Capítulo 13.Cadena de favores.
Las noticias que se oían eran de lo más inconexas. Lady Malfoy no había salido en días de sus aposentos, ni recibía audiencias, ni a ninguno de sus allegados. Soldados salían a comprar las viandas. Blaise paró en una de las tabernas que había poco antes de llegar a la capital y pidió un poco de pan, asado y vino.
La tabernera, una mujer muy bonita entrada en carnes, le sirvió con amabilidad mientras su marido y dos personas más hablaban acaloradamente sobre los extraños acontecimientos que ocurrían desde el pasado miércoles.
-¿Qué creéis que habrá pasado?-preguntaba uno de ellos, alto, moreno y con la barba canosa.
-Puede que esté enferma-decía la tabernera-¿O acaso ella no tiene permiso para enfermar?
-¿Y cómo explicas lo de los soldados? ¿Acaso todas sus criadas han enfermado también?-se encaró el otro, que era menudo y sus ojos brillaban como gemas.
La mujer parecía que iba a contestar con algo hiriente, pero su marido la calló, y ella, frustrada, se sentó cerca de él, con la intención de conversar con alguien.
-Que digan lo que quieran, pero puede que sólo esté enferma-
Blaise sonrió y apuró el asado. Estaba exhausto, pero su aventura no hacía más que empezar.
-¿Quieres un caldo? Va incluido en el precio-
-Gracias-
Solía ser escueto en todas las conversaciones. De pequeño hablaba poco, y por eso Draco lo eligió como su segundo. Por eso y porque lo vencía con la espada. Sólo con su esposa hablaba largo y tendido, sin que nadie le interrumpiera, pues ella lo escuchaba con atención mientras se cepillaba el pelo, mientras lo desnudaba para dormir o mientras bordaba cualquier cosa.
Su esposa, su hermosa Catherine. Siempre dispuesta a ofrecerle una mano, siempre atenta a cualquier necesidad que tuviera. Sólo con una persona había tenido tanta confianza, pero esa persona le había dado la espalda en cuanto la oportunidad se había presentado.
Rose, su hermana pequeña, siempre se había caracterizado por ser voluble como el viento. Según lo que le ofrecieran ella iba a un lado o a otro, por eso fue la primera amante de Draco y después, a la muerte de Narcissa, la amante del padre. Nunca nadie sabría lo que él sufrió por la vergüenza de ser su hermano mayor. Por eso, cuando Catherine entró en su vida y le dio muestras sobradas de fidelidad y amor, comprendió que alguien se había apiadado de su sufrimiento y le había mandado a aquella mujer para que hiciese las paces con el género.
Y sólo por ello, la adoraba.
-Aquí tenéis-dijo entregándole un cazo con un líquido que olía muy bien y humeaba.
-Gracias…-
-Mildred, me llamo Mildred-
-Gracias Mildred-
Pero él no se presentó, por si acaso.
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-Lord John, una mujer quiere hablar con usted-
-¿Quién?-
-Una tal Rose-
Lord John sonrió de lado.
-Que pase-
El soldado hizo una leve inclinación y salió. En unos segundos, los tapices se abría y por ellos entraba, ricamente vestida, Rose Zabini. Lord John pensó en cómo estaría sin ese vestido rojo y esas joyas.
-Estáis preciosa. Como una reina-
-Gracias, señor-susurró inclinándose levemente-Pero ¿Por qué me habéis vestido así?
-Bueno, sois la única dama de Ginevra que ha permanecido fiel a mí-
-¿Y las demás?-
-¿Teméis por ellas?-
-¿Debería?-
Lord John rió y le pidió que se sentase. Le sirvió vino en una copa de cristal tallado, cuya empuñadura era una serpiente plateada que se retorcía sobre ella misma. Rose lo tomó y alabó el buen gusto de su protector.
-Están en los calabozos, como todos los criados que han sido fieles a Ginevra-
-¿No la tratáis con demasiada bondad?-
-Está embarazada. Si no, otro gallo cantaría-
-Debéis tener cuidado con ella, es peligrosa-
-Lo sé. Mirad-se bajó la camisa y enseñó dos cicatrices enrojecidas.
-¡Santa Madre!-
-Ya veis. Creo que la idea de convertirla en mi mujer no le agradó para nada-
Rose rió y bebió más vino. Debía ser cuidadosa con lo que decía, pero tenía el presentimiento de que ese hombre era la clave para conseguir lo que toda su vida había deseado: poder.
