Cause all of the stars are fading away
Just try not to worry
You'll see them someday
Take what you need, and be on your way
And stop crying your heart out
(Oasis – Stop crying your heart out)
- ¡Polvo de diamantes! – a mi comando, un peñasco de considerable tamaño es azotado por una intensísima ventisca para acabar rodeado por una gruesa e inquebrantable costra de hielo. De pronto, arrancado de la tierra como si de un simple grano de arena se tratase, comienza a levitar ignorando deliberadamente la existencia de la ley de la gravedad. Suspendido en el aire por unos segundos, parece jactarse de su recién adquirida capacidad que le iguala a las aves, y creyéndose azor, se lanza en picado sobre la que erróneamente cree una indefensa presa. Demasiado tarde, se da cuenta de su error cuando, al grito de "Excalibur", su volumen es escindido en dos con un tajo limpio, y ambas secciones, mucho menos henchidas de sí mismas ahora, caen pesadamente al suelo, inmóviles, el hielo que las cubría fundiéndose en un quedo llanto.
Mu, quien hoy nos acompaña, y responsable con su telekinesis del breve primer y último vuelo de la roca, aplaude ante la hazaña, apaciblemente sentado sobre un terreno en pendiente ascendente que se extiende a un lado del camino.
- ¿Qué os ha parecido? – Pregunta el caballero de Capricornio, disfrazando penosamente su orgullo por lo que seguramente considera un trabajo bien hecho.
- No ha estado mal – respondo desinteresadamente, con el claro objetivo de provocarle, de lo que da fe una desafiante sonrisa que se esboza en mi rostro – La de anteayer era mucho más grande.
- Pero la capa de hielo era mucho más gruesa hoy. – señala al charco que bañaba la cercenada roca. – Por no mencionar que, a diferencia de anteayer, el de hoy era un objetivo móvil
- Que cargaba hacia ti en línea recta, sin desviarse un milímetro – Le interrumpo, impertinente. Mu se incorpora, riendo, y aparentemente se pone de su parte.
- Vamos, Camus, no seas tan duro con él. Después de todo, ya va para viejo. No podemos exigirle lo mismo que a nosotros.
- ¡Malditos mocosos¿De qué estáis hablando? Sólo soy tres años mayor que vosotros. – Recoge de la rama de un manzano cercano una toalla que allí había colgado al llegar al lugar, y tras secarse el sudor que, como rocío, bañaba su rostro, la enrolla en una bola que lanza a toda velocidad hacia el caballero de Aries. Éste, teletransportándose unos centímetros a la izquierda, la esquiva con absurda facilidad, dejándome a mí solo, que me encuentro detrás de la posición que antes ocupaba el tibetano, como blanco perfecto al que ahora apunta el proyectil. Despistado por la maniobra de Mu, el misil acierta de lleno, impactando en mi cara. Cegado por el estúpido trapo blanco, alcanzo tan sólo a oír las risas de ambos, y cuando recupero de nuevo la vista, los dos caballeros, unos metros por delante, caminan ya de regreso a las doce Casas.
A las puertas de Aries, dejamos a Mu, quien desde hace unos quince días se nos une ocasionalmente en nuestros entrenamientos. Atravesamos el vacío templo de Tauro, el gigante brasileño que lo custodia de vuelta en su país, y en Géminis somos recibidos por Saga, que nos recibe cordialmente, aunque sin alardes. Respondemos al saludo, y proseguimos nuestro camino. Después de un mes, consigo por fin afrontar tanto al caballero de Géminis como a Milo, por separado o incluso juntos (aunque no revueltos) sin dejar que me afecte demasiado. Jamás podré agradecer lo suficiente a Shura su inconsciente pero inestimable ayuda. También Mu y la meditación con Shaka han colaborado, pero los coloquios con el guardián de Capricornio en su templo, el mío o simplemente de camino a los campos de entrenamiento han resultado una terapia infinitamente mejor de lo que una cura de ermitaña soledad podría representar.
