Capítulo 6. La proposición.
La luz del sol le golpeó furiosamente los ojos. Escuchó la cantarina voz de Luna cantando una triste balada y no pudo reprimir tirarle uno de sus cojines. Luna la miró extrañada y luego, al ver la mirada furiosa de su ama, bajó la cabeza y terminó de llenar la tina de agua caliente en silencio. Era un hermoso día de finales de Octubre. Extrañamente hacía sol y la suave brisa que corría invitaba a la gente a no cargarse con demasiada ropa. Ginevra se asomó a la ventana y observó el límpido cielo azul, las suaves nubes esponjosas y la claridad, que a ella se le antojaba como un desafío. En realidad, desde aquel día todo se le antojaba como un desafío.
Luna comenzó a traer sus ropas y joyas. Depositó la hermosa diadema de rubíes, heredada de su abuela paterna y hecha el mismo día en que ella nació, por darle el placer de tener una nieta, y los pendientes de su familia, dónde estaba su emblema en pequeño. El pesado vestido de terciopelo oscuro, la sencilla capa de seda azul cielo y la mantilla blanca para la misa. Los zapatos de piel y brillantes, las pócimas para el mareo y el maquillaje. El abanico de encaje negro, los guantes a juego y la ropa interior, junto con el corpiño y el pequeño miriñaque.
-¿Señora?-
-¿Sí, Luna?-
-El baño está listo. Si deseáis algo más…-
-Decidle a mi madre que la espero en mis aposentos para que ella o uno de mis hermanos venga a llevarme, pero pedidle que no sea mi padre-
-Sí, señora. Ahora mismo-
Ginevra escuchó cerrarse la puerta y suspiró. Estaba triste, aunque ese día se lo imaginó feliz. Se imaginó a ella misma caminando con una sonrisa hacia el altar, vestido con un sedoso traje rojo o blanco, cuajado de pedrerías, celebrando al lado de Harry el casamiento de su hermano, sonriendo con él, besándolo, teniéndolo. Y nada era verdad. Una mueca cruzó su rostro, era demasiado poco para una sonrisa.
Debía hacer un esfuerzo y mantenerse encantadora y sencilla, hermosa y sumisa, haciendo caso omiso a las habladurías y miradas de la gente malintencionada. Se deshizo los lazos que sujetaban su camisón y se internó en el agua. Estaba demasiado caliente todavía, pero no esperó.
Cuando Luna volvió, algo sonrojada, ella ya estaba casi lista. Fue su criada la que le acomodó el cabello, se lo trenzó de acuerdo con la moda, la acicaló, le colocó la mantilla y la suave capa. Le puso calcetines finos y los zapatos con primor, observando de reojo como su amiga y señora cada día comía menos, se veía más demacrada y pálida.
Colocó colorete en sus mejillas, khol en los ojos y una suave crema rosada en los labios. Al mirarse en el espejo, no parecía ella.
-Estáis preciosa-le aplaudió Luna, feliz.
-Gracias, Luna-murmuró.
Justo en ese momento tocaron a la puerta. Luna se apresuró en recogerlo todo y luego abrió la puerta. En el umbral se encontraba Charlie, perfectamente vestido y acicalado, esperándola. Sabía que su hermano iría a recogerla, pues los demás ya tenían pareja. Al verla, su hermano no pudo reprimir una sonrisa.
-Eres una hermosura-y le besó la frente con candor. Ginny le sonrió.
Bajaron por las anchas escaleras de mármol hasta el vestíbulo, dónde ya esperaban Ron y Bill.
-Vamos, Ginny-la apremió Ron-debemos llegar ya.
-Tranquilo Ron, no está lejos la iglesia ¿Y los demás?-
-Ya deben estar en la iglesia-explicó Bill-se han adelantado por si hay algún percance.
Ginny se cambió al brazo de su hermano más pequeño y éste la apresuró hacia el carruaje. Fuera, muchos sirvientes y campesinos esperaban a Ron para desearle un buen casamiento y una vida feliz. Ginny tembló al pensar que el día de su boda, en vez que vítores y aplausos, hubo lágrimas y caras tristes al saber que la "condesita", como la llamaban allí, se casaba con un hombre poco adecuado.
Pero lo de su hermano era diferente, él y Hermione estaban enamorados desde niños, cuando Harry y ellos tres jugaban a los detectives, a quién cogía más fruta o leía tranquilamente en la biblioteca del viejo lord Dumbledore, sentados en sus mullidos sillones, comiendo tarta de manzana caliente y bebiendo chocolate. Suspiró, aquellos tiempos se veían ya tan lejanos. Aquella inocencia se veía tan lejana.
