4.

Dolor. Experimento un cierto malestar en mi pecho, cobrando así conciencia de estar vivo una vez más. Y, nuevamente, un cosmos a mi alrededor. Esta vez no es el dulce, delicado incluso, de Shun. Ni siquiera se trata del inabarcable, sobrenatural aunque cálido, cosmos perteneciente a Atenea. Tampoco a los demás caballeros de bronce pertenece…ni a Camus, aunque algo me recuerda a él, no sé por qué. Si bien no consigo identificarlo aún, aturdido como estoy, conozco al dueño de este cosmos…fogoso, noble, intimidante, agradable… Milo de Escorpio. Como para disipar mis dudas, los mismos labios que acariciaron los míos por unos segundos gloriosos repiten tal gesto, mientras unos dedos alargados rozan mi rostro, apartando con cuidado los cabellos que caen sobre él. Abro los ojos, temiendo que en realidad me halle bajo alguna suerte de engaño, y me encuentro con un amplio cielo azul.

Ah, no.

Lo que he tomado por la bóveda celeste son realmente dos, de más reducido tamaño pero superior belleza, dos turquesas, ocultas levemente por una cabellera más oscura, que me contemplan con una mixtura homogénea de curiosidad, preocupación y otras emociones que no acierto a calificar por ahora.

- ¿Hyoga?... Acabo de presionar el punto preciso para detener la hemorragia. Pronto recuperarás tus cinco sentidos.

- Pero… ¿por qué? – Busco una respuesta, pues no acierto a comprender la razón por la que ha optado por curarme. La sonrisa dulce que lucía da paso a la habitual, más arrogante, y análoga transformación se opera en sus ojos.

- Curiosidad… tengo interés por ver qué ocurrirá, y en qué resultará esta batalla.

Algo me dice que no sus razones no se limitan únicamente a esa, que me resulta ciertamente absurda. Y, como adivinando mis pensamientos, me ofrece una segunda respuesta, mucho más convincente desde mi punto de vista, que parte también desde sus labios, aunque sin necesidad de palabras, y a la que me entrego sin dudar, antes de abandonar el octavo templo y unirme a mis amigos. Todavía me queda un escollo por superar, el más importante, y del que temo no saldré bien parado independientemente del desenlace: el templo de la Urna Sagrada, y el inevitable encuentro con mi maestro.

Sobreviví al veneno del aguijón escarlata, no así al veneno invisible de los indomables ojos del octavo caballero.

Epílogo.

Un cielo nublado llora sobre el Santuario, después de una guerra fraticida en la que tantos caballeros de Atenea han perdido la vida. Entre ellos, Camus de Acuario, mi maestro, por mi propia mano. ¿Realmente era necesario todo este derramamiento de sangre? ¿Era preciso que se sacrificara, Maestro, para que pudiera alcanzar el dominio del cero absoluto?

Permanezco en silencio, a los pies de la sobria estela funeraria que delimita el lugar bajo el que yace enterrado el guardián de la undécima casa, con la cabeza baja. Los demás caballeros de bronce se han retirado ya a las distancias dispuestas por Saori, para pasar la noche antes de regresar a Japón. Los de oro han hecho lo propio, también. Él, en cambio, no ha aparecido por aquí durante el funeral. Tal vez sea mejor no haberle visto, después de todo.

- ¿Cómo no te has vuelto con los demás? – esa voz, en una pregunta retórica, que ni aun empañada por una cierta tristeza deja de ser hermosa, y una mano que desciende, posándose sobre mi hombro, pertenecientes a él, refutan totalmente el deseo que pedí mentalmente. Aparece vestido con simples ropas civiles, de color negro, y sus ojos se ven enrojecidos. Siento que le debo una disculpa…por Camus.

- Yo…lo siento… - mis ojos se inundan nuevamente.

- No te culpes. Él estaba dispuesto a morir por ti, por enseñarte su última lección, la más importante. De ahora en adelante tendrás que mantenerte a la altura. Nunca olvides los sacrificios que tantos han hecho por ti. – señala en dirección a las muchas lápidas que salpican el terreno del cementerio.

- Milo… ¿qué relación tenías con mi maestro? - con cierta timidez, le planteo una pregunta que lleva rondando mi cabeza desde el combate en la octava casa. Carraspea nervioso, guardando silencio.

– Lo siento… no es de mi incumbencia. – tengo la impresión de haber metido la pata. Bajo la mirada, ruborizado.

- No…tranquilo. Camus y yo fuimos pareja en el pasado… No funcionó, y decidimos revertir a nuestra inicial amistad. – la revelación me sorprende, aunque en el fondo esperaba algo parecido. No es el momento ni el lugar más apropiado, lo sé, pero no puedo evitar sentir celos de mi maestro.

- Nunca habló del tema…

- No me extraña. –Sonríe tristemente -Tu maestro era un gran hombre…el mejor, pero no estaba hecho para una relación. Demasiados años convencido de que los sentimientos son un mal a erradicar pasan factura. Regresemos al Santuario. Está empezando a llover con fuerza.

Asiento, y le sigo. Caminamos en absoluto silencio, roto tan sólo por el repiqueteo de las gotas de lluvia al chocar contra los peldaños de mármol, por la infinita escalinata de las doce Casas, atravesándolas ahora con mucha más tranquilidad que hace un día, tal vez incluso menos. A la altura de la octava casa, nos detenemos. Su camino concluye en ella, después de todo. Una opresión sacude mi pecho, al tener que recorrer las restantes cuatro casas a solas, hasta el templo del Patriarca. No tanto por la perspectiva de miles de cansinos escalones, sino por el hecho de alejarme de este hombre.

- Bueno, yo me quedo aquí. Tus compañeros te esperan ahí arriba. – queda apoyado sobre una columna, observándome inmóvil. Yo permanezco en idéntica actitud, paralizado, hasta que en un inusitado impulso, causado sin duda por la hipnótica mirada que me dirige, mucho más efectiva que su Restricción, me arrojo en sus brazos alcanzando sus labios, en un intento por percibir su sabor con mis cinco sentidos en plenitud de facultades. Hace más fuerte el agarre, mientras se inclina levemente para ponerse a mi altura y ahorrarme un seguro dolor en mis vértebras cervicales. El beso se torna apasionado por momentos, dejándome ahora anhelando más.

- O también puedes quedarte aquí, si lo deseas – el brillo en sus ojos, ausente desde que apareció en el cementerio, parece retornar, mientras se anticipa a mis pensamientos una vez más…y desconozco en qué número de ocasiones ha ocurrido esto ya. No puedo negarme a ese ofrecimiento. Sonrío tímidamente (después de todo, no es precisamente un día de festejos), mientras hago un gesto de asentimiento. Me toma de la mano, y así entramos en el templo del escorpión celeste. ¿Es lo correcto? El tiempo lo dirá.