Todo esto pertenece a J. K. Rowling.

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Capítulo XI.

SUPERComics

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Oh, qué desgracia y estupidez al mismo tiempo. Es que no eres capaz de hacer tan siquiera aquello bien, Dumbledore. No, no podía, se dijo él mismo. No podía dormir, y no era exactamente porque Moody, luego de gracias a santos peregrinos, se durmió sin aventarle hechizos reveladores al colchón, hechizos que quizá hubieran destripado al pobre mueble. La voz áspera del auror resonaba por toda la recámara matrimonial. Miró a Alastor. Se había removido inquieto, jalando la sábana sobre sí. Dumbledore agachó la cabeza. Exhausto, por supuesto, pero sin ganas de dormir.

Necesitaba hacer algo. Ahora.

Quizá por eso se levantó, vestido y todo con la ropa que llegó, sólo que sin la gruesa capa ni los bulbosos zapatos, relojes, dulces y cuchitril y medio que cabrían en un bolsillo mágico sin fin. Caminó sin punto fijo por toda la habitación. De aquí y allá. En Hogwarts, lo más probable, es que estuviera dormido. No, se rectificó al inmediato. Yo estaría dormido de estar tres años en pasado. Sí. Revisando papeles. Sí, leyendo. Sí, otra noche en vela.

Frunció el ceño. Quizá por eso no estaba dormido. Estaba acostumbrado a desvelarse.

Suspiró. Cualquiera que le hubiese visto jamás reconocerían a ese hombre, con el Albus Dumbledore siempre sonriente y dispuesto. Estaba mal ¡Eran las ocho de la mañana! Aun tenía todo un día por venir. Sin obligaciones, trabajos agotadores. Podía mejorar su salud; dar una vueltecita por el Callejón Diagon... ¡No! Al Londres Muggle. Sí. A Edimburgo; o al Lago Ness. Quizá a Gales. O a esos pueblecito pintorescos muy al este de Inglaterra, bonitos valles, altas montañas verdes; coexistencia pacífica, sin Lords Obscuros locos o Sábanas Negras Quita Almas. Era su oportunidad. Sólo él, alguno de los otros dos aurores en la casa consigo... tacitas de té de limón... algún par de calcetines...

— Alastor...

— Mmmm...

— Me voy a Gales.

— ¿Qué?

— Me acompañarás.

— ¿De qué... hablas...? —logró articular, con un bostezo sobrenaturalmente grande y ronco.

— ¡Gales! Por un día. Tú, Yo, Nimphandora. El señor Weasley, quizás. Ya sabes que le gustan las cosas muggle. Podríamos ir por taxi un rato, y dar un obliviate y volver a tomarlo gratis. Autobuses, televisiones, muggles grandes, chiquitos, deformes ¡De todo! Por un día. Eh¿Qué dices?

— Me estás empezando a asustar.

Dumbledore siguió con esa gigantesca e irritante sonrisa suya. Por eso. Ocupo vacaciones.

— Son las ocho de la mañana —se quejó el auror. Dumbledore sonrió más. Jamás pensó escuchar a ese sujeto quejarse de algo parecido, no en vida.

— Por favor...

— Dumbledore —empezó áspero, mirándole con el ojo mágico—: No-Uses-Ese-Tono-Conmigo.

— Pero... —puchero, cara de niño regalado.

— ¡Dumbledore, no soy Snape, con un demonio, para que chantajes con esas cosas!

— ¡Alastor, quiero ir...!

— ¡Pues ve! —gritó, irritado, mirándole de una curiosa manera.

— Pero no tiene caso ir sólo¿o sí?

— Que te acompañe Tonks, si tanto deseas.

Pero aun así quiero que tu vayas. Eres mi amigo, hay que aprovechar. Aparte, tú eres uno de los sujetos más estresado que conozco. Por favor, no rechaces la oportunidad. Alastor se quedó callado, valorativo, asintiendo despacio. Si tú lo dices. A lo mejor haya mortífagos. Sí, a lo mejor lo haya. Se levantó, con una bata medio acabada que encontró en un ropero del padre de los Blacks. Cogió su ropa, dispuesto a cambiarse. Dumbledore se volteó, dispuesto a avisarle a Tonks para su viaje hacia Aberaeron, cuando escuchó que el auror dijo: tu dinero y ropa limpia está en Hogwarts.