El carruaje se paró frente a la puerta de la catedral y las campanas repicaron. Ginevra volvió a temblar. Se sentía como el día de su boda, tan ausente y perdida, tan desvalida. Habían decorado el interior con lirios blancos, rosas y velas. Olía a incienso y a almizcle. Se mareó y se tuvo que sujetar de su hermano, que la miró preocupado.
-¿Pasa algo, Ginny?-
-Es este olor-
Pareció quedarse conforme con la respuesta y avanzaron hasta el altar. Ron la dejó en un asiento y salió a saludar a lo invitados.
Respiró. Odiaba aquel olor, desde pequeña lo había odiado, y su madre tuvo que prescindir del incienso y los aromas en su capilla para que a ella no le entrasen dolores de cabeza, vómitos o desmayos. Lady Weasley contaba a veces que incluso estando en el vientre ya se mareaba y desmayaba, pues dejaba de dar patadas y moverse sólo en esos momentos y cuando dormía. Se colocó un pañuelo en la nariz y aspiró el suave olor a limpio que emanaba de él.
-¿Os pasa algo?-
Miró hacia el interesado y dos gemas brillantes le devolvieron la mirada. Era lord Draco Malfoy. Iba vestido tan ricamente que más que un conde parecía un rey. Pensó que sólo le faltaba la corona. Y además, estaba muy atractivo.
-Odio el incienso-susurró, emitiendo una ligera sonrisa.
Él también sonrió y se colocó con una rodilla en el suelo, poniéndose a su mismo nivel.
-Veréis, Ginevra, yo quería hablaros de algo muy importante-
-¿Aquí?-
-Es algo de suma importancia y corre prisa, por lo que pensé que no os importaría reuniros conmigo en el banquete-
-¿Con vos? ¿Yo sola?-
-No os preocupéis, llevad una carabina si os place. A mí también me acompañará mi amigo Blaise ¿Lo conocéis?-
-No-
-Es uno de mis caballeros-se removió nervioso- Bien, he de dejaros, la ceremonia comenzará en unos instantes-
Se levantó, le rozó con los labios la mano derecha y se alejó, dejando una enigmática sonrisa en el aire. Su hermano Ron fue la que la sacó del ensimismamiento, cogiéndole con suavidad el brazo y colocándola en su sitio.
-Ya viene-le susurró nervioso, y Ginevra se transformó completamente al ver a su cuñada. Decidió hacerla feliz ese día.
Llevaba un vestido rojo y blanco con bordados dorados en el cuello, los puños y el bajo de la falda. Encima, una mantilla que le cubría casi el rostro y joyas de nácar, las joyas que Ginny le había regalado. Sus joyas. Encima de la mantilla, una delicada diadema de plata con un brillante en el centro, simulando la estrella polar.
Le sonreía a ella, a su futuro marido y a todos. Estaba resplandeciente. Su hermano la miraba con orgullo, y lejos, en la tercera fila, su amigo del alma, le sonreía con tristeza, pensando, como ella, que los años pasan muy deprisa, que la vida es corta y que quería recordarla así, como estaba en ese preciso momento y lugar, porque nunca volvería a estar tan hermosa y joven como así, caminando hacia el matrimonio con ese hombre que sabía, la haría feliz.
La ceremonia empezó y los monjes comenzaron a cantar. Los votos siguieron al canto y tras eso, se realizaron las debidas consagraciones y plegarias. Ginny se olvidó por unos momentos de sus preocupaciones y sonrió, feliz por unos momentos. Luego le tocó el turno a la novicia, una muchacha que había sido muy jovencita su doncella y que había profesado la religión. No se veían desde hacía muchos años, y recordó que se llamaba Aliena, que era la hija más sonriente del canciller de su padre y que tenía una hermosa melena rubia. Cuando subió y la vio, no encontró ninguna de las cualidades que recordaba. Tenía los ojos azules apagados, la boca recta de no sonreír y un círculo de trapos en torno a la cara que no mostraban su cabello. Entonces recordó que a las monjas novicias se les cortaba el pelo como símbolo de humildad.
Inconscientemente se tocó su cabello, sedoso y perfumado, sin poder imaginarse sin él. Muchas veces habría preferido ser morena o rubia, no de ese color tan llamativo. Y ahora, sin embargo, era uno de sus grandes atractivos.
Volvió a mirar a Aliena. Estaba tan cambiada, tan mayor, y apenas sobrepasaría los veinte.
