Capítulo 10. El asesinato.
Aquella sala había sido, en su día, punto de reunión de todas las nobles del reino. Tenía un tono verde pastel en las paredes, las sillas estaban tapizadas de verde esmeralda y los tapices, en su mayoría, mostraban motivos referentes a la primavera y al otoño. Lady Narcisa la había usado como sala de juegos y entretenimiento, y Lady Pansy había tenido allí su fauna de pájaros y gatos.
Ginevra sólo había entrado una vez, y apenas había tenido tiempo de verla en todo su esplendor, pero al entrar y mandar que descorrieran las cortinas, las hermosas molduras brillaron con el sol, y el verde pálido pareció tomar vida.
Para la ocasión se había puesto un vestido sin escotes, azul oscuro y sin tocado. Llevaba el pelo recogido en un severo moño, y todas sus damas iban de negro riguroso. Catherine era la única nota de color al llevar un vestido granate.
Ordenó colocar el sillón más cómodo de las sala por encima de las demás cabezas, a modo de trono, y todas sus damas se colocaron de pie alrededor suya. Algunas se preguntaban entre sí qué era lo que hacían allí; otras miraban curiosas la sala que, desde la muerte de la otra señora, se había mantenido cerrada.
-Que entren-ordenó Ginevra, cuando se hubo aposentado en la silla.
A un movimiento de Catherine, dos guardias abrieron la puerta, y por ella entraron la mujer que el día anterior había visto y una muchacha, vestida con un traje de rafia gris deshilachado, que miraba a los hombres con pavor. La muchacha parecía estar encinta. Ambas se pusieron de rodillas cuando vieron a Ginevra.
-Os he traído aquí para que me comuniquéis vuestras súplicas-explicó Ginevra.
-Mi señora, gracias, muchas gracias-
-Dádmelas después. Ahora quiero que me expliquéis-
-Mi hija fue violada por Alexander Mc Row-
Algunas de sus damas murmuraron algo.
-¡Silencio! ¿Y qué pruebas tenéis de eso?-
-El hijo que de él tendrá y mi palabra fiel, señora-
-Contadme-
-Señora, todo ocurrió hace apenas cuatro meses. Mi hija, Jane, venía del mercado tarde, apenas acababa de esconderse el sol. Al cruzar el puente de Santa Catalina la pararon dos hombres montando a caballo para pedirle agua. Ella se la dio y…-
-Uno de ellos-habló la joven, con lo ojos clavados en el suelo, y temblando como si tuviese frío-me dijo que los acompañara al pueblo, pero yo me negué. Entonces Alexander me tiró al suelo y me desgarró la falda. Luego…-
-Comprendo-asintió Ginevra, entendiendo que la joven no podía continuar-¿Deseáis agua?
Todas las allí presentes la miraron extrañadas.
-Sólo deseo justicia, señora. Además de la violación me robaron todo lo que ese día había sacado en el mercado. Mi madre y yo casi no sobrevivimos-
-¿Cuánto?-
-Veinte chelines-
-Una buena cantidad-afirmó la pelirroja-Bien, os prometo que haré todo lo que pueda por aliviar vuestra sed, Jane. Ahora, id con Catherine. Ella tiene algo para vos-
-Gracias, señora-
-Catherine-
La joven se acercó y Ginevra le dio instrucciones. Ella asintió y salió de la sala seguida por madre e hija.
Cuando se hubieron ido, Ginevra se levantó del asiento y ordenó que le dieran agua. Marie se la tendió en una copa plateada.
-Creo, señora-la voz de Suzanne la interrumpió-Que todas queremos saber para qué hemos estado aquí.
-¿Vosotras sabíais lo que le ocurría a esa mujer?-
-Sí, señora-
Ginevra suspiró fuertemente, asustando a Marie, que bajó la cabeza levemente.
-¿Y se puede saber por qué no se me ha informado de esto, y sí de con quién se acuestan los nobles de este condado? ¿No es más importante el bienestar de una persona que la cama de otra?-
-Señora-replicó Suzanne, que parecía asustada ante aquel pronto-Nosotras no creímos…-
-A partir de ahora se me informará de todo lo que pase ¿Entendido? Quiero que me contéis si hay alguna otra persona que le haya pasado lo mismo. Quiero saberlo todo sobre mis súbditos-dijo- ¡Y ahora idos! Y ni una palabra a mi marido.