— Bueno. Son las ocho de la mañana. Domingo. Nadie estará despierto para esta hora. Me infiltro por los pasillos silenciosos, intactos, limpios y es todo. Si alguien me ve uso el obliviate.

Moody puso ojos en blanco. Cuál es el problema con ese sujeto. Sí. En media hora haces todo. Déjame vestirme, comer una pinche torta maloliente como anoche y nos largamos. Y yo que quería dormir, con un demonio...

— ¡Me parece excelente! Dicen que Aberaeron tiene una vista preciosa. Flamencos verdes en un lago, a los pies de una montaña vista a la costa del pacífico... ¡Oh, Albus! Qué maravillosa idea. Hoy es un día perfecto. Perfecto. Sin guerras y cosas por el estilo —exclamó Tonks con un delicado énfasis en la palabra guerras, mirando de soslayo a un auror que traspasaba con el tenedor el asado semi crudo, en la cocina.

— Apúrate. Que a las nueve Filch hace una ronda por el castillo —avisó el mago blanco, mientras tomaba un libro cualquiera y lo ojeaba, en el sillón de la sala.

— Ya voy, Carajo.

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Firenze miraba el suelo, trotando de mala gana, con demasiados saltos y pucheros, a propósito, seguramente, para incomodar a su jineta que hacía lo posible para no gritarle en el odio por el dolor. Desconsiderado ¡Ni paz puedes traerle a esta pobre vieja! Me vale. Mi amo ya no está con nosotros por tu culpa. Yo no hice nada. Él fue quién te ordenó a huir conmigo ¡No le eches la culpa! Es un santo. Es tu compañero, por el amor de Dios... Amo...

— Pareces quinceañera.

— Mi Amo está en problemas. Quién sabe qué le hará el mesero. Está enojado porque le dije que no le daría propina ¡Es mi culpa, por los dioses, mi culpa! Soy un avaro desconsiderado, pero juro que no me sobraba ni un knut.

— ¡Firenze, fíjate por donde vas!

— Una ventana destrozada... ¡Me tiraré, para honrar a mi amo! —chilló exageradamente, empezando a trotar y trocar cada vez más rápido a la fisura enorme de la pared— ¡Adiós, mundo cruel!

— ¡Aaaaaaahhhhhhh! —gritó McGonagall al ver el acto suicida del centauro. Intentó rodar a un lado, pero Firenze le tenía sujetado de un brazo inconscientemente (siempre lo hacía cuando iba rápido con un humano) así que optó por otro medio, lo que sea, en 15 segundos— ¡Remus te quiere, te adora, por eso... por eso se sacrificó por ti, para que te salvaras!

Firenze dio un trastabillo, a escasos metros del espontáneo acantilado. Minerva se permitió a respirar de nuevo. Le pesaba horriblemente el pecho.

— Él se sacrificó por mi —repitió, incrédulo, mirándole como si fuese la primera vez que le miraba. La animaga asintió, por reflejo que otra cosa. Desde su posición tenían una vista amplia de los terrenos y la derecha de la Torre Astronómica, donde había otra clase de actividad— pero, no entiendo. Si se sacrificó por mi, por qué no mejor huyó conmigo. Haríamos una linda pareja en las entrañas del bosque prohibido. Tendríamos crías adoptivas de pequeños licantropitos y potrillos, de todos los sexos, y ellos tendrían sus hijitos cruzados, nos amaríamos de día y de noche observándolos crecer hasta convertirse en una nueva plaga que desbastaría colonias enteras, que gobernarían la tierra por los próximos 200 años, hasta la guerra nuclear, condenando a expulsar a los sobrevivientes en las grandes tuberías y mundo subterráneo de Nueva Orleáns.

— Él ya tiene a Sirius.

— Oh...

