Capítulo 11. Asuntos de estado.
¡Aguantad, señora!-oyó que decía Catherine mientras la enésima contracción la hacía estremecerse. Hacía más de trece horas que todo había comenzado, y empezaba a sentir que las fuerzas le fallaban y que el sufrimiento de sus veintiún años era poco comparado con lo que entonces estaba sintiendo-Un poco más. Gritad si queréis.
Pero ni la voz salía de su garganta, seca y pastosa. Sabía que tras la puerta se encontraba su madre, seguramente tomando la mano de lady McGonagall y secándose el sudor ante la tardanza y el sufrimiento que sabía que su hija estaría pasando. Una vez ella le había preguntado qué se sentía, y su madre le había contestado que era como si todo tu cuerpo se abriese para dar paso a algo que era infinitamente más maravilloso que todo lo que habías visto antes.
En esos momentos, Ginevra pensaba que el dolor de que te abrieran en canal era poco comprado con las trece horas de dolor que ella llevaba en su cuerpo.
Ya sale-anunció el médico en lo que a ella le pareció un susurro-Escuchadme, Ginevra, debéis empujar muy fuerte, tanto como podáis. Vuestro hijo nacerá bien si vos hacéis ese esfuerzo por él. ¿Queréis un niño sano?
Ginny intentó levantarse y asentir, pero tuvo que agarrarse de las manos de Catherine.
En cuanto diga tres-le ordenó el médico-pujaréis con toda la fuerza que tengáis. Uno, dos, tres-
Ginny se agarró de los postes de su cama y pujó hasta que creyó que su sangre se iba con la de su hijo. El dolor la mareaba y creyó que iba a vomitar.
Muy bien, señora-le felicitó aquel hombre que ahora parecía un carnicero, con su barba blanca manchada de sangre-Una vez más y podréis conocerlo. Una, dos, tres.
Ginevra empujó otra vez, y la imagen de su marido le dio fuerzas. Necesitaba conseguirlo, debía dárselo para que él no perdiera el reino, tenía que…
Un llanto de niño interrumpió su empuje y entonces sintió que aquello que había estado importunándola entre las piernas había desaparecido y ahora se encontraba completamente tranquila.
¿Hijo?-exclamó con un hilo de voz. Y tomó a su hijo en brazos, aún sanguinolento y completamente arrugado. Ni siquiera notó que el médico aún la estaba terminando de limpiar ni los pequeños empujones que sacudían su cuerpo-Es precioso.
Lo es, señora-asintió Catherine, que le secaba el sudo con primor.
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Señor, ha llegado una carta para vos-
Estaba reunido con los señores, entre los que se encontraban sus cuñados y Lord Potter. Éste último acababa de volver de sus tierras, de conocer al hermoso niño que su esposa Cho acababa de parir. Según decía, tenía los ojos negros y el pelo lacio, como la madre. Ron se reía de él diciendo que si era igual que la madre no podría saber si era suyo o no, pero la mirada dolida de Harry hizo que el joven se arrepintiese de su comentario.
A Draco, en cambio, le había parecido divertido. Era justo en ese momento, cuando todos esperaban a que alguien dijese algo, cuando el cartero había entrado, un muchacho de apenas veinte años envuelto en polvo y barro, que jadeaba pero se mantenía extrañamente recto.
Draco rasgó la carta y encontró la letra de su amigo Blaise. Al terminar de leer la carta se dejó caer en la silla que antes ocupaba, con una expresión indiferente.
¿Pasa algo?-se atrevió a preguntar Lord Sirius.
Mi padre ha muerto-dijo, luego se levantó y recogió sus cosas-Señores, he de irme.
Nadie dijo nada, ni siquiera preguntaron cuáles eran sus siguientes órdenes o cuánto tiempo iba a estar fuera. Sólo callaron, mirándose unos a otros, asimilando lo que esa noticia significaba. Ahora, Lord Draco era el hombre más poderoso de todos en Hogwarts. Sin embargo, muy pocos lo veían capaces de gobernar. Su esposa Ginevra era joven y además nunca se había separado de sus hermanos ni había recibido una educación expresa sobre esas cuestiones.