Atravesamos los restantes templos, deshabitados algunos al encontrarse sus respectivos caballeros ausentes por tiempo indefinido o por encontrarse de viaje, debido a la situación de paz en que al fin nos encontramos. En Escorpio, notamos con una cierta extrañeza que Milo no sale a recibirnos, y su cosmos, aunque presente en el interior del recinto, se percibe como alterado. Shura me interroga con su mirada. Encogiéndome de hombros, comienzo a andar en dirección a las habitaciones privadas del templo. En la estancia que Milo utiliza como sala de estar, lo hallamos revolviendo nerviosamente los cajones de un gran aparador. Totalmente concentrado en su tarea, ignora por completo nuestra presencia, a la vez que, dejando a medio cerrar un cajón, abre uno nuevo..
- ¡Mierda, mierda, mierda¿Dónde lo dejé¡De ésta me mata! – se detiene por un instante para, sin dejar de lamentarse, llevar las manos a la cabeza.
- Milo¿qué te ocurre? – es mi acompañante quien, divertido por la escena, pregunta al alterado caballero.
- ¿Quién...? Ah, vosotros – responde con inicial indiferencia, para añadir a continuación, volviendo al asunto que sin duda le resultaba mucho más importante – Shaka me prestó un libro hace tres meses, y debo devolvérselo mañana¡pero no lo encuentro por ninguna parte!
- ¿No puedes pedirle un día más de plazo? – Sacude la cabeza con rápidos movimientos, sin dejar de examinar el contenido del armario, ahora pasando su atención a los estantes.
- No...ya es la tercera prórroga que me concede en un mes. De esta vez me amenazó literalmente con el Tesoro del Cielo. – dramáticamente, lleva su dedo índice al cuello, y lo desplaza de izquierda a derecha, simulando una decapitación.
Sonrío levemente, sin que ninguno de los presentes se aperciba de tal hecho. Conocidos por todos son los despistes del caballero de Escorpio, casi proverbiales, junto a su caótico desorden. Shura se encuentra ocupado, siguiendo sin perder un detalle, como si se encontrara ante una película, los histéricos movimientos de Milo, por lo que, sin mediar palabra, me dirijo a uno de los pasillos, que conozco como la palma de mi mano y sé que conduce a su dormitorio.
Ya en el interior de su habitación, trato de concentrarme en mi actual misión, dejando a un lado el tropel de recuerdos repentinos que la estancia me inspira. Al lado del ropero, un cúmulo de ropa sucia de importante elevación despierta mis sospechas. Un breve examen de la pequeña colina textil las confirma, y entre todo tipo de prendas sudadas, sucias y arrugadas, encuentro varios libros. Recogiéndolos, regreso al salón principal, donde poco parecen haber cambiado las cosas.
- ¿Es alguno de estos? – Me observa desconfiado, y se acerca para echarles un vistazo. Se los alargo, y comienza a examinar los lomos de los recién hallados volúmenes. Una sonrisa de felicidad ilumina su rostro, arrojando descuidadamente los demás al suelo.
- ¡Aquí está! – impulsivo, se lanza a abrazarme, contacto que, como si se tratara de ardientes y letales lenguas de fuego, rehuyo con un breve movimiento lateral. El rechazo hace reaccionar a Milo y darse cuenta de lo que pretendía hacer, rectificando a tiempo. – ¿Dónde estaba?
- Donde siempre... con la ropa sucia. – exhalo un suspiro de resignación.
- Gracias... – me sonríe una vez más. Por todos los dioses¿cómo puede tener después de este tiempo tanta facilidad para desarmarme con tan simple gesto? Me estremezco ligeramente, sacudida que con celeridad intento reprimir, para recomponerme y responder con fingida indiferencia.
- No hay de qué.
- Bueno – interrumpe Shura en el más oportuno momento posible. Posa su mano sobre mi espalda, el inesperado contacto induciendo en la zona rozada un segundo estremecimiento, mas extrañamente no resulta desagradable – Resuelto el misterio, supongo que ya no tenemos nada que hacer aquí. ¡Buena suerte con Shaka, Milo!
Nos despedimos, y partimos de nuevo por la fastidiosa escalinata. Anticipándome a cualquier comentario del caballero de Capricornio, soy yo quien rompe el silencio en esta ocasión.
