Capítulo 5. Cambios inesperados

La feria empezaba aquel día, y ella debía estar presente. Aún no era oficialmente la prometida de Harry, y por lo tanto no iría a su lado, pero sí estaría presente como miembro de honor, al igual que toda su familia.

Ese día Luna la levantó temprano, sacudió sus morriñas con agua fría y la ayudó a asearse a conciencia. Lavó sus dientes con carbón para hacer que estuviesen más blancos que nunca, peinó sus cabellos con cepillos de marfil y los decoró con perlas y broches plateados, y se cuidó de friccionar su cuerpo con agua de jazmín. En la bañera de porcelana echó pétalos de rosas blancas, y mientras el tiempo pasaba, ella le contaba las últimas noticias de su amor por Neville, el mayordomo. Ginevra se distraía con las pompas de jabón escuchando atentamente a su dama y amiga, mientras su antigua aya, lady Figg, le daba instrucciones sobre cómo debería comportarse.

A la media hora justa de haberse metido en la bañera, Ginevra salió y se colocó el hermoso vestido que el conde Potter había ordenado para ella en aquel día tan especial. Era de un color verde mar, bordado con hilos dorados en el escote y los puños, algo estrechos. Se ataba con una especie de lazo por debajo de la cintura, dejándolo caer e imitando a los antiguos vestidos de princesas.

Al mirarse al espejo, mientras sus sirvientas le daban los últimos retoques y Luna le empolvaba la cara, pensó que estaba hermosa. Se sintió orgullosa de ella misma y pensó que Harry si podía estar enamorada de ella, además de su hermosura, por su inteligencia. Ella no sería sólo una cara bonita al lado de un marido poderoso, y eso lo había aprendido de su propia madre, que sin ser la más hermosa del lugar y habiendo nacido en una familia de nobles caída en desgracia, había llegado a ser condesa de uno de los fundos más importantes de toda la región.

-¡Hija!-su madre, ataviada ricamente con un traje color cereza entró en su habitación y se aproximó a ella-Estás preciosa-la besó y le colocó un collar de perlas en el cuello-Preciosa.

Las sirvientas se retiraron y sólo Luna se quedó con ellas. El aya Figg se marchó a ayudar a Fleur.

-Tu padre espera mucho de ti y lo sabes-le decía mientras le colocaba los pendientes-Espera que seas una buena esposa, que ayudes a tu marido y que nos des nietos. Y yo sé que lo harás-le brillaban los ojos y estaba radiante.

-¿Qué os ocurre, madre?-

-Nada, nada-

Pero no se le daba nada bien mentir.

-Mañana el conde Potter hará formal vuestro compromiso durante la cena de gala-exclamó emocionada. Abrazó a su hija y besó su suave piel.

Ginevra no se lo creía, por fin sería la esposa de aquel hombre, y sólo el simple pensamiento de aquella acción la hacía sentirse dichosa.

-Eso es...eso es...-no tenía palabras en su vocabulario para explicar lo dichosa que se encontraba en esos momentos.

-No digas nada y prepárate-le recomendó su madre.

-Sí, señora-

Su madre volvió a besarla y salió de la alcoba. Luna se acercó a una impresionada Ginevra, que se mantenía apoyada en el alféizar de la ventana.

-¡Os casáis con el amor de vuestra vida!-le dijo la rubia sin poder contenerse-¡Sois tan afortunada!

-Sí, Luna, tan afortunada-

Miró hacia el exterior. El sol brillaba con fuerza y olía a verano. Nada podía ir mal.

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El juez y gobernador Albus Dumbledore era el más justo de toda la historia. Aunque ya era demasiado viejo para tener ese puesto, lo conservaba y lo llevaba con el mismo rigor que hacía veinte años. A su lado siempre se habían mantenido su secretario personal, Severus Snape, antiguo valido de los Malfoy y fiel colaborador, y lady Minerva McGonagall, erudita, amiga y esposa del juez.

Y si había alguna familia a la que el juez le tuviera estima, era a los Potter. James, el padre del actual conde, había luchado con todas sus fuerzas para evitar que los enemigos se hicieran con sus tierras y con la de sus aliados, y había logrado casarse con la mujer más hermosa jamás vista en aquellas tierras, una novicia de convento de Santa Ana. Ésta, hija de unos campesinos adinerados, fue encerrada al negarse a casarse con su primo y fue James quien la rescató y la desposó, haciéndola condesa de todas sus tierras. De esa unión sólo había nacido Harry, ya que sus enemigos habían logrado matar a la pareja sólo tres años después de casarse.