Pero nadie dijo nada, porque iban a esperar a que las cosas se desarrollasen tal y como las quisiera el destino. No podían luchar contra el destino, pero sí podían recoger pruebas contra el joven y demostrar que ese chiquillo era incapaz de gobernar, como todos creían. Lo que nadie sabía era que Draco Malfoy iba a luchar como un león por lo que le pertenecía, tal y como años atrás hizo su padre y, mucho más lejos aún, su abuelo.
Cogió su casaca azul cielo y salió en dirección a su tienda. Al entrar, una joven de pelo espeso lo esperaba, ya desnuda y danzando entre sus sábanas. La joven tenía unos estremecedores ojos claros y un tatuaje en su brazo derecho.
Lo siento, Aixa, hoy no podremos hacer nada-
¿Por qué, mi señor?-
Parto a mi condado, mi padre ha muerto-
La morena sonrió, convencida de que esa era su oportunidad.
¿Me llevaréis con vos?-
Draco la miró sonriendo sarcásticamente.
Por supuesto-rió-Estoy seguro de que a mi esposa le gustará conocer a la mujer que me he estado tirando durante todo este tiempo.
La cara de Aixa cambió radicalmente. Se levantó y se colocó un manto por encima.
¿Ya estáis casado?-
Lo estoy-
¿Y por qué nunca me dijisteis nada?-
Nunca lo preguntaste-
Sí, pero…-
Pero nada. Vístete y sal de aquí. He de partir de inmediato-
Aixa murmuró algo en su lengua y salió. Draco volvió a sonreír, sin saber que se había condenado.
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Según el médico dijo a Catherine, el parto había sido duro aunque no había habido complicaciones, pero ella aún notaba leves pinchazos en la zona baja de la espalda. Tenía los huesos adoloridos y le pesaba el cuerpo. Su hijo descansaba tranquilo en la cuna de plata de los Malfoy, satisfecho de leche y dormido, y ella le acariciaba las tersas mejillas. Tenía un mechón de pelo rojizo y, aunque aún no había abierto los ojos, supo que iban a ser iguales a los del padre.
Su madre y Lady McGonagall había llegado por la mañana, cuando ella aún se encontraba en la afanosa tarea de traer al mundo a su hijo, que había recibido el nombre que ésa última había querido: Richard. A Ginevra no le importó, pensó que mejor ese nombre que el de su marido o su suegro.
Lady Weasley quiso entrar a ver a su hija, pero los médicos no la dejaron hasta que el pequeño Richard estuvo listo y ella fue aseada. Cuando vio la cara de su hija, pálida y algo fría, Lady Weasley temió que hubiese tenido un "parto frío", que era la peor enfermedad que podían soportar las parturientas, ya que si el cuerpo se enfriaba demasiado, después podían resfriarse y con la convalecencia sería muy grave.
Pero pronto, para su tranquilidad, Ginevra recuperó el color, pidió agua y a su hijo y así estuvo toda la tarde, sin dejar que se llevasen al niño para presentarlo ante los grandes.
Ya lo verán-repuso-Ahora es mío, y no saldrá de estas habitaciones hasta que llegue su padre.
Lady Weasley se quedó con su hija hasta que, diez días después, llegó el anuncio de que Lord Draco se acercaba, acompañado de Lord Weasley. Ese día Ginevra se levantó, aún con dolores, se lavó y se vistió con las mejores galas que tenía. Recogió su pelo en trenzas y le colocó por encima un manto negro y un velo.
Catherine-
¿Sí, señora?-
Que todo esté dispuesto, esta tarde llegará Lord Draco-
Catherine se apresuró a preparar el banquete para su bienvenida, las velas para el patio y los soldados que se encargaban de protegerla. En cuanto Lord Draco cruzó las puertas de su palacio, Lady Ginevra bajó las escaleras, vestida entera de oro y rubí, con su hijo en los brazos de Catherine y Lord Blaise cogiéndole el brazo debido a su debilidad. Pero más débil se sintió cuando volvió a estar frente a esos ojos grises.
Mi señor-dijo inclinando la cabeza levemente.
Señora-besó sus manos-Me congratula que estéis bien.
Ambos estamos bien, señor-se retiró y Catherine pasó, tendiéndole el pequeño bulto que era su hijo-Os presento a vuestro hijo.
Draco lo tomó en brazos y lo reconoció como suyo en cuanto vio sus ojos grises. Lo levantó y todos los soldados hicieron sonar las armas. Draco rió.
Vayamos a nuestros aposentos-dijo a su esposa-Hay cosas graves de las que hemos de hablar.
