Creo que aquí va otra historia nueva, recién sacada del horno, y ya que quería hacer una pareja nueva... ¿por qué no un Lily/Severus? Sería bonito sacar las cualidades de este huraño hombre . Espero que lean y dejen reviews ( aunque sean con una referencia mala, acepto todas las críticas)... Besos!

Cleo-lil

Imperius

1. Rojo en sus ojos verdes.

Un cielo oscuro se reflejaba en los charcos de lluvia, la cual estaba cayendo copiosamente. Sus ojos verdes esmeralda estaban algo quebradizos, ahogados en lágrimas por la temible depresión que ahora la azotaba. La que hasta ahora había sido su inseparable hermana, la había echado de su casa cuando le había contado que en el mundo mágico se levantaba un imperdonable asesino.

Llevaba tiempo extraña, pero ahora había sido más concisa: no quería poner en peligro su matrimonio, quería vivir en paz sin que su hermana la alterara, y no permitiría que se relacionara con ella más.

Quizá para la rubia estirada no valiera nada su relación fraternal, pero para la pelirroja era lo único que tenía después de la muerte de sus padres. Si era que salía adelante era porque su hermana la apoyaba y estaba siempre junto a ella, pero eso se había acabado. No tenía novio por el que valerse y adquirir ganas de vivir en su ahora insufrible vida. Tampoco tenía amigos, y con sus amigas de Hogwarts apenas ya hablaba.

Vale, de acuerdo, tampoco tenía por qué estar acabada, pero se sentía tremendamente mal por el momento... y hasta que no se le quitara el desasosiego que tenía, su estado de humor empeoraba por momentos... hasta que paró realmente furiosa.

- ¡Maldita estúpida de cara de caballo y melena rubia de bote¡Te crees doña perfecta y sólo eres una inepta de mente cerrada y culo de Barbie!- respiró hondo tras quedarse sin aire, aún empapándose por el agua, y medio hablándole a una farola en medio del Londres muggle. Ladeó la cabeza algo triste-... bueno, así me desquito un poco la amargura... – se pasó la mano por los ojos y se abrazó a sí misma helada hasta los huesos.

Algo le pico en la nuca. Su instinto le reclamaba que alguien estaba observándola, y era fiel a lo que él siempre le recomendaba.

Volviendo la cabeza rápidamente, pudo ver una sombra reflejada en un charco, sin llegar a ver a quien o a que correspondía. Su mente cambió repentinamente sus pensamientos, de la tristeza que sentía por la pérdida de su hermana a una inquietante alarma. No eran buenos tiempos, y una auror como ella debía de estar más alerta, porque eran perseguidos por el Lord oscuro, sobretodo en su caso, una hija de no magos.

De pronto, habiendo sacado la varita, varias sombras la rodearon. Las gotas que resbalaban por su ropa empezaban a quemarle, algo no estaba bien, era una cruel emboscada, y no había nadie a quien recurrir.

- Malditos seáis... – derrotó a varios con magia, rozándole varios hechizos Cruciatus. Un Imperius llegó a darle, pero lo soportó fácilmente volviendo a la carga con su varita. No por nada era de las mejores aurores que aún quedaban.

Pero para sorpresa de ella, aquellos no eran más que cebos para el pez que pronto sería pescado por uno mayor y mortífero. Una vez dos hubieron caído, tras ella levantarse del suelo, todos se retiraron y una voluminosa niebla apareció en la calle.

No había nadie, absolutamente nadie, y tampoco se veía nada, pero si había aprendido algo es a no bajar la alarma. Mantuvo la varita en alto, mientras seguía mojándose. Se pasó la mano por los ojos retirando el agua. Apenas lo hizo, un frío silencio inundó todo. Ni siquiera la lluvia se escuchaba chocar contra el suelo. Un ruido como la especie de un siseo se escuchó, y su instinto le previno de que algo se le iba a aparecer atrás.

