó en apartar el pelo negro que con natural elegancia caía sobre los hombros. Suspiró profundamente.
Con la luz de la varita, las hojas de pergamino quebradizo dieron un toque de brillo entre la fina tinta, que tenía algo inscripto en letras en un idioma perdido entre el latín y el inglés rumano. Deslizó todas las hojas más cerca de él, con un suave hechizo para evitar tocarlas porque seguro se deshacían entre sus dedos por lo viejo que estaban.
Suerte había estudiado Rumas Antiguas y Clase de Latín en sus años de estudiante. Por lo que pudo distinguir, no con cierta facilidad, estás palabras:
El día de la boda será en este mes. Todos los alumnos, amigos, magos y muggles de la zona aceptaron nuestras invitaciones. Me he encargado, personalmente, en pedir reservaciones de antiguos elfos floristas de la litoral norteña azucenas maduras crecientes en sus reserva mágicas. Comida, subministradas por la querida Helga, y gran variedad de papel y sillas en un precioso claro del bosque frente al lago de nuestra institución, cortesía de Salazar. No pudo evitar fruncir el ceño a la mención de mi futuro esposo que tenía ganas de meter a muggles a los jardines del castillo.
Oh... cuanto he soñado este día, mi querido y soñado día, yo, en traje nupcial, caminando hasta el brazo de mi Rey y Gran Amor, con las veelas entonando sus canciones y los violines de las sirenas asomándose sobre los dragones marinos, tomándonos de las manos, jurándonos fidelidad para siempre...
Sirius parpadeó. Nunca se había enterado de que Ravenclaw aviase casado con alguien en su vida. No figuraba esa historia en ningún sentido en las crónicas de Hogwarts. Intentó hacer memoria, de la antiguas clases con el señor Binns. Nada útil, realmente. No siguió leyendo esa hoja. Según la fecha, con aquellos signos rumánticos en la cabecera derecha, se habían escritos a principios del mes de marzo, pero varias hojas estaban hechas cenizas, con la textura de una esponja reseca o rotas en su totalidad. Agitó su varita, viendo fechas y fechas en las hojas que, en realidad, las únicas que servían eran sólo cuatro. La más cercana al segundo de marzo era el décimo tercero.
La boda, por ciertos sucesos, ha sido retrasada algunas cuantas semanas. Nada de que preocuparse, me comenta Helga, cuando le tiré mi objeción esta tarde. Problemas rutinarios entre amigos. Ya sabes cómo es Godric...
Lamentablemente.
Y lo sé perfectamente. Mi amor es un completo cabezadura en eso de elecciones...
— ¿Rowena Ravenclaw y Godric Gryffindor se iban a casar?
Sirius exclamó, viendo escépticos los papeles. No era posible ¡Nunca se había enterado de ese echo! Pero claramente, recordaba haber leído en alguna parte, parece que en la biblioteca cuando hace años, en quinto, acompañó a Remus para que terminase su tarea de Historia de la Magia y Trasfiguraciones, él, por estar requete aburrido pues James tenía su varicela y Peter de tos, tomó un libro y lo hojeó, recordando que ahí, leyó que los cuatros fundadores eran solteros, o si bien, se sabía que lo eran.
¿Y entonces por qué ponía Rowena, en una especie de memorando, su preparación antes de la boda?
Décimo Tercer día de marzo.
Mi rey me preocupa. Ha estado aludiéndome estos días, sin siquiera levantarme la mirada. Algo tiene sujeto. No soy estúpida. Lo noto en sus ademanes, en su tono de voz, cuando le hago visitas a su habitación... encuentra una forma de eludirme. Hoy, una estudiante que ha estado con nosotros desde hace años, al inaugurar la escuela (que todavía está en construcción la sección sur este y sur, como los baños del segundo piso); algo le pasa, y no me quiere decir ¿Qué será? Por primera vez, lo digo, no tengo ni idea. Me preocupa. Y ni mi pequeña prima, 'la Dama Gris' (el pseudónimo que se ha puesto, por su inusual pelo plateado producto a una poción que le tiraron encima) me ha salvado de consuelos.
Le he hecho decir, gracias a mi pequeña prima de siete años, que cuando vea al señor Gryffindor venga a mi habitación, pues le he confeccionado un vestido (donde Helga me ha ayudado con gentileza) tipo traje de gala para el baile después de la boda. Aquello de 'Rey' es sólo el sobrenombre que le he puesto a mi amado, pero me dio gracia, ya que Helga, en son de mofa, lo hizo con la silueta como si de un verdadero Traje de Rey se tratase.
Lo tengo guardado, como todos los trajes de gala que tengo, en el armario blanco a ocho pasos de la silla ratona de la cama. No lo he tocado. Quiero que él lo vea. Lo vea cuando ocurra el baile.
Para mi futuro rey.
— Ella era una autentica enamorada —reflexionó Sirius, luego de un par de minutos. Buscó más páginas del memorando, pero eran cuentas, listas de estudiantes y cosas que no interesaban. Golpeó el tocador, realmente deseoso de saber la historia. Se reclinó en la silla, y puso el peso de la espalda en la cabecera.
