ADVERTENCIA: Shoutakon. Si no sabes lo que esto quiere decir, tal vez es mejor que te vayas yendo de aquí.

Watermelon

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La primera vez que lo vio estaba de pie frente a él, con la respiración entrecortada y los delgados y cortos brazos extendidos hacia él. El cuerpo pequeño parecía todavía más frágil en esa ocasión de cómo pudo recordarlo después, tras posteriores encuentros, y el movimiento rítmico y vehemente de sus hombros al subir y bajar jamás le pareció más pesado. Y miró bien, por algunos segundos que parecieron extenderse como horas, hasta que la dulce imagen de aquella carita de párpados cerrados, de largo cabello rubio y desordenado cayendo sobre hombros y rostro y algunas partes de sus mejillas ruborizadas tras la carrera en su búsqueda quedó firmemente grabada en sus memorias, de una forma que supo no olvidaría jamás.

Sonrió entonces, volviéndose por completo ante el llamado de aquella voz clara e infantil y cargada de algo que no supo identificar.

—Saga-sama...

Quiso preguntarle qué era lo que deseaba, pero por un momento las palabras se atoraron dentro de su garganta, y no pudo más que articular una serie de sonidos guturales.

—Su excelencia –Saga sabía que estaba hablando de Shion- me pidió que te trajese esto.

Pero Saga siguió mirándole un momento más, atontado, completamente aturdido, y no fue hasta que la pregunta del chiquillo frente a él fue formulada que se sintió ligeramente mejor.

—¿No te gustan? Si lo deseas, puedo ir a buscar otra cosa...

Negando, se apresuró a cortar la distancia entre ambos con un par de pasos, volviendo a sonreír y posando la palma de su mano derecha sobre la cabecita rubia. Obtuvo a cambio una risita alegre.

—Sí me gustan...

Llevando una rebanada de sandía entre las yemas de sus dedos, había corrido escaleras abajo, desde la cámara del Patriarca, sólo para entregarla al Santo Guardián de Géminis, que era uno de los pocos Caballeros de Oro proclamados hasta entonces.

Shaka tenía apenas 8 años cuando aquello sucedió.