36.- El Callejón Diagon
Si Harry pensaba que no iban a llamar la atención, el estaba muy equivocado. Después de todo, no era muy normal el ver a la Jefa de la casa Gryffindor y el Jefe de la casa Slytherin que llegan a la Caldera Chorreante con uno de los nuevos estudiantes. Si fuera cualquier hijo de muggles, normalmente le enviaban a Hagrid u otro mago de confianza que viviera cerca.
Todos pararon de hablar en cuanto les vieron entrar, aunque Harry no les prestó atención; aprovechándose de Severus, se escondió detrás del hombre, sabiendo que nadie se atrevería a acercársele con el profesor de pociones que lo protegía. McGonagall lo miró ligeramente divertida, mientras que Severus los miró asesinamente a cualquiera que los estuviera mirando a la vez que cogía fuertemente la mano del niño. Rápidamente los dos profesores llevaron a Alec fuera de la taberna, al callejón Diagon.
La calle estaba llena de magos y brujas, principalmente padres que llevaban a sus hijos a comprar su material escolar, o disfrutar el buen día. Lanzando una mirada a su alrededor, Snape se agachó y cogió a Alec en brazos; no sería buena idea el perderlo. A su lado, Minerva se rió suavemente.
- ¿Te das cuenta de que dañarás tu reputación, Severus?
El hombre le frunció el ceño, pero no hizo ningún movimiento para dejar al chiquillo en el suelo. Harry sonrió suavemente y puso su brazo alrededor del cuello del hombre para asegurar su agarre. Snape lo movió un poco para que descansara contra su cadera y comenzó a dirigirse a la Señora Malkin, a la vez que ignoraba a los estudiantes que lo miraban asombrados y se preguntaban quien demonios era el muchacho que permanecía acunado en los brazos de su maestro de pociones. Minerva fue detrás de ellos, mientras sonreía de forma traviesa a los aturdidos estudiantes y asentía amistosamente a los sorprendidos padres.
La tienda estaba vacía cuando entró; la señora Malkin se acercó a ellos inmediatamente, visiblemente sorprendida al ver quienes habían entrado en su tienda.
- ¡Profesores! ¡Que sorpresa! ¿Qué puedo hacer por ustedes?- Snape se agachó ligeramente y dejó a Alec en el suelo, mientras Minerva miraba a su alrededor.
- Alec necesita nuevas túnicas, comienza Hogwarts.
La mujer miró curiosamente al niño que estaba al lado del maestro de pociones y no pudo evitar el preguntarse quien sería. Después de todo, había oído hablar más que bastante del hombre para saber que no llevaría a un niño en brazo de buen grado. Apartando su oportunidad, le hizo señas al niño para seguirla a otra habitación. Alec la obedeció de forma reacia, aunque había estado allí anteriormente no significaba que quisiera perder la seguridad que le ofrecía Snape. Había viso la mirada curiosa y esperaba que no intentara conseguir respuestas.
Por suerte, la mujer sabía bastante bien el no preguntar, por lo que tan solo lo midió para unas túnicas. Veinte minutos más tarde, Alec estaba caminando al lado de Severus con su mano fuertemente agarrada a la del hombre. Los tres se dirigieron a Flourish y Blotts para comprar los libros. En silencio, Harry consideró que sería una perdida de dinero, pero no podía decirles eso a sus profesores sin dar una buena razón. Cuando entraron en la tienda, unos séptimos años se acercaron a Minerva y comenzaron a hablar con ella tras asentir al profesor Snape. Mirándolo, alzó una ceja.
- Confío en que podrás encontrar tus libros solo. Necesito hablar con el gerente un momento.
Harry asintió reacíamente y dejó ir la mano del hombre. Suspirando comenzó a coger sus libros. Solo necesitaba encontrar su libro de transformaciones cuando sintió mucho frío de repente. El aire era helado y en un lugar de mente, comenzó a escuchar gritos. En un segundo, supo que era lo que ocurría. Dementores.
Lanzando una mirada frenética a su alrededor, notó que los demás también se habían dado cuenta y que mientras muchos sabían que era ese sentimiento, otros ya habían sacado su varita.
Alec permaneció de pie, ¿que debía hacer? Sabía que podía producir un patronus sin necesidad de varita pero sería descubrirse. Incluso aunque sus profesores no hubieran visto su patronus, no podía tomar el riesgo: sabía como era el mundo mágico. Antes de que pudiera hacer algo los rumores estarían en su pleno apogeo y ¿entonces qué? Hermione, Ron y Remus lo oirían y entonces harían la conexión. Negando con la cabeza ligeramente, comenzó a dirigirse a la parte de atrás de la tienda con los otros niños. Estaban todos temblando, mientras trataban de darse calor y consuelo acercándose entre si, mientras los adultos estaban de pie delante de ellos, formando una barrera defensiva.
Harry ansiaba unirlos, estar al lado de Severus y Minerva, pero no se atrevió. No era su lugar, debía confiar en ellos. De la misma forma que Dumbledore le había dicho, confiar en los demás para que lo protegieran. Era una de las cosas más duras que tendría que hacer, estar detrás y mirar como lucharon. Su temblor se puso peor cuando los dementores se acercaron y tuvo que parar sus pensamientos, las sensaciones desagradables que venían de los dementores lo agobiaban y necesitaba mantenerse en el control para no desmayarse en esos momentos.
Con manos temblorosas, cogió un trozo de chocolate que había estado guardando en su bolsillo en caso de que tuviera hambre y comió un trozo, sintiéndose mejor inmediatamente. Los gritos de Expecto Patronus le llegaron mientras se sentaba y miraba como las figuras plateadas cobraban vida y embestían contra aquellos monstruos desalmados. Lanzó una mirada a su alrededor, y vio al resto de niño; la mayoría estaban llorando, sentándose juntos en el suelo detrás del mostrador. Sacando todo su chocolate, se concentró en darle un trozo a cada uno de ellos.
Los mayores pronto lo comprendieron y también comenzaron a repartir los dulces que habían comprado antes. Despacio, el frío comenzó a evaporarse y Harry podía decir que la lucha estaba acabando. Sentado a lado de una niña, acercó sus piernas contra su pecho y miró como uno de los niños mayores ponía un dulce en la boca de un pequeño de tres años. Esperaron silenciosamente hasta que el último grito desapareció e incluso entonces, se quedaron donde estaban seguros, esperando a que uno de los adultos viniera a buscarlos.
Alec se estaba apoyándose contra una pared, la niña se estaba apoyando contra él, tratando de recibir un poco de consuelo de él.
- ¿Crees que ha acabado?- Harry miró la cabeza rubia que se hallaba en su hombro y se encogió ligeramente.
- No lo sé, pero ya no siento frío.- La niña asintió, pero no se movió.
