Because maybe
you're gonna be the one that saves me
And after all
you're my wonderwall
(Oasis – Wonderwall)
- Mérde! – Me permito exclamar en mi lengua vernácula, antes de disuadir definitivamente a Milo de sus intenciones con un brusco empujón que lo arroja fuera de los dominios de mi cama, y no menos bruscamente ponerme en pie. Debo alcanzar al español y explicarle. Sería amargamente irónico que justamente ahora que me he dado cuenta de lo que siento hacia él, y de que después de tanto tiempo he conseguido olvidar el rechazo del joven que ahora se encuentra ante mis ojos, todo termine así. Sin embargo, debo pedir explicaciones al joven escorpión por su comportamiento, con un palmario tono de reproche - ¿Puedo saber por qué demonios has hecho eso?
- No sé... – se encoge de hombros, justificándose como un crío de cuatro años– me sentía herido...confuso..., y la costumbre...me apetecía.
La naturalidad con que responde, del todo inconsciente de las posibles consecuencias que su conducta puede acarrearme, me exaspera, y un sonoro bufido escapa a través de mis labios fruncidos.
- ¿Pero qué te ocurre? – Me observa sentado en el suelo, su expresión mezclando a partes iguales molestia, desilusión e incredulidad, hasta que de pronto parece centrarse en un punto concreto, al que señala con su índice. – Oye¿qué tienes ahí?
- ¿Dónde? – le pregunto, fastidiado todavía por sus características irreflexividad y lujuria, que quizás hubiera pasado por alto en otra situación, pero no ahora.
- En el cuello... ¿es una picadura¿o... – su rostro se ilumina, y la desilusión en sus facciones se desvanece rápidamente dando lugar a una sonrisa pícara, lo que me lleva a pensar que ha avistado la naturaleza de una de las marcas que ostento, la única visible, de hecho, y ahora comprende todo. - ¿cuándo¿cómo¿quién? – Curioso, hace especial énfasis en éste último adverbio interrogativo, sonriendo sinceramente. Al parecer, ocupado en intentar besarme como estaba, no se ha enterado de la irrupción del caballero de Capricornio.
- No tengo tiempo para explicarte. Ya hablaremos luego. – salgo corriendo de la habitación, dejando a un sorprendido Milo. Me permito exhortarle una última recomendación – ¡Y vete a hablar con Saga!
Dejo el templo, y atravieso con celeridad las escaleras que me separan del templo de Capricornio. Shura no está aquí, y oculta su cosmos, dificultando la labor de encontrarlo. Suspiro ante la perspectiva de tener que recorrerlas a la carrera, y emprendo mi particular persecución. Al llegar a Géminis, me encuentro con Saga, que tras una vacilación inicial, me interpela.
- Hola, Camus. ¿Has visto a Milo? – Que si lo he visto... Sin embargo, prefiero no hacer mención alguna acerca de lo acaecido en Acuario, por el bien de los tres.
- Sí, estaba por ahí arriba. – evitando mentir, y a un tiempo revelar más información de la estrictamente necesaria, respondo con ambigüedad.- Supongo que vendrá por aquí antes o después
- Ah... Quería decirle que ha llegado Kanon de improvisto y se quedará aquí, para que no le tome por sorpresa si lo ve seduciendo a alguna amazona. Ya sabes cómo es Kanon... – Con sus palabras, aclara toda su supuesta "infidelidad", haciendo viable la opción más sencilla de imaginar. De no encontrarme precisamente ante el intimidante caballero de Géminis, con total seguridad me habría echado a reír. Me despido tras interrogarle acerca del paradero de Shura. Me indica que, como suponía, pasó por la tercera casa hará un cuarto de hora.
Al rato, doy por finalizado el descenso, saliendo del templo de Aries. Tampoco Mu, ni Shaka, que se encontraba en el primer templo tomando té con su anfitrión, pueden añadir nada nuevo a lo ya dicho por Saga. Sigo sin percibir rastro alguno de la energía del español. Mis nervios comienzan a excitarse, y una incómoda sensación de ansiedad se apodera en geométrica progresión de mí.
Dudo que haya salido del Santuario. Aun así, la extensión del territorio consagrado a Atenea es suficientemente vasta como para desmoralizar a cualquiera que pretenda emprender una búsqueda. Pero yo no soy cualquiera, después de todo, y a pesar de todo. El sol, en claro descenso a lo largo de la trayectoria que impone el carro de Helios, me da la pista definitiva. Ya sé dónde encontrarlo. Y de nuevo se impone una nueva carrera. La senda hasta allí es demasiado angosta como para recorrerla una vez el estrellado manto de la noche ha caído por completo sobre la bóveda celeste.