-¿Y qué haréis? No podéis tratarla así toda la vida. Lord Malfoy volverá, y no lo conocéis-
-Lo tengo todo planeado. Obligaré a los nobles a que me presten juramento como rey consorte de Hogwarts-
-¿Cómo? Los nobles no querrán, para ellos será muy duro tener a alguien de fuera como consorte-
-Ahí entráis vos, mi querida señora-
-¿A qué os referís?-
-Rose, casaos conmigo y así Hogwarts tendrá una reina de la tierra. Sois hija de nobles y ellos os aceptarán-
-Mi padre sólo era barón, nunca…-
-Lo harán, o Ginevra, su hijo y todo lo que pertenezca al linaje Malfoy morirá-
Rose sintió que se ahogaba dentro del corsé. Le estaba ofreciendo el mundo, y ella aún no le había dicho que sí. Es más, le estaba dando largas.
-Rose, sé que es precipitado, pero…-
-Sí-
-¿Cómo?-
-Sí, me casaré con vos-
Lord John volvió a sonreír de lado.
-Bien. Estad lista mañana a las nueve, porque en la capilla real se celebrará nuestra boda. Y ahora, ya podéis iros-
-Sí, señor-
-A partir de ahora puedes llamarme John-
-Sí, John-
Hizo una leve inclinación de cabeza y apartó los tapices para irse. Antes de cerrar miró al hombre con el que se acababa de prometer, y sintió que todo no salía como ella quería. Pero… ¿Qué fallaba?
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Una nueva nota, que la citaba para mañana a las nueve acababa de caer de su ropa interior limpia. Quien quisiera echarle una mano, realmente lo estaba haciendo bien. Se colocó la ropa interior y, con ayuda de su criada muda, se colocó un vestido negro, color que desde que fue apresada no se había quitado. Apenas se colocaba joyas, porque la mayoría habían desaparecido. Sólo la tiara de su boda y su diadema de diamantes seguían en su poder, ambas bien escondidas debajo de su cama. Incluso sus hermosos trajes estaban desapareciendo.
Tomó el bordado y continuó con la manta con las iniciales que le hacía a su segundo hijo. Por amor a su marido también había bordado la serpiente de la casa Malfoy y un dragón muy pequeño del mismo color de la tela, que apenas se notaba.
Alguien tocó a la puerta y la criada fue a abrir. Lord John entró en ese momento, tan radiante como el primer día que la capturó y con una sonrisa muy abierta en los labios. Ella apenas hizo un movimiento alguno, se limitó a seguir con el bordado.
-Os está quedando precioso-
-No os he pedido opinión-
-¿Ya no queda educación, Ginevra?-
-La educación comienza por respetar la propiedad de cada uno, y vos estáis invadiendo la mía-
-Vaya, como siempre estáis arisca ¿Qué podría hacer yo para volver a ver las perlas de vuestros dientes brillar?-se colocó una mano en el mentón como si pensase y de repente puso cara de haber encontrado la respuesta-¡Ya sé! ¿Qué tal una fiesta?
Ginevra levantó por primera vez el rostro del bordado y lo miró con estupor. Luego, ignorándolo una vez más, siguió metiendo y sacando la aguja.
-Sí, sí, una fiesta. En mi honor, por supuesto. Por cierto, no sé si os han dado la buena nueva-
-¿Os van a ahorcar por traidor?-
Se volvió y le cogió ariscamente el mentón.
-Os gustaría ¿Cierto?-
-Lo declararía día de fiesta nacional-
Le soltó el mentón y ella se lo acarició con lágrimas en los ojos, que pronto se secaron.
-Me caso mañana-
-¿Para eso no os hace falta una mujer?-
-Y la tengo. Y vos la conocéis-
-¿Quién estaría tan loca como para casarse con vos?-
-Lady Rose Zabini-
Ginny dejó el bordado pero no lo miró. Simplemente no lo podía creer, ella la había traicionado completamente. Al igual que Suzanne.
-Iros, Lord John-
-¿Por qué? Aún no os he dicho lo que quiero que os pongáis para la boda-
-No pienso ir-
-Pero si así os distraeréis. Además, todos los nobles de vuestro condado están invitados ¿Qué dirán?-
Entonces encontró la salida, la forma de pedir ayuda.
-Ahora, que si decía o hacéis algo que me parezca mal, tened presente que mataré a vuestro primogénito con saña. Y no creáis que no lo haré-
Se oyó el silencio y luego un portazo. Ginevra se levantó y miró hacia la ventana. Cerró los ojos, murmurando una oración para que su marido fuese a por ella. No, no podía ser cierto que mataría a su hijo. Pero sabía que él tendría la fuerza de hacerlo.