¿Qué pudo haber pasado en ese entonces? De alguna manera u otra, Godric Gryffindor no se casó con Ravenclaw, puesto que no tenía conocimientos de ese suceso, que debió de sobrevivir al menos hasta esa fecha, pero ¿qué pudo haber pasado, y qué pasó después? Como lo relata Rowena, había todo un mundo aparte, que traía de alguna manera un tanto extraña a su prometido. Frunció el ceño, viendo su reflejo en el sucio espejo frente a él.
Y desde el reflejo, observó de igual manera, a su lado izquierdo, un armario ladeado, de un enfermizo color grisáceo pálido. Cogió la varita y caminó tranquilo hasta quedarse enfrente.
El traje de Rey de su amado lo guardó en este armario...
Jaló de la perilla, y la perilla y puerta se vino abajo. Polillas... tosió varias veces mientras alejaba con la varita el polvo. Abrió los ojos, algo resecos y picosos, enfocando su visión a una silueta blanca en la esquina inferior del mueble, debajo de varias faldas y vestidos, de colores azules, casi todos comidos por la edad.
Golpeó con la punta de la varita la bolsa blanca, para comprobar si era seguro. Estiró los brazos, y, arrodillado, puso la caja de cartón envuelta por la bolsa a un lado, retirando capa por capa hasta toparse con una cubierta de caoba, finamente pulido.
Ladeó la cabeza, y levantó la caja hasta ponerlo sobre la cama. Jaló la perilla y tiró, pero no cedió.
Merlín. Si la mismísima Rowena Ravenclaw puso un hechizo protector para que su paquete no fuese abierto por alguien más que ella o alguien de confianza, no lo abriría nunca, aunque pasasen años, insistiendo en las mismas.
— Specialis Revelio.
La varita vibró, tirando destellos rojos.
No hay problema. Tenía sólo un hechizo protector contra el tiempo, para que no se ensuciase.
— Finite Incantatem.
La caja soltó un saltito. La manija se volcó al lado. Sirius, entonces, dejó la varita al lado del cofre, mientras lo abría con cautela. Divisó, al rápido chequeo, un bulto rojo como el bermellón, uniforme en su totalidad. Metió las manos en la sedosa tela que parecía agua, fluida, parecida a la sensación que te pone la capa de invisibilidad cuando la manoseas en tus manos, sumamente liviana. Levantó la capa hasta su altura a los hombros, y jugó con ella, notando que se arrastraba por el piso. Era hermosa, una capa escarlata, enmarcada con largos listones claros en tono de almíbar, entrelazados con finillas tiras de oro a su alrededor, con siluetas de melena de león. Se la puso encima. Estiró su manos, dando vuelta sobre sus pies, notando que la capa se movía con fluidez sobre él, como si fuese perfecto para su talla, a pesar que se arrastraba un tanto por el piso. Volvió su atención a caja. Había más prendas todavía. Sin quitarse la capa, sacó un par de pantalones de con idénticos detalles con bolsillos grandes, terminando con una ligera fluctuación en campanilla.
Una camisa interior blanca, de seda, calientita y suave. Se sentía deliciosa en sus manos, y siguió con unos guantes blancos con pequeños encajes de plata.
Los extendió sobre la cama (luego de quitar con un movimiento de varita el polvo) y siguió con unas botas negras de cueros con hebillas doradas, y para rematar, una corona, la cual no pudo evitar sonreír.
Estaba sólo y pues, con cuidado, se quitó sus ropajes, y se puso el traje de rey que hizo Rowena. Tardó varios minutos, con cuidado de abrocharse todo correctamente, desde las botas y los guantes. Dejó sus ropas muggles sobre el cofre y caminó hasta el espejo, que limpió con otro toque de la varita. Se miró detenidamente, de perfil, frente y espalda. Merlín. Le quedaba a fregazo. Parecía un auténtico y hermoso rey con aquel traje. Y estaba cómodo. Demasiado cómodo. Se cogió el pelo lacio y suelto por detrás, con cuidado sujetando la corona, insertándola sobre su cabeza. Se sorprendió, porque esta se encogió adoptando su forma, incapaz de caérsele ante movimientos bruscos.
Parecía un autentico rey. Pero un sentimiento extraño le invadió entonces.
Esas ropas no son para él. Son de una mujer enamorada a su amor, y el no era el correspondido.
Pero se miró un rato más, ante aquél gran espejo, disfrutando de aquella calidez que le trasmitía. Varios mechones de pelo caían sobre su frente u hombros, lo cual hacía más de porte, y si es posible, más joven.
— Ojalá James y Remus pudieran ver esto... —pensó melancólico, mirándose aun más en aquél espejo...
Ese espejo... tenía... tenía algo especial, lo sentía...
— Eran tus amigos¿no es cierto? —le contestó su imagen.
— Y lo siguen siendo —respondió, sorprendido de que su imagen tuviese voz propia.
— Lo sé. Y los extrañas muchos. Extrañas cuando fueron jóvenes, cuando eran felices. Esos años mozos, donde no había traiciones, muertes o maduraciones —le volvió a musitar, el reflejo.
