IMPORTANTE: Les comento, que cambié el nombre de Aiko por Shinishi, ya que me hicieron varios comentarios en los que decían que Aiko era nombre femenino, espero que comprendan, arigatou

Capitulo II

Sintiéndote

Había entrado hacía algunos instantes al agua, por alguna razón, siempre se llenaba de pensamientos mientras tomaba aquellos baños, debía de ser una forma de limpiar su mente además. No podía evitar pensar en el destino que tendría la codiciada joya que resguardaba, lamentablemente de seres con oscuros fines, sabía que algún día su corazón le iba a indicar cual era el destino correcto, para el deseo que concedía, por ahora solo debía continuar protegiéndola. Recordó por un momento, la forma en que levemente flotaba sobre una energía invisible, dentro del templo en el cual permanecía, una almohadilla oscura bajo ella, acompañada en el altar de unas tablillas de oración en los que se podía leer el nombre de las guardianas que había tenido anteriormente, incluyendo a Midoriko, Kikyo y por supuesto, su propio nombre. Siempre que la purificaba, uniendo sus manos en oración, la perla comenzaba a brillar más intensamente, solicitando la ayuda de Kami y de los espíritus bondadosos que habían protegido la joya a través de los años, pidiendo finalmente, cada vez, por su familia, a la que no volvió a ver, desde que derrotaron a Naraku.

En cuanto llegó el amanecer, se incorporó y salió sin un rumbo claro, sabía bien que debía encontrarle con urgencia un motivo a su vida, pues en las condiciones en las que se hallaba, prefería mil veces estar en el infierno de una buena vez.

Acababa de terminar con la existencia de un youkai bastante débil y estúpido, pensó, si había tenido el animo de enfrentarlo, de hecho, no se había tardado ni dos segundos en destrozarlo, y no necesito usar a colmillo de acero. Ahora estaba con sus garras cubiertas, por su sangre, debía limpiarlas no soportaba aquel olor repugnante en ellas. Así que se encaminó a un río cercano para asearlas. Pero a escasos metros de llegar, antes de salir del mullido bosque, llegó hasta él un añorado aroma, familiar y cálido, el corazón le dio un brinco en el pecho sabiendo a la perfección de quien se trataba, se paralizó sintiendo enormes deseos de verla, y un puño imaginario golpeó su estomago, al recordar las imágenes que vagaron por su mente la noche anterior, mientras estando en los brazos de Kikyo, era a ella a quien veía e intentaba sentir. Su indecisión una vez más estaba ganando terreno, deseaba tanto verla, pero con igual o mayor ímpetu deseaba estrecharla contra su pecho y percibir aquel tibio sentimiento de paz que perdió la noche en que se marchó. Finalmente caminó sigiloso, esperando que su presencia ahora que era nuevamente un hanyou no fuera detectada, lo cierto es que llevaba varios días espiándola y observando a la distancia, sobre todo por las noches, notando a primara vista los cambios en su figura y semblante, pero ella no lo había vuelto a ver, nunca… desde que partió.

Se ocultó con cuidado tras de un árbol, pisando sin percatarse una pequeña rama seca, al que crujió al contacto, miró asustado hacía ella, que en el momento exacto, había hundido su cabeza en el agua cristalina, obviando el sonido. Respiro aliviado al notar que ella continuaba con su baño, él sabía bien, aquello era necesario, para la correcta purificación de la perla, pero por el momento le preocupó más que enfermara dado lo fría que debía de estar el agua, el invierno ya era una etapa presente y la primera nevada inminente, lo podía percibir en el aire.

Inuyasha contemplaba como Kagome, quedando de medio lado hacía él, le entregaba sin saberlo, una magnifica vista de su desnudes, alcanzando el hanyou a notar la redondez de sus senos, su cintura pequeña, que daba paso a la suave curva de sus caderas, interrumpida por el correr del agua que le obstaculizaba el tener una vista clara de las piernas que en antaño la mujer exhibía con gracia y que en algún momento encendieron en él, más de un pensamiento poco recatado.