- Siempre acaba dejando los libros entre el montón de ropa sucia...No me preguntes por qué.
- A veces parece un niño grande... – su afirmación, que corroboro totalmente, me hace reír tímidamente. Concuerdo con el español con un gesto de asentimiento, y abandonamos el, por el momento, desierto templo de Sagitario, a la espera de que su guardián retorne de Japón. Recordando algo, cambia de tema – Ah, mañana no iré a entrenar con vosotros, he quedado con Aioria en el coliseo para un combate a manos desnudas.
- Cuán bucólico y pacífico – bromeo con un leve sarcasmo. Cambio mi entonación a una menos irónica, y prosigo – Igual me paso por allí a ver qué tal lo hacéis.
- No tardes mucho, o te encontrarás la pelea ya terminada.
- ¿Tanto confías en las posibilidades de Aioria? – le provoco una vez más, a lo que responde con un leve empujón. Realmente no se lo toma a mal, sólo me sigue el juego. Debo admitir que me divierte pincharle, aunque sin excesos. Quizás se trate de un comportamiento heredado del caballero de Escorpio, quien encontraba una fascinación casi morbosa en irritar a sus más allegados.
Con la broma hemos acortado ya del todo la distancia entre las casas novena y décima, y el camino del español concluye aquí. Nos despedimos, como de costumbre, y regreso a Acuario extrañando su compañía. De un tiempo a esta parte noto cómo su amistad y su presencia me resultan más necesarias de lo que podría haber imaginado. Tampoco puedo dejar de felicitarme ante mi excelente reacción allá abajo, pese a la embelesante sonrisa del guardián de Escorpio. Sin dolor, sin rencor... como si lo sucedido hubiera sido tan sólo un mal sueño, y continuáramos siendo los grandes amigos de antaño. Finalmente, con esta y otras divagaciones caigo rendido a un sueño ligero.
Paso la mañana siguiente ocupada entre finalizar la lectura de un libro y responder una carta de Hyoga, que se ha establecido en Siberia y en su última misiva me contaba qué tal le estaban yendo las cosas por allí. Después de la comida me dirijo al templo de Virgo, a practicar meditación por un par de horas y, confieso, la curiosidad me puede, averiguar el desenlace entre Shaka, Milo y su libro. No resultando tan interesante la conclusión como prometía en un principio, habiendo finalmente devuelto el caballero de Escorpio el susodicho libro, me enfrasqué en una profunda meditación, de la que no salí hasta que el caballero de Virgo me sugiere acompañarle hasta el coliseo. Acepto, recordando la oficiosa promesa hecha a Shura, y, deteniéndonos en Aries para llamar a Mu, nos dirigimos los tres hacia el anfiteatro.
Ciertamente la ociosidad, consecuencia de una anhelada paz, nos ha llevado al extremo de crear grandes expectativas en torno a una corriente lucha de entrenamiento, por más que se trate de una pelea entre caballeros de oro, pues no se pueden emplear ni las armaduras ni el cosmos. Además de nosotros, varios caballeros de plata y alguno de bronce, por no hablar de aprendices y simples guardias, han concurrido al lugar. Tomamos asiento en las bancadas más cercanas a la pista, y vemos calentar a los contendientes. Aioria, el primero en vernos, se aproxima, y nos saluda alegremente.
- ¿Habéis visto cuánta gente¡Ni en las Panateneas!
- Es la falta de nada mejor que hacer, Aioria. – le interpela Shaka, sonriente – No te hagas el importante ahora.
- Shaka de Virgo, dando ánimos, como siempre – el quinto caballero ríe, y guiñándole un ojo coqueto bromea. – Pero no importa, sé que en el fondo me quieres.