Todas bajaron la cabeza y se marcharon, cerrando la puerta tras de sí.
Ginevra suspiró y se dejó resbalar, quedando con el mentón apoyado en el alféizar de la ventana, sintiéndose sola por primera vez en mucho tiempo. Así la encontró Catherine cuando fue a buscarla para que despidiera a sus padres.
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-Estoy bien-era lo único que le repetía una y otra vez, aunque él ponía cara de incredulidad. Se iría a la mañana siguiente-De verdad, estoy bien.
-Catherine me ha dicho que te has desmayado tres veces en esta semana. No creo que eso sea por salud-puntualizó su rubio marido, que se entretenían en enredar sus dedos en el pelo de ella.
-He estado débil, simplemente-
-Te advertí sobre la caza del sábado, pero tú quisiste venir-
-Quería conocer a los terratenientes, eso es todo. Si voy a tener que gobernarlos, primero deberemos vernos a la cara ¿No?-
-Bueno, sí…-
-¿Cuándo volverás?-
-Aún no me he ido y ya quieres que vuelva-Draco rió.
-No quiero que marches-suspiró Ginevra-Ahora sé lo que decía Hermione.
-¿Qué decía?
-Que no sabría qué hacer sin mi hermano-Draco acarició su piel-Y es verdad. No sé que haré mañana, cuando no te note a mi lado.
Draco le levantó el mentón hasta ver sus ojos color chocolate.
-Siempre estaré a tu lado, mi pelirroja-
-Tengo miedo-
-No me pasará nada, y mi padre se encargará de que no te falte nada-
-Lo sé, pero aún así estoy inquieta-
-No te preocupes, todo estará bien, además no tardaré en volver. Pronto volveremos a estar juntos-
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La sala de los juicios se hallaba igual de llena que todos los sábados. Ginevra entró acompañada por su suegro, que mantenía una expresión jovial por las buenas noticias que su hijo mandaba desde el frente. En cambio, ella se encontraba débil, pálida y con profundas ojeras. Catherine se ocupaba de procurarle vitaminas y de que comiera bien, pero todo lo que comía acababa echándolo. Llegó el punto en que la joven se planteó el mandar un telegrama urgente a su madre, debido al temor de que su señora muriera de inanición.
Sin embargo, desde hacía un par de semanas parecía haber engordado, aunque sus profundas ojeras y su permanente inestabilidad mantenían a todo el palacio en vilo. Catherine había sorprendido a dos de las damas hablando sobre la extraña enfermedad de su señora, y sobre qué haría Lord Draco si esta mujer también moría. Le sentó tan mal el comentario que las obligó a baldear todo el patio central con cubos de agua fría.
Y es que, sin quererlo, le había tomado mucho cariño a su señora. Ella parecía saber actuar en todo momento, y aunque en la mañana se mostrara tan débil como un pajarillo, sólo ella era capaz de acudir a todas las reuniones y compromisos mostrando su severa máscara de superioridad y de dejarse galantear, despejando a los nobles con una sonrisa paciente. Cuando por fin llegaba la noche, volvía a dejarse invadir por el sueño, hasta que a la mañana siguiente ella misma se encargaba de sacarla de sus ensoñaciones.
Pero Ginevra nunca se quejaría, al menos no delante de todos. Por eso, y porque otros signos le habían alejado dudas sobre lo que le ocurría, esa mañana se mantuvo tranquila y seria, observando cómo su suegro impartía justicia. En más de una ocasión la había dejado intervenir, ajustando sus deseos a lo que él quería que hiciese. Pudo ver la ansiosa cara de Gertrudis entre la multitud de campesinos, sus ojos anhelantes de espera.
-Lord Lucius-pidió-¿Puedo retirarme?
-¿Os encontráis mal, querida?-
-Algo indispuesta, señor-
-Espero que no sea grave-
-No, señor. Si estoy en lo cierto, es una gran noticia-
Lord Lucius la miró seriamente, mientras ella mantenía los ojos fijos en aquel hombre, tan frío y arrogante.
-Vaya, veo que mi hijo ha cumplido-sonrió sarcásticamente. Ginevra se sintió estúpida-Le escribiré contándole.