Detrás de su marido, Ginevra vio a su padre. No sintió pena ni alegría, se limitó a bajar la cabeza y subir las escaleras con su hijo en brazos. No quería verlo y tener que decirle que él había ganado. Que se había enamorado de Draco y era feliz.
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¿Y ahora?-
Debemos esperar, aún no sabemos si Lord Draco será capaz de cargar con todo el reino. Además, Lady Ginevra ya ha tenido un heredero, y eso le dará el respaldo de algunos nobles-
¿Esa tal Ginevra?-preguntó-¿Quién es?
La mujer pelirroja que viste en su boda-
Era hermosa-dijo mientas masticaba un trozo de pollo.
¿Quieres hacerle una visita?-
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¿Dolió?-fue lo primero que preguntó en cuanto la vio semi tumbada en la cama, amamantando a su hijo y con una mirada de cansancio y felicidad.
Mucho-sonrió ella-Pero mira qué preciosidad tenemos-lo cogió y se lo entregó. Draco lo tomó en brazos delicadamente.
¿Por qué Richard?-
Ginevra se encogió de hombros.
A Lady McGonagall le gusta. Y a mí también-miró a su hijo y luego a su esposo-¿Qué te preocupa?
La muerte de mi padre trae consecuencias más graves de las que crees, Ginevra. Ahora, con la guerra, yo he de estar en el frente asiduamente y tú deberás encargarte de la regencia del reino-
Ginevra lo miró espantada. ¿Ella sola?
Muchos nobles ansían que el linaje de los Malfoy caiga-dijo su marido sentándose pesadamente en la silla a su lado-Entre ellos algunos muy cercanos a ti.
¿A quién te refieres?-
A Lord Potter, por ejemplo-
Ginevra se sintió dolida en su amistad con él y volvió la cara, pero Draco siguió hablando.
Si te digo esto es por tu bien, Ginny. No quiero que des pasos en falso-
Ginevra se cubrió el pecho y Catherine, que había observado la escena sentada en una silla bordando cerca de la ventana, tomó a Richard y lo acunó al lado de su madre, para después desaparecer.
¿Cuándo volverás al frente?-
Tardaré-contestó Draco-Aún he de arreglar algunas cosas aquí. Le diré a Lord Snape que venga a enseñarte los rudimentos básicos para comenzar a manejar el reino.
Haced lo que os plazca-contestó y se tumbó de espaldas a él.
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Confío en ti, Severus, para que hagas de mi mujer un buen gobernante-
No te preocupes, Draco, sabes que haré cualquier cosa por ti-
Quiero que me escribas todas las semanas que esté fuera un diario con todo lo que ella hace-ordenó el rubio-de quién se rodea, a quién pide consejo, con quién está-
¿Te preocupa algo?-
Me temo que para Ginevra, el amor hacia los suyos aún es demasiado grande-murmuró el joven-Y su amistad con algunos indeseables.
Potter-
Exacto. Pero contigo aquí podré partir seguro, amigo-
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Señor-dijo un sirviente mientras ambos cenaban- Ha llegado una carta para usted.
Tráemela-ordenó Draco tras sorber un poco de vino.
El sirviente sacó un sobre púrpura de su bolsillo y se lo entregó con una reverencia. Draco lo leyó mientras su esposa lo miraba por encima de la comida. Notó que primero fruncía el ceño, luego se ponía rojo y más tarde blanco, hasta que, echando una mirada matadora al sirviente que le había dado la carta, ordenó que todos se marcharan. Ginevra dejó de comer al instante y se quedó quieta, estática.
¿Qué ocurre?-dijo, preocupada.
Lord John vendrá en un mes-
¿Cómo¿Por qué?-
Al parecer quiere hacer una visita para hablar de las transacciones del tratado de paz-gruñó Draco-Pero todos saben que no es por ello.
¿Entonces?-
Quiere aprovechar que estoy ausente para evaluar mis pertenencias-y dicho esto le echó una mirada significativa-Y lo peor es que no podemos evitarlo.
¿Por qué no? Al fin y al cabo con quién tendrá que hablar será contigo-
Te equivocas-murmuró-A partir de ahora, tú decidirás, al ser mi regente, hasta que yo vuelva.
Ginevra calló y tomó un trozo de carne. Cuando lo masticó y lo tragó, volvió a hablar.
