Capítulo 10:
Comieron en silencio escuchando la música folclórica de la zona que se dispersaba en el aire. Kagome no se atrevió a mirarlo nuevamente. De pronto comprendió muchas cosas, aunque intentó pensar que todo era una coincidencia, la actitud de Sesshoumaru le develaba, inevitablemente, que tal vez... tal vez...
.Ya es muy tarde Kagome, debemos regresar.
Dejó de respirar. ¿Volver al departamento? Levantó el rostro y lo miró seriamente. Él no desvió su mirada. Lo sabía, ella ya se había dado cuenta de sus sentimientos.
.Sé lo que estas pensando.- Dijo de pronto. Kagome sintió que el corazón latía como loco. Estaba... sorprendida.
.No... no pienso nada- Respondió ella torpemente y se levantó del asiento. Él la imitó pero no dijo nada. Caminaron lado a lado por la oscura playa ahora, rumbo al departamento. El viento comenzaba a soplar con fuerza y entonces Sesshoumaru se sacó la chaqueta y la pasó por la espalda de Kagome. Ella se detuvo paralizada, sintiendo cómo el pasaba la chaqueta tras su espalda y luego, unía ambos lado, sobre su pecho. Ella tiritó sin mirarlo. La mano de Sesshoumaru subió hasta su cara, dando una pequeña caricia, entonces ella levantó el rostro mirándolo asustada.
.Sé que ya lo sabes.- Dijo Sesshoumaru mirándola intensamente.- y fue... por eso que decidí irme a Londres y dejar la presidencia del comité. No podía soportar verte al lado de Inuyasha... tampoco Rin pudo soportar que yo no la quisiera a ella...
Kagome lo miró impresionada y con pena. Tomó su mano que él posaba sobre su mejilla y la retiró lentamente.
.Lo siento. Siento lo que ha pasado... que... sientas... yo no puedo...
Él miró el océano con nostalgia.
.Lo sé y no hace falta que me lo digas. Inuyasha siempre será el dueño de tu corazón.
.Lo siento- Sollozó. Él volteó y la miró seriamente.
.No lo lamentas, no es tu culpa... nadie tiene la culpa.
Acostada en la cama y tapándose con las sábanas hasta la cabeza las lágrimas comenzaron a caer de forma abundante por sus mejillas. Sentía que el dolor lo tenía atravesado en su garganta. Se aferró como un bebé moviendo la cabeza sin entender ¿Porqué Inuyasha no estaba a su lado?
.Inuyasha... Inuyasha... te extraño... Inuyasha...
Apenas el sol alumbró en el cielo se levantó con cautela hasta su bolso y encendió su teléfono móvil. Varios mensajes de texto aparecieron, de Sango. Llamó un taxi y empacó sus cosas. Al fin salió del departamento sin despedirse. ¿Para qué? Ya no le encontraba sentido a nada.
.Me siento tan sola...
.¿Adónde la llevo señorita?
La voz del conductor la hizo reprimir las lágrimas que se acumulaban en sus ojos. Pasó los dedos por ellos limpiando todo rastro de pena y miró al hombre que la observaba de reojo a través del espejo.
.Lléveme... lléveme...
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Sentado en su escritorio en las oficinas del ministerio, en Tokio, Inuyasha contemplaba con la vista apagada un bolígrafo que estaba sobre la mesa y que tenía las inscripciones "te amo". Levantó el rostro con los ojos dorados demasiados brillantes y respiró profundamente, sintiendo aún que el maldito dolor en el pecho seguía ahí, clavado como una espina. Ella no aparecía, no estaba en ningún lado. Miró nuevamente el bolígrafo leyendo con detenimiento aquellas palabras, que tanto lo habían emocionado cuando las leyó por vez primera... y ahora... ahora... dudaba.
.Me has... desilusionado, Kagome... - Murmuró, girándose en la silla con algo de rabia y dirigiendo su vista ya nublada hasta el cielo. Las lágrimas cayeron silenciosamente por sus mejillas, mientras apretaba ambos puños de impotencia, rabia. Maldición¿cómo todo se había perdido?
La joven mujer sonrió al ver a Sango que la miró con algo de incredulidad.
.He venido... tengo noticias de la señorita- Dijo sin más.
Sango se levantó de su asiento sin dejar de mirarla y golpeó la puerta de su jefe, sin esperar respuesta la abrió dejando pasar a la asistente, que al pasar a su lado la secretaria pudo percibir una estela de perfume... un perfume similar al de Kagome.
Lo miró con detenimiento sin que él notara su presencia. Nada parecía sacarlo de sus tristes pensamientos. Esta sería su oportunidad, era la única que tenía, antes que "ella" regresara y se lo arrebatara. Carraspeó y entonces lo vio pasar rápidamente sus manos por la cara, unos leves segundos más tarde se levantaba de su silla giratoria y volteaba hasta ella.
