2.
Pasaron los años, y el niño que se había extraviado en el bosque era ahora un apuesto joven, pretendido por numerosas muchachas de la zona. A pesar de todo, Milo permanecía indiferente a los flirteos, y la insistencia de sus padres y familiares para que contrajera matrimonio con alguna de aquellas jóvenes. El recuerdo de lo acontecido años atrás le obsesionaba sobremanera. Así, era frecuente verlo pasear en soledad, absorto en sus propios pensamientos, por los bosques cercanos, aun por la noche, como si buscara algo que hubiera perdido mucho tiempo atrás. La gente comenzaba a murmurar, tomando al muchacho por loco debido a su carácter huraño y distraído.
Finalmente, las presiones fueron tantas que accedió de mala gana a comprometerse con una hermosa joven de buena posición. Semanas antes de la boda, durante una tormenta particularmente virulenta, ambos se sentaban al calor de la chimenea, pues la primavera todavía se resistía a hacer su aparición, junto a familiares y parte de la servidumbre. La muchacha parloteaba sin cesar con todo el mundo de las cosas más banales, lo que Milo aborrecía, limitándose a contemplar con la mirada perdida el movimiento de las lenguas de fuego de la chimenea. En un momento dado, Xiana, pues así se llamaba la joven, propuso a los más ancianos que relataran alguna leyenda propia del lugar. La idea recibió una buena acogida. El ama de llaves carraspeó, y comenzó a hablar en primer lugar.
- Cuando era joven, era frecuente sentarse a la lumbre y contar leyendas. Se sabían muchas. Ahora, sin embargo, parece que ya nadie presta atención a estos relatos, y prefieren que les cuenten por escrito lo que están viendo delante de sus narices. Pero volvamos al caso, recuerdo todavía la leyenda de a Fonte do Demo.
- ¿A fonte do demo¿Qué es eso?
La mujer tomó aliento, preparándose para relatar la historia. Los presentes sin falta, incluyendo Milo, que pensó podría encontrar una momentánea distracción, prestaron atención a la anciana:
- Veréis…la historia se remonta a varios siglos atrás. En un pueblo cercano vivía un joven muchacho de gran hermosura, Camus, con quien los hados habían sido crueles y le habían dotado con unos cabellos rojos como la misma boca del infierno. En aquella época, se trataba de un aciago augurio, pues se consideraba que aquél era el color de pelo del apóstol Judas Iscariote, el traidor. Así, el joven no podía hacer sino resignarse y sufrir en silencio las burlas y desprecios de los demás mozos del pueblo, cuando no brutales palizas a manos de los más incivilizados. Huyendo de una de tales tundas, bajo una lluvia de piedras, llegó a una pequeña ermita abandonada, construida en un claro del bosque junto a un manantial que llenaba una pequeña laguna. En tan hermoso paisaje, le sorprendió la hermosa melodía que entonaba una joven de la aldea vecina mientras llenaba unos cántaros. La muchacha, de nombre Alba, le sonrió y limpió sus heridas, ignorando la tradición. Ambos jóvenes comenzaron a encontrarse todos los días en aquel bucólico lugar, y con el tiempo se enamoraron. Camus empezó a ver la vida con nuevos ojos pensando que, después de todo, todo el mundo merecía una oportunidad de ser feliz. Pero no duraría mucho. Uno de los despiadados zagales que solían sacudirle lo vio, durante una de sus escapadas al bosque, y lo siguió, extrañado al verle con un semblante alegre en lugar de aterrado, como era su costumbre. En el claro, observó a escondidas el furtivo encuentro de los dos amantes y rumió la más horrible de las barbaridades para mortificar al desdichado rapaz. Regresó junto a sus amigos y les comentó lo visto, junto a sus maquinaciones. Los demás, encantados con la idea, no dudaron en aplaudirla.