— Así es, lo extraño, extraño esos años —le sonrió a su otro yo, el cual, dio unos pasos hacia delante, con la mirada perdida—; yo no pude ayudar en nada a Remus, o detener a Pettigrew ni salvar la vida de James, al venderlo sin saberlo.
— Tampoco disfrutaste tu vida de adulto. No la tuviste, por estar en Azkaban —volvió a reclamar el reflejo, acercándose otro paso, a pesar de que Sirius seguía donde mismo.
— Sí, así es¡pero no fue mi culpa! De a ver sabido...
— Pero no sabías, y resulta que fue tú culpa al final¿no es cierto, Sirius Black?
— ¡Hey...! Espera —dijo, apartándose un paso de la imagen suya que estaba tan grande y cerca del espejo como si tuviera la nariz a escasos centímetros— ¿Cómo te atreves a decir eso? Tú... ¿Quién eres? Y ¿Cómo puedes contestarme al ser mí reflejo?
Su imagen sonrió enormemente, con un tizne de locura que le pasó una corriente fría a Sirius por la espina dorsal. El reflejo, sin decir más, salió del cuadro del espejo. Sirius quedó paralizado. Estaba frente al espejo, pero, no había ahora ningún reflejo de él.
Se alejó y se volvió a mirar, pero no tenía reflejo, como si fuese un vampiro o algo parecido.
Pero al fin y acabo, su reflejo había tenido razón.
Aquello era lo que pensaba...
Remus, James, Peter... realmente se reprimía todo el tiempo sobre ellos… no lo podía evitar. Vendió a los Potter, dejó escapar a Peter, y no estuvo cuando Remus más lo necesitaba.
Remus.
Era por eso su fijación y manía en él. Tal vez... inconscientemente, intentaba reparar su gran falta, hasta el punto de gustarle de veras, o al menos, lo que el consideraba gustar, ya que era totalmente inconsciente en esos temas amorosos. Nunca maduró en ese sentido, y a estas alturas era tarde para eso.
Remus.
Dio media vuelta, con la varita en ristre y el traje de rey encima, y corrió en dirección redondo por done había entrado, cruzando la sala de Rowena y pasando la gran puertona de madera que conservaba su símbolo en la parte de arriba. Salió al pasillo que daba vista, tras un gran espejo, una vista panorámica del Vestíbulo. Miró a todos lados, y corrió por el pasillo cerrado, al lado contrario del cual venía originalmente, subiendo escalones casi en forma vertical, notando que al final de cada uno, los cuadros servían de vidrieras. Así, contó los pisos... piso número uno, piso número dos... doblada al norte, piso número, piso número cuatro... doblada a la izquierda, piso número cinco, piso número seis... Flitwick caminando por aquel pasillo. Un Filius Flitwick escoltando a una Minerva McGonagall recargada sobre Hermione...
— ¡Oigan!
Sus gritos ni golpes no fueron escuchados por el trio, que bajada a los pisos de donde Black venían. Golpeó más fuerte, pero Minerva seguía con la cabeza al frente. Vamos, sólo voltea, voltea...
— ¿Dónde están, Minerva?
— No sé de que hablas, Filius.
— ¡Bien sabes de qué hablo! Dime¿dónde están? El señor Lupin y los otros, quiero decir.
Hermione parpadeó.
— ¿Sabe dónde están, profesora?
— No, no sé —mirada desafiante al enano, al cual sonrió cínicamente.
— Quizá no, pero te aseguro que sabe más que yo dónde podrían estar.
— ¿Crees que Sirius y Harry estén con Remus? —preguntó preocupada Hermione, mientras mirada con ojos asustados a su profesora de trasfiguraciones. No se molestó en reprimir la mueca cuando la punta de una varita le rozó por la espalda.
— ¡Dios, Flitwick está aun loco! —pateó el vidrial— ¡Rómpete maldita cosa!
— ¡Oiga! —se quejó colerizado el retrato, volteando a él. La sopa que comía interminablemente estaba ahora escurriendo los ropajes de su vientre— ¡No vuelva a patear mi casa, Majestad!
— Majestad ni que fregados ¡Quiero salir de aquí!
— ¿Y por qué no prueba por donde entró? —aventuró a decir una señora que se puso en el cuadro del señor, dando una pequeña reverencia al ver su traje.
— Si supiera por donde entré, es obvio que no estaría pateando el retrato¿no crees?
— ¿Salir? —varios personajes de todos los retratos cercanos se apiñaban uno contra otros, intentando enfocar a Sirius, el cual, seguía mirando entre ceñudo al hombre que le tiró la sopa, o a la casa de este, viendo si era posible abrirlo con una explosión.
— ¡Quíteme esa cara!
— ¡Sólo quiero salir!
— ¡Oh, si es un rey! Mira, Norberto¡tal vez quieras ver si podemos invitarlo a una partida de cartas!