Empezó a dar vueltas sobre sí misma, y cuando se paró, algo sorprendente ante sus ojos apareció.

- Dios mío, esto no es normal... – justo antes de que se diera cuenta, la calle empezó a dar vueltas ante sí y todo se volvió negro. Fue entonces cuando escuchó una voz siseante, y el miedo invadió cada uno de sus poros.

- Legeremens... – unos ojos rojos brillaron entre la oscuridad.

La pelirroja se dio cuenta a tiempo, había practicado este tipo de magia, y sabía cual era el arma para combatirla. Dejó la mente en blanco, dejó de sentir, dejó de pensar... todo desapareció de su cabeza, pero a pesar de ello, un sentimiento aún permanecía allí...

Sintió unas manos frías adentrándose en su mente, que nada encontraron, pero su resistencia empezaba a flaquear y despertó parando al emisor del hechizo. Vio dos ojos ensangrentados en color justo cuando abrió los ojos. Fue peor de lo que imaginó.

- Legeremens... – la pilló de sorpresa y aunque intentó defenderse mentalmente, empezó a debilitarse. De pronto, entre la negrura de sus pensamientos, apareció una imagen impactante: la muerte de sus padres, cuando ella los encontró en el salón muertos después de las vacaciones con su abuela. Frunció el ceño y desapareció la cruel imagen. Pero apareció la imagen de su adopción, la separación de su hermana, y poco después la última escena de su vida: cuando su hermana la había echado de su casa.

Fue entonces cuando una retahíla de imágenes la invadieron, hasta que despertó, cayendo agotada en el suelo. Respiraba fuerte, intentando coger aire, pero éste le hacia daño en los pulmones, debido al frío y a la lluvia. Por momentos veía todo con una gran espesura negra, y fue entonces cuando alguien la cogió del cuello.

- Mi pequeña niña... – una voz cortante pero a la vez tersa silabeo con gracia las palabras-... eres un pequeño capricho, tanto para mí como para otra persona, así que ya sabrás cual es tu destino... Imperius.

La pelirroja estaba tan débil que no podía defenderse ante una de las tres maldiciones más poderosas, por lo que al dejarla caer sobre el suelo, perdió la consciencia, mientras sus cabellos ocultaban su cara bañada en lágrimas y gotas amargas de lluvia. La que habría sido la única persona hasta el momento que pudo enfrentarse dos veces ante Voldemort y salir con vida, ahora estaría bajo su poder...

- Levántate... – unos ojos verdes se abrieron lentamente, mientras unas manos blanquecinas se apoyaban en el suelo para levantar su propio cuerpo. Su vista fija en los ojos granates y su sonrisa ladeada daban paso ante la misma persona que poco tiempo antes intentaba liberarse de sus manos, las manos sedientas de venganza que ahora la controlaban. Se acercó a ella acariciando su pelo avariciosamente.

- Mi señor... – se inclinó ante él, mientras un susurro entre los mortífagos se escuchó.

- Ven conmigo...

La niebla profunda dejó de percibirse poco a poco, mientras una joven chica de mirada perdida seguía al que se consideraría a primera vista como un hombre entrado en edad, de viperinos ojos y piel escamosa. La oscuridad se disipó dando paso a una noche alumbrada por el brillo de las estrellas. Sólo quedó la estela de lo que antes sería la personalidad de alguien obligada, forzada a cambiar, la cual nadie echaría de menos...

Unos pasos resonaron lúgubremente en el callejón contiguo a Diagon. Dos ojos oscuros como la noche miraban sus pies mientras estos andaban, no le gustaba transitar el oscuro callejón, pero desde luego, había pocas cosas que no se vendieran en sus tiendas para realizar sus preciadas pociones. Su vista se volvió hacia un lado, sin dejar de caminar, percatándose de que alguien lo seguía.