Rompió a llorar. McGonagall se golpeó la cabeza. Ahora la idea de aventarse a tantos metros de una pared rota parecía tentadora...

— Mira. Ahí va el roba Amos de mi Amo.

Minerva levantó la cabeza, con el ceño fruncido. Atinó a voltear hacia atrás, por donde el centauro apuntaba. Una capa roja, una corona dorada y un sujeto muy conocido para ella bajada a toda prisa entre saltos, esquivaciones de las rocas y escaleras destrozadas. Tal vez no nos vio, se dijo cuando desapareció por las escaleras que acababan de venir. Sirius Black, exactamente, no los miró. Estaba demasiado distraído para ello. Su mente sólo tenía una cosa en claro: encontrar a Remus y detener el circo de Snape de una vez. No se molestó en otra cosa. Iba a toda prisa, saltando y corriendo, con el cabello haciéndole una estela negra tras su cara, impasible. Como si la palabra sonrisa hubiese sido expuesta en el rostro.

Tal vez, pensó a su momento, iba en la dirección equivocada.

A lo mejor, iba por una falsa meta. Puede que Remus Lupin se haya hartado de las estupideces infantiles de él. Por supuesto, era idea era, ligeramente, descartada, pues él la concluyó.

Tal vez, al fin tenía algo correcto, después de todo. Maldito Snape. Todo sería más sencillo si tú no existieras. Él tenía, aunque jamás lo reconocería, un rol marcado —sustituyendo la palabra importante— en aquella etapa de su vida. Como horita. Como después y como antes. Para empezar. Aquél sujeto fue el que unificó aun más la amistad de él y James. Lo odiamos tanto igual de cómo nos queremos. Que Sirius metiese a Remus al grupo, y James unificara a Peter es otra cosa.

Se detuvo a unos tantos pasos, dispuesto a tomar aire. Aquél piso... era el cuarto. Faltaba uno para el salón que según esto era la guarida improvisada de los maestros. Si algo iba mal, lo que sea, al menos se iba a enterar y dar pie firme al asunto, no dejándose llevar a su pensamiento.

Ya era adulto para eso.

Lástima que no tenía adultez mental por 13 años de encarcelamiento en Azkaban.

Puso un pie a la escalera movediza, quitándolo al instante, al ver que una larga fila india corrían hacia su dirección. Observó de soslayo a un adolescente con excusa de vestido verde de niña, que no dejaba nada a la imaginación, al lado de un rubio platino que, tras un esfuerzo, reconoció como un odio cáncer que siempre le molestaba, antes y después de salir libre de la mirada del ministerio. El disfraz de un personaje que vio en una ocasión en una televiclion muggle, y otros más, en peores estados —como hechizados, bajo Imperios, tortura, pies de goma, lo que sea— que los seguían, con más dificultad, es seguro.

— ¡Harry! —gritó Sirius, incrédulo de por suerte del destino lo viese corriendo en dirección contraria. Harry se detuvo de golpe, causando que más de uno chocara contra él, cayéndose. Miró al hombre con aquel extravagante, aunque bonito, traje rojo. Le tomó un rato más para reconocer que era su padrino.

— ¡Sirius! —quitó de una patada a Zacharías Smith, subiendo en tres en tres los escalones dispuesto a abrazar a su padrino.

— Me da asco —escupió Lucius, al ver la escena. Él, al menos, tuvo la suerte y dignidad de pararse a tiempo, subiendo con cuidado de que esa gentuza ensuciaran su ya sucia capa negra.

— ¿Pero qué haces aquí, Malfoy?

— Eso, Black, no te importa.

— Busca a su hijo Draco.

— Magnífico, Potter. A este paso por qué no lo anuncias en carteles mágicos y cartones de leche.

— Mira, Malfoy —se puso Sirius enfrente—, no jodas a mi ahijado, te lo advierto.

— ¿Acaso tengo que temblar de un mantenido pordiosero que vivió meses en la casa de su madre?

— ¡Mira hijo de...!

