1.

Now he's gone, love burns inside me(Black Rebel Motorcycle Club– Love Burns)

- ¿Camus? – la voz de Aioria se abre camino entre las columnas de mi templo. Mi relación con el caballero de Leo, aunque cordial, no lo es lo suficiente como para poder acceder libremente a las estancias privadas, por lo que opto por levantarme de la butaca en que hasta este preciso instante disfrutaba de una relajante y evasiva lectura y salgo a recibirlo personalmente.

- Hola, Aioria. ¿Qué te trae por aquí?

- Verás... no soy muy dado a andarme con rodeos, por lo que te lo contaré directamente. He estado hablando con Milo. Se encuentra muy preocupado por ti. – la sola mención de su nombre barre con la facilidad de un tornado los andamios y los endebles cimientos de mi autoestima, que tan laboriosamente había logrado forjar a lo largo de estos últimos días. Afortunadamente, no he perdido facultades, salvo casos extremos, a la hora de hábilmente ocultar mi verdadera personalidad bajo una fachada casi perfecta de serena impasibilidad, por lo que aparentando total indiferencia ante lo que el caballero de Leo acaba de comentar, guardo silencio, esperando a que concluya de hablar. – Últimamente no se te ve demasiado por los campos de entrenamiento, ni bajas al pueblo con los demás ¿Te encuentras bien?

- Desde luego¿por qué habría de ser de otro modo? He estado ocupado – el choque contra la escarpada pared de hielo que he erigido hace titubear a Aioria quien, aunque recela de manera evidente, y con razón, acerca de la veracidad de mis palabras, no parece hallar forma alguna de escalarla y abordarme. Incluso me permito esbozar una hipócrita media sonrisa, para afianzar la supuesta sinceridad de mis palabras.

- ¿En serio? – perseverante, tienta una segunda vez a la suerte, con los mismos infructuosos resultados. Asiento de nuevo, con seriedad, y aunque sus dudas siguen siendo notorias en su rostro, parece izar la bandera blanca y darse por derrotado. – Sólo pretendía asegurarme. Si necesitas cualquier cosa, puedes contar conmigo.

- Gracias, Aioria. Así lo haré. – Afablemente, le despido, mientras secretamente maldigo su compasión. Por todo el Olimpo¿tan patético me ven como para despertar su lástima? Dioses, es tan humillante... especialmente por parte de Milo; lo último que necesito es que se compadezca de mí. No soy una maldita doncella en apuros que requiera de protección, me hace sentir tan miserable...

De nuevo solo en mi templo, la pared de hielo se resquebraja, aquí ya no me hará falta, y regresando a la intimidad que me proporciona mi dormitorio, me tiendo sobre la cama, boca abajo, mis latidos acelerándose hasta la taquicardia, y mis manos temblorosas, por lo que opto por abrazarme con fuerza, para así mantenerlas inútilmente quietas. Las lágrimas, retenidas en el intersticio que forman mi ojos con un ligeramente enrojecido párpado inferior, queman, mas no permitiré que broten de nuevo. No deseo dar motivos a los demás para alentar su caridad hacia mí ni, por supuesto, caer en la autocompasión, en cuyo confortable regazo ya me he permitido caer demasiado tiempo. No resulta digno de un caballero, menos aún del "mago del agua y el hielo", título del que últimamente he parecido abdicar. Así, tragándome mi dolor e ira, que son grandes, volveré a levantarme, y no habré de agachar la cabeza ante nadie hasta que ambos sentimientos hayan muerto.

Tan loable, aunque poco férrea, determinación se esfuma en cuestión de segundos cuando, tras la anterior reflexión, el aroma de Milo, impregnado aún en las sábanas, entremezclado con el mío propio, alcanza mi pituitaria y, al instante, el cerebro, desenterrando con exagerada rapidez miles, millones de recuerdos que jamás volverán, derrumbando por enésima vez todos los buenos propósitos que en fugaces rachas de optimismo alcanzo a elaborar. Ahora sí, las lágrimas se abren paso como cauces desbocados a través de mis mejillas. Creo que me permitiré unas horas más de autocompasivo refugio.

Más tarde, apenas un par de horas antes del crepúsculo, salgo por fin del circular alzado que conforman los muros de mi templo, disipados ya los claros síntomas del llanto en mi rostro, y ataviado con sencillas prendas de adiestramiento. Inspirando una honda bocanada de aire puro, comienzo a descender la travesía escalonada que atraviesa las Doce Casas (once, en realidad, desde mi posición actual), con la esperanza de no encontrarme a los caballeros de Géminis y Escorpio, ya sea separados o, peor aún, juntos.

Afortunadamente, el temido encuentro no tiene lugar, y alcanzo finalmente mi objetivo: el arranque de una senda que discurre por una región no edificada, casi silvestre, del perímetro del Santuario. Con el fin de ejercitar un poco mis piernas y dispersar mis ideas, inconvenientemente convergentes hacia un mismo punto en estos últimos tiempos, emprendo un relajante trote ligero, mis rojos cabellos mecidos suavemente por la corriente de aire desplazado al correr.