Terminó por pararse. Se dio la vuelta, y pudo ver a otro hombre de su misma edad y estatura, con el pelo rubio platino. Sus fríos ojos azules lo miraron con superioridad, y éste le respondió con una mirada gélida de indiferencia.

- Ah... querido Severus... ¿te pensaste nuestra propuesta? Te quiere, te quiere ahora y ya, te necesita... – el hombre no le respondió, sólo se dio la vuelta ondeando su melena azabache. Su dura mirada siguió fijándose en el camino dejando atrás al rubio.

- Volveré a decir lo mismo cuantas veces hagan falta... – apenas dio dos pasos, tuvo que pararse.

- ¿Ni aunque te ofreciera lo que tú más quieres? – no le faltó tiempo para sonreír con ironía, mientras sus ojos azules expresaban dicha. El hombre de ojos atezados intentó ocultar su curiosidad y su desaliento... – Sabemos que eres un hombre solitario y es por ello que no podemos chantajearte con nada, pero sientes un único deseo tan profundo que seguro darías la vida por ello... Eres frío y calculador, pero después de esto, nada podrá ocultar lo que sientes...

- ¿Hay acaso algo que me haga sentir así, algo que ponga a prueba mi avaricia? – sus cejas oscuras se elevaron petulantes.

- Siendo hombre, todo es capaz... ¿O me vas a negar lo que sientes por cierta pelirroja sangresucia?

Tras escuchar las últimas dos palabras, la sorpresa se reflejó en su rostro, pero cambió enseguida ante una cara de incredulidad. Nada ni nadie le traería a la pelirroja hasta él, nadie excepto ella misma, y le había dejado claro hacía ya cierto tiempo que no quería ni ansiaba nada de él, sólo su amistad.

- Mientes... – el rubio se pasó la mano por el pelo seguro de sí mismo.

- ¿Crees que haya algo que no pueda conseguir mi señor? Si no me crees a mí, cree las palabras que él me ha comunicado para que te diga, y si no crees hasta que no ves... – se calló unos segundos-... puedes comprobarlo por ti mismo, y si lo que te digo es mentira, podrás irte.

- ¿Cómo sé que no me tenderéis una trampa cuando vaya? – elevó una ceja interrogante.

- Mi señor necesita de tus manos, de tus ojos y de tu sabiduría... eres experto en pociones, y te necesita. Sabe que eres inmune ante cualquier hechizo mental, y lo único que podría hacer sería...

- ... matarme – terminó metiéndose las manos en los bolsillos despreocupado.

- Exacto, y le vales más vivo... Toma, coge el translador y llega hasta él... – le pasó una moneda plateada con una serpiente grabada, a lo que el rubio desapareció sonriendo con maldad.

Se quedó mirando serio la moneda, sin saber exactamente si sería lo correcto hacerlo. No estaba seguro de unirse a la causa, era muy mezquina, pero estaba solo en este mundo y lo único que tenía era sus pociones y a sí mismo. Ahora le prestaban en bandeja a la mujer que amaba dedicándose a lo que más le gustaba, y seguramente consiguiéndole el equipo que necesitaba... y no que se estaba quedando ya sin dinero.

Pero nada le habría hecho pensárselo mejor si no fuera por la propuesta última. No sabía si era cierto, pero si lo era, tenía mucho que ganar y poco que perder... sin embargo, si dejaba pasar la oportunidad, tendría grandes cosas que perder, sólo ganar lo que el consideraba como correcto. ¿Y qué era en realidad lo correcto? Nadie lo sabía, así que no le importaba ser egoísta, los demás lo llevaban siendo con él demasiado tiempo.

Cerró los ojos y apretó la moneda, sintiendo un revoltijo de sentimientos al transportarse hasta el que sería un destino que le dejaría una huella imborrable.