— ¿Qué haces dentro de los muros del colegio, hombre? —exclamó uno de los grandes cuadros que se asomaba un par de metros arriba. Bajó, empujando al hombre con la gran mancha de sopa a un lado. Era la imagen de un viejo mago famoso que murió hace siglos, reconocido por la cartografía y sus estudios de efectos mágicos y climatológicos alrededor de lugares con potente cantidad mágica, como Stonehenge o Hogwarts. Se llamaba Thaddeus Thurkell.
— ¡Dígame cómo salgo! —demandó, un tanto irritado por todas las exclamaciones de sorpresa de los personajes por su apariencia.
— No tan rápido. Dime cómo entraste a los muros del colegio...
— ¿Por qué? Acaso... ¿usted ha estado aquí antes?
— ¿Qué? En vida, jamás —dijo, con una sonrisa—, pero como recuerdo en un retrato, sí, muchas veces. Desde acá lo vemos todos nosotros. Si queremos voltear, por supuesto, pero ya ves que los cuadros no voltean, ya que estamos aquí para posar, pero sí, lo he recorrido... muchas veces.
— ¿Cómo salgo?
— ¿Cómo entraste?
Black lanzó un juramento, golpeando el piso con un pie.
— No tengo tiempo para esto.
— Pero yo sí.
Sirius suspiró, exasperado por la terquedad de ese hombre, mientras los demás cuadros le hacían preguntas, que qué bonito traje y cuál era su nombre, pues les hacía conocido. No se quejó, en parte, aquel tal Thaddeus estaba a su derecho, y no hacía mal alguno en decirle. Sexto pasillo, mero al fondo, arriba de una entrada oculta de la estatua de un centauro. Thaddeus asintió levemente con la cabeza. Sus ojos tenían aquella extraña chispa que debió de extinguirse un día luego de tanta monotonía de jugar cartas o platicar son su vecino. Realmente jamás se me hubiese ocurrido, pero deducía que era cerca del séptimo piso. Sirius, confuso, preguntó por qué.
— Porque en los años que llevé en mis investigaciones de Hogwars, allá por el siglo XI, y reafirmarlo con ciertos fantasmas y luego de analizarlo vario tiempo en mi recuadro, el Salón de los Menesteres, ubicado en el séptimo piso, fue la habitación del mismísimo Godric Gryffindor.
— No es posible —comenzó, muy quieto.
Pero Thaddeus se limitó a sonreír, como si fuera lo más lógico.
— Sólo un mago sumamente poderoso, imaginativo y audaz como lo fue Gryffindor es capaz de crear una sala tan particular. Tú, mi rey, debes de saber que eso es verdad. Varias salas particulares, como la Cámara de los Secretos, éste laberinto, las escaleras y el salón de los Menesteres, por decir algunos, son sólo creaciones desde sus cimientos por los cuatro grandes magos más poderosos y especiales de su tiempo. Cuando Godric la creó, deduzco, quería algo practico, que con sólo imaginarlo estuviese ahí. Muy flojo y cómodo...
— Como cualquier buen Gryffindor —continuó Sirius, entendiendo la broma.
— Aja —sonrisa cansada—. Y así que... ese traje, bueno, es bonito (no preguntaré de dónde lo sacaste, pero creo que me doy una idea... los retratos no sólo nos movemos entre nosotros, si no que también cuentan los espejos y cristales) ¿es de, ya sabes, la habitación obscura que está frente del vestíbulo? No sé pero... hace mucho que pasé por ahí, pero ese lugar en realidad es de... ya sabes, ella?
— Lo es.
— ¡Oh! —soltó una exclamación, llevándose una mano a la boca, con los ojos abiertos en par en par— ¡Lo sabía, lo sabía! Había un broche cerca y varias hojas, pero era tan oscuro y yo lo veía arevez que sólo formé conjeturas ¡Merlín, digo, es maravilloso, estuve ahí! Ahora, entonces, significa que he estado en las cuatro habitaciones de los Fundadores, y en definitiva, absolutamente todas las salas de este colegio, que superan los 2000.
— ¿Has estado en las habitaciones de ellos?
— ¡Ja! Estar tanto tiempo de ocio acá, tenía que entretenerme con algo¿no?
— Hey... ustedes se entienden, creo... —los cuadros miraban al dúo, el cual se entretenían el uno con el otro en una charla tan fluida como si fuesen conocidos de toda la vida. Sirius dejó tirar otro rollo, y descubrió que el Mapa del Merodeador no era tan perfecto, sin esas cámaras que hizo Slytherin antes de largarse, aprovechando las reparaciones (como comentó casualmente Rowena en sus notas). Pero cuando el animago tiró, casual, la existencia de tal mapa creado, Thaddeus soltó un gritito, acercándose tanto que su nariz tocó el límite del cristal.
— ¡Y yo que me la paso por la torre oeste... hablas en serio? Tengo que verlo... porque¿me lo mostrarás, no es cierto?
— Claro —sonó más un cumplido que un capricho, con la sonrisa divertida e inocente que sólo él podía poner—, ahí me tomaré en lo que arreglo toda esta grilla en el colegio, esperando verte por la ala oeste del castillo.