-Perdonad señor pero…-
-Estáis disculpada, Lady Ginevra-
Entendía perfectamente. Él comunicaría a su hijo, a sus padres y al reino entero. Ella no pintaba nada.
Se levantó, seguida por Catherine y dos damas. Las demás se mantuvieron en sus sitios. Salió al pasillo y paseó por los jardines, nerviosa ante la idea de que no fuese verdad lo que ella pensaba, o de que algo fuese mal. Se sintió mareada y se paró.
-¿Señora?-preguntó Catherine.
-Catherine ¿Podrías hacerme un favor?-
-Decidme-
-Mandad una carta a mi madre y decidle que, por favor, venga a visitarme con nuestro médico de confianza en cuanto pueda-
-¿Os pasa algo?-
-Aún no estoy segura. Hacedlo pronto-
-Sí, señora, pero ahora iremos a vuestros aposentos y tomaréis un baño-
-Bien-
Ginevra se dejó conducir, sin apenas fuerzas.
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-¿Un heredero?-
-Exacto-exclamó sonriente Lady Weasley, sentada frente a la suculenta mesa que su consuegro había preparado para ella-Dentro de cinco meses aproximadamente.
-Perfecto-puntualizó Lord Lucius felizmente-Para esas fechas, si todo va como lo planeamos, Hogwarts ya será autónomo.
-La guerra va bien-
-Henry no es estúpido-sonrió Lucius, tomando un poco más de vino-Ha sabido encontrar el punto débil de Stephen y podrá con él. Mi hijo me habla muy bien sobre las posibilidades de que el conflicto no llegue ni a un año de duración.
-Será mejor ir con tranquilidad y precaución-señaló Lady Weasley, tomando un poco de pescado asado-Mejor llevarnos una alegría que una desilusión. De todas maneras, si ganamos la batalla de Northampton hace dos años, ganaremos todas las que sean.
Lord Lucius miró a la mujer seriamente. Ella lo volvió a mirar y se encogió de hombros.
-¿Pasa algo?-
-Me extraña conversar con una mujer-
-¿Habéis intentado conversar con mi hija?-
-No-
-Hacedlo-y sonriendo añadió-Quizá os llevéis una sorpresa.
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La carta había llegado esa mañana, y Catherine se la había dejado encima de la cómoda. En cuanto vio el remitente la rasgó y leyó las pocas palabras que su marido le había dedicado en casi dos meses: "Mi padre me lo ha comunicado. Soy feliz, amor. Nos veremos en menos de lo que crees. Te quiero"
Sonrió. Era poco para dos meses y mucho para él, que no era dado a las caricias ni a las palabras de amor. Alguien tocó a la puerta.
-Pase-dijo cuando hubo guardado la carta en uno de los cofres de su mesilla. Era Catherine-¿Qué ocurre, Cath?
-Señora, Lord Lucius quiero hablar con vos-
-¿Debido a alguna razón en especial?-
-No lo sé, pero será mejor que os deis prisa, a él no le gusta esperar-
Se colocó lo primero que vio, y Catherine apenas le recogió un poco el pelo con un lazo. Vestida de manera sencilla parecía más joven.
-Os espera en los jardines-le informó Catherine, guiándola con su habitual vestido negro-Está tomando su desayuno allí.
En efecto. Sentado frente a un suculento desayuno, Lord Lucius daba instrucciones a un escriba, que se había colocado a su lado y escribía muy rápidamente. Al verla hizo un gesto y el escriba se marchó, así como Catherine. El día era soleado y claro, algo raro por aquella zona.
-¿Qué necesitáis de mí, señor?-preguntó educadamente Ginevra, antes de sentarse en la silla que su suegro le ofrecía.
-¿Qué tal os encontráis? Según Catherine, estáis engordando por fin-
Ginevra sonrió plácidamente, aunque la compañía de Lord Lucius no le agradaba en absoluto. Era como encontrarte frente al demonio en persona y charlar sobre el tiempo con él.
-Sí, señor, parece que mi cuerpo se ha normalizado-
-Quiero enseñaros algo-le entregó un manojo de cartas-Leedlas.
No le hizo falta leer el remite para conocer la letra. Eran de Draco. En ellas, tal y cómo leyó, hacía un seguimiento de todas las campañas de guerra, comenzando por el primer día que llegó, y terminando por aquel mismo día, que relataba los acontecimientos de dos días antes. Todas terminaban rezando "Beso vuestra mano y la de mi querida esposa."