-Nunca dejaré que ninguna de mis hijas haga los votos y sea fiel a un hombre-se prometió a sí misma-Y yo no volveré estar bajo el mandato de ningún hombre.
Se acercaba la hora. Lord Dumbledore había dejado claro que él no estaba a favor de ese matrimonio, pero dado que la negativa de Harry había dañado el orgullo de la familia Weasley, tampoco carecía su opinión de mucho valor. Se había negado a pronosticar, y eso, según algunos de sus sirvientes, era un mal augurio, pero Draco ya sabía que si ellos no ponían problemas el mal no vendría a sus puertas.
Estaba deseoso de decírselo a la novia. Ya la veía llegando al altar de la mano de su padre para ser su esposa, con el traje de bodas de su madre, coronada como una reina, envuelta en seda y tules y sonriente. Sobre todo sonriente y feliz. Porque él, el enemigo de su familia, la haría más feliz que cualquier hombre.
La firma y rúbrica de su padre ya estaba en el papel, al igual que la de Lord y Lady Weasley (esta última sollozando levemente) y sólo faltaba la suya. Las campanas repicaron, y para él fue una señal. Firmó.
Pronto se casarían.
El banquete estaba compuesto por más de trescientos platos selectos, sesenta cochinillos, cien pescados al horno y multitudes de entremeses, tartas y demás. Los invitados, más de cien personas, comían y bebían alegremente mientras felicitaban a su hermano y Hermione, que no dejaban de besarse, cogerse de las manos y decirse cosas al oído. Ginevra les miró, entre celosa y complacida.
Una sombra apareció a su lado, e instintivamente la miró. Unos ojos verdes le devolvieron la mirada, y la joven sintió su cuerpo congelarse. Entretanto, el muchacho se limitaba a observarla, sin saber qué decir. No se hablaban desde la noche en que él hizo público su relación y casamiento con Cho. Y ahora que estaba enfrente de ella no le salían las palabras de la garganta, atoradas ante su mirada herida y fiera.
-¿Qué quieres?-preguntó cortante.
-Vengo a felicitar a tu hermano por la boda. Ha sido preciosa-
-Díselo, pero no creo que ahora alabe tu buen gusto-señaló Ginevra bebiendo un poco de vino y observando cómo su hermano miraba embelesado a su esposa.
-Tienes razón-calló, ese era el momento-En realidad venía a verte a ti. Quería explicarte-
Ginevra volvió a mirarlo y luego volvió su vista a la copa de vino. Parecía triste y mayor entre tanto ropaje y joyas.
-Es tarde-susurró.
-Pero Gin…-
-Lo siento, Lord Potter, pero usted ya decidió. Y yo no fui su elección-
-Para mí seguirás siendo la misma-
-Para mí no-una lágrima limpió sus mejillas-Para mí moriste aquel día, Harry, y ya sólo eres un noble más.
-No me digas eso, somos amigos desde pequeños-
Ginevra lo miró, llorosa.
-Para mí nunca fuiste un simple amigo, Harry, y esa es la diferencia entre nosotros. Al fin y al cabo tú sólo viste en mí una cara bonita. Yo vi en ti al hombre de mi vida.
Apartó fuertemente la silla, sobresaltando a un par de personas, y salió de allí corriendo en dirección a los jardines. No aguantaba más, no quería saber nada de nadie, no les importaba a ninguno. Sollozó fuertemente y tragó saliva. Se sentía tan sola. Bajó camino a la laguna que había en los jardines y se sentó frente a él. Olía a noche y la luna estaba tan llena como una bola de arroz de las que su madre le hacía comer cuando estaba enferma.
Una suave brisa removió sus cabellos e hizo que la mantilla cayese junto con la capa. El vestido azul tenía reflejos blancos y las joyas centelleaban en la noche como estrellas.
Suspiró intentando controlar un sollozo. Ya nada tenia solución. Harry se casaría con otra, Hermione y Ron se irían a la mañana siguiente a su nueva casa y ella se quedaría otra vez sola, en aquel enorme palacete de piedra blanca y cristal, enjaulada en oro hasta que algún otro mameluco llegase y la llevase a la "dicha" matrimonial de nuevo.
-¿Ginny?-era su voz. Y entonces recordó la cita.
-Draco-sonrió ocultando sus lágrimas-Me has sobresaltado.
-He visto a Potter hablando contigo ¿Qué quería?
-¿Celoso?-Draco sonrió- Quería disculparse. Ya ves.