Harry gritó, haciendo alto al augurio de pelea capal. Observó como Neville ayudaba a levantar a Hermione —que seguía bajo un Imperius de poca magnitud, sólo callada y sumisa, pero perfectamente consiente de lo que ocurría a su alrededor— y como los otros dos, la Slytherin y el Hufflepuff se limpiaban las ropas, algo dolidos de orgullo por su estado secundario.

— Como sea, Harry... ¿has visto a Remus?

— ¿Al Licántropo Domesticado ese? —intervino Malfoy, mirándole con odio, como escoria de segunda. Sirius, sólo por Harry, evitó hacer la misma escena de Snape sobre el güero.

— Sí, sí lo vi —confesó Herrota para su sorpresa.

No sé a dónde iban, pero iban, de seguir esta dirección, a la Torre Astronómica, perseguidos por el profesor Flitwick —no sé por qué, añadió, algo tímido—, acompañado con McGonagall y Firenze.

— ¿Por Flitwick? —susurró. Oh, cielos...

— Sí, pero ¿qué tiene él? Lo vi raro, casi nos mata con el temblor que causo, al destruir algo en una habitación prohibida...

— ¡Él causó el temblor!

— ¿Te lo tenemos que repetir? —graznó Lucius, perdiendo los estribos ¡Joder, se tiraban una novela! Sin previo aviso los rebasó a zancadas, sin siquiera mirar si le seguían—. Demando ir con Snape. Él es el único que sabría donde está el estúpido de mi hijo ¡Dónde está!

— No lo sé —dijo Harry, adelantándose a su padrino que apretaba los puños.

— ¡Maldita sea! Dijiste algo sobre Torre Astronómica —gritó, con ganas de querer ahorcarlo.

— Joder, Malfoy, no tenemos ni la chingada idea de qué hacer, así que cierra la boca.

— ¡Ningún pordiosero me manda! —desenfundó la varita del bastón al mismo tiempo que Sirius de la manga, por acto reflejo.

No lograron hacer nada, para suerte de todos. El grito de mujer llenó el recodo. Todos miraron hacía enfrente, al escuchar después las quejas de un centauro que estaba como loco. Puede que sea la curiosidad, ni que madres, sabían sólo eso. Minerva, todavía montada en el centauro, observaba con horror rumbo a la cara de la Torre Astronómica, que, para ayudarme mejor, transformó una roca en unos binoculares, y chillaba sin quitar el objetivo desde su lugar. Firenze no ocupaba los binoculares para ver tan nítidamente como ella.

Cuando la parvada de hombres, y dos mujeres, llegaron al pasillo sin pared donde estaban, observaron como Firenze se elevaba y hacia trote hasta el nivel superior.

— ¡Minerva! —gritó Sirius, deteniéndolos momentáneamente.

— ¡Están ahí, están ahí! —chilló incontrolable, intuyéndole al centauro que andara.

— ¿Quién?

— ¡A... Remus —gritó, apresuradamente—, lo van a tirar, caída libre desde la Torre, Flitwick lo va a matar!

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— Este no llega.

Flitgüino observaba cada cinco minutos el reloj de bolsillo que conjuró hace veinticinco minutos. Remus miraba el precipicio de ciento veinte metros de profundidad frente a él, perdido entre el Bosque Prohibido, con un frío demencial que le calaba los huesos. Triste alrededor. Una mancha gris en el cielo, repugnante, sin vida, patosa, ocultando el sol que debía de protegerse de su patético esplendor. Sin varita, hambre de días, entumecimiento de miembros, varios factores más le dañaban. Remus miraba el precipicio. Jamás pensó imaginarse en esa situación. Que un hombre sólo miraba entre él, hoja de ejecución, varita entre los dos. Sólo faltaba de un hechizo. Un hechizo, y todo terminaba. Descansar en paz. El miedo no era el morir, exactamente. No, eso cualquiera lo hace cualquiera. Lo que inquietaba el cuándo lo iba hacer. El viaje. No el destino. La situación. No llegaba nadie. Nadie iba a llegar. Estaba perdido. Flitwick no dejaba de impacientarlo. Di adiós. Y tiraba un falso hechizo que sólo lo hacían tambalear escasos centímetros. Sentía las piernas entumidas. Te sientas y madre, date por muerto. Pero aquello aseguraba la eficacia del plan. Agotarlo al extremo. Y vaya que hacía resultado.