Un largo pasillo con multitud de puertas fue el que condujo al todavía incrédulo hombre de cabellos morenos y al rubio con mirada confiada. Llegando a una puerta de las muchas otras, éste último abrió con una llave plateada. No había mucha luz, pero se podía ver una silueta al fondo. El rubio sonrió dejando la puerta abierta, y mirándolo con desdén, se marchó algo altivo.

El moreno, aún sin entrar, miró a ambos lados del pasillo de reojo y con varita en mano entró y cerró tras sí. La habitación estaba muy oscura, y nada se escuchaba. Al instante, un leve crujido en la madera del suelo reveló que la persona antes mencionada se estaba moviendo. El muchacho se puso en alerta, y de buenas a primeras, una pequeña luz al fondo se encendió. Se dejó ver una lámpara de aceite y la mano, de apariencia tersa y delicada, que la había encendido.

Un vuelco al corazón le dio cuando vio que las manos eran finas y delicadas, de mujer. Pero aún se mantuvo en alarma, pues podría ser una trampa y aquella otra mujer, como Bellatrix, por ejemplo. Un susurro pronunció unas palabras y las antorchas que había en la sala se encendieron con una luz tenue. No había duda, ahora podría ver los rasgos de la mujer.

Se quedó sin aire cuando, la muchacha que vio enfrente de él, era la misma mujer de cabellos de fuego escarlata y mirada agua mar de la que se había quedado perdidamente enamorado. Pero... una sospecha aún quedaba, y era si alguien se había hecho pasar por ella. La observó lentamente, comprobando cualquier mínimo gesto que no fuera de ella.

- ¿De verdad eres tú, Lily?- la chica acabó apagando la lámpara y acomodándose en el sofá de terciopelo verde que había en mitad de la estancia. Sonrió ambiguamente, y lo miró fijamente. Ese brillo en sus ojos, esa mirada esmeralda, esa sonrisa suave... -... dime algo... ¿Cuándo nos vimos por primera vez?

- ¿Necesito demostrártelo? De acuerdo... fue en Hogwarts, un día de Febrero, creo, porque hacía bastante frío, en el cual venía corriendo de la biblioteca, pero la verdad, como era bastante torpe, Peeves arrojó un globo de agua en mi camino, resbalé y acabé con todos los pergaminos en el suelo, algunos manchados de tinta, yo toda mojada, y tú medio riéndote. Después de un tiempo, te pedí que no se lo contaras a nadie... – miró al moreno divertida, con melancolía.

- ¿Me enseñas la mano? – Aunque estaba sorprendido, aún no estaba seguro si le habían robado los recuerdos. Se acercó a ella y ésta le tendió la mano. Le dio la vuelta y observo una pequeña cicatriz. Ya casi estaba seguro de ella, sólo le faltaba...

- ... me la hice cuando estabamos trabajando en una poción. Salió tan bien que, con el entusiasmo, se me olvidó que aún quemaba el soporte y me hice una quemadura. No visité a la enfermera aunque tu insististe en que fuera a que me curara, así que aún la conservo...

Era ella.

Se mantuvo de pie, viéndola como si fuera un fantasma. Sus ojos lo miraban divertidos, mientras aún seguía disfrutando del suave asiento, pasándose la mano por el pelo, como hacía cuando estaba despreocupada.

Eso sí, aquí había gato encerrado.

La chica le cogió de la mano y le convenció para que se sentara a su lado. Lo único que él hizo fue quedarse más sorprendido de lo habitual.

- Pero Lils... ¿qué haces aquí? Eres una auror, no entiendo como puedes... – la chica sonrió y le puso un dedo en la boca callándolo. Se acercó lentamente, mientras su mano le acariciaba la cara, y se recostó en su hombro.

- Creo que los tiempos requieren medidas drásticas, y como ya no tengo absolutamente a nadie, pensé que lo mejor es unirse a una causa donde esté protegida y, aunque sea egoísta, sea mejor para mí... Los aurores trabajan día y noche, ya no quedan muchos, y debido al trabajo, nadie es amigo de nadie. Simplemente somos compañeros con los que hablamos y cuando termina la jornada de trabajo, son meros desconocidos...