¿Eso significa que seré yo la que tenga que hablar de las transacciones del tratado de paz?-
Exacto-
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Draco partió el día previsto, llevándose una guarnición de los mejores soldados y dejando otros tantos en el palacio. Blaise no partió, pero volvería al campo de batalla en cuanto se fuese Lord John. Ginny lo vio irse con cara de resignación y una sonrisa triste, convencida de que él estaba tan triste como ella, aunque lo último que le dirigió fueron cuatro gélidas palabras "Confío en vos, Ginevra". Pero esas cuatro palabras engendraban mucho más. No sólo era el reino, sino también los tratados de paz.
Suspiró. Volvía a echarlo de menos. Richard pasó a cargo de una aya que se había encargado de Draco cuando era bebé, pero Catherine la observaba de cerca e informaba sobre cualquier cosa a su preocupada madre, que se alegraba de haber dado a luz a un niño tan fuerte y hermoso como él.
Lord Snape tocó a la puerta de sus aposentos antes de interrumpir la tranquilidad que disfrutaba la dama. Ginevra dejó su libro de citas a un lado e hizo una señal para que abriesen, levantándose y yendo hacia la ventana. Lord Snape hizo una reverencia y pidió que la dejasen a solas con ella.
¿Cuándo vendrá?-preguntó la mujer, tono de preocupación en su voz.
Ya ha salido-informó su preceptor-En un par de días a lo sumo ¿Sabéis lo que tenéis que hacer?
Ginevra suspiró y se dio la vuelta. Clavó sus ojos en los de Lord Snape, adivinando el sufrimiento de aquel hombre en sus mejillas y las arrugas finas que delineaban su rostro.
Miradme bien, Lord Snape-dijo ella, apartando los brazos y abriéndolos-Nací siendo la última de una familia noble y pobre, segura de que, a lo sumo, me casaría con un terrateniente rico. En cuanto me comprometieron con Lord Potter comenzó mi educación, cuando ya tenía más de ocho años, centrándose en aprender a leer y los rudimentos básicos, que ya es más de lo que aprenden la mayoría de las mujeres.
Muy cierto, Ginevra-
Pero sois un buen precepto-sonrió-Y espero estar a vuestra altura.
Sabed que estaré a vuestro lado en cuanto llegue Lord John, pero ahora he de irme-
¿Dónde?-
Lord Malfoy y Lord Potter siguen con sus disputas. Lord Potter cree que es mejor esperar refuerzos de Mastrich, pero Lord Draco no quiere dejar esta oportunidad-suspiró y la miró- ¿Vos que pensáis?
Que los refuerzos deberían haber llegado hace semanas, y que es nuestro pueblo el que muere-
Eso ya lo sabemos, pero…-
No es nuestra guerra-
¿Estáis de acuerdo con Lord Lupin¿Pensáis que la guerra era evitable para que Hogwarts fuera libre?-
Ginny sonrió suavemente y meció a su hijo, que jugueteaba con los pájaros de su móvil.
¿Por qué a los hombres les gusta complicar tanto las cosas?-susurró-La guerra era evitable, pero sus beneficios son mayores.
Lord Snape se levantó rápida y enérgicamente, al parecer molesto por lo que había dicho.
¿Acaso no queréis que Hogwarts sea libre, como lo era antes¿No queréis una nación nuestra?-
¡Por supuesto, pero no quiero tener que enterrar a decenas de muertos cada semana, consolar a las viudas y a los huérfanos con el corazón encogido porque la próxima vez podría ser mi hermano, mi padre o mi marido! Toda mi vida he creído en la paz, ahora no estaré del lado de la guerra-
Esos pensamientos os honran, Ginevra, pero la vida no es tan hermosa. Sois mujer y no lo entendéis-
Ginevra calló y se volvió, agitada y decepcionada con su tutor. No hubiera creído nunca que él pronunciaría esas palabras tan hirientes.
Avisadme al volver-
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¿Es cierto lo que dicen, señora?-
¿Qué, Catherine?-
Que en menos de dos horas Lord John estará aquí-
Su señora suspiró. Catherine observó su perfil, el cabello recogido con un hermoso útil en forma de serpiente rodeando su cabello rojo fuego, la cara pálida, más pálida que nunca, el hermoso vestido negro y blanco con escote profundo y la diminuta diadema de brillantes.
