3.
El templo del escorpión celeste, en calma tensa, como el estado del mar que precede a la tormenta, guarda silencio, expectante. Frente a frente, el caballero de Escorpio, Milo, y yo. Intento aparentar tranquilidad. La realidad, en cambio, es bien distinta. El hombre que se aposta arrogante ante mí me intimida enormemente, no tanto por su poderoso cosmos, que puedo percibir con nitidez y supera en mucho al mío, o su armadura, sino por su simple presencia. Todo él irradia una sensualidad casi salvaje, de la que parece totalmente consciente y, como un depredador, aprovecha esto para envolver a su presa. He de hacer acopio de todo mi autocontrol, y las enseñanzas de Camus, para recordar cuál es mi deber como caballero. El silencio que envuelve la estancia, apenas roto por sendas respiraciones, no ayuda a romper la tensión existente. Con determinación, Milo se aproxima con pasos calculados, hasta quedar a pocos metros de mí.
- Bien, has conseguido lo que deseabas, ¿no es así? Tus amigos prosiguen su camino hasta el templo de Sagitario, y nos hemos quedado solos. Ahora podrás luchar a tus anchas. – despliega su cosmos, mientras yo respondo de igual forma.
- Así es… te demostraré cómo los "sueños" a los que aludías antes no son irrealizables, creyendo en ellos de corazón y con la firme voluntad de seguir adelante en todo momento.
- Muy poético… demuéstramelo, entonces.
Permanece de pie, expectante. Parece aguardar a que sea yo quien lance el primer embate. No sé cómo podría abordarlo, así que me limito a estudiarlo, esta vez de caballero a caballero, tratando de rehuir cualquier otra característica ajena al combate que pueda conducir en una inoportuna distracción.Sin embargo, por suerte o por desgracia, parece perder la paciencia ante mi inmutabilidad.
- Si no vas a atacar, lo haré yo primero. Te libraste la primera vez, veamos si es así una segunda ¡Restricción!
Nuevamente, sus ojos se tiñen de fuego, mientras vuelve a lanzarme su ataque paralizante. Y una vez más, el aire helado a mi alrededor lo detiene. Me sorprende que haya optado por repetir una técnica que ni siquiera funcionó una primera vez. Él también parece asombrado, pero rápidamente recobra la calma, y sus labios esbozan una sonrisa confiada.
- Vaya, ya veo cómo has podido evitar mi "restricción". Camus te ha enseñado bien, no en vano le llaman "mago del agua y del hielo". Sin embargo, no te servirá de nada congelar el aire contra mi aguja escarlata.
- Estás loco si piensas que voy a permanecer parado, esperando – comienzo a trazar con mi cuerpo las distintas poses enfocadas a lanzar mi principal ataque, el polvo de diamantes. Él continúa en la misma posición, aunque eleva su brazo derecho, que caía pegado al cuerpo, y extiende su dedo índice.
Nuestros cosmos arden en sintonía, y al unísono atacamos:
- ¡Aguja Escarlata!
- ¡Polvo de Diamantes!
Una amplia corriente helada brota de mis manos envolviendo al caballero de oro, mientras que por su parte un simple destello rojo da muestras de su ataque, que parece haber fallado. Milo aparece cubierto por una fina capa de escarcha, lo que despierta mi optimismo, y una cierta decepción. Tales sensaciones se esfuman como el humo, al ver cómo el caballero quiebra el hielo con pasmosa facilidad. A un tiempo, un dolor agudo e insoportable arraiga en mi hombro, extendiéndose por todo mi cuerpo con rapidez. Como si mil alfileres se clavaran en todos mis receptores nerviosos, o…como si el veneno de un aguijón letal me atravesara. Soportando tal sensación, llevo mi vista al centro del dolor. Puedo ver un orificio minúsculo, que ha logrado atravesar mi armadura hasta llegar a mi piel y perforarla, como haría la picadura de una avispa o, más propiamente, de un escorpión, igual a la que Seiya y Shiryu lucían. Así que, después de todo, no había fallado en absoluto…
- Es imposible que consigas inmovilizarme con una técnica tan débil. Y, por lo que veo, la Aguja Escarlata ya comienza a surtir su efecto. Se trata de un ataque sutil, casi imperceptible, pero infinitamente más doloroso de lo que cualquiera pueda imaginar. Del mismo modo que obraría el veneno de un escorpión, ataca al sistema nervioso central, provocando, además del dolor en sí, una intensa parálisis, como podrás comprobar. – vuelve a extender su dedo, el mismo destello rojo y ahora es mi hombro derecho el que ostenta una nueva perforación. De nuevo, idéntico dolor, amplificado exponencialmente. Por todo el Olimpo…este hombre es terrible…
Caigo al suelo hincado de rodillas, incapaces mis piernas de soportar este sufrimiento, que se acrecenta a cada segundo.
