2. Let there be love
Come on baby blue,
Shake up your tired eyes
The world is waiting for you,
May all your dreaming feel the empty sky.
But if it makes you happy,
Keep on clapping
Just remember I'll be by your side
And if you don't let go, it's gonna pass you by
Negros nubarrones se ciernen sobre el atardecer, y gruesas gotas caen ya, furiosas al tener que someterse a la omnipresente acción de la gravedad y abandonar su cómodo refugio algodonado, sobre el Santuario. Recuerdo cuánto te gustaba pasear bajo la lluvia, especialmente cuando caía como ahora, con fuerza, calándote hasta los huesos. Tus oscuros cabellos azules, empapados, caían sobre tu rostro, aumentando hasta el extremo, si acaso era posible tal empresa, tu belleza; recalcando el alegre y hermoso brillo de tus dos celestes mediodías, desafiando así al ambiente tristón que suele embargar a la gente. Desde uno de los balcones de mi Templo te observo alejarte en dirección al bosque, repitiendo en soledad y bajo la lluvia el pequeño recorrido que tantas veces compartimos, mientras tu cosmos grita con una tristeza sobrecogedora. Y el mío lo hará de continuar así por mucho tiempo. Observo los alrededores. Todo el mundo parece encontrarse ya guarecido en la comodidad de sus moradas, ya sean los imponentes Doce Templos, o las humildes chabolas de los guardias menores, a lo lejos. Tan sólo tú te encuentras fuera. ¿Y si…?
El cobijo de los árboles no impide que la lluvia atraviese sus hojas, sus ramas, hasta llegar a mí o, en última instancia, al suelo, embarrada ya la senda que ahora atravieso. Durante unas centenas de metros persisto en mi monótona marcha, hasta que la protección del bosquecillo me abandona, y llego a las inmediaciones de un barranco que ambos conocemos bien. Busco por los aledaños una piedra plana, de tamaño suficiente como para permitirme sentarme sin ensuciarme con lodo. Mi sondeo es infructuoso, y decido obviar la suciedad. Contemplo a lo lejos las vistas de Atenas, el alumbrado eléctrico comenzando a funcionar, pues casi ha anochecido. Pese a mi hastío y pesimismo que, después de tanto tiempo, ha acabado por convertirse en una parte de mí, engullendo al muchacho alegre y arrogante que fui, he de reconocer que el paisaje nocturno goza de una belleza incomparable, melancólica, que no puede sino evocarme a ti. El peso de mi largo cabello, empapado, lo aplasta enmarcando mi rostro. Recuerdo cuánto te gustaba el efecto. Podía percibirlo perfectamente: me amabas. Y yo te amaba. Y te amo como entonces. ¿Por qué te fuiste¿Te cansaste acaso¿No era suficiente? Recuerdo aquel día como el peor de mi vida. Coincido en la fecha con la mayoría de los habitantes del Santuario, pero el motivo es bien distinto. No digo con esto que la traición de Aioros no me afectara, en absoluto. Pero fue eclipsada por tu repentina desaparición, nadie volvió a verte desde entonces, ni tan siquiera yo. Aunque alguna vez tu cosmos se ha dejado sentir, tengo la total certeza. O tal vez se trate de espejismos, generados por mi paranoica y obsesiva imaginación. En cualquier caso, se trata de un cosmos inconfundible. Casi puedo percibirlo ahora, vívido, como entonces. Apoyo mis manos en el suelo, retrasándolas con respecto a mi tronco, y me permito alzar mi rostro al cielo, en busca del fresco rocío que Zeus envía para acompañar sus relámpagos, que pueden verse ya a lo lejos. Cierro los ojos, dejándome llevar por la pacífica, casi bucólica calma que invade el ambiente. Siento cómo el viento mece mis cabellos, como si estuviera acariciándolos. Como si gozara de vida propia, los abandona para juguetear rozándome la frente, retirando de ella los azules flecos; las mejillas, absorbiendo las gotas que, como lágrimas, las surcan ahora; mis labios, anhelando un beso… ¿mis labios? Abro los ojos, y el encuentro con dos esmeraldas que, pese a verse más cansadas, más tristes, que entonces, conozco demasiado bien. La visión me asusta, y de la sorpresa me echo para atrás, mis torpes manos resbalando y haciendo a mi espalda saludar al lodo que cubre el suelo. Cierro los ojos con fuerza para volver a abrirlos, convenciéndome a mí mismo de que los efectos del ácido todavía no se han esfumado por completo, y es tu sonrisa por mi tropiezo la que me ciega ahora. Esperando que al invocar tu nombre no te desvanezcas como humo, susurro casi imperceptiblemente:
- Sa..Saga…
- Hola, pequeño… aunque, por lo que parece, tendré que dejar de llamártelo – Sus ojos se inundan, mientras me da la mano para devolverme a mi posición inicial. Superada la sorpresa inicial, y sintiendo con atómica precisión el contacto de cada nanómetro cuadrado de la piel de su mano contra la mía, los míos hacen lo propio. Me abalanzo sobre él, casi haciéndolo caer a él, apresándolo en el abrazo que tantas veces soñé y jamás pude materializar, hasta ahora. Devoro a besos su rostro, hasta llegar a sus labios, donde prefiero acomodar los míos por más tiempo. Su dulce sabor, su tacto suave, son los mismos, no han cambiado un ápice. Cuando por fin consigue liberarse de mi agarre, que reconozco es excesivo (no consigo ahuyentar el temor a que en cuanto me dé la vuelta desaparezca), se pone en pie, y sin soltarme la mano, me indica que hagamos lo mismo. Levantados ambos, compruebo, no sin cierto fastidio, que pese a todo cuanto he crecido, todavía me supera por lo que intuyo serán un par de centímetros. Caminamos en silencio por el bosque, como antes. Llegamos al encuentro de un milenario olivo, descendiente del árbol sagrado que custodiaba el templo de Atenea en la cercana Acrópolis, y se sienta sobre su grueso, bajo, tronco, sentándome a mí, a su vez, sobre sus piernas.