.Señor... Inuyasha...
Inuyasha la miró con detenimiento aún con su vista nublada por las lágrimas que caprichosamente intentaban salir. Un suspiro se escapó de sus labios.
Ella caminó con lentitud hasta él, hasta estar justo a su altura. Levantó su mano hasta su mejilla y la fina pulsera brilló, trayendo a la memoria del joven que aquello era de Kagome, su Kagome. La tomó fuertemente de la muñeca y ella dejó de respirar. Acercó con algo de fiereza su cara hasta su cuello, oliendo aquel perfume que le recordaba demasiado a Kagome. Ella gimió al sentir el aliento cálido sobre su piel y se acercó más a su cuerpo, desviando la cara, buscando sus labios, los labios que desde la primera vez que lo vio deseaba probar con vehemencia y locura. Al diablo el doble juego, no dejaría que aquel hombre muriera como él pretendía, no, jamás, sin importar las consecuencias. La que debía morir debía ser ella, Kagome, no el abogado. Inuyasha le tomó fuertemente la otra muñeca y la acorraló contra la mesa de su escritorio, ella se sentó en el y el joven aún sin mirarla, sólo podía oler su esencia, lamer su cuello, pasar sus manos hasta su cintura, abriéndole las piernas y entonces Aska le tomó el rostro y lo besó. Inuyasha al principio le correspondió, adentrándose en su boca con ímpetu y escuchando como ella gemía sólo por sus besos. Abrió los ojos besándola aún y la miró al fin.
.Kagome... Kagome...
Ella no respondió, sólo se abrazó con sus piernas a él e intentó desabrochar su chaqueta, pero entonces la visión de Kagome se desvaneció y la cara de la asistente apareció ante él, que se separó de inmediato, soltándose de ella, que lo miró agitada.
.Aska.
.No hace falta que alguien lo sepa. – Respondió rápidamente. Él se limpió la boca sintiéndose peor de lo que estaba.
.Esto es una... equivocación.
Salió dando un portazo de la oficina y Aska lloró de indignación. Se sacó la pulsera y la lanzó lejos. Rabia, impotencia, dolor, humillación. Eso era lo que sentía.
Cuando alguna vez
Encuentro a quien amar
Apareces tú en mi mente
Una vez mas
Y te siento a ti
Este con quien este
En sus besos, en su cuerpo
Y en su olor a mujer
Más allá de todo
Más allá de ti
Ya no tengo nada
Que me pueda hacer vivir
Más allá la nada
Solo quedo yo
Donde estas
¿Quién te hará el amor?
Sango lo vio salir precipitadamente y lo miró con preocupación. Luego miró hacia la oficina, en donde ya sospechaba que en algo extraño andaba esa asistente de quinta.
El hombre entró a su departamento afirmando la espalda en la puerta y llevándose una mano hasta el rostro. ¡Qué demonios?. ¿Porqué Kagome?. Se irguió nuevamente y sus ojos se detuvieron en la mesa del comedor, con las rosas ya secas, recordando aquella cena, la última que habían tenido. Caminó despacio hasta la habitación recostándose con traje y todo sobre la amplia cama. El camisón de satén aún estaba ahí, bajo la almohada. Lo tomó entre sus manos y aspiró su perfume.
Cuando pienso que
Te puedo superar
Vuelvo a ver tus cosas
Y te vuelvo a amar
Nuestra cama esta
Tan fría sin tu amor
Y las rosas se han secado
Al no sentir ya tu voz
Más allá de todo
Más allá de ti
Ya no tengo nada
Que me pueda hacer vivir
Más allá, la nada
Solo quedo yo
Donde estas
¿Quién te hará el amor?
.¿Porqué te olvidaste de mi, Kagome?
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La mujer bajó del avión privado vestida de ajustado traje color marfil y sombrero. Los anteojos oscuros impedían ver sus ojos pero no así su belleza. Blanca como la nieve y sus labios rojos carmesí, sonrió apenas cuando vio a Aska frente a ella, mirándola con recelo.
.¿Cómo estas, querida Aska?
El viento del lugar soplaba con fuerza y sus cabellos lisos y negros danzaban a su alrededor. La limosina estaba un par de metros más allá y Aska la acompañó con rabia hasta ella. Solas en mitad de la noche, la mujer extrajo un pequeño revolver que disparó sin una clase de emoción en la nuca de la asistente, cayendo ésta a sus pies. Lo guardó con delicadeza, como si nada, estaba acostumbrada a ver éste tipo de cosas que hacerlo no le resultaba tampoco difícil. Subió a la limosina negra que la esperaba y el conductor la miró con respeto.
.Usted dirá, señorita Kikyo.
Continuará...