— Pero, soy sólo un cuadro —agregó, sin dejar de sonreír de aquella forma desigual, rara pero amable—, así que no me lo tomaré a pecho que se te olvide.
— Todas las promesas que prometo, las cumplo, señor mío —dijo soléenme, con una mano sobre el corazón—, y es más allá que una promesa de un humano, si no, la palabra de un rey.
— Aww... —suspiro de cuadros féminas.
— Y eso me recuerda que su vasallo, majestad, le prometió al principio decir como salir de aquél laberinto.
Sirius le miró con atención, mientras se recargaba en la pared, ladeando su capa con el brazo.
— Decid.
— Pues...
— ¿Qué pasa? —susurró, algo confuso— decid...
— Bien... pues, verás, es más una teoría que otra cosa, pues nunca lo he probado... pero si realmente deseas salir de ahí...
— ¿Qué?
— ... La puerta del Salón de Menesteres. Es una teoría, lo sé —explicó rápido ante la mirada del Black—, pero si realmente deseas salir de ahí, tienes que imaginarla en el lugar dónde estaría al otro lado. Lo imaginas, mismo ritual, y cuando aparezca, la abres y ya. Sales al pasillo.
— Tiene sentido. Cuando pasé por ahí al ver el primer arte cado con McGonagall y Flitwick con Sprout, recuerdo ver que una puerta estaba abierta, como si estuviese yo en el lindel, cuando realmente no había puerta, como si la sala estuviera en otro lugar por inexplicable que parezca, pero hey¿desde cuándo la magia tiene sentido? Es lo que me encanta de ella.
— ¡Quiero ver qué ocurre! —exclamó Thaddeus, mientras corría en cuadro en cuadro, al paso de que Sirius se precipitaba hasta el último piso.
Como los otros cuadros no entendieron ni madres a nada de tal platica entre el rey y el cartógrafo, se quedaron ahí, todavía amontonados. Hasta que alguien dijo quién quiere jugar cartas y todos contestaron yo.
El gran troll bailarín les saludó, ejecutando un flamenco cuando Thaddeus quedó a su nivel.
Sirius observó todo el lugar tras el cristal. La silueta de la puerta había desaparecido. Analizó, atinando, la distancia correspondientes de las dos esculturas de piedras en forma de dragones. Lo ubicó, y se puso a la distancia de un metro de la pared, mirando de cerca. Media vuelta. 1, 2, 3, 1, 2, 3. Deseó salir al pasillo por la puerta. 1, 2, 3. Media vuelta, paso al frente. Deseo salir a pasillo. 1, 2, 3, 1, 2, 3...
Cerró los ojos a las últimas estrofas, concentrando todo su pensamiento en aquél mandato. Deseo salir al pasillo por la puerta, deseo...
Terminó la tercer vuelta, y volteó en redondo a la pared, en la cual, se había manifestando la entrada. Thaddeus soltó toda una rima métrica, cuando Sirius doblaba la perilla y empujaba hacia el la entrada. Tremendo contraste. Él, en un salón frío y gris oscuro de piedra, al bien iluminado, entre café y crema del pasillo, con varias antorchas crepitando, afuera lloviendo precipitadamente, haciendo tic-tic al golpear contra las ventanas.
Un grito de jubilo, radiante, brazos al cielo, la puerta cerrada de un portazo. Thaddeus lo celebró su manera, y el troll bailarín aprovechó para tomarlo como pareja, a pesar de no entender nada de lo ocurrido. Sirius se asomó por el cuadro. El cartógrafo había logrado librarse del abrazo con una extraña pirueta, ahora escondido tras un arbusto.
Sirius se le acercó, no antes de apuntar discretamente a un árbol discretamente alejado, al fondo del paisaje, muy, muy a fondo, donde el troll fue corriendo, haciéndose cada vez más pequeño.
— No sabría agradecerle, pero me alegro de estar de donde estoy.
— Si no hay problema. Reconozco que el colegio es una ruina ahora; pero me aburriré si todo acaba, me da tristeza admitirlo.
— Es un cuadro, no tiene que acabar acabar haciendo sobre lo que voy hacer.
— A pesar, de que me encantaría hacerlo... ¡Ugg, este óleo está fresco! —se alejó del arbusto, cubierto de baba de troll en pixeles— no sabía que un troll podría ser tan quisquilloso.
— Pues un troll con tutú lo es —sonrisa encantadora. Thaddeus le miró por unos instante, limpiándose con su ropa. Sí, muy divertido. Cuando Sirius se despidió, con pisa brava hacia las escaleras que estaban al otro lado del piso, le detuvo, con un potente grito.
— ¿Sabes dónde comenzar? Para buscar... ya sabes, al muchacho semi rubio que siempre acompañas.
— No.
— Gryffindors... —suspiró—. Ve al cuarto piso. Se rumorea entre los cuadros que ahí hay un pequeño cuartel Secundario de la Orden de Profesores S. A., que Gregory el Huraño observó desde un cuadro vació cerca de la chimenea. Tal vez esté ahí.
Sirius asintió, desapareciendo al doblar la esquina.