La marcha disipa temporalmente todos mis desquiciantes quebraderos de cabeza, y entretenido por las vistas de los alrededores, salpicadas de frondosos árboles y abruptos riscos, y coronadas por el extraordinario degradado de tonos anaranjados, rosáceos y azulados con que el sol permite deleitarnos a modo de regalo de despedida antes de ceder su potestad a la luna y su séquito de estrellas, pierdo toda noción del tiempo, maravillado por tan sencilla, y sin embargo tan sumamente admirable, demostración de belleza. Opto por detenerme para contemplar mejor el paisaje.

Enteramente abstraído por el perfecto cuadro, en el que comienzan a motearse las primeras estrellas, no soy consciente de la, en sentido contrario al que yo seguía, creciente aproximación de un cosmos hasta que prácticamente se halla a mi lado.

- No está nada mal¿verdad? – la voz profunda, grave, y el griego con un marcado deje extranjero que utiliza me permiten identificar rápidamente a mi interlocutor, sin precisar siquiera de tener que darme la vuelta.

- Hola, Shura. ¿No crees que es un poco tarde para entrenar? – ahora sí, me giro para dirigirme al caballero de Capricornio, confirmando mi suposición como acertada. Jadea levemente, y apoya su mano en mi hombro, más para sustentarse por el cansancio que como gesto de confianza – Es una vista impresionante, sí.

- Ya iba de regreso. Prefiero ejercitarme por la tarde, mucho más tranquila. – y añadió bromeando, aunque con su habitual semblante sobrio, únicamente perturbado por una casi inapreciable sonrisa que delatora de sus intenciones – Y existe menos riesgo de lesionar a algún despistado con Excalibur.

Sonrío. Desde hace tiempo el español me inspira una cierta afinidad. De mis dos vecinos más inmediatos, es con diferencia con quien mantengo más y mejor trato, especialmente durante y después de nuestro periplo en el Hades, siendo entonces el único de los caballeros revividos con quien podía mantener una conversación "normal": Shion y Saga se mostraban inaccesibles casi todo el tiempo, mientras que Deathmask y Afrodita, mi otro vecino, me resultaban demasiado excéntricos para mi gusto, el primero por macabro y el segundo por su exagerada coquetería y narcisismo, que me hastían sobremanera. Por otra parte, me agrada su carácter: sereno y adusto sin resultar arisco (defecto que tantas veces se me ha achacado a mí, con mayor o menor razón), inteligente, con un agudo sentido del humor y, sobre todo, dotado de una gran nobleza y sentido de la justicia. Me inspira una cierta admiración, como persona y como caballero, y de vez en cuando gusto de tener una amena charla con él.

- ¿Vienes, o continuarás tu camino? – me pregunta, mientras se estira. Es ya prácticamente de noche, y no tenía planes de ir mucho más lejos, de todos modos. Le hago una seña con la cabeza, indicándole así mis intenciones, y emprendemos el camino de vuelta a los doce templos.

Recorremos la senda más rápido de lo que esperaba, teniendo en cuenta que ahora llevamos un ritmo lento. La conversación, como habitualmente, fluye entretenida, y pronto nos encontramos ante la octava casa. Esta vez no hay tanta suerte, y puedo percibir el cosmos de Milo en su interior. No está sólo, aunque es el único que, protocolariamente debido a la hora y al tratarse del propio guardián de la casa, sale a nuestro encuentro. Entorpecido por una providencial columna que por el momento me mantiene oculto a su escrutinio, no parece reparar en mí inicialmente.

- ¿Qué hay, Shura¿De vuelta a Capricornio?

- Así es, ya tuve suficiente entrenamiento por hoy. Supongo que aquí nos despedimos¿no, Camus? – la inocente ignorancia del décimo caballero acerca de los recientes sucesos acaecidos entre nosotros supone mi sentencia y condena a muerte en este justo instante. A la mención de mi nombre, Milo se adelanta sorprendido, esquivando a mi hasta ese momento salvadora columna, y ahora sí, escapar a su vista se hace imposible. Mi faz, habitualmente blanca, se tiñe rápidamente de una coloración encarnada, y con análoga, asombrosa, celeridad, pasa a una casi mortecina lividez. Con el cuerpo en total tensión, y mi corazón batiendo como si quisiera escapar de mi cuerpo, tan pronto sus hermosos ojos turquesa se clavan en los míos, acierto a desviar mi rostro con nulo disimulo, en una tentativa por evadirme de su siempre penetrante mirada, que se me clava ahora mismo con más presión que sus Agujas Escarlatas, y a duras penas consigo responder al español.

- ...no... . dudo que mis palabras hayan llegado a sus oídos, por lo que reafirmo mi contestación sacudiendo la cabeza con languidez.