- Milo… diablillo… - ¿cuánto tiempo habrá pasado desde la última vez que me llamaste así? Lo utilizabas, aunque con cariño, como ahora que me acaricias, para reprenderme por alguna de las mías. - ¿por qué estás haciendo todo eso? No es propio de ti rendirte así…
Su pregunta me deja perplejo. ¿Cómo lo sabe? Las lágrimas amenazan con salir de nuevo, y bajo la cabeza. Balbuceando avergonzado, sólo acierto a responder, entrecortadamente e hipando debido a mis infantiles sollozos.
- Yo… No…no puedo…vivir…si no estás conmigo.
- Milo, siempre estoy contigo.
- ¡Mentira¿Por qué te fuiste¿Dejaste de quererme? – su semblante se torna sombrío ante mi reproche.
- ¿Cómo puedes pensar eso? Te quiero más que a nadie, y eso nunca cambiará. -Besa mi frente con una ternura tal que me resulta imposible enojarme por mucho tiempo –Pero…no puedo decírtelo.
- Pero ¿te quedarás, al menos? – continúo con mi interrogatorio, la duda se acrecenta dentro de mí. Me abraza con fuerza, posesivamente, y con esto me doy por respondido. Sin embargo, eres cruel, y prefieres martirizarme contándomelo con palabras.
- …Lo siento…Apenas estoy de paso – Me libero, y me pongo en pie.
- ¿Por qué?
- No puedo decírtelo – insiste en lo mismo. Se levanta ahora, y me toma de nuevo de la mano. – Pero ten en cuenta que siempre estaré a tu lado, y algún día volveremos a estar juntos. Desde entonces, nada podrá separarnos jamás. Hasta entonces, quiero que me prometas una cosa.
- ¿El qué? – pregunto, no muy convencido y todavía enfurruñado
- Quiero que regrese el Milo alegre que todos conocíamos, que recuperes todos los sueños que perseguías, y que, por Atenea, nunca vuelvas a intentar ninguna locura.
- Pides mucho… - sonrío, tratando de bromear -Sólo tengo un sueño…y vuelve a dejarme solo.
- No estás solo. Hay mucha gente a tu alrededor que te quiere, nunca infravalores eso. No quiere decir que tengas que dejar de quererme…a menos que encuentres a alguien mejor que yo – su tono, hasta la última frase, me hace sentir de nuevo como un niño recibiendo consejo de su maestro. La última, sin embargo, me ha alarmado.
-¡No encontraré a nadie que me quiera igual que tú! – esto no lo afirmo convencido del todo, pero prefiero engañarme y creerlo así, evitando hacer daño inmerecido a terceros.
- Sobre los sueños ¿Recuerdas todo lo que me contabas que querías hacer? "Quiero ser más fuerte que tú"; "Seré el más leal caballero"; "Quiero que todos a mi alrededor sean lo más felices"
- Ingenuos sueños infantiles – me ruborizo, recordando aquellos momentos como si tuviera una fotografía delante.
- ¿Estás seguro de que son tan ingenuos e infantiles? – guardo silencio una vez más. Como siempre, parecía indagar en mi mente, conociendo aspectos de mí que yo mismo ignoraba.
Continuamos nuestro paseo por el bosque, hasta llegar a las lindes más cercanas a mi templo. Allí se detuvo, y sosteniendo mi rostro entre sus manos, me besó con calidez, la despedida que antaño aguardé y nunca llegó.
- Lo siento… debo irme ya
- ¿De verdad que no puedes quedarte? – la ingenuidad de mi pregunta le hizo sonreír, llevándome al cielo.
- No, mi pequeño – Besó mis cabellos, revolviéndolos. – Pronto nos veremos. Hasta entonces, cumple con lo prometido, y ¡vive!
- Todavía no te he prometido nada. – juguetón, traté de retenerlo con una broma. Su mirada bastó para disuadirme del juego. – Pero…sí, te lo prometo. – Robé sus labios una última vez, hasta que con pesar, se separó de mí, dando los primeros pasos de vuelta al bosque. Le seguí con la mirada, hasta que, amparado por las sombras que la incipiente noche alimentaba, y las frondas de los árboles, desapareció.
Me sentí tentado a seguirle, pero me contuve. Habría supuesto traicionar su confianza, en cierto modo. Enjugando un par de lágrimas que corrían, liberadoras, por mi rostro, regresé a mi templo, con una sensación de bienestar inundándome que creía olvidada.