Thaddeus se quedó quieto, pensativo hasta estar seguro que las pisadas del hombre con traje de rey se confundía tras el chasporreo del agua sobre los ventanales. Oh, quería él para volver a lo que el recordaba la sensación del verdadero caminar; ser visible y tener una vida al otro lado de su prisión de cristal. Algo viscoso le pesó en el hombro. Observó la mancha de baba dando vuelta lentamente, regresándole una gran mirada al troll que le sonreía apresándolo de un costado como pareja de flamenco. Iba a ser una noche muy larga...
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TULU-LULU-LULU-LÚ
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— Bara-bara-bara-bá! SNAPEMAN! Bara-bara-bara-bá! Pow! Clif, Paw! SNAPEMAN, SNAPEMAN! Bara-bara-bara-bá!
¡Amar a la serie de los setenta, que fue su generación! Ya recordaba la trama, los personajes con Adam West y la música del principio de esa serie mal hecha y barata. Tenía que reconocerlo. El maestro ese —el desconocido para todo mundo— que daba clases de Estudios Muggles se la rifó de veras, al tener toda la colección clandestina en DVD's piratas de Batman compradas en la esquina del bario de Londres, ocultas debajo de su escritorio.
Se había pasado media madrugada, qué digo media ¡casi toda en verlas en esa televisión de 24 pulgadas oculta tras un librero, luchando unos minutos en conectarle, nada que unos buenos fregazos no fuera capaz de arreglar —con un reparo después!
Chucherías, azúcares, chocolates, videos de acción bien de machos y pornográficos estaban debajo de su mini refrigerador que usaba de vez en cuando el profesor desconocido para poner ahí su comida, como un autentico muggle pequeño y cuarentón, que detesta la sociedad por verla con tanta complejidad como si no perteneciera a ella, por estar en alguna vez en Slytherin y revelarse vergonzosamente en segundo que era hijo de muggles, en medio del todo el comedor.
Pobrecito. Aquello le marcó de por vida.
¡Pero hey! Miren a Snape y vean de qué tipo de sangre es ¡Aquél profesor desconocido —pero para Remus— fue todo un exagerado!
¡SNAPEMAN LO HABÍA SOBREVIVIDO Y MIREN EN QUÉ ESTADO!
— SNAPEMAN, SNAPEMAN!
Sí... miren en qué... estado...
Tenía las manos adelante, mientras cantaba a voz de grito su tema, recordándole alguno, de suponer que lo recuerden, a la imitación de Fenomenoide. Hacía que volaba y en ratitos articulaba el PPPPSSSS tan conocido del azul y el CHÚ-CHÚ, cuando bajaba y subía las escaleras. Corría y corría, dando círculos como psicópata al piso sexto por completo. PPPPSSSS, CHÚ-CHÚ, escaleras, pasillos ¡SNAPEMAN!
Se detuvo un instante, para respirar, en medio de la escalera. Como muchos contradirán, cada pasillo de Hogwarts son circulares, una amplitud enorme a 360°, y en el centro, están las escaleras movedizas, pero en el los pelímetros están escaleras enormes que conectan exclusivamente por los pisos de encima y abajo, que se ramificaban considerablemente depende de que lado vas, o cuales escalones pisas, ya que ninguno era seguro, comprobó Melissa Keper una vez cuando, cargada de libros, la escalera se volvió resbaladiza, estrellándose tras un par de estatuas y estudiantes después.
En eso iba. Comenzó a correr frenético a iniciar el recorrido, demasiado rápido como para detenerse en los últimos metros, cuando una sombra de mayor altura y misma rapidez se precipitaba en tres en tres hacia abajo, sorprendiéndolo a los pocos segundos de doblar una salida.
Chocó de bruces con él, rodando uno sobre otro, con precipitación al los suelos. Un mar de ropas grises y capas rojas. Quedaron hecho bolita al principios de las traicioneras escaleras vertiginosas, incapaces los dos sujetos de mover un músculo, que no sea los nervios aturdidos y sin duda algún par de feos moretones rojos. Los dos hombres, que literalmente, estaban uno sobre otro, se arquearon sobre si mismos a lados contrarios, gimiendo aun por la rigidez de la espalda. SNAPEMAN se puso boca abajo, con el pelo corto tapándole la cara acompañado con la mascarilla. Observó de soslayo al hombre que se erguía despacio sobre su brazo, sujetando su cabeza adolorida con la libre.
Se levantaron, mirándose de soslayo acomodando sus ropas. Snape observó con horror que su mascarilla estaba algo rota, así que se la quitó, y con la rendición de repararla con su varita.
Bueno, usarla en casos de emergencias no podía ser tan malo, total, no era para atacar...
— Reparo.
Su voz sobresaltó al hombre con traje de rey, que dio un salto, mirando por la espalda a su más antiguo rival. Se le tiró encima.
— ¡Maldito bastardo!
