Camus¿por qué no me miras?. Adoro ver esos zafiros fijos en mi, me maravilla ver tus gestos cuando cuento mis historias, tu rostro es lo más puro y hermoso que he visto jamás. Sé que nunca serás mío, eres solo un aprendiz y yo un dorado, no podría acercarme. Pero al menos déjame mirarte el poco tiempo que nos queda. Porque son ya dos semanas y solo nos queda una. Dime¿qué haré cuando te marches, cuando vuelvas con tu maestro? Porque volverás a Siberia, allí donde los eternos hielos pueden cuidar de tu belleza, donde el polvo de diamantes acaricia tu tersa piel y la envidia por su pureza y su blancura.

Creo que enloqueceré, perderé mi rumbo si no te tengo cerca. Sería capaz de aguantar sin tenerte, tal y como lo estoy haciendo ahora, con el simple consuelo de estar cerca de ti, de sentir tu calor, tu mirada, con poder sentarme a tu lado en tardes como esta. Pero todo ha de acabar en algún momento y nuestro final está cerca. ¿Nuestro final, pero si nosotros no tenemos nada. Es tanto lo que te deseo mi dulce niño que realidad y ficción comienzan a fundirse peligrosamente.

Hoy no he podido resistirme, me he sentado a tu lado más cerca que nunca. Adoro el aroma de tu cabello y desde aquí puedo disfrutarlo libremente sin que tú te des cuenta y te levantes apartándote de mí. Y creo que tú algo sientes pues estás más callado que nunca, ni tan siquiera me miras. Mi mano al moverse ha rozado la tuya de forma involuntaria y he sentido cómo te estremecías¿tanto miedo me tienes¿tan horrible es tocarme? Cómo me gustaría que las cosas fuesen distintas, que tú pudieras sentir por mí lo que yo siento por ti, pero la cruel realidad una vez más se abre paso ante mis ojos y no me queda más consuelo que soñarte.

¿Qué te ocurre¿Por qué de repente me miras de esa manera¿Es dolor lo que veo en tus ojos? No, no es dolor, es miedo, es angustia. No puedo seguir hablando, por hoy mi historia quedará inconclusa, pues el hechizo de tus zafiros absorbe toda mi consciencia y no me deja nada para seguir hablando. Abres la boca, intentas decir algo pero no lo haces. Supongo que ahora es mi mirada la que te lo impide, querría pestañear pero la sorpresa ante tu actitud y sobre todo la belleza de tu rostro no me lo permiten.

Pronuncias mi nombre, pero no dices nada más. Me asustas, no sé cómo ayudarte. Pero a toda costa quiero que desaparezca esa incertidumbre que te daña. Casi puedo sentir tus miedos, pero no sé a qué se deben. De repente miras de nuevo tus manos que han permanecido todo este tiempo apoyadas en tu regazo... y pronuncias el nombre de mi hermano. Así que era eso. Yo, que bebería los vientos por ti debo escuchar cómo Kanon es dueño de tus pensamientos, no es justo, no puedo soportarlo.

Me levanto bruscamente. Sé que mi acción te sorprende por la forma en que me miras ahora. Desearía agarrarte y besarte aquí mismo, hacerte entender todo lo que siento. Pero no podría dañarte, ni aunque la vida de la Diosa dependiera de ello. Ahora soy vulnerable, por ti y tú... tú me preguntas por mi hermano!

No puedo más, la rabia me ciega, mis puños empezarán a sangrar si no aflojo el agarre. Palabras envenenadas salen de mis labios para hacer diana en tu persona.

-olvídate de Kanon! él es prácticamente un caballero dorado, aunque no tenga armadura. ¿qué podría ver él en un mocoso como tú?

Te he herido. Dije que no podría hacerlo y sin embargo... siento tus lágrimas como si fueran las mías. Noto tu dolor recorrer todo mi cuerpo. Cómo me gustaría sanar las heridas que acabo de producirte. Pero sé que tú no me dejarás. Será mi hermano el afortunado, será él quien borre los caminos que el llanto está marcando en tu rostro.

Me abriré las venas aprendiz, dejaré que sea mi sangre la que limpie mi pecado. Que ella se lleve lejos todo el dolor que he podido causarte, quizás así me consideres mejor.

Te has levantado tú también, tu cuerpo tiembla y vuelves a hablarme pero lo que dices me atraviesa como una flecha. No puedo moverme, he dejado de respirar. ¿De veras mis oídos no me han engañado? Sales corriendo, escapas de mí, te alejas de mis lágrimas que corren libres por mis mejillas. Cuando consigo darme la vuelta tú ya estás lejos.

Limpio mi cara lo mejor que puedo. No podrás esconderte de mí. Te encontraré y cuando lo haga me arrastraré suplicando que perdones la extrema estupidez de tu maestro, este caballero dorado enamorado de su aprendiz.