Paró suspirando, mientras el moreno la miraba de soslayo.

- ... No mantengo ningún amigo de Hogwarts desde que pasé un año fuera, y al único que aún veo es a Potter, el mejor auror de la plantilla...

- ¿Potter? – la miró alzando una ceja, aquel tipo siempre había intentado salir con ella.

- Sí... en fin, meras formalidades- la abrazó cuando ella habló indiferentemente, algo receloso del muchacho que siempre lo había humillado en el colegio. Aún querría vengarse de él... -... mi única familia, Petunia, me echó de su casa, no quiere verme... Sólo me quedas tú, es por lo único que me quedan fuerzas... – su voz sonó algo vacía, pero lágrimas llenaron sus ojos.

Severus la miró sin preocuparse por la veracidad de sus últimas palabras, sino más bien dolido por sus lágrimas. Odiaba verla llorar, se le quebraba el alma, por dentro sufría igual que ella, y si lloraba porque estaba sola, no sería él el que la abandonaría.

Poco a poco, sus rostros fueron acercándose, inducidos sobretodo por la pelirroja. Sus corazones latían con fuerza, los labios carmesí de ella temblaban mientras los ojos negros de él la miraban con dulzura. Sus manos recorrían su rostro y sus cabellos azabaches delicadamente, mientras la piel blanquecina del joven ardía de deseo y ternura. Justo cuando el muchacho empezó a entrecerrar los ojos, mientras se dejaba llevar por la pasión y el sentimiento de mágico esplendor en su interior, la mirada de la pelirroja se volvió en unos instantes de su verde sobrenatural a un rojo granate opaco, sin pizca de expresividad.

El muchacho se separó rápidamente, y para cuando volvió a mirarla, sus ojos volvían a ser del verde habitual. El joven la miró asustado, comprendiendo en aquel momento justamente lo que pasaba, mientras la chica lo miraba interrogante. Ella le cogió la mano, sin él atreverse a quitársela, y la besó tan débilmente que hubiera parecido el roce de una fina ráfaga de viento. Su estimulante belleza hacia mella cuando a la luz tenue, su verde era esplendoroso y el rojo de su pelo se apreciaba como chispas de fuego ardiente.

Pero ahora, después de comprobar que era su cuerpo en realidad, la miró extraño, pues sabía que su alma estaba secuestrada por la mente de otra persona, y que nunca tendría a la Lily Evans que él conocía de siempre, sólo era un reflejo con cierta personalidad, pero no sentimientos.

Pero la ilusión tenía vida, y era tan real que incluso entorpecía sus sentidos como siempre conseguía hacer. Se acercó a él totalmente con una mirada fija, sabiendo exactamente lo que tenía que hacer. Suspiró suavemente mientras le acariciaba la cara de arriba abajo. Su rostro estaba enrojeciendo de calor, la pasión de ambos estaba saliendo por sus poros, o al menos en uno de los dos. El moreno cerró los ojos, sin pensar en las consecuencias de lo que sería dejarse llevar. Fue el momento en que accedió ante su corazón y no a su perceptible razón.

De la noche al día y del día a la noche algunos días pasaron. Eran días fríos de invierno acercándose la Navidad. Todo el mundo iba de aquí para allá revolviendo a más no poder las tiendas buscando el regalo perfecto. Grandes ventiscas de nieve azotaban últimamente a la ciudad, y los edificios se veían eternamente cubiertos por un aura brillante, blanca y esponjosa. Algunas de las ventanas estaban ya adornadas con motivos de la época, y una especialmente: la ventana del último piso de un edificio, que daba a las oficinas de los Aurores. Pasaba simplemente por oficina de periódico, con repelente de muggles.