El niño se había criado bajo su tutela y la de lady McGonagall, y éste lo consideraba como el hijo que nunca tuvo. Ahora lo veía, sentado bajo aquella terraza de flores tomando el té con la hija de uno de los mercaderes que habían venido a su mercado, y temía por él.

Los Potter tenían una maldición, y era enamorarse de la persona menos adecuada. James se enamoró de una campesina, de una novicia. Su padre, Jonathan, de una prostituta, y su abuelo de una mujer casada. Y Harry llevaba el mismo sino. Cho Chang era agraciada, a su manera de ver más que Ginevra, pero no tenía su simpatía ni ese toque de inteligencia.

Albus sabía que si Harry se enamoraba de Cho, se casarían. Pero eso pondría al conde en un inoportuno aprieto. Ya casi estaba firmado el contrato de matrimonio de Ginevra, y romperlo significaría romper los lazos con los Weasley. Los Weasley, que habían sido como su familia. Se había criado arropado en los brazos de lady Molly y jugando con sus hijos como iguales. Había llorado al enterarse de que el viejo banquero Mars desposaría a su hija más pequeña, e incluso había huido de la boda por no poder soportarla.

Y ahora, esa mujer opulenta de ojos rasgados se cruzaba en su camino, sirviéndole el té y conversando con él. Si lady Ginevra se enteraba, estaba seguro de que la boda no tendría lugar en la fecha prevista. Harry debería volver a cortejarla hasta que ella se cansara y decidiera decir que sí. Pero entonces, los hados no darían su bendición a esa pareja.

Una figura completamente vestida de negro se paró a su lado.

-Albus, el hijo del conde Malfoy ha venido a verle-era Snape, su fiel secretario.

-¿El joven Draco? Dile que lo recibiré en mi despacho-

La figura se alejó y Albus se colocó bien las gafas.

Le resultaba inquietante que el joven Draco Malfoy fuese a verlo. Aunque él era bien diferente a su padre, el conde Lucius, había algo maligno en su forma de ser. Sabía que estaba loco por Ginevra, y había advertido a Harry sobre esto, pero él no parecía haberle hecho mucho caso.

Se levantó y se encaminó hacia su despacho. Allí encontró a Draco, vestido como para cortejar y cubierto con una suave capa de terciopelo azul. Parecía contento. Se apresuró a estrechar la mano del anciano.

-Lord Dumbledore-

-Joven Malfoy-

Ambos se sentaron en la mesa de nogal y Albus encendió una pipa.

-¿Qué le trae a mi casa, joven Malfoy?

-Verá, según me han informado algunos investigadores, el conde Potter está perdiendo interés en lady Ginevra-

Albus intentó permanecer tranquilo. Sabía lo que iba a pasar.

-No tenía yo en mi conocimiento esa información-

-Ya veo que seguís siendo fiel a los Potter-advirtió con un cierto tono incómodo en la voz.

-Yo sólo soy fiel a la justicia-

-Entonces no juguéis con ninguna persona, lord Dumbledore. Si algo le pasase a Ginevra...-

-No sois el única que estima a Ginevra, joven Malfoy, no lo olvidéis. Al fin y al cabo, casi ni la conocéis-susurró tanteándolo.

Draco lo miró con algo de culpabilidad y tristeza en los ojos.

-Vos no sabéis nada-

-Sé muchas más cosas de las que todo el mundo supone, porque el paso de los años me ha enseñado a leer en los corazones. Y sé que hay cosas que pasaron entre Ginevra y tú demasiado vergonzosas como para contarlas-exclamó furioso.

Draco lo miraba con sus fríos y grises ojos. Podría haberle acobardado de no ser por su juventud y la fuerza del anciano.

-Venía sólo para hacerte una pregunta-

-Hazla entonces-respondió en tono tranquilizador.

-Consulta a los hados para una fecha de matrimonio para mí y lady Ginevra-

-¿Para qué la queréis?-

Draco se encogió de hombros, tomó su sombrero y se lo puso.

-Nunca se sabe lo que puede pasar-

Se inclinó ceremoniosamente y salió de la sala.

Albus suspiró preocupado. Su esposa salió de una puerta lateral y se unió a su letanía.