Tus palabras resuenan en mi memoria mientras bajo la colina:

-Kanon me dijo que debía contártelo... te amo Saga desde el instante en que te vi... pero... ya... ya no importa porque solo soy un mocoso que...


Los golpes de su puño desnudo contra la roca resonaban fuertemente en sus oídos. Gotas de sangre caían de sus heridas manos, pero ese dolor no era nada comparable a la opresión que sentía en su pecho. Tenía los ojos entrecerrados en un vano intento de reprimir las lágrimas que corrían libremente por sus mejillas, los dientes apretados ahogando sollozos arrancados directamente de su corazón.

Se sentía humillado como nunca lo había estado hasta entonces, la vergüenza y el dolor del rechazo, el hecho de estar allí en ese preciso instante martirizando su cuerpo de esa manera le hacían enfurecer aún más.

"Saga, imbécil! no puedes entenderlo, no puedes porque tú no amas a nadie. ¿Te divertiste¿Acaso sabes lo que estoy sintiendo ahora? no, por supuesto que no. Ni siquiera te importa" Sus pensamientos eran tan amargos como sus sentimientos, la idea de tener que volver a enfrentarse a la indiferencia del geminiano lo atemorizaba profundamente, y eso era algo que un futuro caballero de Atenea no podía permitirse.

Unos pasos justo detrás de él lograron sacarle de su aturdimiento. Había alguien más allí, sin duda se habrían dado cuenta de su presencia y se acercaban a ver qué ocurría. Dejó de golpear la roca y se secó las lágrimas con la manga de la camiseta.

"Genial, ahora tendré que inventarme algo que justifique esto, y el porqué estoy entrenando sin la supervisión de nadie. ¡Fantástico Camus!"

Iba a volverse para encarar a su visitante cuando... "Saga, es él¿a qué demonios ha venido? Mierda! que no se dé cuenta de que he llorado...por favor"

Saga se detuvo a pocos pasos del joven, esperando quizás alguna reacción por su parte. Pero el francés se quedó estático, no hizo ni dijo nada, ni siquiera se volvió. Fijó su vista en las manos de Camus, sangraban. Seguramente había estado golpeando la roca hasta dañarse, "bien", pensó, "no has sido capaz de romperla. Quizá con esto sí pueda ayudarte". Se acercó aún más.

Los ojos de Camus se abrieron tanto que casi dolían, su respiración se aceleró. Saga se había colocado justo detrás de él apoyando el pecho en su espalda. Las manos en las caderas del francés. Saga bajó la mano derecha hacia la cara anterior del muslo de su alumno y empujó hacia atrás:

-retrasa esta pierna, debes intentar conseguir un buen apoyo que no permita que caigas

Susurró esas palabras en el oído de Camus quien no pudo evitar obedecerle. Sin separarse un milímetro de él, Saga tomó los heridos puños del chico y colocando el brazo izquierdo en posición de defensa y el derecho en posición de ataque continuó con su lección:

-bien, ahora eleva tu cosmos, yo haré lo mismo. Golpearemos la roca los dos juntos, yo dirigiré tu ataque. No te preocupes, no dejaré que te dañes más.

Esto último lo dijo en un tono tan grave, tan suave y tan cerca del oído de Camus que su aliento golpeó contra su cuello y obligándole a cerrar los ojos y emitir un leve suspiro aún en contra de su voluntad.

Cuando Saga descargó el ataque protegiendo con su cosmos el cuerpo del francés, éste vio como la roca que antes golpeó incansable durante horas haciéndole pequeñas melladuras, saltaba por los aires reducida a pequeños fragmentos.

Ya todo había acabado y sin embargo ninguno de los dos se movía. Camus podía sentir los latidos del corazón de Saga contra su espalda, los ojos esmeralda clavados en él y el suave tacto de sus manos mimando sus puños. Deseó que el tiempo se detuviese, poder estar siempre así, tan cerca, tan solos.

Pero Saga le soltó y se separó unos pasos. La sensación de abandono fue inmensa. Cuando Camus se dio la vuelta no puedo evitar estremecerse al ver al hombre ahí parado, mirándolo fijamente, con una expresión de ternura en su rostro que no parecía posible en alguien tan rudo.

Suavemente tomó su mano derecha:

-Ven, vamos a mi templo, curaré esas heridas

Camus se sentía flotar mientras se dejaba guiar hacia la tercera casa. Saga no había soltado su mano. Su agarre era firme y sin embargo y a pesar de estar herido no sentía ningún dolor, tal era la delicadeza con que lo llevaba.

Al llegar, Saga dejó a Camus en el salón, mientras él tomaba antiséptico y unas vendas. Al salir y verlo ahí sentado, lloroso y herido, con los ojos tan azules cristalinos por el llanto, la suave piel de sus mejillas aún humedecida por las lágrimas, pensó que era realmente un ángel, un hermoso ángel caído a la tierra que necesitaba protección.