Débil, se dejó caer al suelo y soltó una lágrima, dos, tres, hasta que su llanto pareció un diluvio. La criada muda se mantuvo quieta en espera de que a su señora se le pasase, pero al ver que no había remedio para su pena, continuó con el bordado ella también.
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-¿Ninguna noticia?-
-Nada. Me temo lo peor-
-¿Qué creéis que debemos hacer?-
-Ni siquiera yo lo sé. Siéntate Draco-
Lord Weasley le había pedido a su yerno que hablasen a solas. Frente a él, un suculento almuerzo y varios planos del campo de batalla. En una de las esquinas, sin embargo, sobresalía de entre todas las cosas un hermoso pájaro que parecía volar. Era de barro.
-Si Blaise salió hace tres días, en un par de ellos debe estar allí-
-Ya estará, es el mejor caballista que conozco, señor. Por eso me extraña no saber nada-
-Si en un par de días no ha llegado nada, tendremos que ir para allá-
-¿Tendremos?-
-Si mis temores se hacen realidad, me temo que no podrás tú solo-
-¿Qué teméis?-
-Que todo esto sólo haya sido una emboscada. Han mandado a los nobles más importantes a un lugar inhóspito a luchar en una guerra a la que cada vez le veo menos cabeza. Si Lord John está allí, solo, sólo con mi hija y…-
-No puede tomar la ciudad él solo. Su ejército aún está atrapado en la frontera-
-Ya pero lo que el otro día me dijo Harry me hizo pensar ¿Y si hubiese usado otro ejército que no fuese el suyo?-
-¿Quiere decir que puede que mi esposa esté en peligro y yo aquí sin hacer nada?-
-Quiero decir que si en dos días no he recibido noticias de mi hija, Ron, Charlie y yo te acompañaremos y la llevaremos a mis tierras o con Lady Hermione, pero no la volveré a dejar sola-
-Sí, es lo mejor-
-Bien, y ahora come algo, que se enfría el cerdo-
Draco tomó un poco, pero la comida le supo a ceniza.
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La noche le ayudaba a esconderse. Se apresuró a entrar por una de las puertas de servicio, pero su sorpresa fue mayúscula cuando dos soldados lo miraron entrar. No había criados, sólo soldados. Sacó la espada y se enfrentó a ellos. El primero apenas le costó esfuerzo, pero el segundo se le resistió un poco más.
Saltó al pasillo y de allí a las habitaciones de la joven, que, aún bien custodiadas, no podían vigilar las ventanas. Al entrar, un penetrante olor a jazmín lo invadió. Ginny no olía a jazmín. Se acercó a su cama, dónde una silueta de mujer se dibujaba, tapaba sólo hasta las caderas con la seda de las sábanas malvas.
Una casi consumida vela daba toda la luz la a estancia. Blaise pensó que la luz le daría tonos rojizos a su cabello, que su piel color marfil brillaría como un diamante, que la protuberancia de sus meses de embarazo le impedirían moverse con facilidad. Pero cuando estuvo a su lado, vio que su vientre era plano, que su piel tenía un tono más aceitunado y que su pelo poseía reflejos azulados.
-Rose-
La joven abrió los ojos asustada. Un temblor y alguien que la llamaban la habían tomado de sorpresa. Notó con extrañeza que la ventana principal estaba abierta. Tomó su bata y se incorporó para cerrarla. Miró fuera por si había algo, pero no vio nada.
No notó que su hermano estaba apoyado en el andamio, y que renovaba el odio hacia ella, llorando de vergüenza.
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El caballo moriría en poco tiempo. La caminata había sido horrible., pero las luces que ante no eran nada se acercaban y acercaban. Olía a humus, a sudor y a frío. Saltó del animal y éste, en cuánto se vio liberado del peso de la mujer y la velocidad frenética, cayó a un lado y, emitiendo un sonoro suspiro, falleció.
Catherine puso una mano enguatada en el lomo del animal y suspiró. Estaba cansada, pero en esos momentos no se podía permitir pensar en ella misma, ni en nadie más que en Ginevra.
Quedarían unos dos kilómetros andando. Comenzó a caminar con ánimo, pero no llevaba más de una hora cuando las piernas le fallaron, la vista se le nubló y cayó desmayada, tan solo a uno metros de las puertas del campamento.
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La puerta de la mazmorra se abrió, dando paso a dos figuras encapuchadas y envueltas en largas túnicas color vino tinto. Ginevra se encogió instintivamente y sacó el cuchillo que había guardado en sus ropajes. Uno de ellos, el más alto, susurró algo al otro y se adelantó para ofrecerle su mano.