- ¿Quién dices que te quiere, si hasta tu hermano se ha ido a Japón por no aguantarte? – Shura continúa dando alas al ambiente distendido, pese a que su rostro se mantiene paradójicamente imperturbable, mientras rodea el cuello del griego con un brazo y, con la mano contraria, le rasca la cabeza con los nudillos. Éste protesta, sin dejar de reír. Es más que notorio el aprecio que el guardián de Capricornio siente por los dos hermanos, aprecio que por otra parte es correspondido con creces. Carente de esa complicidad, no puedo evitar envidiar al caballero de Leo. Tan sólo acerca de una persona, que para mi suerte y a un tiempo mi infortunio se encuentra ausente ahora mismo, podría decir he contado alguna vez con tal complicidad. Mis pensamientos cesan en su divagante revoloteo cuando una voz conocida invoca mi nombre. - ¿Qué, Camus, has venido al final a ver cómo este vejestorio apalea a un gato sobredimensionado?
- Claro – respondo, parco en palabras. El español sonríe ahora, y se aleja perseguido por un Aioria reprochándole ciertos comentarios sobre "gatos". Finalizado el calentamiento pocos minutos después, Shaina, escogida como improvisada jueza de la lid, baja hasta la arena, comenta lo que supongo serán las reglas de la competición, y se sitúa en medio. La italiana eleva su brazo, extendido, y en un movimiento seco y rápido, lo desciende, dando inicio a la lucha.
Si no se produce ninguna sorpresa, el caballero de Capricornio tiene todas las de ganar. Conoce a la perfección el estilo de su adversario, a lo que se suma su mayor experiencia, y su innegable ventaja física. Efectivamente, los primeros embates son lanzados por Shura, y esquivados a duras penas por Aioria, por lo que me permito el capricho de examinar el graderío opuesto. Lo que allí veo paraliza al instante todos los nervios de mi cuerpo, salvo los que unen mis ojos con el cerebro, y al cabo de unos segundos otros de menor importancia, como los que rigen los actos circulatorio y respiratorio.
Sentados del otro extremo, veo a Milo y Saga observando también la pelea. No parece interesarles mucho, pues con frecuencia dejan de prestarle atención para confiarse entre sonrisas secretas revelaciones. Quisiera centrar mi vista en la pista, pero mi sistema nervioso parece empeñarse en su huelga, y tan sólo mis retinas permanecen inoportunamente activas, persistentes en su fetichista actividad de voyeurs. Ahora el mayor rodea con sus brazos al caballero de Escorpio, apoyando su mentón sobre la rubia coronilla de éste, y depositando tibios besos en sus áureas hebras. La respiración y el pulso comienzan a fallarme, y siento un creciente mareo. Ahora Milo se da la vuelta, aún bajo el abrazo de Saga, y inclina su rostro hacia él, aferrando posesivamente su rostro entre sus manos y besándolo como si no existiera un "mañana". A Saga. No a mí. Ahora, por si sentir aumentar mi aturdimiento hasta situarme al borde de una lipotimia fuera poco, mis ojos se nublan demasiado tarde, tal vez por las saladas gotas que comienzan a acumularse en mis lacrimales, y percibo en la lejanía las voces preocupadas de Mu y Shaka, distorsionadas por mis tímpanos, todavía perezosos tras recuperar la comunicación con el cerebro.
- Camus, estás pálido¿te encuentras bien? – No, claro que no. "Bien" es un adverbio totalmente incorrecto para describir mi situación. Sin responderles, me levanto aturullado, ignorando sus llamadas, que aumentan de intensidad, aprovechando que he recobrado la movilidad en mis miembros inferiores y, trasladado por mis piernas, acabo sin saber cómo en mi templo, sentado en el suelo y oculto tras una columna, con intensos temblores, un insoportable dolor en mi pecho acompañado de una molesta y creciente migraña y bañado en un llanto que, lejos de menguar, amenaza con deshidratarme.
Ignoro por cuánto tiempo he permanecido así. Tan sólo sé que, cuando la aguda molestia en mi pecho parece aliviarse, mi mente parece divertirse torturándome y desbloquea el recuerdo de Milo besando a Saga, y todo comienza de nuevo.
- ¿Camus? – Alguien me llama desde la entrada al templo. Escuchando con más interés puedo identificar la preocupada voz como la de Shura. Guardo silencio, lo último que quiero es mostrar mis actuales debilidad y patetismo, e inspirar la lástima de una de las contadas personas gracias a las cuales había empezado a olvidar al caballero de Escorpio.