Dentro de la planta, por la puerta, salía la pelirroja. Era una de las mejores, pero no hablaba con nadie, y últimamente menos que nunca, aunque mantenía su carácter habitual. Alguien la estaba vigilando de cerca, la vigilaba desde hacía tiempo atrás, pero ahora le parecía extraño su comportamiento.

Cuando salió la chica, el joven curioso la siguió. Sus ojos avellana no perdieron de vista su melena pelirroja, aunque ella siempre vigilaba sus espaldas. Llevaban una hora caminando y el chico estaba a punto de desistir, hasta que la joven se paró, y él se escondió en un portal de un edificio colindante. Habían llegado hasta las afueras de la ciudad y con el frío que hacía, no lo estaba pasando exageradamente bien.

Miró sacando un poco la cabeza, pero ya no estaba. Caminó rápidamente hasta el lugar por donde se había parado, lo único que vio fue un viejo edificio con los cristales tachados, medio en ruinas y un gran cartel en la puerta que decía: Cuidado, no se acerquen, edificio en ruinas ´´. Levantó una ceja sonriendo locuaz.

- Típica treta de estos magos inútiles... – dio dos pasos y acercándose abrió un poco la puerta. Su cabeza se asomó, apenas sin ver demasiado por lo oscuro que estaba. Había pensado que sería un edificio oficial mágico, pero más bien no estaba habitado por nadie. Miró alrededor pensando que quizás se había equivocado y realmente sí podría estar en ruinas, algo temeroso.

Pronunció un hechizo y se iluminó la sala, en la cual ya no estaba la chica, pero estaba bastante nueva y limpia como para declararse peligroso. Decidido, vio una luz al fondo verde y apagando su varita fue hasta allí, dispuesto a lo que ocurriera por seguir a la joven. Desde el marco agazapado miró hacia dentro, pero lo único que vio fue un fuego brillante verde en la chimenea. Se extrañó bastante, pero cuando quiso darse cuenta...

... alguien le tocó el hombro. Su mirada se volvió inexpresiva sintiendo que alguien estaría apunto de matarle. No le extrañaría demasiado debido a los tiempos que corrían y cualquier mortífago pasaría por gente normal y corriente. Tragó con dificultad, un sudor frío le recorrió el cuerpo de cabeza a pies. Se había parado su respiración, y cuando se dio la vuelta...

- Potter... ¿qué haces aquí?- la pelirroja estaba inclinada mirándole curiosamente. El chico sacó una gran masa de aire de su pecho, mientras sonreía aliviado.

- Pensaba que eras un mortífago... ¿qué haces tú aquí?

- Esto era un nido de mortífagos hace días o quizás un mes. Vi un encapuchado colarse en este edificio hace un tiempo y vine a investigar... – soltaba las palabras suavemente, algo lento y dubitativamente-... la verdad, no quería contárselo a nadie por si no era cierto. Hoy vine y he encontrado cosas de ellos... – el moreno se levantó frotándose los ojos, mientras ella se quedaba seria. Le enseñó una manta oscura, una vela y un anillo de serpiente.

- Será mejor que nos vayamos y vengan aquí mañana un grupo de aurores... – empujó a la chica suavemente hacia el exterior, sin poner ella objeción. Los dos se encaminaron hacia la salida.

Sus ojos verdes se dirigieron hacia el edificio mientras el moreno caminaba ya de vuelta. Una sonrisa se mascullaba en su rostro, una sonrisa perversa, que cambió enseguida al ver al muchacho esperándola a lo lejos. Corrió hasta él, y le sonrió al llegar.