-Parece que todo va bien ¿No es así?-
-¿Qué creéis que debo hacer, atacar por el puente de Las o esperar a que el enemigo se acerque?-
Ginevra lo miró sorprendida.
-¿Por qué me preguntáis?-
-Me han dicho que sois culta y que tenéis entendimiento-se encogió de hombros- Sólo es una opinión.
Pero Ginevra sabía que no era sólo una opinión, sino una prueba. Se levantó y caminó un poco, pensando en cuál sería la mejor respuesta. Tras unos minutos, Lord Malfoy volvió a dirigirse a ella.
-¿Y bien?-
-Esperad-recomendó ella-Si atacáis por Las vuestros tendrían tiempo de resguardarse cerca de sus tierras. Si esperáis a que avancen, no encontrarán auxilio-
-Sois inteligente-
-Gracias, mi señor-
-Otra pregunta, Lady Ginevra, antes de retiraros-
-Decidme-
-Acercaos-Ginevra se acercó y se agachó un poco-Tengo en mente, como ya sabréis, el volver a casarme-
-Si, señor-
-¿Qué opináis de Suzanne Eshengs?-preguntó.
-Es educada y bastante recta, mi señor-
-¿Creéis que sería una buena gobernante?-
-Todos, con ayuda, podemos llegar a serlo, mi señor-
Lucius rió.
-Idos, señora, habéis servido bien a vuestro segundo padre-
Ginevra hizo una leve reverencia.
-Con vuestra venia, señor-
Lucius hizo un gesto con la mano y Ginevra salió hacia sus aposentos. De repente se sentía importante.
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Lucius siguió el consejo de su joven nuera y, gracias a ello, tuvieron otra victoria. Draco mandaba misivas preguntando por ella, pero ninguna era contestada, por lo que se preocupaba. Hacía ya casi siete meses que no sabía nada de su esposa, y las únicas y breves noticias que le llegaban venían de la boca de sus hermanos, que reían cuando su madre les escribía y decía que Ginny parecía una manzana de lo lozana y gorda que se había puesto.
Ron ya había hablado con sus capitanes e iría a hacerle una visita a sus tierras y su mujer en cuanto pudiese, al igual que Harry, cuyo primer hijo estaba a punto de nacer también. Él, en cambio, había recibido órdenes explícitas de su padre para no separarse del frente. Era la cabeza primordial y debía estar allí para cualquier imprevisto.
Por eso, y aunque la extrañara, Draco se lamentaba de haberse dejado influir tanto por su padre y sus deseos de guerra. Las noticias eran buenas, pero la moral del ejército era baja y los muertos crecían cada día. Había sido, sin duda, la guerra más cruel de todas las que habían vivido los que allí se encontraban.
-¿Puedo entrar?-preguntó su amigo Blaise.
-Por supuesto, amigo ¿Ha llegado algo?-
-No, mi señor ¿Creéis que ocurrirá algo importante en palacio?-
-No lo sé, pero tanto silencio no me resulta grato. Quizá mi padre urda algo-se quedó pensativo un rato- Blaise ¿Me harías un favor?
-Decidme, señor-
-Vuelve-pidió, a lo que el moreno se extrañó-Quiero que veas a mi esposa y vengas a decirme qué tal se encuentra. Quiero que la protejas. Algo me dice que se halla en peligro-
-Señor…-
-Mándame una misiva en cuanto llegues-
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No estaba preparada para aquel día, quizá porque nunca nadie le había amenazado. Su vida había permanecido siempre ajena a problemas y era en esos momentos cuando deseaba que su madre le hubiese dado lecciones sobre cómo actuar en esos casos.
Sus damas estaban en sus habitaciones. Sara leía en voz alta mientras Marie y Anna reían sobre lo que ésta decía. Suzanne se limitaba a mirar por la ventana y las demás se limitaban a bordar, coser y hablar entre ellas.
Entre esa algarabía, Ginevra notó que le volvían los mareos. Intentó levantarse pero no pudo y le pidió ayuda a Suzanne para poder incorporarse y que la acompañase al baño.
-Me temo que no estoy en posición de contentaros-dijo la mujer, ignorando la palidez de su señora y sus crecientes náuseas.