Sin embargo, hoy los Hados parecen haberme seleccionado a mí por blanco de su cruel juego, y la inconveniente congestión de mis fosas nasales debida al llanto me obliga a inspirar con fuerza para poder inhalar una nueva dosis de oxígeno. Esto parece dar la pista a seguir por el español, pues escucho una serie de pasos, cada vez más cercanos, hasta que se detienen a una distancia excesivamente corta.
- Camus, responde... sé que estás aquí – Efectivamente, he de darme por descubierto, a pesar del manto de penumbra que me envolvía. Toso, intentando con ello aclarar mi voz, y que suene lo más natural posible, al tiempo que me pongo en pie, mis ojos hinchados y enrojecidos distinguiendo con esfuerzo su espigada figura.
- ¿Qué quieres? – Un desafinado graznido que me recuerda a mis años púberes, apenas traducible a vocablos inteligibles, es todo cuanto sale de mi reseca boca. Necesito beber algo.
- Te fuiste de repente del coliseo sin decir nada. Todos estábamos preocupados por ti. – Perfecto, no sólo uno, sino cuatro caballeros de oro compadeciéndose de mí.
- Estoy bien – respondo secamente, faltando a la verdad de forma descarada. – Recordé que tenía cosas que hacer aquí.
- No soy Aioria, a mí no me puedes engañar con una excusa tan absurda – su timbre, habitualmente amable, se endurece de pronto. – Mu y Shaka me dijeron que tenías muy mal aspecto allá debajo, y tu voz te delata. Ven. Me acompañarás a Capricornio.
Hallando mi mano con sorprendente facilidad, para encontrarnos en una semioscuridad debida a un tiempo a la caída de la tarde y a la apagada iluminación de mi templo, la prende y sin darme oportunidad a presentar resistencia, tira de mí como si me tratara de un pequeño aprendiz a quien le ha dado una rabieta, con fuerza aunque sin llegar a hacerme daño, hasta conducirme fuera de las paredes de mi Casa. Me suelta, y comienza a caminar de vuelta al décimo templo. Ahora podría darme media vuelta y regresar a Acuario, pero algo me dice que no conseguiría nada más que irritarlo, así que sin mediar palabra le sigo guardando una distancia de unos pocos peldaños. Finalmente, llegamos a la casa que custodia. Enciende la luz y me encara, grave. Ambos intercambiamos entonces sendas miradas de asombro al ver nuestros respectivos estados: yo, con evidentes y marcados síntomas de haber pasado varias horas derramando deshonrosas lágrimas, tan impropias de un caballero de los hielos, y él cubierto de moratones y heridas en rostro, brazos y piernas, visibles a través de sus pantalones rasgados.
- ¿Qué te ha ocurrido?
- Digamos que me distraje por un momento, y Aioria aprovechó la ocasión.
- ¿Perdiste entonces? – Sacude la cabeza, esbozando con cierta molestia una débil sonrisa victoriosa. En una de las comisuras de sus labios tiene un pequeño hematoma.
- Hace falta distraerme por más de unos segundos, o tener enfrente a un Aldebarán furioso, para tumbarme. – Ahora soy yo quien dibuja una expresión similar en mi rostro. Él borra la suya, por contra, y me temo es mi turno de dar explicaciones. Me indica que tome asiento en un sillón cercano. Obedezco, mientras él, todavía en pie, se dirige hacia una habitación contigua - ¿Te apetece algo de beber, o comer quizás?
- Un vaso de agua, por favor.
Vuelve al poco tiempo con el vaso, que me alarga, acercando un segundo sillón hasta ponerlo frente a mí, sobre el que se acomoda. Dando un sorbo prolongado bajo su intenso escrutinio, intento retrasar el interrogatorio, hasta que el saborear la última gota lo hace inevitable.
- ¿Y bien?
- Me encontraba mal... y volví a Acuario. – respondo ahora, sin mentir, pero omitiendo ciertos detalles que no son de su incumbencia. No obstante, no parece muy contento con mi respuesta.