Al parecer. Haz que dispongan todo, por favor-
Lord Draco se enfadará. Blaise ya está enfadado-
Dile que no diga nada. Lo que menos nos conviene a todos es una disputa entre ellos-
Sí, señora.
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Lord John, haciendo gala de su fama de altanería, hizo que le colocaran su puesto al lado del de Lady Ginevra, que lo observaba con frialdad pero prudentemente. No había que ser muy listo para leer en sus ojos lo mucho que deseaba fundirse entre sus piernas.
Blaise no miraba a ningún lado más que aquel, como un marido celoso. Catherine estaba acostumbrada a pasar inadvertida y, como buena dama, se limitaba a obedecer los deseos de su ama. Las demás damas estaban comiendo a su alrededor, deseosas de encontrar una salida que les dejase subir a un podio más alto. Pero el único que podía hacer eso se había fijado en una pieza inquebrantable: su señora.
Ginevra miró hacia dónde comía Alexander Mc Row, y sintió que el pesar y la tristeza que sentía desde que había llegado Lord John se desvanecían y daba paso a un sentimiento profundo de rabia.
¿Os pasa algo, Ginevra? Estáis pálida -preguntó Lord John.
Estoy bien es…el calor-
Bebed un poco de vino-
No, gracias, creo que me retiraré. Disculpadme, Lord John-
Ginevra se levantó, desprendiendo un intenso olor a jazmín que embriagó a los que estaban a su alrededor y dejó su plato de oro sin apenas tocar. Llamó a Catherine y fue hacia sus aposentos seguida de su fiel sirvienta, para cuando llegó ordenar que un escriba llegase.
Escribid-
Sí, señora-
Y así redactó una orden por la que Alexander Mc Row debía presentarse ante ella para explicar ciertos asuntos que podrían categorizarse como importantes para el día de mañana.
Entregádselo, Catherine, y espero que mañana esté aquí-
¿Deseáis algo más, mi señora?-
No, puedes retirarte, Catherine. Hasta mañana-
Que tengáis una buena noche, mi señora-
Ginevra vio como cerraban la puerta y suspiró. Mañana sería un día largo.
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¿Queríais verme, señora?-
Ginevra se dio la vuelta y el rostro y cuerpo de Alexander Mc Row la sorprendieron. Estaban en la sala de los pájaros, cuyo nombre le había puesto la anterior condesa por la cantidad de pájaros y animales que había allí.
Ginevra cerró la jaula del petirrojo que estaba tocando.
Exacto. Será mejor que vayamos a un lugar más tranquilo-
Le ruego a mi señora que sea rápido-dijo con tono enérgico-Salgo a las tres y aún me queda mucho por hacer.
¡Lo haréis cuando yo os deje¿O acaso porque soy mujer no me debéis el mismo respeto que a mi marido?-
Alexander la miró sorprendido y bajó la cabeza.
No he querido ofenderos-
Pues lo conseguiréis como sigáis por ese camino. Y ahora vamos-
Lo guió hacia una pequeña sala dónde había algo de comida y una jarra con agua. La chimenea estaba encendida y un par de damas de la condesa estaban en un rincón echadas, pero se levantaron en cuanto entró ella.
Sentaos, señor-
Y decidme, señora ¿Por qué me hacéis llamar?-
Decidme ¿Cuánto ganáis al año?-
¿Cómo?-
¿Cuánto dinero ganáis al año?-
500 ducados más o menos-
¿Y eso os da para vivir bien?-
Por supuesto-
Entonces ¿Por qué le robáis a una pobre muchacha después de violarla¿Os parece eso normal?-
¿Quién ha levantado esas calumnias contra mí?-
Tengo suficientes testigos, Alexander, así que tened cuidado con lo que decís-
El hombre calló, para después decir bravucón.
¿Y qué si lo hice?-
Puedo acusaros y llevaros al Consejo superior de Justicia-
¿Por divertirme con una muchacha?-
Por violarla y por robarle. Por engañarme y por mil cosas más. No creáis que no me tomo en serio estas cosas-
No tenéis derecho a decirme todo esto. Yo no…-
¿Creéis que por tener un título que mi suegro dio a vuestro padre en mala lid voy a tener más consideración con vos, Lord Mc Row?-murmuró sibilinamente la condesa, irguiéndose aún más en su precioso traje de pedrería.