Se acercó hasta él y se arrodilló en el suelo. Tomó una de sus manos y comenzó a curarla lo mejor que supo, con cuidado de no causarle más dolor. Lo mismo hizo con la otra. Al terminar se quedó acariciando la suavidad del dorso de esas manos, pidiendo perdón a la bella piel por sentirse el culpable de esas heridas.

Levantó los ojos hacia Acuario quien lo miraba con curiosidad, con sus hermosísimos zafiros y el rojo cabello cubriéndole los hombros como una cascada de fuego... era tan bello, tan irreal. Se podría morir por una belleza así, se podría vivir solo para poder contemplarla aunque fuese una única vez. Rozó con suavidad la sonrojada mejilla, provocando que su dueño cerrase los ojos un instante pero lo suficiente para que Saga clamase en silencio por poder perderse de nuevo en ellos.

Casi sin darse cuenta se fue inclinado hacia adelante hasta quedar a escasos centímetros de los sonrojados labios que se movían inconscientemente dejando escapar encantadores suspiros provocados por el constante roce de su mejilla.

¿Debía besarle? Lo deseaba más que nada pero... las dudas volvían a él sin saber qué sería lo más acertado. Pero al fijar la vista de nuevo en los zafiros que le observaban suplicantes la parte racional de su cerebro desapareció quedando solo los sentimientos. Por ellos fue que colocó suavemente sus labios en los de Acuario y comenzó a besarle. Lentamente y con suma suavidad. Quería disfrutar del calor que de ellos emanaba y de su embriagante sabor, quería aprenderse sus formas para luego por la noche poder recordar ese momento hasta caer agotado por el sueño. Él, que a tantos había besado sintió que jamás había probado algo tan dulce y delicioso como aquellas fresas que tímidamente le devolvían el beso.

Los ojos de Camus se habían cerrado antes de llegar a sentir los labios amados sobre los suyos. Su respiración se agitaba por momentos mientras intentaba imitar los movimientos del geminiano, sorprendiéndose de la calidez y suavidad de Saga, del sabor dulce y la ternura que le brindaban. Su primer beso no podría haber sido más perfecto.

La lengua de Saga rozó con su punta la comisura de los labios de Camus, haciendo que esta exhalara un suspiro. En ese momento acarició el interior de esa boca, descubriendo una lengua entregada que le daba una placentera bienvenida. Suavemente lo tomó por la cintura acercándolo a su cuerpo en un abrazo que hizo al pequeño estremecerse.

Camus enredó sus manos en la melena de Saga temblando de emoción y placer al sentir las tan ansiadas manos en su cintura y la intrusa mimar su lengua. Jamás creyó posible tal intensidad de sensaciones, mucho mayores que el más cruel de los sufrimientos físicos.

La temperatura de sus cuerpos aumentaba conforme el contacto se hacía más íntimo y más apasionado. Los corazones latían al unísono en un concierto de vibraciones que no daba señales de querer acabar nunca. Y así hubiera sido si Saga no se hubiera separado, cortando el beso con dulzura, recuperando el aire.

Apoyó la frente en la de Camus mientras tomaba su rostro entre sus manos para poder acariciar suavemente sus mejillas con sus pulgares y juguetear con su nariz. Se miraban a los ojos sonriéndose ante lo que acababa de pasar entre ellos, para Camus era su primer beso, para Saga el primero que tenía algún sentido.

-lamento lo de antes Camus, yo pensé que...

-no, no digas nada, todo está bien

Saga volvió a besar los labios del pequeño, tan solo un roce para después abrazarle atrayéndole junto a su pecho. Su mejilla apoyada en la frente del joven aprendiz, sus manos acariciando una su espalda y otra su cabeza, intentando protegerle de cualquier cosa que pudiera dañarlo.

Pero ya era tarde y Camus debía volver a su templo o alguien podría notar su ausencia y preocuparse. Por supuesto nadie debía saber lo que pasaba entre ellos o ambos serían castigados duramente. No sería fácil de explicar ese tipo de relación entre un maestro y un alumno, aunque solo lo fueran de manera temporal.

-vete a la cama, descansa. Has de estar agotado. El entrenamiento de hoy ha sido duro

-ya sé que debo irme Saga, pero me gustaría poder quedarme contigo aunque solo sea un poco más

Sólo recibió una caricia, una sonrisa y unos ojos que le miraban con inmensa dulzura.

-¿crees que a mí no me gustaría que te quedases? pero no hoy, ve a tu templo y duerme. Mañana pasaré a buscarte temprano

Un nuevo beso en los labios y Camus se encontró subiendo las escaleras hacia el templo de la vasija, portador de una inmensa sonrisa y una ilusión digna del primer gran amor. Venía pensando en lo sucedido cuando al abrir la puerta de su cuarto se encontró...