- Oye, sé que eres muy poco sociable, pero... creo que eres una buena persona, Evans... es más, siento que nos lleváramos tan mal en Hogwarts, siento que andara detrás de ti todo el tiempo... – el chico sonrió suavemente mientras se metía las manos en los bolsillos, pensativo, mientras la pelirroja se paró sorprendida. Hacía mucho tiempo que alguien no era así con ella, tan... amigable. Sus ojos parpadearon aguados-... supongo que sería porque eras la chica más bonita, y sigues siéndolo... – él se paró algo risueño y medio azorado, mientras la chica, paralizada por sus palabras, se quebraba en dos por el dolor de cabeza, se llevó las manos a ella, rota por los temibles agujazos. Él se dio cuenta, y absorto por lo que le pasaba, acudió a Lily preocupado...

En el mismo instante, en una sala enorme donde se crepitaba un fuego majestuoso, con un agradable sofá verde, alguien se mantenía callado pero receptivo...

Conque ese muchacho es el único que puede interponerse... – los ojos rojos del sujeto estaban blanquecinos, y mascullaba palabras inteligibles mientras hablaba-... yo lograré que no interceda entre nosotros... – sus manos acabadas en largas uñas acariciaban una gran serpiente enroscada en sus pies. De pronto, un haz rojo brillante se percibió en sus ojos, y una sonrisa de la que estaría orgulloso Maquiavelo, se presenció en su boca.

Cientos de kilómetros lejos de allí, una pelirroja mareada en brazos de un moreno preocupado, volvía en sí. Justo cuando el joven pensaba llamar a alguien para que los ayudase, a pesar de que nadie pasaba por allí, sus ojos verdes se volvieron rojos, y se apoyó en los hombros de James para levantarse totalmente recuperada.

- ¿Estás bien? – la miró extrañado.

- Sí, creo que simplemente fue un mareo... ya estoy mejor... – sonrió algo débil pero con una mirada esmeralda bastante segura.

- Bueno, si quieres te acompaño hasta...

- ... no hace falta, voy por esta calle hasta mi casa, no está muy lejos de aquí... – se veía una oscura calle por donde ella señalaba, muy silenciosa.

- Pero... – ella negó con la cabeza sonriendo-... bueno, yo me voy por esta otra calle, mañana nos vemos en el trabajo, quizás algún día podríamos tomar algo...

- No creo que tenga tiempo, estoy bastante ocupada, hasta mañana... – mientras el chico de ojos avellana la miraba algo decepcionado, ella se alejaba por la oscura calle. Él siguió por una calle medio alumbrada, recogiéndose en su abrigo con frío.

Apenas dio diez pasos, la pelirroja se paró, ladeando la cabeza con los ojos entrecerrados. Los abrió para mirar a un lado una sombra oscura.

- He tenido suerte de entretenerlo, querido... – miró dulcemente una sombra-... no sé que habría pasado de vernos juntos, tú vestido con una capucha negra. Creo que ése ya no será lugar bueno para reunirnos y que me comentes como van las cosas... Esperaremos al fin de semana para ver directamente a nuestro señor... – sus susurros eran poco entendibles, pero el receptor la estaba escuchando atendiendo a lo que decía.

- Lil, debes tener cuidado con él, siempre ha sido un estorbo... – salió de la oscuridad profunda para dejarse ver sus rasgos por una farola a lo lejos, que algo alumbraba.

- Lo sé, ya le dejé claro que no tiene nada que hacer conmigo... – lo abrazó fuertemente, rodeándole con sus pequeños brazos, mientras él le besaba los delicados cabellos rojizos. Una expresión triste se dejó ver aún cuando lo abrazaba, pero al volver a verlo, cambió radicalmente, con un deje granate en su iris.

- Eres mía... sólo mía... – le acarició la fría cara, mientras la noche empezaba a caer en su totalidad oscuridad. Los ojos negros de él eran posesivos y amorosos a la vez.

Sólo la luna iluminaba las perdidas calles metropolitanas de Londres, donde cualquier cosa podía pasar, desde un romance contradictorio y equivocado, hasta una decepción más en la vida que asumir.

Pero no todo tiene que ser como aparenta, y menos si lo que está en juego es el alma de una persona, encerrada en sí misma, controlada por la tristeza.