3.
- ¡Mira¡Esa mimosa ya está en flor! – Xiana señalaba hacia un árbol salpicado de motas doradas, ubicado en un prado cercano, en el margen izquierdo del camino por el cual tanto ella como su prometido paseaban; a la orilla derecha se asentaba un inmenso robledal, que Milo conocía bien. Antes de que éste pudiera realizar cualquier observación, la inquieta muchacha descendía ya por la campiña en dirección a aquel árbol, mutilando un par de pequeñas ramas para confeccionar un ramo. Apenas abandonó la mimosa, éstadejó de constituir su centro de atención, que se posó sobre el colorido mural que las flores primaverales habían pintado sobre los verdes pastos, y lajovense inclinó hacia él, robando algunos colores de aquella paleta para hacer más vistoso el modesto ramo que portaba entre sus manos. Llamó a Milo para invitarle a unirse a ella, pero el muchacho no se hallaba más en el camino.
Era quince de marzo. Sin tener mucha idea de qué dirección tomar, Milo se adentró en el bosque, vagando por él sin un rumbo fijo, confiando ilusamente en que el azar le guiara hasta el lugar en el que su corazón se había quedado años atrás. Los ecos femeninos que repetían su nombre se hacían menos intensos con el paso de los segundos, hasta que cesaron, y tan sólo el sonido propio de la arboleda llegaba a sus oídos.
Siguió caminando, hasta que finalmente llegó al claro de su niñez. Mas en esta ocasión la laguna continuaba estéril, y no encontró un solo indicio de la presencia del joven pelirrojo. Sorteando las piedras de los restos de la derruida capilla, examinó concienzudamente el lugar, hasta cerciorarse de que él era la única presencia que allí se encontraba. Sobre uno de los rocosos bloques de granito caídos tomó asiento, y reclinando su cabeza contra las rodillas, ocultándola con los brazos que las rodeaban del exterior, permitió a su mente divagar libremente.
¿Acaso la leyenda relatada por el ama de llaves no era más que, efectivamente, un cuento de viejas? Entonces¿qué fue del encuentro con el bellísimo muchacho¿Un sueño, inducido por su desbordante imaginación? Y si era un sueño¿por qué lo recordaba a la perfección, cada insignificante detalle, cada sensación? A medida que estos y otros pensamientos recorrían sus neuronas, una profunda melancolía le embargaba progresivamente. Quizás, en el fondo, sí estaba un poco loco, como se rumoreaba, y había mezclado un sueño infantil con un viejo cuento para asustar a los críos, dándolos por un suceso real. Una lágrima se abrió paso, rodando por la mejilla de Milo. A ésta le sucedió otra, y luego una tercera, y cuando el joven se quiso dar cuenta, temblaba por el llanto. En tal estado, le costó apercibirse de que una presencia intrusa se confundía entre sus cabellos, revolviéndolos dócilmente, con parsimonia. También le costó distinguir un suave susurro, que se confundía con el propio del aire.
- ¿Por qué choras, pequeno Milo? – el aludido retiró sus brazos, y elevó su cabeza unos centímetros, los justos para identificar la fuente de aquella voz, y aquellas caricias. Frente a sí, agachado como quince años antes, el mismo rostro de finos trazos y blanco como el mármol; la misma cascada rubí, algunos cabellos traviesos jugueteando con el viento que sopla; los mismos ojos tristes, oscuros y hermosos como el cielo nocturno en las veraniegas noches de agosto, cuando un firmamento de por sí estrellado es surcado por cientos, miles, de estrellas fugaces. Como quince años antes, el muchacho le sonreía, mientras esperaba respuesta de un extático Milo. Antes de proporcionar la deseada respuesta, éste miró a su alrededor, advirtiendo el cambio que se había efectuado en el paraje: una densa bruma volvía a envolver el claro, y el arrullo del agua manando desde la fuente a la laguna podía escucharse una vez más.
- Buscaba a alguien…y no lo encontraba – la respuesta pareció sorprender al espíritu, quien volvió a preguntar, con semblante apesadumbrado, pues podía predecir la respuesta.
- ¿Y lo has encontrado ya?
- Ahora sí… - confirmada su sospecha, la cálida sonrisa del joven de ojos como zafiros abandonó su rostro, y sus labios se curvaron en un gesto abatido.
- No tenía que ser así…no contigo¿por qué has regresado? – sus largas manos abandonaron la sedosa cabellera dorada, y se alejó del joven. Éste, sin embargo, le impidió que continuara en su empeño al asirle de una mano casi incorpórea.
- Llévame contigo…
- No puedo… meu anxiño(6)…
- Por favor… - Milo lo atrajo hacia sí, sin dejar de observarle suplicante con su penetrante mirada celeste. Y ocurrió algo en Camus que nunca antes había sucedido: el cazador había sido cazado, atrapado por el bello rostro del mortal en el que dos turquesas encendidas, brillantes como iluminadas por infinitos focos, lo atravesaban como si leyeran en su atormentada alma. Nada volvería a ser igual. Y, con una leve inclinación de asentimiento, aproximó su albo rostro al del obstinado muchacho, capturando sus labios en los suyos, en un beso etéreo, como la caricia del aire sobre el cuerpo. Una lágrima inmaterial cayó sobre la hierba del claro, mientras la neblina se tornaba más espesa.
Horas después, una Xiana casi histérica, acompañada de dos guardas del bosque, llegaba al mismo claro en su búsqueda de su prometido. Nadie se hallaba allí...y la charca rebosaba de cristalina agua, levemente ondulante.
Nunca encontraron rastro alguno de Milo…y nunca más la pequeña laguna volvió a secarse, ni caminantes extraviados desaparecieron. "A fonte do demo" pasó a llamarse "a fonte da ermida(7)", en honor a las ruinas de la pequeña capilla.
Notas y traducciones:
(6) Meu anxiño:Mi pequeño ángel
(7)Ermida:Ermita