-¿Qué quería el joven Malfoy, querido?-

-Desposar a lady Ginevra-

-¿Cómo? Pero si ella es la prometida de Harry-

-Lo sé, Minerva. Vamos a consultar a los hados, ellos nos dirán la verdad-

Lady McGonagall, la única mujer con fuerza suficiente como para haberse quedado con su apellido incluso después de casada, se sintió apesadumbrada. Ella también tenía una extraña sensación en el cuerpo, como que algo malo iba a suceder.

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Cho era una compañía mucho más agradable que Ginevra, pero cuando la joven pelirroja saltó del carruaje, la morena dejó de existir. Ese día se había arreglado de manera especial, y él lo notó al oler de su piel que tenía un tenue olor a jazmín. La siguiente en bajar del coche fue su amiga Hermione, enfundada en un hermoso vestido color frambuesa.

-¡Harry!-se apresuró a abrazarlo ante la mirada disimulada de Cho, que se mantenía a una distancia prudente-Te he echado de menos. Si vieras el ataque que tiene mi madre con al boda. No me ha dejado salir de mi casa hasta que el vestido ha sido terminado.

-Es lo propio-se apresuró a decir el joven, aunque en el fondo él no habría aguantado esa situación-Venid, tengo que enseñaros algo.

Ron se apresuró a seguir a los tres jóvenes, que ya iban derechos a las caballerizas.

-Los encontré esta mañana y recordé lo mucho que te gustan los gatos-explicaba Harry a las muchachas.

Ron se asomó a ver lo que tanto atraía a su prometida y a su hermana y se encontró con tres gatitos recién nacidos. Uno era blanco nacarado, otro marrón y un tercero color parduzco.

-Los he alimentado con leche, pero me gustaría que os quedarais con ellos, no creo que pueda quedarme más de los que tengo-

Ginevra cogió con delicadeza el gato de color blanco y se lo llevó a su pecho.

-No te preocupes, Harry, cuidaremos de ellos.

Hermione, por su parte, cogió el de color parduzco.

-Creo que a Crookshanks le gustará éste-susurró la morena.

-¿Y el que sobra?-preguntó Ron con interés fingido. Los gatos no le gustaban mucho.

-Se lo regalaré a lady Cho-

Ginevra lo miró de manera acusadora.

-¿Quién es esa?-

-La hija de los Chang-respondió Harry sin hacer caso a la mirada fulminante de Ginevra-Se hospeda aquí.

-No sabía que los Chang tuvieran una hija-

-Tiene dos años más que tú...-

-¿Y es guapa?-

-Sí-

-Ya-

Se levantó, con el gato aún acunado en sus brazos y se marchó con la cabeza bien alta.

-¿Qué he dicho?-preguntó extrañado el moreno.

-No sé, amigo-le respondió su amigo pelirrojo.

Hermione no se molestó en contestar.

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-¿Lady McGonagall?-

La voz de Ginevra la sacó de sus cavilaciones. Llevaba todo el día sumida en sus pensamientos, ansiando encontrarse con Albus y preguntarle si ya había consultado a los hados, pero no lo había encontrado. Y ahora aquella jovencita se presentaba sin avisar a preguntarle sobre su prometido, pues no había otra razón para que ella estuviese ahí.

-Venía a hablar, pero si estáis ocupada volveré mañana...-

-No, quédate. Siéntate ¿Deseas tomar algo?-

-No, gracias-

-¿Qué te trae aquí? Pareces disgustada-

Ginevra se tensó al oír esas palabras.

-Debo haceros una pregunta-se acercó tímida-pero temo que os sintáis ofendida ante mi atrevimiento-

-Querida, creo que nada de lo que me digáis podrá sorprenderme u ofenderme-dijo solícita la dama- Ginevra sonrió y se sentó a su lado.

-Estoy preocupada por Harry-se confesó-Lo veo demasiado solícito con cierta dama de aquí y temo que haya cambiado de opinión con respecto a nuestro acuerdo o que pueda hacer algo de lo que después se arrepienta.

Minerva se estiró y llamó a una sirvienta.

-¿Deseáis un té, lady Ginevra?-

La joven, turbada, asintió.

-Mildred, tráenos el té a la sala grande. Y unas pastas de miel y nueces-se volvió a la joven-las traen de España. Seguidme, por favor.

Ginevra se levantó y siguió a lady Minerva por los luminosos pasillos del palacio. Entraron a una sala grande, llena de sillones en un lado, que se arrebujaban contra una chimenea apagada y en la otra parte coquetamente decorada con sillas cómodas y una mesa de cristal con perlas que Ginevra nunca había visto.