-¿Cómo os atrevéis?-exclamó Ginevra bajo la atenta mirada de todas las demás-¡Venid inmediatamente a ayudarme!
Notaba que las náuseas se alejaban y una creciente ira la dominaba.
-No-
-¿Cómo que no?-respondió Ginevra levantándose y acercándose a ella. Ambas medían casi lo mismo, pero Suzanne era mayor-¿Os atrevéis a negarme una orden directa?
-Vos no sois nadie para obligarme a hacer algo que repudio-
-¡Me pertenecéis!-
-Ya no-explicó Suzanne con una maquiavélica sonrisa-¿Queréis saber una cosa, Lady Ginevra? Os odio. Siempre os he odiado, desde que entrasteis hace un año en este castillo, aturdiendo a todos los hombres del lugar con vuestros aromas, vuestras miradas y vuestro pelo endemoniado-Ginevra se tocó el pelo, asombrada ante lo que esa dama impertinente decía de ella-Pero ahora que estoy embarazada de alguien que os puede, ya no os temo. Sufriréis, Ginevra, sufriréis cuando yo despose a Lord Lucius y vuestro hijo, vuestro marido y vos seáis desterrados-
-Marie-ordenó la joven a la rubia-Llamad a Catherine. Estoy segura de que querrá escuchar la estúpida perorata de esta demente. Y de paso decidle que traiga las tijeras.
-¿Señora?-
-¡Hacedlo!-
Pero antes de que llegase, Suzanne se escapó y no volvió ante las órdenes precisas de Lady Ginevra. Entonces la joven comprendió. Lord Lucius también estaba con ella. Y comenzó a temer.
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-Señora, hay alguien que quiere veros-dijo una mañana de Diciembre Catherine.
Ginny se encontraba echada en la cama, con el abultado vientre entre las manos y una expresión de profunda melancolía. Aquella noche había soñado con él, y por primera vez en mucho tiempo, lo había extrañado. Le había escrito la enésima carta, pero Lucius no dejaba que llegaran a su destinatario, y finalmente ese pergamino terminaba quemándose en alguna de las cocinas del palacio.
Como excusa decía que no quería que su hijo se entretuviese con tontas cuestiones, pero Ginevra sabía que en realidad lo que ocurría era que no quería que su hijo se enterase de que Lucius iba a contraer matrimonio con Suzanne, y que ésta ya esperaba un hijo suyo. Por ello, Ginevra apenas salía de sus habitaciones. Ahora su hijo no era tan bienvenido. Se pasaba el día de la cama a la sala, de la sala al comedor y de allí a la sala, para después volver a la cama. El embarazo era otro de los motivos para no dejarla salir a cabalgar ni a visitar a su madre, ya que el viaje podría fatigarla demasiado.
Finalmente la joven se resignó a tener noticias de su esposo demasiado de cuando en cuando y a conformarse con la compañía de sus damas. Su vida se volvió apática, y pensaba que la culpa era suya, por no haber tenido la fuerza y el coraje de plantarse ante su suegro, como había hecho con su marido.
-¿Es importante, Catherine?-preguntó, acariciando suavemente su vientre-Quiero descansar.
-Sí, señora. Estoy segura de que le alegrará esta visita-
Veía brillar sus ojos y sus labios estaban húmedos. Se alisó la falda azul oscura.
-Hazlo pasar, Catherine-
Catherine desapareció y volvió a aparecer con un hombre de barba dejada, ojos azules y cariñosos y pelo negro. Era Blaise Zabini.
-Señora-dijo, acercándose y besándole la mano, fría como el hielo.
-¿Qué os trae aquí?-preguntó preocupada-¿Le ha pasado algo a mi esposo?
-No, mi señora-explicó Blaise con voz ronca-Era vuestro marido el que se encontraba preocupado por vos, ya que apenas recibía noticias vuestras.
-Me temo que me es imposible, Blaise-el hombre levantó sus ojos azules y leyó la tristeza y la amargura en su cara-No puedo comunicarme con nadie, y es mi suegro el que me informa sobre él-sonrió-Pero vos decís que está bien ¿no es así?
-Lo es, señora, y se encuentra muy emocionado con la llegada de vuestro primogénito-
-Catherine-
La joven se acercó y le ayudó a levantarse. Ginevra se acercó a la chimenea y se intentó calentar las manos, cosa que fue imposible.