- Sin embargo – hace una pausa mientras se aproxima, esbozando una sonrisa que podría calificar de sádica si no ejerciera en mí el mismo efecto paralizante que su maldito ataque, con una tortura que, lejos de aplacarse aumenta. Se inclina, acercando su rostro al mío peligrosamente. Sus ojos emiten un brillo maligno, y sus labios se separan, volviendo a hablar a apenas milímetros de mi cara, que puede sentir el cálido aliento que exhala y embriagándome con él– no es mortal. Para que eso ocurra, son necesarias quince picaduras, tantas como estrellas posee la constelación del escorpión. Así, en ese tiempo doy a mi oponente la oportunidad de rendirse.
Haciendo acopio de fuerzas y a pesar del dolor, me alejo rápidamente, antes de que sea demasiado tarde y acabe a sus pies, irguiéndome a duras penas. Él hace lo mismo, sin abandonar esa condenada sonrisa.
- ¡Responde, Hyoga! ¿Cuál es tu opción: la rendición, o la muerte?
No me da tiempo a reaccionar, y de una sola vez tres de sus agujas impactan en mi cuerpo nuevamente. Dioses… ni el peor de los castigos del Tártaro debe ser comparable a esto.
- Hasta hoy, nunca antes ha soportado más de cinco o seis ataques antes de sucumbir, caer en los brazos de la locura, o implorar mi perdón.
Vuelvo a ponerme en pie, renqueante. No puedo caer, mis amigos no se han arriesgado por mí para esto.
- No…yo no caeré… - concentro mi cosmos, y lanzo una vez más el "polvo de diamante" contra el caballero. Y, una vez más, el ataque resulta infructuoso.
- ¿No te lo he dicho ya? Tu técnica apenas logra crear una débil película de hielo sobre mi armadura. De ninguna manera conseguirás vencerme. – Por tercera... ¿o es ya la cuarta? vez extiende su dedo índice. Prestando más atención, al destello de rigor antecede una curiosa metamorfosis en la uña del mismo, alargándose y adquiriendo una coloración de un rojo brillante. Cuatro nuevos aguijonazos perforan sin piedad alguna mis piernas, a las que ya de por sí les resultaba difícil mantenerme en pie. Estoy al límite…semejante dolor es inhumano… pero no puedo…no debo dejarme vencer.
- Has recibido nueve golpes… todavía resta lo peor. Responde ahora: ¿claudicarás, o por el contrario prefieres morir? Puedo ser misericordioso si te rindes ahora y hasta queda abandonas el Santuario, a pesar de tu traición a Atenea, y a tu propio maestro. – De nuevo se allega a mí, insinuante, y, con descaro, recorre con su dedo, el mismo con el que me está abatiendo inclemente, el relieve de mi rostro, en una caricia electrizante. Me observa con una cierta curiosidad mientras continúa su trazado, al que soy incapaz de reaccionar, o al menos como debería, ya que en mi mente se forja un deseo que debo reprimir en la misma medida en que no puedo guiar mi mano para cortar de raíz su juego, su provocación. De la punta de mi nariz desciende a mis labios, rozándolos con un movimiento circular– Sería una lástima…
Atenea…dame fuerzas, no tanto para resistir el dolor lacerante que aflige a mis músculos y comienza a nublar mis sentidos, como para no abalanzarme sobre él, devorar sus labios y pedirle que me haga suyo. Eso equivaldría a haberme rendido, y no debo tolerarlo. Mientras, Milo continúa con su juego perverso.