Kagome estrujó un tanto el agua de su cabello y lo acomodó sobre uno de sus hombros, dejando la piel desnuda y a merced de cualquier youkai o hanyou que deseara hundir sus colmillo en la tersura de su cuello y reclamarla como suya y entonces ante ese solo pensamiento, Inuyasha se saboreo, recordando lo dulce que era la piel de Kagome y de pronto sintió como se tensaba, cierto lugar de su anatomía de forma inclemente, golpeando la sangre en él, sorprendiéndolo y avergonzándolo también…¿desde cuándo tenía estas costumbres voyeristas?. Estuvo a punto de gruñir a causa de la molestia que le producía pescarse en estas actitudes. Se giró decidido a salir de una buena vez de ahí y dejar la tortura, pero su aguda vista se detuvo entre los arbustos que había a varios metros a su derecha, pudiendo hallar entre ellos , la figura de un humano detestable para él, observando el mismo espectáculo, incluso desde una mejor vista, ya que la mujer quedaba casi de frente al lugar en el cual permanecía oculto. Sintió la furia hervir dentro de sus venos, quizás con tanta o más velocidad que con la que corría su excitación instantes antes, el puño izquierdo que permanecía cerrado desde que notó la presencia del hombre, se abrió extendiendo sus dedos permitiendo que sus garra se afilaran y resplandecieran levemente en un tono plata, dispuesto a enfrentar y arremeter en contra del tipo aquel, pero la suave u decidida voz de Kagome, lo detuvo, dejándolo por completo asombrado, incrédulo…

Shinishi sal e ahí…- dijo al muchacha con toda calma, mientras salía del agua y tomaba una especie de toalla para cubrirse, ante el sonrojo evidente del aludido, quien había sido descubierto, no podía creerlo, años antes si lo hubiese sorprendido en alguna de las oportunidades en que llegó a espiarla, probablemente su furia habría durado días.

En tanto Inuyasha permanecía sin poder moverse...¿qué clase de relación era la que mantenía Kagome con ese humano?... la respuesta que sus propias conclusiones le dieron, era demasiado desalentadora. Cerró los ojos con ira, evitando con ello que las lagrimas que se agolparon en ellas salieran, él no lloraría, no, eso jamás, ella podía hacer lo que quisiera y unirse a quien deseara, después de todo así lo había decidido él aquella noche, pero a pesar de lo claro que parecía, su corazón se comprimía cada vez más dentro de su pecho, obligándolo a expulsar el aire que contenía, se giró una vez más para observarla, como iba acomodando las prendas de su vestimenta en el cuerpo, algo muy similar a lo que vestía Kikyo, en tonos azules, un pantalón oscuro como la noche y una camisa de un color petróleo claro, viendo como aquel hombre al esperaba, de pronto los furibundos ojos dorados, que permanecían enmarcados por las pestañas cristalizadas por las lagrimas que no derramó, se entristecieron al pensar en que la distancia que él había guardado y su ausencia habían ayudado a que Kagome lo reemplazara en su corazón. La mujer sintió la necesidad de enfocar los árboles tras de ella, un presentimiento algo extraño la inundó...¿tristeza?..., peor no la suya, era la tristeza de un corazón que ella conocía...

¿Inuyasha?...- musitó tan bajo, que ni siquiera su compañero la escuchó, su mano se posó de forma instantánea en su pecho.

¿Sucede algo? – consultó Shinishi, Kagome algo perpleja se volteó para observar los ojos preocupados del muchacho, y con algo de esfuerzo disfrazó su desconcierto y sonrió – será mejor que volvamos – concluyó el hombre, sabiendo que había lago que se ocultaba en la nostálgica mirada de la sacerdotisa, a lo que él no tenía acceso, un secreto que ella jamás le había comentado, algo que no le permitía cruzar la pared invisible que la mujer ponía entre ambos. Y la ira se incrementaba en su interior, ella era suya, la sacerdotisa que buscó para ser salvado y no permitiría que el vago recuerdo de alguien que no permaneció junto a ella, se la arrebatara.