Snape agitó los pies cuando se sintió elevado a un par de pies del suelo, aferrándose inconsciente de las manos que le ahorcaban. Lanzó una mordida con buen destino, y su opresor tiró un aullido semejante a la de un perro. Apenas se alejaron un par de metros, el hombre de traje rojo se le lanzó hacia su costado, evitando, con mucha suerte y un tanto de agua resbaladiza con oportunio colocada en el piso, haciendo un pequeño Ole, cuando el Black se detuvo prudente, a escasos decímetros de estrellarse ante la pared.
Un momento...
¿Black?
SNAPEMAN encaró a su némesis natural, crispando los puños con fuerza.
— ¿Qué demonios te ocurre, animal, atacándome ASÍ?
— ¡A mi no me reclames nada, grasiento!
— ¡Tenías que molestar en medio de mi tema! —chilló como contestación.
— ¡Genial! —gritó— ¡Hablo ahora con un imbécil que se la vive en una revista barata!
— Eso no te importa, Black.
— ¡Pues te aseguro que al todo el colegio sí! —Sirius intentó ser razonable, aguantando la ganas de romperle la boca a puñetazos. Pero Severus le miró despectivo, lanzándole su mirada de odio más profunda, cruzado de brazos.
— Claro. Yo soy su salvador.
— Fuiste la maldita ruina —tembló, exasperado por la actitud del hombre, con los nudillos tan blancos como la palidez de su cara.
— ¿Cuál ruina? —blasfemó, enarcando una ceja.
No era posible. El animago no se lo creía, o no quería querer. Nervios destrozados. Su amante destajado. Ahijado perdido. Enredo con los mismos Fundadores. Pactos amorosos. McGonagall, Flitwick, todo un mundo en guerra, con el colmo de que el causante de todo se postraba feliz, puede indiferente, cantando ridículas canciones absurdas de los '60 valiéndole madre todo lo demás. Era imposible. Y explotó.
Atizó su puñetazo en la quijada del maestro de pociones. El aludido se arqueó un instante, cayendo de costado contra el frío piso; no razonó por varios segundos, sin saber qué era lo que pasaba o qué le pasó, percibiendo como una mano lo tumbó boca arriba. Sirius le saltó al estómago, sofocándolo considerando de que era más grande, fuerte y pesado que su antagonista. Inconscientemente y llevado por la adrenalina sus manos como tenazas se encajaron a los hombros del profesor, empezando consecutivamente zarandeándolo hasta estrellarlo al piso. Arriba a bajo. Parecía que jamás se hubiese a detener, ni con los gemidos que lanzaba el cautivo cuando sintió el dolor agudo en su cuello, imponente a ser cualquier movimiento, a excepción de sus pies volando. Soltó una arcada cuando la nueva precipitación al suelo le ahogo, logrando escupir certeramente al ojo del Black, que con el torso de la mano, en un movimiento rápido, se lo quitó, irguiéndose lo suficiente para tronarle en la mejilla una bofetada.
Se levantó, observando como juez al bulto mal trecho del hombre que todos relacionaban como la frialdad y miedo en persona, que era sólo rastros en esos momentos, nada que ver con el hombre tembloroso, que se encogía sobre si erguido sobre su brazo, levantando la mirada llorosa con terrible odio impregnaos, como reprochándole que era sólo su culpa, y la de nadie más. Cuando alejó su mano de la boca al regular la respiración entrecortada Sirius suprimió, con magistral gracia, la culpabilidad del rostro, pues Snape había escupido sangre, que le marcaba la palma.
— Eres un grandísimo hijo de puta, Black —blasfemó de nuevo, levantándose tembloso, avergonzado de su debilidad ahora entremezclada con un súbito orgullo que el disfraz le brindaba. Sirius no dijo nada, pero de haberlo dicho, seria de algo que nunca estuviera arrepentido de decirle.
— Snape —ordenó, con un curioso acento—, quiero que te detengas. Tú y todo esto. Fuiste tú quien la inició, así que te corresponde a ti detenerla.
— ¡Nunca! —bramó para su sorpresa, ante el mal estado— ¡Es mí mundo y aquí puedo hacer lo que quiera y lo que en realidad quiero!
Sirius le miró impresionado un pequeño momento. Pero Snape lanzó aquella voz baja y fría, capaz de congelar a cualquiera que la escuchara, voz que jamás había hecho afecto en él.
Pero la diferencia es que en esta vez la sintió, y como fue la primera ocasión, abrió muy abierto los ojos.
— Tal vez te sorprendas, al igual que los demás, de yo hubiera iniciado esta comedia en Hogwarts, con el nombre de SNAPEMAN a todos lados, pensando de que es efecto a una poción desde el inicio, poniéndome medio loco. Pero te equivocas. He estado en perfecto razonamiento todo el tiempo, consiente de lo que hacia o no, luego de despabilarme completamente cuando McGoganall me arrojó desde el techo del comedor. Corrí a mi despacho, destruido en gran parte, y me dije tras razonar que la idea no fue mala, sino fantástico, al fin libre de ser alguien que no quiero ser, una parte de mí totalmente libre y expresiva gracias a la seguridad y heroísmo que me proporcionaba este ridículo disfraz. He creado este lapso de tiempo, Black, totalmente mío —exclamó— ¡Mío! Ve a donde quieras ¡Yo lo hice! por mí está así el colegio, un desorden tan perfecto como el de mi mente retorcida. Si piensas que lo voy a detener, rey, estás muy equivocado.