Al fin, parece que la diosa escucha mis súplicas, y mis neuronas consiguen establecer la sinapsis que me permite, con un manotazo, alejar la mano del caballero, separándome yo poco después y clamando nuevamente al polvo de diamantes. No parece haberle hecho mucha gracia, pues vuelve a invocar a la ya conocida Aguja Escarlata, hiriéndome tres veces más.
- ¡No! Te lo dije antes, y volveré a repetírtelo cuantas veces sea necesario: no pienso rendirme, ni tampoco morir.
- ¡No seas ingenuo! Tres golpes más, y habrás dejado este mundo. ¿Acaso piensas vencerme en tu estado?– Como para asegurarse de que eso no ocurra, lanza dos ataques más, sin molestarse siquiera en moverse. No puedo resistir el sufrimiento y le permito oír de mis labios un aullido de dolor, cayendo al suelo por enésima vez. Y por enésima vez, trato de incorporarme.
Apenas puedo sentir nada ya que no sea el veneno. Mi vista se enturbia, nublada por los efectos de las toxinas. Los demás sentidos parecen también desvanecerse poco a poco. Todavía puedo alcanzar a escucharle.
- Debo felicitarte. Eres el primero que consigue llegar vivo a los catorce golpes sin rendirse. Como reconocimiento a tu valor, te concederé el privilegio de rematarte con el más letal de mis ataques: Antares. Del mismo modo en que la estrella en la constelación ocuparía el corazón de la misma, el punto en que el decimoquinto aguijonazo impacta provoca la muerte inmediata. ¡Prepara tu alma!
Un "insignificante" detalle en el que acabo de reparar y que parece pasar desapercibido para el caballero, me infunde una pequeña chispa de optimismo.
- Mi…Milo… ¿estás seguro de que puedes lanzar el ataque así?- me permito sonreír por un instante.
- ¿Qué? – mira en todas direcciones, antes de advertir que mis ataques, aunque sutilmente, han terminado por resultar efectivos, y sus piernas permanecen ahora unidas al suelo por una columna de hielo. Su sonrisa cínica y arrogante se ha desvanecido. Ahora o nunca…Es el momento…Aunque sea una última vez ¡Cosmos, arde!
- La victoria todavía no se ha decidido…y es mi turno de atacar. ¡Prepárate, Milo!... ¡¡Por el Trueno del Alba! – mi ataque más poderoso resulta efectivo, y consigo hacer volar al caballero de Escorpio unos metros. Para mi desgracia, no parece tener más consecuencia que esa, y se recupera del golpe con un elegante giro, cayendo de pie, como un felino. El sobreesfuerzo se antoja fatal para mí, pues la sangre comienza a manar abundante, a borbotones, por las catorce hendiduras del aguijón escarlata. Con ella parecen huir ya lo poco que restaba de mis cinco sentidos.
- Mala suerte, Hyoga. El efecto del veneno de la Aguja Escarlata te ha debilitado demasiado como para que tu ataque definitivo dé fruto. Además…observa en qué estado te encuentras.
- Entonces, tendré que aprovechar el escaso tiempo que me queda para intentar vencerte. – cobrando fuerzas ya ni sé de dónde, vuelvo a levantarme, ya ni sé cuántas veces he repetido ya este movimiento, tambaleándome. Guiándome por una vista más que borrosa, lanzo mi puño contra una mancha dorada. Me esquiva sin dificultad alguna, y debo agarrarme a él para no dar con mi faz en el suelo. Me toma del rostro con ambas manos, y lo acerca al suyo una vez más, hasta que la separación entre sus labios (si he acertado al suponer así los borrones que diría sonrosados que mis ojos alcanzan a percibir con vaguedad) y los míos. Me habla. En mi semi-inconsciencia, no atino a entender lo que dice, al menos en un primer momento. Dándose cuenta de este hecho, parece hablar ahora directo a mi mente. Su ¿voz? ya no irradia el orgullo y arrogancia de hace apenas segundos, por el contrario de ella parece emanar una cierta… ¿preocupación, tal vez? Delirios…el veneno debe haber llegado ya a los más recónditos repliegues de mi cerebro.
- Por favor… ¿no eres consciente acaso de que en estas condiciones eres del todo incapaz de dañarme? ¿De esto han servido los esfuerzos de Camus?
- … ¿De…de qué hablas?