A mitad de camino, me encuentro inesperadamente con ¿Saga? en actividades poco decorosas con...no una, sino dos doncellas. ¡Imposible, ni tan siquiera sus ropas son las mismas que en el templo! Una vez que el sentido común procesa la información visual recién llegada al cerebro, y repuesto de la lógica impresión inicial, respondo al despreocupado saludo de Kanon, que me explica que se encuentra de visita, como improvisado embajador de Poseidón. Me pregunta también si he visto a Milo, a quien su gemelo lleva buscando horas, y a la amazona de plata de Ofiuco. Respondo asombrado y con premura al insaciable general marino, para a continuación reemprender mi veloz marcha.
Finalmente, y confirmando mi hipótesis, hallo al español allí donde lo encontré por primera vez. Bueno, siendo estrictos no es correcto hablar de "primera vez", pero sí fue el primero de los encuentros que determinarían todos los acontecimientos posteriores... un punto de inflexión, me atrevería a decir, o yendo aún más lejos, mi salvación. Permanece inmóvil, sentado sobre una roca, su mirada perdida en el infinito. Su rostro serio, más severo de lo habitual, se mantiene impasible. Mi instinto inicial al verle es el de ahogarle a besos, aunque soy consciente de que no resulta la mejor de las ideas ahora mismo.
Se gira y, fija su vista en la mía, taladrándome con ojos fríos.
- ¿Por qué has venido? – miles de respuestas pasan por mi mente a la conclusión de su pregunta, veloces como el rayo. Podría referirle todo lo ocurrido, historia que para cualquiera que no la hubiera vivido en sus carnes sonaría completamente surrealista, y que probablemente resultase fútil, pedirle unas disculpas que en realidad no tengo por qué pedir, declararle mis sentimientos, para confirmar definitivamente los cuales, después de todo, sí me ha resultado útil la inesperada y repentina presencia de Milo en mi templo,... trago saliva, resuelto a responder al fin, y consciente de lo arriesgado de mi decisión me encomiendo no ya a Atenea, sino a la mismísima Afrodita y sus hijos, Eros y Anteros, mucho más duchos en cuestiones sentimentales. Me aproximo, temblando, hasta quedar a pocos centímetros de él: ahora me rehuye la mirada. Me reclino, y con la palma de mi mano sobre su mentón le obligo en silencio a que fije sus ojos en los míos, permitiéndole leer en mi mirada todo cuanto mi mente es capaz de expresar ahora mismo, que no es poco.
- ¿Tú qué crees? – Sus ojos se abren más de lo habitual ante lo inesperado de la respuesta. Puedo sostener su sorprendido escrutinio por breves segundos, antes de acabar cerrando los míos, esperando el golpe seco de un puño en mi cara. Ojalá pudiese cerrar también mis oídos...
El golpe, sin embargo, no llega. Tampoco dolorosas palabras de desprecio. Pensando que, tal vez se haya limitado a erguirse y abandonar el lugar, abro los ojos, para encontrarme en cambio su apuesto rostro, y sus fantásticos ojos verdes, a los que hay que apreciar de cerca para poder admirarlos en su belleza real, me atrevería a decir que emitiendo minúsculos destellos, iluminando más si cabe una sonrisa amplia, que pronto se transforma en cristalinas risas. Lo inusual de la reacción me aterroriza, y supongo mi cara dibuja una expresión de terror lo suficientemente graciosa como para alentar su hilaridad. Al poco calla, y señala a un punto situado detrás de mí.
- Mira - le obedezco, y puedo así despedir al sol poniente emitir sus últimos destellos del día, tiñendo el lienzo a punto de ser oscurecido de colores. Al girar el resto de mi cuerpo todavía en cuclillas, dando la espalda al español, cuyo comportamiento reciente aún no alcanzo a comprender, para así contemplar mejor el paisaje vespertino, siento con un escalofrío cómo sus manos se enredan en los mechones que, separados del resto del cabello, enmarcan mi rostro. Tras un inevitable suspiro de alivio, las tomo, entrelazándolas con las mías, y tiro de ellas hacia mi cintura, atrayendo en el movimiento a su dueño. Alzo mi cabeza para encontrarme con su rostro tranquilo, y estirando mi cuello, me allego más, hasta poder rozar sus labios. Reprimo no obstante mi ansia por besarle por unos segundos, el retraso debido a un susurrante "te quiero" que, naciendo en mi boca, muere en la suya. De nuevo, vuelve a sonreír estrechándome más si cabe hacia sí, y repite, tan sólo con el movimiento de sus labios, sin emitir sonido alguno, como si de pases mágicos se tratara como si pronunciara alguna suerte de poderoso y arcano hechizo (y ciertamente podría considerarlo como tal), mis palabras de apenas unos segundos atrás. Tras este aparentemente insignificante intercambio de vocablos, pero de un significado tan profundo que engulliría la totalidad del universo extendido, nos perdemos observando el delirantemente bello espectáculo que se nos brinda. Y que, pese a todo, palidece en comparación a la intensa, hechicera mirada de jade del hombre, sentado aún sobre una roca de aristas poco pronunciadas, y en el cual, a su vez, yo me mantengo apoyado.