-¿Lo has disculpado?-
-No, antes me muero que hacer que se sienta mejor-
-Vaya, Ginevra, no conocía esa faceta tuya.
Ella le sonrió pícaramente y se levantó.
-Hay muchas facetas mías que aún no conoces-
-¿Eso quiere decir que me las enseñarás algún día?-
-Eso depende-
-¿De qué?-
-Del tema del que vayamos a hablar ahora-susurró acercándose hasta poder acariciar su mentón con la nariz.
Draco pareció salir de su ensimismamiento y se separó. Los ojos le brillaban como nunca antes.
-Sabes de que vengo a hablarte, ¿verdad?-
-Aún no, pero creo no estar mal encaminada si digo que me vas a ofrecer un pacto-
Draco silbó y una sombra casi tan alta como él con armadura de hierro y casaca azul clara salió de los arbustos. Era un hombre que tendría la misma edad que Draco.
-Os presento a Blaise Zabini-dijo Draco- Es mi caballero más leal y mi mejor amigo.
Blaise se inclinó ante ella y le besó la mano. Su barba le raspó y ella se sobresaltó con disimulo. Draco la miró y luego hizo una señal a Blaise, que sacó un pergamino perfectamente doblado de la casaca.
-Sabes lo que es esto ¿verdad?- Ginevra asintió.
Lo recordaba de su boda anterior, ahí estaban las firmas de sus padres y de los padres de Draco dando su aprobación a ese matrimonio, la bendición del obispo y el beneplácito de Lord Dumbledore, el juez.
-Bien, pue…-
-Supongo que al menos os pondréis de rodillas ¿no?-le interrumpió ella.
-¿Qué?-
-Si vais a pedirme que me case con vos, no pido más que os arrodilléis-
Draco gruñó y colocó una rodilla en el suelo.
-¿Así?-preguntó. Blaise disimuló una risita con tos.
-Perfecto-
-Bien, Ginevra ¿Os casaréis conmigo?-
-Antes he de poneros unas normas-
Draco la miró suspicazmente. Hacía mucho que sabía que Ginevra era especial, pero eso sobrepasaba lo imaginario. Aunque pensó que si ahora se ponían normas en el futuro se ahorrarían malentendidos.
-Decidme-
-En primer lugar dejaréis que me lleve a nuestro hogar todos los siervos que quiera-
-Acepto.
-En segundo lugar, mis pertenencias se quedarán a mi nombre, así como las casas, el dinero y todas las tierras-al ver la cara de Draco señaló-Por supuesto que mi padre y yo os daremos una parte sustanciosa de ellas.
Tras pensarlo un poco, Draco aceptó.
-¿Y la tercera?-
-Me consultaréis todas vuestras decisiones antes de dar el paso definitivo-
-¿Cómo?
-Lo que habéis oído. Por si no me conocéis, Draco, no soy la típica mujercita que os esperará en la cama mientras vos lleváis la rienda de nuestras vidas. ¿Lo tomáis o lo dejáis?-
Tras pensarlo un rato, Draco aceptó.
-¿Entonces sí o no?-
Ginevra le sonrió.
-Por supuesto-
Draco sacó una cajita de su casaca gris perla y luego deslizó su contenido, un hermoso anillo de esmeraldas, diamantes y platino por su dedo anular.
-Está frío-sonrió la muchacha. Él sólo sonrió y la agarró por la cintura, apretándola contra él. Ginevra sintió como Blaise se marchaba disimuladamente.
-Ahora me toca a mí poner condiciones-le susurró él- Primera, vos también me consultaréis todas las decisiones antes de realizarlas.
-Bien-
-Segunda, nunca me negaréis el placer de compartir la noche con vos-Ginevra rió y asintió con la cabeza-Y tercera…-
-Tercera-
Él acercó sus labios a los de ella.
-Besadme ya-
Harry estaba seguro de que por allí estaba Ginevra, la había visto salir corriendo y, aunque había intentado alejarla de sus pensamientos, no lo había conseguido. Sus lágrimas, sus palabras y sus ojos no se iban de su mente.
Al menos, pensó tenía que consolarla e intentar hacer con ella las paces. Se había sorprendido hablando de ella con cariño, y nada más ni menos que a Cho. Ella se había mostrado algo celosa, pero en cuanto comprendió que sólo era amor de hermanos se tranquilizó y le recomendó que se reconciliara con ella si era tan importante para él y que no se preocupase por el qué dirán.
