3
El primer amor es siempre el más hermoso. Cuando el mundo parece ir perfectamente, el cielo ser de color rosa y los árboles florecer con flores de algodón de azúcar.
O al menos eso era lo que pensaba Shaka, sentado al pie de los dos sales gemelos, en el jardín oculto de la casa de Virgo a la que ya le era permitido el acceso -incluso cuando su entrenamiento aun estuviese inconcluso y la armadura aun le quedase grande- y con el rostro levantado hacia las copas, dejando que el suave viento primaveral agitara su pelo, sus ropas, y acariciara su piel en toques efímeros que se materializaban con el dulce tacto de los pétalos de las flores.
Amor...
Por supuesto que Shaka no conocía el nombre de aquél sentimiento. El por qué del repentino agitar de su corazón o el hecho de sentirse tan deliciosamente incómodo la mayor parte del tiempo. Impaciente cuando su maestro comenzaba a hablar con él acerca de uno de sus siempre tediosos –aunque apenas ahora era que el chiquillo se daba cuenta de que lo eran- discursos sobre amor y libertad a los que jamás iba a terminar de acostumbrarse, deseando, a cada momento, que alguien irrumpiese en la solitaria casa de Virgo, andando a pasos largos y tan ansioso como él por poder volver a verle.
Para sentarse a jugar juntos, hablar acerca de cosas sin importancia o simplemente quedarse ahí uno con el otro, porque aunque él no fuese más un niño, Shaka sabía que siempre se haría un momento dentro de sus obligaciones como Caballero Dorado para pasar tiempo con él.
—Te quiero mucho...- se lo había dicho en aquella ocasión, echando los brazos alrededor de su cuello delgado y enterrando inocentemente el rostro pequeño en uno de sus hombros, suavemente, respirando y acariciando infantilmente la suave piel ligeramente bronceada y el agradable aroma a mar.
Lo quería realmente. Apreciaba cada momento en que le hacía olvidar, a ratos, lo horrible que era el destino al que se había resignado hacía tantos años. El constante reír mientras se echaba en sus brazos, el ir y venir de suaves caricias sobre su cabello dorado y el intercambio de sonrisas sinceras, prueba irrefutable de lo mucho que él también le quería.
Y en aquél momento, al sentir nuevamente la proximidad de aquél cosmos amado, acercándose cada vez más y más, Shaka no lo pudo evitar. Se puso de pie, sacudiendo el rostro en un vago intento por olvidarse del deseo que sentía por poder abrir sus ojos y aun así agradeciendo el llevarlos atados con un vendaje, antes de echarse a correr a través del jardín, hacia la puerta por donde su amigo se aproximaba para poder jugar con él.
Sólo un momento... tal vez... hasta que Shion pasara por ahí y, sonriendo, les obsequiara a ambos una rebanada de sandía.
Porque, aunque ninguno lo supo, el primer amor que Shaka de Virgo conoció, se llamaba Saga de Géminis.