- ¿Eso es todo¿Por eso has pasado ignoro cuánto tiempo llorando? –su índice, acusador, señala mis mejillas, surcadas por cauces ya resecos, aunque visibles, que evidencian eso último. Como si dispusiera de todo el tiempo del mundo para aguardar una respuesta de mi parte, cruza una de sus piernas sobre la otra, a la vez que alza el brazo y lo apoya por encima del respaldo de su asiento. Su mirada parece penetrar hasta lo más hondo de mi interior, lo que me turba y a la vez ejerce una suerte de efecto disuasorio, que libera mis cuerdas vocales.
- No... – a mi negación, su silenciosa e insatisfecha demanda de información espera paciente a que continúe con mis explicaciones. – Vi a Milo... con Saga. -Ni creo, ni me apetece, entrar en más detalles, las palabras evocando de nuevo tan desgarradora imagen, por lo que deberá valerle con esta pequeña muestra. Mi interlocutor hace un gesto con la cabeza, como si ya se esperara lo que acababa de escuchar.
- ¿Y tanto te afecta todavía, como para llegar a estos extremos? – Su pregunta, aunque racional, la misma que probablemente formularía yo mismo de encontrarme en su lugar, se reviste de un matiz comprensivo, y hasta cálido. Me detengo por unos instantes a reflexionar: la respuesta, no tan inmediata como habría podido deducir en un principio, se revela en cambio mucho más compleja. De exigirme una réplica inmediata, sin duda habría mencionado lo mucho extraño al joven rubio, a quien no he conseguido olvidar aún. Sin embargo, un análisis más frío añade además otra posibilidad, mucho menos romántica: que, en el fondo, mi reacción, infantil y casi desproporcionada, atienda a mi orgullo rechazado y la drástica reducción en mi autoestima que acompaña al recuerdo. Shura me contempla, tranquilamente expectante, y decido confiarle todas mis tribulaciones e inseguridades. Me escucha atento, sin interrumpir, hasta que finalizo. Sólo entonces, después de inhalar profundamente, tomando aliento, habla de nuevo – Camus, poniéndome en tu lugar, entiendo que todavía te puedas sentir dolido: es lógico, ya sea porque sigas enamorado de él después de todo, ya porque te sientas herido en tu amor propio,... quizás por todo a la vez, o tal vez por razones que nada tienen que ver con lo que me has dicho. Pero debes tener en cuenta dos cosas: en primer lugar, lamentarte por algo que ya no tiene remedio, además de impropio de ti, por lo que te conozco, no tiene sentido más allá de compadecerte a ti mismo, una opción muy cómoda, desde luego, adictiva y hasta analgésica, a un extraño modo de ver, pero que, como una droga, sólo acabará perjudicándote a la larga.
Su reproche, en el fondo, no hace sino repetir lo que tantas veces me he dicho a mí mismo, sin mucho éxito, a tenor de mi estado anímico previo al actual, pero consigue que me sienta como un niño increpado por su maestro. Notando esto, descruza las piernas, haciendo ostensible en el movimiento la molestia que sufre por las magulladuras recibidas, y se inclina un poco hacia delante, tratando de parecer menos distante.
- ¿Y en segundo lugar?
- En segundo lugar... a veces las cosas no salen como nosotros querríamos, y no necesariamente implican que se deban a un fallo nuestro, simplemente son así, y más aún en cuestiones de amor. Ya aparecerá la persona correcta para ti antes o después, o quizás no...y eso no significaría nada en absoluto. No te menosprecies por ello, nunca. No tienes por qué sentirte menos que Saga, que Milo, o que nadie. ¿Dónde quedó tu orgullo, Camus?
- Si no lo fuera, no me habría dejado por él – recurriendo a la lógica, pese a saber, como el español acaba de decirme, que no resulta aplicable en esta situación, me justifico, mientras haciendo caso omiso de sus consejos, que en el fondo sé ciertos, me dejo arrastrar de nuevo engañado por la falsa calidez de mis lágrimas. Me cubro los ojos con una mano mientras me empequeñezco en mi asiento, con el deseo de desaparecer engullido por el mueble y evitar así que Shura me vea en tan deplorable estado.