-Un orfebre nos la regaló después de un juicio-le explicó lady Minerva.

-¿Acaso estuvisteis de su parte?-

-Sólo hicimos justicia. Su hija fue violada por su superior. Lord Dumbledore lo encerró durante una buena temporada-le explicó-Y el orfebre quiso regalarnos esta pieza única.

-Es muy hermosa-

Minerva observó la mirada embelesada de la joven. Acariciaba con las yemas de los dedos el cristal y las perlas.

-¿Os gusta mucho?-ella asintió-Os conseguiré una para vuestra boda. Una aún más hermosa-

-Gracias, lady Minerva-

La tarde pasó rápidamente. Lady Minerva le aseguró que Harry seguía igual de enamorado de ella como antes, y eso la tranquilizó enormemente. Salió de la sala plenamente confiada en sí misma, tal y como no se sentía desde hacía años. Se alegró de que aquella adorable y estricta anciana viese las cosas tan claras. Si era así, es que todo estaba claro y ella veía intenciones maliciosas dónde sólo había cortesía.

En la sala principal se encontró a todos sus hermanos, Harry y un par de hombres más discutiendo acaloradamente. Al acercarse oyó palabras como "enfrentamiento" "rey" y "contrincante". Eso no le gustó nada, y siguió rumbo a una sala contigua para hablar con Hermione, dónde seguro encontraría a su madre y cuñadas. Todas estaban allí excepto la persona a la que buscaba.

-¿De dónde vienes?-le preguntó, ceñuda, su madre. Se encontraba charlando con sus cuñadas y lady Andrómeda, la esposa de otro comerciante de lana que había llegado para la feria.

-De hablar con lady McGonagall-respondió ella al instante, no sin antes inclinarse levemente ante su madre-Busco a Hermione-

-Se encuentra en la biblioteca, querida-le dijo Penélope, que jugaba a las damas con Angelina.

-Gracias-pero antes de salir su madre la llamó.

-¡Ginevra!-ella se volvió-Esta noche nos quedaremos aquí.

-¿Por qué?-

-Mañana iremos a la feria de la lana temprano-explicó.

-Bien-

-Quiero que estés a las siete en el comedor junto con Hermione. Arreglada. ¡Ah! Y no salgas del palacio-

-Claro, madre-

Se extrañó de que su madre le diera tan estúpidas instrucciones, pero prefirió no opinar. Volvió a pasar por la sala y se encontró con que otros caballeros habían llegado a la sala. Uno de ellos era Ted Tonks, el marido de Andrómeda, y otro el conde Lucius, acompañado de Draco. Había más que no conocía y otros que sí, como Lord Remus Lupin y Lord Sirius Black, el padrino de Harry.

Pareció leer su pensamiento pues, en cuanto ella dirigió su vista a él, éste se volvió y la miró. Quitó la mirada y salió de la sala sin pronunciar palabra. Se dirigió a la biblioteca y allí se encontró con Hermione, que leía arrellanada en el sofá más amplio, con los zapatos tirados en el suelo y el pelo suelto, cayéndole enmarañado hasta la mitad de la espalda.

-¡Ginny!-exclamó cuando la puerta se cerró detrás suya-Me has asustado.

-Lo siento-

-¿Qué ocurre?-

-Nada, nada-pero en esos momentos una imagen vino a su mente. La imagen de sus hermanos partiendo a la guerra, y ella, con el corazón encogido, pensando en qué iba a ser de ella sin ellos. Y pensó que si no se lo decía a Hermione en ese momento, nunca lo diría.-Pasa algo ¿verdad?

Hermione suspiró. Ella sabía algo.

-El príncipe John reclama su derecho a gobernar y, dado que Henry aún no ha sido coronado, está en su pleno derecho-murmuró abatida mientras dejaba un voluminoso libro encima de la mesa-Puede que vuelvan a luchar.

-¡No!-

-Sí. Aún no está nada del todo claro, pero quizá, para primavera...-

"Para primavera ya estaré casada con Harry" pensó con algo de alegría la pelirroja, pero la imagen de Harry despidiéndose de ella, y muriendo semanas después no era muy alentadora. Se sentó al lado de su amiga y se acurrucó en el sillón.

-No quiero que vuelvan a irse-murmuró.