- Hola, Camus – distingo un cierto matiz de reparo en su saludo, como temiendo mi posible reacción. No debo flaquear ahora. Resultaría incluso demasiado humillante. Pero alzar mi característico caparazón helado no es tan sencillo en esta ocasión como por la mañana, pues no es precisamente Aioria quien me interpela. Así y todo, trato de blindarme de cara al exterior, y con la más gruesa capa de metafórica escarcha que me es posible crear, recubro mis ojos, encarándole.

- Milo... – Respondo al saludo, y notando cómo sus ojos comienzan a derretir, como de costumbre, el escarchado manto que vela los míos, opto por poner un final cuanto antes a tan incómoda situación.- Yo me voy adelantando, Shura. Se me está haciendo tarde. Buenas noches. – y emprendo mi camino hasta el templo de Acuario. Dejo atrás al caballero de Capricornio, que formula una rápida despedida a Milo y apresura sus pasos, hasta ponerse a mi nivel. Guarda un mutismo absoluto, que por supuesto yo no me molesto en quebrar, absorto en mis pensamientos, y no es hasta que las columnas de la casa del Escorpión Celeste han quedado bien atrás que Shura decide romper la tensa atmósfera.

- No sabía nada... ¿os habéis peleado? – niego de nuevo con un gesto, y en un intento por reducir mis desbocadas pulsaciones, y acompasar mi respiración, respiro hondo para poder responderle sin que mi voz se quiebre.

- Me ha dejado. – la noticia supone toda una sorpresa para el español, como atestiguan sus ojos más abiertos de lo corriente y su entreabierta boca. Debe de ser el último en enterarse todo el Santuario.

- Vaya...creo que metí la pata hasta el fondo en Escorpio entonces, mis disculpas.

- Aceptadas. No tienes ni por qué pedirlas, Shura. Como has dicho, no sabías nada.

- ¿Puedo preguntar...?

- No me apetece hablar de ello ahora. Lo siento. – Respondo con una quizá excesiva frialdad, pero tengo todo muy reciente todavía para querer confiarme a nadie. Resulta innegable, a la vista de lo ocurrido minutos atrás en la octava casa. Shura asiente, respetando mi decisión, y no parece que vaya a insistir en el tema, lo que profundamente le agradezco.

Permanecemos en un silencio tranquilo, tan sólo roto por el sonido de nuestros pasos, y el ocasional ulular de los búhos que inician sus nocturnas partidas de caza, durante el resto de la subida hasta el templo de Capricornio. Me acompaña hasta la salida del mismo.

- ¿Mañana a la tarde volverás a correr por el ala sur del Santuario? – Me pregunta, justo antes de que inicie mi ascensión hasta el templo de la vasija. Asiento sin mucha convicción, puesto que ignoro en qué estaré ocupado mañana.

- Es posible.

- ¿Puedo pasarme en ese caso a buscarte un poco antes? Necesito algo más duro que las rocas para afilar Excalibur.

- ¿Y pretendes usarla conmigo? – Pregunto, irguiendo una de mis partidas cejas, combinando a partes iguales curiosidad y recelo. La cuestión parece hacerle gracia, pues empieza a reír ampliamente.

- ¡No! – sus carcajadas cesan, muriendo en una sonrisa afable, y continúa. – Había pensado que podías congelarlas. Así yo puedo mejorar mis técnicas y tú hacer lo propio con las tuyas.

- ¿No crees que te esfuerzas demasiado para encontrarnos en época de paz?

- ¿En época de paz? Sí, claro. Pero dime, Camus¿cuántos dioses forman el panteón olímpico? – le observo, divertido. Anticipándose, responde en mi lugar - Doce. Si excluimos, por supuesto, a Atenea, más Poseidón y Hades, quedan nueve más que podrían decidir atacar en cualquier momento. Es más, ni tan siquiera podemos dejar fuera a Poseidón. Tan sólo concedió una tregua. ¿Y si falta a su palabra?

Su teoría, aunque lógica, peca de excesivamente prudente. De ocurrir tales hechos, tengo el total convencimiento de que lo sabríamos con antelación suficiente. Pero, visto que no tengo nada mejor que hacer, salvo lamentarme por mi infortunio en mi templo, me inclino a aceptar su propuesta, que al menos me permitirá distraerme, alejando de mí, aunque tan sólo sea durante unas horas, los fantasmas que, torturándome, me persiguen con enfermiza constancia.

- No te falta razón. De acuerdo¿irás entonces a buscarme a Acuario, o vengo yo directamente hasta aquí? Así te ahorras el paseo.

- Unos escalones más o menos no me matarán. Iré yo.

- Hasta mañana, entonces. – dirigiéndose ya hacia el interior de su templo, responde de igual manera. Girándome, continúo a lo largo de la ya escasa distancia que me separa de la casa de Acuario, que tan inmensa me resulta ahora, y donde la soledad, mi vieja e inseparable compañera de antaño, me aguarda nuevamente, acompañada de su camarada, la tristeza.