-¿Se encuentran bien mis hermanos y padre?-
-Vuestro hermano George sufrió varias heridas en la última batalla, pero nada de gravedad, señora-
-¿Sabéis ya lo que se celebra mañana?-
-No, señora-
-Habéis llegado justo a tiempo para ver la ceremonia del casamiento de Lord Malfoy con Lady Suzanne-
Adivinó su cara de sorpresa por el silencio que impregnó la sala. Un silencio denso y cálido.
-No sabía…-
-Nadie sabía, querido Blaise-suspiró-Quiero que me hagáis un favor.
-Señora, estoy a vuestra disposición-
-Sacadme de aquí-ordenó, con un deje de desespero en su voz-Mañana, todo lo que soy quedará reducido a nada, pues Suzanne y su hijo ocuparán una escala mayor que nosotros-lo miró y vio también a Catherine-No os pediría este favor si no temiera por mí y por mi hijo.
-Señora…-
-¿Qué?-
-Pensaba hacerlo. Tengo órdenes explícitas de vuestro marido de llevaros a casa de vuestros padres hasta que él vuelva-
-¿Mi marido teme algo?-
-Y estaba en lo cierto señora-Blaise se levantó y volvió a besarle la mano-Preparaos, saldremos al alba-
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Finalmente el sueño la había vencido, tras el ajetreo de aquel día. Todo estaba dispuesto para la marcha, y Trudy se encargó esa noche de vigilarla. Le cogió la mano, intentando infundirle algo de calor, pero fue inútil, la mano de Ginevra seguía igual de fría.
Un ruido fuerte despertó a toda la sala, y Diamante saltó de la cama hacia debajo de la mesa con un maullido. Ginevra y Trudy se sobresaltaron y ésta última le colocó una bata a la primera.
-¡Señora! ¿Qué será eso?-
En menos de tres minutos, la voz asustada de Catherine pidió a su ama que la dejase entrar. Trudy le abrió la puerta y la joven entró con el pelo suelto, un camisón semitransparente y una bata perlada encima. Parecía asustada.
-Creo que será mejor que vengáis, señora-
Ginevra se asustó, no era común ver a Catherine así. Se levantó del sillón dónde se había sentado y se recogió el pelo, para salir después delante de Catherine. Abajo la esperaban Blaise y otro guardia, muy serios. Blaise la guió por el frío castillo y Ginevra se lamentó por no haberse puesto algo que abrigase mucho. Finalmente, y tras algunos minutos más de incertidumbre, oyó sollozos y entró a las habitaciones de Lord Malfoy.
Lo que vio tardaría mucho en olvidarlo. Encima de las sábanas teñidas de rojo se encontraba Lucius, abrazando el cuerpo desnudo de alguien que Ginny conocía muy bien. Era su dama más joven, Marie. La joven parecía estar desangrada, al igual que el rubio. Éste tenía dos estacadas mortales en el pecho y ella se había cortado las venas con la precisión de un médico. En los pies de la cama, y envuelta tan solo en una bata azul clara, Suzanne lloraba la pérdida del padre de su hijo y de sus posibilidades de ser condesa. Eleanor D'Anglois y Sara González la aguantaban por los brazos.
-Avisen a mi marido-fue lo único que se atrevió a balbucear Ginny ante tan macabro espectáculo.
-Ya lo hemos hecho, señora-le dijo Blaise-Dos emisarios acaban de salir.
-Recoged el cuerpo de ambos y tratadlos-ordenó Ginny intentando mantener el aplomo. Miró a Suzanne y su corazón de madre primeriza tuvo una alegría. Ahora su hijo sería libre para gobernar-Y llévenla a sus habitaciones. Allí permanecerá hasta que mi marido llegue.
Suzanne no se atrevió a mirarle la cara. Sabía que había movido ficha y había perdido. Ahora sólo podía encomendarse a Dios.
Ginevra intentó salir de la sala, pero justo cuando pasaba por la puerta notó que algo en su interior se rompía y un río de agua salía por entre sus piernas. Blaise la aguantó y Catherine besó su frente sudorosa.
-Llamad a un médico-dijo, aunque no hacía falta que lo dijese-Ha llegado la hora.
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Fin