-Ni yo-

Ambas se quedaron allí, cada una sumida en sus pensamientos y acurrucadas en aquel sillón, hasta que a las seis y media decidieron ir a sus alcobas a arreglarse.

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Tras una copiosa cena en la que todas charlaron animadamente, Harry se levantó para hacer un brindis. Estaba algo rojo y sonreía mucho. Ginevra también se encontraba mareada, a pesar de que ella sólo había tomado vino aguado. Sin embargo los gemelos ya cantaban en voz en grito algunas canciones de juglares y otras algo picantes.

-Quiero brindar por los Weasley, que han sido una familia para mí. Lord Arthur me ha enseñado todo lo que un padre puede enseñarle a un hijo. Lady Molly me ha cuidado como si en verdad fuese su hijo y sus hijos, mis amigos y hermanos, me han hecho más feliz de lo que podría haber imaginado. Por eso quiero brindar por ellos, por los Weasley-

Ginevra vio que todos levantaban sus copas, unos animados, otros cortésmente y algunos con desdén, como Draco que no había dejado de mirarla en toda la noche. Decidió salir a pasear y así tomar un poco el aire, pues se encontraba muy mareada. Luna la acompañó y se sentó en uno de los primeros bancos de mármol, respirando fuertemente el aire limpio de la noche.

-Me siento mareada-confesó, y Luna se apresuró a sentarse a su lado.

-Será el vino-especuló ella.

-Lo odio, nunca volveré a tomarlo-

Se sentía mareada y algo adormilada, por eso, cuando Luna intentó levantarla, ella no puso resistencia alguna.

-Vamos, señora, os llevaré a vuestra habitación-

Pero alguien se interpuso. Era Draco. Él, al contrario que la mayoría de los hombres, no estaba borracho, ni siquiera parecía algo bebido, y parecía estar dispuesto a hablar con ella.

-Ginevra...-

-¡Por favor!-exclamó ella, asustada ante el cariz que tomaría aquello si la descubrían a esas horas de la noche con él.

-Sólo quería saber si estabais bien-

-Sí, lo estoy-

-Bueno, después del anuncio que ha hecho ese desgraciado...-

No sabía a lo que se refería, pero tampoco quería averiguarlo. Se agarró al brazo de Luna y siguió su travesía.

-Tened cuidado-

-¿Por qué?-

-Por si os lo encontráis-

¿A qué se refería?

Lo descubrió en cuanto dio vuelta a la esquina. Allí, sentado en un banco similar al que ella había estado sentada minutos antes, Harry besaba con fervor a una mujer. Ésta tenía el pelo negro recogido en un moño, y acariciaba el rostro de Harry con suavidad. Al separarse, Harry la miró con esa mirada que Ginny pensó sólo iba a ser suya.

Ella era Cho Chang.

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Bueno, no os quejaréis de este capítulo ¿Eh? ¿Os ha gustado? Espero que sí. Me he apresurado tanto en terminarlo porque durante los próximos meses no voy a poder escribir y quise dejarlo en un punto crucial de la historia, pero os prometo que continuaré con esta y con "¿Qué hice mal?", las únicas dos historias que me queda por terminar.

Aquí tenéis la respuesta a los reviews, gracias por haberme dejado respuestas y por darme energías para seguir. Muchas gracias.

Mavitomo: No et preocupes que las perversiones del marido de Ginny ya las explicaré más explícitamente en los siguientes capítulos. Gracias por tu review y tus ánimos. Besos.

a-grench: Bueno, supongo que después de haber leído este capítulo sabrás lo que es ¿no? Es un D/G, pero la parte H/G era necesaria para poder entender la trama. Espero que te siga gustando y seguir sabiendo de ti.

Ginny Forever: ¡GRACIAS! La verdad es que me sentí algo desalentada cuando vi que nadie leía la historia, por eso dejé de escribir, pero como verás no he tardado mucho en volver a escribir. Espero que te guste este capítulo. Besos.

Solamente yo: Gracias, a mí también me encantan este tipo de historias, pero esta historia es la más difícil que he escrito en toda mi trayectoria porque no me acostumbro a los diálogos. Espero que con el tiempo pueda perfeccionarlo.

Eva Vidal: ¡Aquí está la siguiente parte! Gracias por el review.

Fabisa: ¡Niña! De eso te enterarás en el próximo capítulo. Te aseguro que te sorprenderá.

¡Hasta la próxima!

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