- Eeehh... vamos... – Una voz dulce y un peso en mi rodilla me saca de mi momentáneo enajenamiento. Alzando unos milímetros mi improvisada visera, aunque sin retirarla de mi frente, puedo identificar la mano del caballero como el origen de la presión sobre mi pierna. Ahora sí, mi mano retoma su posición original, y mis ojos, nuevamente enrojecidos, observan el rostro preocupado del español, que ha abandonado su asiento y, en cuclillas, me devuelve con intensidad la mirada. Su proximidad, su mano, su expresión...algo diferente en él me desarma, y un nuevo estallido repentino en mi interior me impulsa inexplicablemente a buscar refugio en su pecho e irrumpir de nuevo en odioso y vergonzante llanto, hasta el punto de desequilibrarle. Como puede, se recompone, evitando que ambos demos con nuestros huesos en el suelo, y me rodea con sus brazos, reprimiendo un gemido dolorido – No llores... sabes que no tienes nada que envidiarle a Saga.
Definamos "nada"...el griego es más poderoso, más sabio, más noble, menos frío, más atractivo,... si en este caso "nada" significa "demasiadas cosas", efectivamente, nada que envidiarle.
- ¿Quién se creería eso? – Replico, con expresión apesadumbrada y fastidiada. Shura, por su parte, me separa con parsimonia hasta encararme, nuestras respectivas caras separadas a pocos centímetros. No disimulo un leve mohín de fastidio al abandonar el cálido cobijo que me proporcionaba. Sin embargo, la escena que se me ofrece ahora dista mucho de resultar desagradable, antes bien por el contrario. La nueva perspectiva que proporciona la reducida distancia me permite reparar en los rasgos rectos, proporcionados y bien delineados, armónicamente dibujados en el rostro del caballero de Capricornio. Especialmente, sus ojos, habitualmente estrechos, mas ahora ligeramente más abiertos y que siempre había creído de una tonalidad oscura, siendo en realidad de un bello matiz verde con vetas grisáceas. Embelesado por la visión, no doy importancia al hecho de que la longitud que nos separaba se ha reducido y que me permite apreciar con mayor precisión el caleidoscópico juego de colores de esos ojos, además de sentir cada vez más cerca su tibia, acompasada, respiración, hasta fijarse a escasas micras de mis labios.
- Yo mismo, por ejemplo – ahogando estas palabras, que hasta instantes más tarde no acierto a descifrar, en mis labios, desciende suavemente sus párpados, privándome de la fantástica vista que sus orbes glaucos me regalaban, a cambio del embriagador, hipnotizante cosquilleo de su suave caricia. Mi falta de reacción, debida no tanto a la sorpresa como a la interferencia de una intensa y electrizante descarga con mis de por sí abotargados en estos últimos tiempos impulsos nerviosos, parece sacarle a él de una especie de hechizo, y con cierta brusquedad se separa de mí, ruborizado y con una expresión de arrepentimiento en su faz, habitualmente de una coloración a medio camino entre mi palidez y la más aceitunada tez de, por ejemplo, Aioria y ahora violentamente sonrojada, como supongo estará la mía propia . – Lo...lo siento, no debí.
Se incorpora y aleja en dirección a un corredor, mi boquiabierto y extático ser inmóvil todavía en el mismo sitio, y antes de desaparecer por el oscuro pasillo, me indica, señalando una puerta en dirección opuesta:
- Es tarde, puedes quedarte en el cuarto de invitados. Es ése de allí, buenas noches
Al quedarme solo en el salón, permanezco inmóvil durante varios minutos, tratando de establecer un orden entre lo ocurrido, y rememorando el tímido beso que el caballero de brunos cabellos y ojos verdes me había ofrecido, antes de alcanzar a procesar la última frase, y dirigirme mecánicamente a la pequeña habitación que se me había señalado, consciente de que probablemente dormir no figuraría entre la lista de cosas que haría allí.