Sí – respondió Kagome caminando ante el hombre, no sin antes dar una última vista inquisidora a los árboles que ocultaban solo oscuridad, arrugando el ceño ante la inquietante duda en su interior, luego retomó su camino, seguida por un Shinishi, envuelto en una sensación nueva, al menos no recordaba haberla poseído, furia.

Inuyasha perdió de vista a la mujer, para emprender una frenética carrera por entre los árboles dejando que el aire que amenazaba con una cercana nevada, le golpeara el rostro y de ese modo enfriar sus pensamientos...

Maldición – mascullaba una vez más, como única forma verbal de mostrar su frustración, sus colmillos se apretaban a su labio, mientras continuaba con la carrera, no había nada para él en este maldito mundo... lo único que llegó a sentir completamente suyo, había sido, además del afecto de su madre, el amor de Kagome, aquel sentimiento incondicional que lo mantuvo de cierta forma dichoso durante todo el tiempo que les tomó reunir la perla. Esa desgraciada joya que no traía más que infortunios.

Kagome no paró de hacer girar en su mente la inquietud de aquella sensación que experimentó en el río, no podía esperar más, esta pregunta estaba amenazando de modo peligroso su concentración y no podía permitir que aquello pasara, ya que de su poder dependía en este momento el cuidado de la perla de Shikkon. Caminó por la aldea, pasando frente al pequeño templo, bajo la mirada inquisidora de Shinishi, ¿ a dónde iba?... pero la respuesta no tardó, pues Kagome se detuvo en secó frente a la vivienda de Miroku y Sango, si alguien podía responder a su inquietud, ese era el monje. Consultó con mucha cortesía, para poder entrar, recibiendo una respuesta afirmativa de la femenina voz de su amiga, y entonces dio una suave mirada a su acompañante, mientras tomaba con su mano la de él.

Shinishi – dijo y ante el solo toque de la voz de la mujer, con sus oídos, se dispuso a prestar la atención posible -¿podrías esperar aquí?

¿Aquí? – consultó algo confundido

Si, por favor – rogó sabiendo que conseguiría un buen resultado.

Oh, Kagome... esta bien – respondió sin mucho animo, sabía que lo que fuera que la mujer quisiera hablar con el resto de sus amigos, tenía relación directa con la nostalgia en su mirar y era un tema que a él le estaba vetado.

La joven entró en la cabaña, encontró a Sango tendida a medias sobre un futón, mientras que Miroku masajeaba con esmero, los cansados y algo hinchados pies de su mujer.

¿Qué pasa Kagome?- consultó Sango, notando gracias al tiempo compartiendo una férrea amistad, que algo inquietaba a la muchacha -¿estas bien?

La verdad, no Sango – respondió honestamente – necesito preguntarle algo al monje Miroku – dijo dirigiendo su mirada a los ojos expectantes del aludido.

Si dígame Kagome sama . dijo poniendo el pie de Sango sobre el futón, mientras se erguía para quedar frente a ella.

Usted...- titubeo por un instante, temiendo a formular la pregunta, inquieta de algún modo, por lo que Miroku le respondiera, ya que sentía que si su intuición era correcta, podría cambiarlo todo, pero a la vez nada ya – usted... acompañó a ... Inuyasha, el día que se fue con... con...- las palabras nuevamente se trababan en su boca -...con ella...- no se sintió capaz de nombrarla. Miroku tragó saliva.

Si...- respondió únicamente, esperando que Kagome yo no le preguntara más, pues ambos eran sus amigos y si debía responder algo, finalmente tendría que inclinar su balanza hacía un lado u otro.

A la sacerdotisa le brillaron con angustia los ojos y el monje lo podía notar, había apretado la tela de la yukata que llevaba justo en la parte de su pecho, sin conciencia de ello.