Pensó en negarse, pero el cansancio pudo más y la tomó. No iba enguatada, y era extrañamente áspera y seca, aunque no parecía de hombre.
-¿Nos reconoce?-
-¿Cómo?-
La figura retiró la capucha y Ginevra reconoció al momento a Jane, la joven que fue seducida y violada por Alexander Mc Row.
-¿Qué hacéis aquí?-
-Hemos venido a salvaros. No podíamos permitir que, con todo lo que habéis hecho por mí os trataran de esta forma-
-¿Sois vos la de las notas?-
-Si. Mi prima era vuestra sirvienta, la muda-
-Ya sí-
-Venid-
Le tendió una capa del mismo color que la que ella llevaba y ambas se acercaron a la tercera figura, que ocultaba un bulto en su vientre.
-Le hemos traído a su hijo-dijo Gertrudis, la otra figura, sacando un bulto de debajo de su capa.
-Richard-
Ginevra sintió que ya era completamente feliz. Su hijo, que iba dormido y envuelto en varias mantas, estaba tan rosado como el día en que él se lo llevó. Besó su frente y se secó las lágrimas que habían llegado a sus ojos.
-Señora, debemos irnos ya. Tenemos el tiempo justo para llegar al pueblo. Allí os ocultarán-
-¿Quién?-
-Lo hemos preparado todo, no os preocupéis. Una buena amiga os espera, y en su casa no os faltará nada-
Sin decir una palabra más, las tres figuras salieron de la mazmorra y cruzaron el puente hasta llegar a la salida. Allí, dos figuras esperaban junto a un carro lleno de paja.
-Aquí nos despedimos-murmuró Gertrudis.
Jane se acercó a la figura más alta y ésta se acercó, descubriéndose la cara para dejar ver sus facciones.
-¿Neville?-
-Señora-
-Dios mío-
Neville hizo una mueca.
-Si no os importa, dejaremos a las deidades para el domingo-
-Ginevra-
Ella reconoció al momento la voz de Luna. Era la otra figura, más baja que su marido y más ancha. Estaba embarazada, pero de menos meses que ella.
-No me lo puedo creer ¿Por qué?-
-Digamos que es una cadena de favores-sonrió la rubia, abrazando a su amiga-Dadme al niño, lo acomodaré aquí.
Ginevra se lo dio y se volvió a las dos mujeres, que la miraban sonrientes. Las miró durante un par de minutos y grabó en su mente todas las facciones y arrugas de sus salvadoras.
-No sé cómo agradecéroslo-
-No hace falta-contestó Jane, que era hermosa y joven-Hicisteis mucho por mí. Gracias a que vos dijisteis la verdad, mi novio ha vuelto a aceptarme, y nos casaremos en primavera.
-Me alegro Jane-
-Y ahora idos-las apresuró Gertrudis-El cambio de guardia está a punto de llegar.
Jane besó la mano de Ginevra y su madre la imitó. La condesa se montó en el carro y Luna se acomodó a su lado. Cuando la puerta se cerró, la rubia le limpió las mejillas.
-¿Por qué lloráis?-
-Tengo el presentimiento de que no volveré a verlas-
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-¡Señor!-
Draco se despertó de un salto, empuñando el cuchillo afilado que nunca soltaba, ni siquiera en sus momentos más cariñosos con su esposa. Miró a un lado y a otro y, al ver al criado culpable de aquel grito, le lanzó su mirada más matadora.
-¿Qué coño ocurre?-
-Lady Zabini está aquí-
-¿Cómo?-
-En la tienda de Lord Potter. La encontraron…-
-¡Mis botas!-
El criado, asustado, le dio las botas y le ayudó a ponérselas mientras él terminaba de colocarse la camisa. Tomó su espada y se echó un poco de agua por la cara, para después salir con marcha apresurada hasta la tienda de Lord Potter, que estaba bastante lejos de la suya.
Al entrar vio a todos los Weasley, a Potter y a Lady Weasley, que atendía a una joven desmayada y que parecía agotada. Era Catherine.
-¿Qué ocurre?-
-La han encontrado en la puerta del campamento-le explicó Ron-Aún no ha recuperado el conocimiento.
-Sólo está agotada-sentenció Lady Weasley-Y embarazada.
-¿Embarazada?-exclamó Draco-Pues creo que somos los primeros en saberlo.