Creo, mi hermosa señora, que en tiempos de guerra a las mujeres como usted habría que sujetarles la lengua-
¿Cómo os atrevéis?-
Sin mis hombres vuestro marido estaría perdido-
No sois vos quien lucha, sino vuestros hermanos y padre-
Yo cuido lo que aquí hay-
Y robáis a las campesinas-
Sólo es una campesina-
Ginevra apretó los puños y luchó contra las ganas que tenía de darle una bofetada a aquel nastuerzo.
Bien, Lord Mc Row, he intentando hablar con vos y no habéis querido atenderme-dijo intentando serenarse-Ateneos a las consecuencias.
Lord Mc Row se levantó y se inclinó levemente en una graciosa reverencia, para luego salir por la puerta. En cuanto salió, Ginevra dejó salir todo el aire que había guardado. Se volvió a las damas y les ordenó que no dijeran nada de la conversación que allí se había hecho, para luego pedir que llamasen a Lord Lupin a su presencia con premura.
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¿Creéis que me precipité?-
Lord Lupin, sentado frente a ella, suspiró y se echó hacia atrás, haciendo que sus cabellos brillasen con fuerza.
Habéis levantado vuestras cartas muy pronto, mi querida niña-
Lo siento, pero es que no pude evitarlo. Odio que los hombres crean que pueden hacer lo que quieran con las mujeres-
Ahora lo importante es no caer en su juego. Bastante tenéis con la visita de Lord John-
Ginevra suspiró y bebió un poco de vino aguado.
Siento que me posee con los ojos-susurró, cerrando los ojos-Apenas puedo estar en su presencia, me siento sucia.
Es un secreto a voces que Lord John no ha venido sólo a por los tratados de paz, Ginevra. Vuestro marido teme, y con bastante razón a mi parecer, que intente algo más-
¿Creéis que yo cedería, mi lord?-exclamó ofendida la joven condesa.
Por supuesto que no, y perdonad si me he excedido en las palabras-
Ginevra sonrió, terminando de tragar un trozo de pescado.
Remus, vos nunca tenéis que disculparos conmigo. Al fin y al cabo, sois mi único amigo.
En ese momento una de sus damas, Anna, entró algo agitada.
Mi señora, Lord John viene hacia aquí-
Decidle que pase-
Anna hizo una reverencia y salió, para dejar entrar a una figura envuelta en un traje azul claro. Sonreía, pero su sonrisa se tensó al ver a Lord Lupin al otro lado de la cena.
Vaya, Ginevra, no sabía que preferíais cenar con traidores antes que conmigo-
Lord Lupin sonrió despectivamente y no se preocupó ni siquiera por devolverle el cumplido.
Lord Lupin no es ningún traidor, Lord John. Es un buen amigo que me aconseja en casos apurados-
¿Y qué apuros tenéis, mi señora, que no sois capaz de hablar conmigo, que os doy mi amistad sin tapujos?-
Ya ninguno, pero gracias por vuestro interés, mi lord-
¿Me permitís sentarme a vuestra mesa?-
Por supuesto, nunca os he negado-
Lord John tomó asiento al lado de la joven y comenzó a comer con poca elegancia el pescado asado. Ginevra sintió que el hambre en su cuerpo disminuía, pero hizo como si no pasase nada.
Y decidme Lord Lupin ¿Es cierto que pensáis casaros con Lady Nymphadora?-
La verdad es que ya está todo resuelto, mi señora. Seguramente el casamiento se celebrará en unos meses, y cuento con vuestra presencia allí-
No lo dudéis-
El silencio volvió a hacerse dueño de la situación y Lord Lupin se levantó.
He de partir ya, mi señora, o no llegaré a tiempo a la reunión-
Partid, Lord Lupin, y espero vuestras misivas con esperanza-
Señora-se inclinó y besó sus manos-Lord John-hizo una leve reverencia y salió.
Lord John, que apenas había levantado la mirada de su plato, miró a la condesa en cuanto Lord Lupin hubo desaparecido.
No se pueden tener tan malos amigos, Ginevra-
Lord Lupin es un caballero correcto y muy buen amigo ¿Y quién os ha dado permiso para que me llaméis por mi nombre de pila?-
Perdonad, no creí que fuera a ofenderos-
Pues no creáis tanto. Y ahora, debéis disculpadme, estoy muy cansada-
Ginevra se levantó con rapidez, sin darse la vuelta y ver los ojos de Lord John mirarla con perversión.
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FIN