Silencio. Snape le retaba con la mirada cualquier reclamo o indagación del antagonista, curioso a cualquier movimiento, con la respectivo reflejo a cualquiera que éste fuera; pero Sirius puso la mente en blanco, sin abrir la boca, digiriendo a su ritmo la revelación. Snape dio un paso hacia él, seguido de otros tocando un vals que sonaba tum-tum a sus oídos. Por reflejo, hubiera levantado la varita, pero iban parejo. Dudaba mucho que el desgraciado se atreviese a cometer algún acto de estupidez. No, no con él. No, no en ese momento.
Pero cualquier acción que fuesen a realizar se esfumó en segundos, puesto que el piso del sexto piso, el séptimo, quinto, cuarto, segundo, tercero y primero se partió en dos grandes fragmentos, dividiendo la torre principal, sobre la que descansaba la entrada principal del colegio, con un estruendo que fácilmente hubiese dejado sordo al del trueno más cercano en la peor de las tormentas veraniegas. SNAPEMAN se detuvo en el acto cuando su pie cayó con el resto del piso, precipitándose en pedazo enormes, cogiéndose con agilidad a una piedra salida, corriendo como podía para alejarse de la gigantesca quebradura. Perdieron el equilibrio, chillido de búhos sobre sus cabezas, provenientes de la lechucería, estanterías de salones cercanos estrellándose con el suelo. Taratatarata. La pared que daba a los terrenos del colegio se rompían en pedazos. Sirius y Severus corrieron a sus respectivos direcciones para algún lugar seguro lejos de la fractura.
— ¡La Torre se está cayendo! —gritó en medio del ruido Sirius, casi histérico porque su fragmento de la torre amenazaba a volar por el vacío...
— ¡Es imposible! El salón del cuarto piso donde descansan las columnas de la torre está clausurado y lleno de calderos gigantes (clandestinos), nadie puede haberlos destrozado.
— ¡Joder! —Sirius brincó sobre una armadura que se desplazaba hacia él. La armadura cayó por la fisura de la pared, Sirius corría en dirección contraria para no caerse y luego decir ahí hasta luego!
Un golpazo. La torre dejó de inclinarse y Sirius cayó, con un suspiro de alivio. Se levantó, un tanto sorprendido de que estuviese todo en repentina calma, con los chirridos de las construcciones sobre su cabeza. Se levantó, andando con cuidado hasta la parte donde estaba Snape, la pegada al castillo. Aunque cuando llegó, el pelo grasiento se había ido, como una sombra tras una puerta...
¿Salón del cuarto piso? Momento ¿Calderos clandestinos?
Thaddeus se lo avisó...
Y se precipitó hacia las escaleras, totalmente decidido, dispuesto a pelear con cualquiera con tal de llegar con su amigo. Nada lo haría detener ahora. Nada.
No había marcha atrás.
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Me excedí con el tiempo de actualizar, lo sé, pero al fin terminé. Sé que parecerá algo dramático la historia (me salen sólo, no me golpeen!) pero me pareció bonito el capi. Y qué tal? Ya voy a llegar al final! Desmole dos, tres capítulos máximos y finish! XD ya nada de espera, abvierta día y noche por el día de los días hasta el fin del mundo! Enjoy them, my friends!
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MeilinSnape. Jajaja, que bueno que siga rondando tu alma por acá XD y que me llames loca (que lo veo como el mejor de los cumplidos!) y, jeje, acá también me gritan... pero no por risa, si no porque me bajo a la una de la madrugada entre semana de escuela XD que hace uno por desvelarse ya y escribir sepa cuantas tonterías, no? Bueno, no te culpo por lo del traje de Sirius, en realidad no tenía pensado que antes de tiempo lo dijera, y a ver si te gustó de cómo lo saqué ya. Simple, lo sé, pero el fin está cerca (qué lindo se siente escribir eso) y bueh, ojalá te gusta y dejes review!
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Miko Dani. ¡Todo un capi dedicado a Sirius, tal cual como a todos gusta! XD ojalá le hay respetado, es que casi nunca escribo de él, pero creo que por ahí no le iba, en fin, me gustaría que dijeran si me equivoco en el comportamiento de cualquier personaje para modificarle y así mejorar, pero no llamemos malos augurios, no ahorita. Bien, en fin ¡Qué bueno que sigas por aquí y te siga gustando la historia! XD y sí, Hermione es villana, que dará debut bueno en el siguiente si todo sigue bien y bueno, no. Lamentablemente no hay guasón. Aparte de los que ya están puesto bien hasta este puntos son los únicos que saldrán. ¡Gracias por el review!
Y sí, Tonks va a perder la apuesta... menuda niña torpe...
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Vanina de Lira. ¿Sabes? Jejeje... no es un mal tema para un prólogo... Bueno, que bueno que te guste Firenze, a mi igual xD me parece curioso como una combinación caballo/perro divertido. Ojalá te siga gustando y gracias por el review!
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