— Por fin.

Remus miró sobre su hombro. Collin Crevey, el niño de la cámara que siempre seguía a Harry, seguía colgado de la Torre Astronómica con una soja sujetándole los pies. Parecía inconsciente, la cara azul e hinchada, con la sangre que le agolpaba el cerebro, lívido, tembloroso, gimiente. Él al menos tenía una cuerda que aseguraba que se mantenía quieta por otro par de días, pero Lupin no. Caída libre. Indefenso en todos los sentidos.

SNAPEMAN había aterrizado, o bien, llegado despacio y silencioso por la puerta, aquel milagro de que ni Flitwick se hubiese dado cuenta, arruinando la oportunidad de atacarlo o noquearlo con su varita por la espalda, para gritar estruendosamente que el héroe está aquí, a tantos metros detrás. Cuál es el problema con él, pensó Remus, con la cara contorsionada. Snape tenía aun aquél ridículo traje gris, con una antifaz blanco lleno de brillantina despegada. Su cabello, grasoso y hueco le servía como casco natural. La capa le ondulaba dramáticamente, embozando una estúpida y ridícula sonrisa amarillenta, dientes ligeramente disparejos. Las manos en la cadera, forma de ara de taza, sin varita alguna alrededor, sólo sus botas que contenían resortes y cajita negra cargada del cinturón, de adorno, pues recordaba Remus que una silueta parecida le colgaba al Batman de la tira cómica, totalmente inútil.

— Estoy muerto —murmuró.

Lupin rió, cínico a un nuevo pensamiento. Una mala broma de la vida. Tan pesada y lógica que, son de esas bromas que definen a un hombre, entre la locura y sensatez.

SUPERComics.

La palabra SUPER en mayúsculas como SNAPEMAN, exclamada, imponente, representando todo lo heroico o la grandeza que puede tener. Así era. SUPER, con el humor negro, del chiste de la ironía mezclada, con la palabra en minúsculas de Comics. Esa palabra simple, en minúsculas representaba la verdadera falsedad de la fantasía del persona principal de esta historia. El hombre que creaba la irrealidad en el SUPER, con la realidad ficticia en el Comics.

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Acá les muestro, con suerte, el capítulo antepenúltimo de la saga ¡Muy cerca del final! Estoy orgullosa de haber llegado tan lejos con un proyecto tan largo. Tardé más de lo necesario con el capítulo, lo sé, aunque me basaré primero en este y en el de Ocarina, dejando en un tercer plano al de Segunda Identidad, ojalá les haya gustado y dejen reviews! Que estoy emocionada por ellos!

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Zara Potter-Black. XD eso le pasa a todas, hagamos nada o algo, nuestras madres nos ven como locas, pero es divertido, te lo aseguro. Pues grax por el review y sí, acá hay Lucius, espero te guste como lo puse junto con Black y Harry (no, no será trío XD Lucius es sólo para darle fin a la historia, y ahí tendrá papel con Draco; Espérate dos capis y lo sabrás).

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Miko Dani. Pues sobre Calcetín, yo dudo mucho llegue hasta San Murgo, aunque como va la cosa, tendrán qué XD pues ni enfermería habrá. Que bueno que la participación de Lucius les guste (¡Pensaba que no, o sea, muy rápido y sin sentido, como si fuese de relleno!) pero tendrá sólo un estelar al mero final, dónde sólo él (y Draco) cabrían. Pues... ya ves cómo está Remus (me da lástima, el pobre...) y no te preocupes ¡Habrá Epílogo! Como un "¿Y luego?" n.n bueno, ya te agregué a mi MSN (a ver si platicamos seguido, aunque siempre doy otra impresión y aburro a lo cabrón, como guión para hacer un diccionario, así que perdona de anticipo XDDD) ¡Gracias por el review!

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