-Puede ser. Sólo lleva un mes y poco. Charlie, tráeme unos paños fríos-
Charlie, que había estado en una esquina, observando a la desmayada con rostro ausente, se levantó precipitadamente y fue a por más paños fríos.
-¿Por qué estará aquí?-preguntó Harry-¿Habrá ocurrido algo?
-Resulta extraño, como mínimo. Ginevra habría mandado a un mensajero, o a un soldado pero ¿Por qué a su dama?-se preguntó en voz alta Bill.
-Lo que está claro es que su dama es guerrera-sentenció George, llevándose una mirada de reproche de su madre.
-Aquí están, madre-
-Gracias, Charlie-cogió una y le abrió un poco la camisa. Todos retiraron la vista, avergonzados-Dejadme a solas con ella.
Todos salieron, encabezados por Lord Weasley.
-Charlie, Ron, id preparando las cosas, creo que vamos a tener que irnos muy pronto-dijo su padre.
-Os acompaño-
-No, Harry, debemos tener aquí a alguien-
-Pero van a estar los demás. Debo ir, desde mi palacio podremos manejar mejor la situación-
Draco y Lord Weasley se miraron y el primero asintió con pesadumbre.
-Está bien-murmuró Lord Weasley-Ve preparándote tu también. Y haz que preparen las de Draco.
-Claro-respondió con voz neutra.
-Me odia-murmuró Draco.
-Es mutuo-sonrió Lord Weasley.
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-¿Dónde puede estar?-pensaba en voz alta.
John la miró furioso. Era la pregunta que todo el mundo se hacía. La mazmorra, la mejor vigilada por sus más fieles guardias, el lugar dónde Ginevra debería esperar su sentencia, a petición de Rose, estaba vacía. Ni rastro de ella.
-Mujer, embarazada, y aún así se os resiste-
-No permitiré ningún comentario de semejante calaña, Rose. Será mejor que vayamos a vestirnos-
-¿Aún así nos casamos?-
-Por supuesto. Todo está listo. La ceremonia será oficiada a las cinco-
-Bien, John, estaré lista-
El hombre acercó la mano de su prometida y la besó, para después apresar su cintura con fiereza.
-Nos veremos en unas horas-
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La casa de los Longbottom estaba situada sobre una colina, cercana a un pequeño lago que les ayudaba mucho con la manutención de sus escasos animales. Era de madera, adobe y tejas azules, al estilo antiguo. Al lado, el establo, dónde un par de vacas escuálidas masticaban hierba verde.
-No es mucho, pero le servirá de escondite-suspiró Luna.
-No sabes el favor que me haces-
Neville, con una sonrisa, le ayudó a bajar al carruaje, pero Luna saltó feliz, sin parecer importarle mucho el embarazo.
-¿De cuánto estás?-preguntó, con curiosidad.
-De cuatro o cinco meses, creo-rió la rubia, acariciándose el vientre-Venga, entremos a la casa, quiero enseñársela.
Ginevra cargó a su retoño en brazos y siguió a Luna, que entraba por una pequeña puerta. Dentro todo estaba oscuro, era húmedo y olía a animal. Luna se afanó por encender unas velas casi derretidas y empezó a hervir agua de un cubo pequeño que había cercana a la cocina de carbón.
La sala se componía de poco mobiliario. Una mesa robusta, cuatro taburetes, una mecedora en una esquina, la cocina de carbón y un mueble en la pared para las viandas. El suelo de tierra batida, y dos ventanucos eran los únicos focos de luz natural de toda la sala.
-Ahí está el dormitorio-dijo Luna, comiendo una naranja, que esparció su zumo por la garganta-Allí dormiréis.
-¿Y vosotros?-
-Yo con vos, en el suelo. Y Neville aquí, ahora traerá paja para hacerse una buena cama-
-No tenéis por qué dormir en el suelo. Dormid conmigo-
Luna negó haciendo que de su recogido saliesen más cabellos.
-No hace falta-
-Insisto. En tu estado, debes ser cuidadosa-
-Me temo que mi estado no me impide hacer todo lo que debo hacer-suspiró-¿Queréis un poco de leche? Neville traerá el pan recién hecho y habrá que acompañarlo con algo. ¿Os gusta la miel?
-Me encanta-
-Entonces iré a por un poco. Enseguida vuelvo-
Ginevra sonrió y sintió que una lágrima se escapaba de sus ojos. Miró a su hijo, que dormía profundamente y quiso llorar de verdad. Sintió las patadas de su otro hijo en el vientre y sonrió. Contra todo pronóstico, aún le quedaba mucho por hacer.
FIN