- Tu maestro no quería que murieras. Así, se dirigió al templo de Libra para ponerte a prueba. Incapaz de superarla, y temiendo que no sobrevivieras a los demás templos, optó por encerrarte en el ataúd de hielo para así aislarte de la batalla, con la esperanza de que antes o después tu encierro finalizaría.
Maestro… ¿por qué?... ¿por qué hizo eso por mí? ¿Tan débil me considera, como para someterme a la humillación de apartarme del combate? Le demostraré que se equivoca, aunque sea lo último que haga, algo de lo que cada vez estoy más convencido, pues las fuerzas me abandonan con cada gota de sangre que cae al suelo.
- Es extraño… - Vuelve a fijar sus orbes celestes sobre mí: puedo sentir cómo con su sola mirada me taladra, y ante ella me siento desnudo, como si las puertas de mi alma se hallaran abiertas para él. En el fondo, debo admitir que quizás sea así, tal es el impacto que en mí causa. Jamás había sentido algo así por un desconocido, menos aún por un… ¿enemigo?
De todos modos, debo dar gracias a Zeus porque apenas pueda verle, o de lo contrario emplearía mi último aliento en cedérselo a él. En cambio, recorta más aún la ya de por sí escasa distancia que nos separa, y rozando sus labios con los míos, murmura unas breves frases, que ahoga en un beso, no por inesperado menos intenso -Sois tan parecidos…y, a la vez, tan diferentes…
Algo me impulsa, en contra de mi razón, a corresponderle, y así hago, muy débilmente, pues apenas soy capaz de nada más. Me libera de la suave presa que ejercía con sus manos sobre mi rostro, y, lentamente, me deposita sobre el suelo. Se da la vuelta, y comienza a retirarse.
- Te perdonaré la vida en consideración a Camus. No tardarás en recuperarte.
Este gesto me desconcierta, más aún de lo que ya estaba, y me indigna a un tiempo. ¿Por qué demonios se empeñan en alejarme del combate?
- No…No digas tonterías. – se gira. Puedo notarlo, como también puedo percibir una cierta incredulidad en él.
- ¿Qué?
- Actúas igual que mi maestro… No quiero vuestra maldita compasión. Mis compañeros se están dejando la piel por salvar a Atenea. Incluso se sacrificaron por devolverme a la vida…¿y queréis que me mantenga al margen? ¡De ninguna manera! Es posible que alguna vez haya maldecido mi destino, por una infancia tan miserable. Pero el haber podido conocer compañeros tan nobles, compartir alegrías y sufrimientos, es compensación más que suficiente. Y no los abandonaré. ¡Pelearé hasta el final con todas mis fuerzas! – Guiándome por su cosmos, ataco, lanzando un puñetazo que esquiva sin problemas.
Recobro el aire que me falta, aguardando a la vez el golpe fatal que no llega. Todo se vuelve extrañamente tranquilo. El cosmos de Milo parece ausente…y percibo tenuemente el de mi maestro. Como si se comunicaran. ¿Qué relación tendrán? Camus jamás mencionó al caballero de Escorpio durante mi entrenamiento, aunque parecen conocerse bien. Demasiado bien, me atrevería a decir, mientras no puedo evitar sentirme embargado de una cierta molestia ante tal pensamiento.
- Has demostrado ser todo un caballero, Hyoga, y como muestra de respeto, te arrebataré la vida en justo combate. ¡Ponte en guardia, y disponte a recibir a Antares!
Ahora sí, ante nosotros se cierne el lance decisivo. Con mis cinco sentidos inutilizados, no puedo hacer sino elevar mi cosmos al máximo, procurando el milagro. Puedo sentir arder el de Milo, a la par. Atenea, debo implorar tu ayuda una vez más.
- ¡Polvo de Diamantes!
- ¡Aguja Escarlata! ¡Antares!
Y, después…una vez más…el dolor se alivia, y mis ojos no perciben más que oscuridad. Es el fin. Y, a pesar de todo, estoy feliz. Feliz por haber mostrado mi valía a los dos caballeros de oro; feliz por haber dado todo de mí; y…feliz por haber tenido la ocasión de probar los suaves y carnosos labios del ser más bello que haya podido contemplar jamás, el mismo Aquiles reencarnado. Tan sólo lamento no poder acompañar por más tiempo a mis amigos…