Usted lo vio... lo vio...- apretó los labios antes de continuar, mientras sentía como los ojos se le humedecían ante la imagen de Kikyo arrastrando a Inuyasha a través del piso abierto en llamas, para traspasar al infierno. Este era un tema del que se había evadido desde que él se había marchado, de algún modo no hablar de ello, le hacía mantener viva la esperanza de que un día volvería.

No...no lo vi – contestó el hombre intentando salvar la situación, ciertamente no lo había visto, ya que aquello nunca sucedió e Inuyasha regresó junto a él cuando Kikyo le comunicó su decisión de esperar un poco más, pero que de todos modos debía permanecer a su lado, pues la perla ya había sido reunida y él tenía un compromiso con ella, y aunque él sabía bien que el mayor motivo de la mujer era separarlo de una vez del lado de Kagome, aceptó, aunque Miroku intentó persuadirlo, haciendo alusión a que Kagome sama estaría feliz de saber que estaba con vida, el hanyou se negó y le hizo prometer que ni diría nada a la muchacha.

¿Por qué lo preguntas? – Intervino Sango, con voz calma, algo que últimamente se había acentuado en ella, quizás debido al instyinto materno que aflora en algún momento de la vida de una mujer.

Oh... Sango es una corazonada – respondió -¿y si Inuyasha aún esta...? Digo – titubeo - ¿y si él aún sigue aquí?...- su voz sonaba insegura, pero esperanzada, sus ojos brillaban con tristeza, pero con ilusión.

Sango la observó con ternura, mientras que Miroku desvió su mirada, la muchacha sostenía con mayor fuerza la prenda en su mano.

¿No crees que de ser así, ¿te habría buscado? – concluyó, la mujer sonriendo suavemente intentando calmar las ansias de su amiga, la que mordió su labio conteniendo su desilusión y afirmando lo dicho por Sango, con un gesto.

Creo que tienes razón...

avanzó por el medio del bosque aumentando su velocidad, al igual que su frustración, destruyendo algunos arbustos a su paso, en una ira creciente que fue percibida por la sacerdotisa hacía la que se dirigía. Kikyo volteó en dirección al sur, lugar desde el que se aproximaba la energía y de pronto una roja figura, con ojos fulgurantes la observó, acercándose hasta ella lentamente, la mirada fría de la mujer mostró levemente desconfianza y recelo, aquella actitud le recordaba demasiado al Inuyasha que le provocó aquella herida de muerte hace más de cincuenta años... definitivamente jamás habría confianza entre ambos. El hanyou la tomó por los brazos casi gruñéndole alguna palabras.

¿Por qué aún estamos aquí?...- preguntó, mientras sus garras se iban aferrando a los brazos de la mujer, quien no mostró dolor alguno ante ello -¿por qué no nos vamos al maldito infierno de una vez? – Kikyo seguía sin responder, permitiendo que el hanyou la sacudiera con las garras adheridas a sus extremidades, tenía sus motivos, claro que los tenía, pero no podía decírselos, hasta que él se dio cuenta de que la sacerdotisa comenzó a liberar aquella luz resplandeciente desde sus heridad, eran las almas que comenzaban a desprenderse de ella, en lugar de derramar la sangre que ya no poseía. Entonces fue que Inuyasha la soltó, arrojándola lejos de él, pasmado, tenía razón, ella no tenía sensibilidad alguna en su cuerpo y lo estaba comprobando.

Retrocedió sobre sus pasos, dejando atrás la figura inexpresiva de Kikyo, sintiendo que nada tenía sentido ahora, estaba cansado de vivir, el aire frío le golpeaba nuevamente el rostro al caminar y perdido en sus pensamientos llegó sin notarlo demasiado cerca del templo de la perla de Shikkon, no sabía cuánto llevaba recorriendo los parajes, pero la noche lo había cubierto todo y al observar ante él hallo una barrera de energía, era la protección que resguardaba el sueño de la sacerdotisa.

Kagome...- se le escuchó susurrar, y por un momento pensó en sentarse en la rama de algún árbol y esperar horas con tal de verla solamente, pero que caso tenía. Se volvió para perderse entre el bosque.

Continuara...