»Y el funesto día llegó. Un quince de marzo, anticipándose a la llegada de Camus al claro, tres de los salvajes emboscaron a la muchacha, la atacaron y forzaron, dejándola atada a un carvallo(4) con muy graves heridas. Cuando el infeliz llegó, ignorante de la tragedia que había ocurrido junto a la ermita y con un modesto anillo que iba a regalar a la enamorada para pedir su mano, no pudo creer la espantosa visión que sus ojos contemplaban: Alba, sus ropas hechas jirones y ensangrentadas, se hallaba aprisionada a un árbol, ostentando aparatosos golpes y moratones, inconsciente…o eso era lo que Camus quería creer. Al aproximarse a la joven, constató que no respiraba, y su corazón no latía ya…había muerto. Loco de rabia y de dolor, Camus maldijo entre blasfemias a Dios, y al pueblo que tan monstruosamente lo había tratado siempre, hasta el punto de ensañarse con una pobre jovencilla inocente, cuya única culpa era haberle amado a él, y al instante juró sobre lo más sagrado vengarse sin falta, antes de quitarse la vida arrojándose a la laguna.
»Desde aquel preciso momento el lugar quedó maldito. Durante una noche de fuerte tormenta, un rayo azotó sin piedad la antigua ermita del claro, derribándola hasta no dejar más que un montón de piedras en pie. El manantial se secó, y poco después, al no tener un caudal que la alimentase, la charca hizo lo mismo. Y esto no es todo. Cada quince de marzo, según cuentan, la laguna vuelve a llenarse de agua por arte de magia, dicen que debido a las lágrimas de las ánimas de los dos amantes, y quien por ese claro se aventura, bien por temeridad, o por simple ignorancia, no regresa nunca más. Se dice que el atormentado espíritu de Camus vaga como alma en pena, ejecutando su venganza, atrayendo hasta la muerte con su belleza, sus suaves palabras y otras malas artes a los incautos que dan a parar con sus huesos ahí. Aunque claro…nadie que lo haya visto ha podido retornar para confirmar esto.
La concurrencia guardaba un respetuoso silencio. Éste, sin embargo, duró poco, y pronto todo un torrente de preguntas acerca de la leyenda hostigaba a la mujer. Tan sólo Milo, con el rostro lívido y expresión taciturna, se mantenía callado.
- ¿Milo¿Te encuentras bien? – el hilo de sus pensamientos fue cortado súbitamente por la voz de su prometida. – Tienes mala cara.
- ¿Eh…? Ah, sí, Xiana…
- ¿No te habrá asustado la leyenda? No son más que cuentos de viejas.
- Non digas parvadas, muller(5).
- Sólo era una broma. Me voy a acostar. Buenas noches– le besó con suavidad en la mejilla, y desapareció tras la puerta. Milo permaneció pensativo durante un rato, mientras los presentes se retiraban ya a sus respectivos dormitorios.
La descripción que el ama de llaves había realizado del claro donde los dos amantes se encontraban coincidía exactamente con el que albergaba en sus recuerdos, que se conservaban límpidos desde su infancia…al igual que el joven que lo había consolado en su infantil llantina. ¿Aquél era Camus? O, mejor dicho ¿su ánima? En ese caso, la leyenda se contradecía: él lo había visto, había sido atraído por él, y aquí se encontraba para contarlo, aunque si le hubiera pedido que le acompañara, le habría seguido sin dudarlo, aun a la muerte…incluso ahora. La memoria de aquel instante, lejos de desvanecerse, se volvía más intensa: quería perderse de nuevo en aquellos ojos, condenados por toda la eternidad. No le importaba que fuera hombre, mujer o demonio, que pudiera robarle el alma…Todo cuanto ocupaba sus pensamientos era la soberbia visión del muchacho de rojos cabellos, y las sensaciones que su sólo contacto despertaron en él, aun con tan corta edad.
Comprobó la fecha del calendario. Veinticinco de febrero: en veinte días sería quince de marzo…
Notas y traducciones:
(4)Carvallo:Roble
(5)Non digas parvadas, muller: No digas tonterías, mujer
