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Había estado pensando bastante al respecto. Aunque no quisiera admitirlo, y mucho menos ya que todo esto había venido de su hermano, pero estaba comenzando a aceptar que él tenía razón. Que por primera vez en su vida, hipotéticamente hablando, Kanon le había dado un buen consejo, y él como buen hermano gemelo, debía poner atención a lo que éste le había dicho.
Es decir... a final de cuentas y sin importar que tan cruel pudiese comportarse en ocasiones, era su hermano, y sabía que le quería.
Sin embargo... ¿Cómo podría él entenderlo¿Cómo podría él saber todo lo que Shaka significaba para Saga? La emoción, la felicidad que le embargaba cada vez que los vendajes resbalaban y por accidente aquellos dos ojitos azules le miraban; cada vez que su sonrisa se detenía sobre él; cada vez que sus manos se encontraban en un roce efímero y la risa infantil le llenaba cuando, con pueril alegría, las semillas de sandía se escurrían por su cuerpo hasta golpear suavemente su regazo.
No, Kanon jamás podría entenderlo.
Kanon no sabía nada.
Porque Kanon no conocía a Shaka tan bien como le conocía él.
Y aun así¿qué era aquella opresión en su pecho cada vez que le miraba¿Qué significaba aquél acelerado latir, ajeno a la turbación romántica de un corazón, que le embargaba siempre que Shaka, sonriendo, tomaba su mano?
No era su amor. No era la conmoción primeriza, la repentina simpleza y emoción que al descubrir sus sentimientos atacaban a una adolescente. En absoluto. Saga había superado aquella etapa hacía bastante tiempo ya, y podía comprender bien que lo que en aquellos momentos sentía iba mucho más allá. Enredándose con los nervios, manchándose con el repentino miedo a ver aquellos dos ojos cerúleos llenándose de lágrimas y desprecio. El odio que le mataría de llegar a ver reflejado en la mirada de Shaka. La lástima por sí mismo. La atroz desesperación por, de pronto, querer alejarse de él y no volver a verle más, aún sabiendo que por sí solo el pensamiento le corroía el alma de mil maneras jamás imaginadas.
¿Y qué podía hacer él? No era más que un hombre que había osado poner sus ojos sobre aquél niño. El blasfemo. El mortal que había retado a los dioses, y en prueba de su osadía, se había atrevido a tratar de robarse a uno de ellos sólo para tenerle a su lado.
Shaka le vio así en aquél momento, preocupado e inocente, y en una actitud infantil había posado sus manitas sobre los hombros ya considerablemente anchos del joven santo de Géminis.
—¿Saga-sama?
—¿Hmmm?
No se atrevía ni siquiera a levantar la mirada para toparse con sus párpados cerrados. Sentía que incluso sin verle podría encontrar la aberración reflejada en sus ojos, y le temería.
—¿Qué te sucede¿Estás enfermo?
Había enfermado y sanado mil veces el mismo momento en que le conoció.
—No, no es eso...- le sonrió. Sin darse cuenta sus manos estaban ya cerradas sobre las pequeñas muñecas blancas de Virgo. –Yo... sólo estaba pensando en preguntarte algo...
¿Por qué había dicho aquello? Si más bien había intentado, desde que entró al jardín de Sales aquél día, decirle que no podría ir más.
—Te escucho.- una vez más aquella sonrisa hechizante. La misma voz embriagadora, el suave aliento etéreo mezclado con el dulce aroma a cerezos.
Le volvía loco...
—El amor...
¿Se atrevería¿Estaba dispuesto a dejarlo todo, incluso a ser condenado a muerte, por un sentimiento tan banal como el suyo? Y es que sin embargo era ahora o nunca...
—¿Ya sabes lo que es el amor?
Shaka se había ruborizado.
—Mi maestro dice que...
—Pero no quiero que me digas lo que tu maestro te ha dicho antes, sino lo que tú piensas al respecto... ¿Te crees capaz de llegar a amar a alguien algún día¿Crees que sería posible que alguien te amase?
—Y-yo... no lo sé, yo...
—Shaka...- su rostro se impulsó nuevamente hacia el de él. –Tú puedes comprenderlo¿Verdad? Y no me odiarías...
—S-saga...
—Shaka... te amo tanto...
Ambas miradas azules se conectaron por espacio de segundos, previos al segundo beso, al encuentro de los labios jóvenes con la pequeña y tierna boca que había dejado de ser virgen en el momento en que Saga se había atrevido a mancillarla con sus pecados.
Por eso en ese momento, Shaka, aunque de algún modo se sentía feliz, no pudo evitarlo...
Simplemente comenzó a llorar.