"Vas a casarte conmigo y eso nadie lo va a poner en duda" le dijo "Y hablando un poco con ella en mitad de una sala llena de gente no podrás en duda su virtud"
Y tenía razón. Sonrió al ver a Cho en su mente, sus ojos rasgados, su risa clara, su mirada, sus ojos oscuros como la noche y su pelo largo y reluciente.
Cruzó el pequeño puente por encima del río que desembocaba en la laguna. Cuando eran pequeños les encantaba ir allí para pasar toda la tarde comiendo fruta fresca y dulces y reír sobre tonterías. A los diez años Hermione dejó de unirse a sus reuniones y aquel año Ron, Harry y Ginny idearon una forma de ir a llevarle las primeras hojas del otoño a su amiga. Disfrazaron a Ginny de mendiga y montaron los tres en el brioso corcel de Bill rumbo a la mansión de Hermione. Tardaron más de tres horas en llegar y cuando lo hicieron estaban muertos de hambre, pero Ron la superó y les dijo que tenían una misión.
Colaron a Ginny por una de las múltiples puertas traseras y ésta fue capaz de llegar en silencio y sin ser vista a las habitaciones de Hermione, donde la joven estudiaba gramática latina y griega guiada por una monja aburrida que la reprendía por masticar, tragar e incluso respirar o toser demasiado alto. Aún no sabía cómo, Ginny fue capaz de llamar la atención de Hermione y ésta, aprovechando un descuido de la monja, se fue con ella y salió al jardín dónde la esperaban.
Esa tarde fue una de las mejores de toda su vida, comieron fruta de los árboles cogidas con sus propias manos, se bañaron en el río y aprendieron a decir "la suerte está echada" en tres idiomas.
Pasó junto al sauce llorón dónde descubrió tocando a Ginny el arpa por primera vez. Él tenía quince años y ella apenas trece. Recordó como si hubiese sido ayer su melodía, hablando de una hermosa doncella que esperando y esperando a su amado acabó enamorándose del horizonte, olvidándose de comer y dormir hasta que un ángel, apiadándose de su tristeza, la cogió en brazos y se la llevó al cielo, para que observase eternamente a su amado horizonte.
Pensándolo bien, era una historia bastante triste, pero en sus labios sonaba tan bien que no le dabas importancia a la historia ni a nada.
Escuchó unos ruidos detrás de un árbol y casi se cae de bruces cuando vio a su pequeña Ginny besando apasionadamente a un dragón asesino que paseaba sus manos alegremente por su cintura y sus caderas.
Sin poder evitarlo, le gritó.
-¿Cómo te atreves?-
Draco se volvió furioso para ver quién les había interrumpido, pero se rió con sorna cuando lo vio.
-Vaya, vaya Potter ¿Qué te trae por aquí?-
-Ginny ¿Qué haces?
La mujer parecía estar en trance, era como si la impresión fuese demasiado grande.
-Besarme ¿O acaso no nos has visto?-
-Tú no tienes ningún derecho sobre ella-
Draco rió y cogió la mano de Ginny.
-Te equivocas, cabeza rajada-le enseñó el sello de los Malfoy, que brillaba incólume en su pequeña mano-Tengo todos los derechos que quiera.
Harry la miró con los ojos como platos, sin entender.
-¿Cómo has podido hacerlo, Ginny? ¿Unirte a…?-
-Te enteras a la vez mía casi-le contestó ella, algo más repuesta-Draco me acaba de comunicar el enlace hace unos minutos. Y prefiero unirme a él a esperar a que otro Mars venga. O a que otro me deje en la estacada-
Harry sintió como si le clavaran una espina.
-¿Eso es lo que crees?-
-Eso es lo que pasó-
Harry rió secamente.
-Habla con tu padre o con tu prometido-le recomendó agriamente- Ellos te explicarán por qué no nos dejaron casarnos. Yo me hubiese casado contigo-le susurró.
Ginny lo miró extrañada y luego miró a Draco, que mataba al moreno con la mirada.
-Eso es mentira-
-Ya…-sonrió Harry-Cree a quien quieras. Adiós Ginny.
¡¡¡Hola!!!
Siento mucho el retraso, pero el Internet en mi habitación no funciona y sólo puedo escribir sin recibir noticia alguna del exterior, y mucho menos leer fics. Si esto ha salido publicado es porque o bien ya me lo han puesto o bien porque estoy en mi casa (hogar, dulce hogar) pasándolo.
Siento no poder contestar los reviews en este capítulo, pero prometo hacerlo en el siguiente. Por favor dejad reviews que me animan a seguir con la historia como no sabéis.
Un beso muy fuerte y GRACIAS por seguir ahí.
Angela
REVIEWS!!!!
