Capítulo IV
La luz de un fantasma
En cuanto ingreso a la aldea, fue recibida por las sonrisas y las manos alegres de los niños, que jugaban con la nieve que se había reunido, intentando hacer un muñeco como el que ella misma les había enseñado la temporada pasada.
Kagome sama, ayúdenos – solicitaban a coro los pequeños y la muchacha les sonrió suavemente, dejando su arco sobre el piso junto a ella, mientras cogía nieve en sus manos, cubiertas por unos improvisados guantes que le había facilitado uno de los chicos.
Cuando finalmente terminaron con aquella creación, Kagome recogió su arco y se puso de pie, para retroceder algunos pasos y contemplar la escena, dando paso a una nostálgica sonrisa, al recordar la oportunidad en que enseño a Inuyasha y Shippo a hacer muñecos de nieve, la imagen de ambos peleando por quién lo hacía más rápido, le dio una chispa de alegría. De pronto sintió como la tomaban fuertemente del brazo, mientras la sacudían sin mucho cuidado.
¡¿Dónde estabas Kagome! – casi en un grito Shinishi, presionando el agarre.
Suéltame Shinishi – respondió ella tirando de su brazo, sin lograr recuperarlo ate la fuerza extrema que el joven depositaba en el enganche, se sentía asustada, los ojos marrones de él parecían más rojos a causa de la ira que tenía en estos momentos.
¡¿Con quién estabas! – interrogo acercando su rostro con sorna hasta el de ella, como si no escuchara las suplicas de Kagome, la que se extrañó muchísimo ante la pregunta, a quién se refería Shinishi -¿con él?...
¿Con él?... a quién se refería, acaso a…, en ese momento una voz masculina y familiar se escuchó tras de ellos, y mientras que algunos pequeños de los de menor edad, habían comenzado a llorar por la violencia de la escena.
¡Suéltala Shinishi! – dijo el monje con la voz endurecida y la mirada decidida y la mirada endurecida, enfrentando al joven que sin mucha delicadeza soltó la extremidad apresada y bufó algo, sabiendo que Miroku no confiaba en él y se marchó. El hombre de túnica azul, se acercó a su amiga que intentaba calmar el dolor de la presión ejercida y le decía dulces palabras a los pequeños para tranquilizarlos.
-¿Esta bien Kagome sama? – consultó preocupado, mientras que la muchacha, solo movía su cabeza asintiendo, sin dejar de observar a su agresor que se perdía en dirección a la cabaña que compartían, al ira que logró ver en los ojos de Shinishi fue impresionante, sin mencionar que sintió como si la estuviera celando y para colmo de alguien que por mucho que ella deseara, ya no habitaba este mundo.
Cuando al cabo de el largo día, primero orando junto a la perla de Shikkon, que permanecía gracias a sus cuidados de un hermoso tono rosa, luego junto a Sango, mimándola para que descansara del peso que llevaba en su vientre, sin contarle nada del incidente con Shinishi, ya bastante tenía con el nerviosismo ante el embarazo de lo que estaba segura serían dos bebés, para además preocuparse por ella, entró en la morada que compartía con Shinishi, el lugar se dividía en la parte alta por un biombo de color púrpura. Con algunos dibujos pintados sobre la tela, marcando el sitio en el cual dormía cada uno. El hombre ya estaba recostado sobre el futón con los brazos tras la cabeza y la vista fija en el techo, la muchacha sintió en cuanto entró, el aire tibio de la cabaña que le bañaba las mejillas en contraste con la fría brisa que corría fuera. Avanzó hasta su propio futón que estaba extendido esperándola, Kagome ya lo conocía tanto, sabía a la perfección que las atenciones que le daba, eran su forma de pedir disculpas, aunque siempre fue por pequeñeces, pero en este caso el incidente no era menos, de cierta forma él la había agredido y de no ser por la llegada de Miroku, habría tenido que usar algún hechizo para calmarlo y ella sabía que éstos en ocasiones traían peligrosos efectos secundarios.
Se aproximó a su futón en silencio y refugiada tras el biombo, se cambio de ropa, y mientras aún lo hacía, escuchó la voz de Shinishi.
Lo siento Kagome – sonaba verdaderamente arrepentido, pero algo en el tono que estaba usando la estremecía, era un aspecto del joven que no había notado antes, pero él continuó - … es solo que no quiero que te hagan daño… no quiero ver esa nostalgia en tu mirada – concluyo y entonces ella solo se recostó y unió sus manos para dejar el campo de protección que los resguardaba cada noche.
Buenas noches Shinishi…- dijo en un tono conciliador, pero igualmente sentencioso, haciendo notar que no todo era tan fácil.
Buenas noches Kagome – respondió el hombre comprendiendo el mensaje y conservando la ilusión de que todo se arreglaría, claro que continuaba teniendo aquel sentimiento de furia ante la idea de que el corazón de Kagome perteneciera a alguien más, se cuestionaba, ya que a pesar de no recordar nada de su pasado, había tenido paz, hasta que escuchó aquel nombre en los labios de la sacerdotisa, cuando le pidió que esperara fuera de la cabaña de Sango y Miroku… Inuyasha… algo en su interior comenzó a crecer como cuando la presión se condensa, previo a la erupción de un volcán.
Kagome cerró los ojos y se enrollo para dormir y engañas el frío, no podía negar que en estas noches tan perversamente heladas, añoraba el calor de un cuerpo al cual abrazarse y la roja vestimenta que en ocasiones la cubría… estaba triste, y probablemente habría llorado, pero estaba tan cansada ya de hacerlo…
Inuyasha y Kikyo, esa noche se refugiaron bajo el techo que un aldeano les ofreció, una cabaña abandonada a un costado de la de él… la mujer preparó algo para cenar, mientras que el hanyou la observaba melancólico, viendo como las pálidas manos se movían con cierta elegancia, desmenuzando los alimentos, limpiando las verduras, haciendo de todos aquellos ingredientes un preparado del que no podía negar un buen sabor y recordó las tardes, hace ya más de medio siglo, en las que soñó vivir así con ella e incluso tener una descendencia juntos. El tiempo en su compañía había sido tranquilo, pensaba mucho en que necesitaban un lugar fijo para vivir, ella se lo merecía después de todo… aún conservaba en su interior destellos de humanidad y algunas sonrisas de la Kikyo de antaño, como la que le regalaba ahora, con el fin de saber si le agradaba la comida.
Gracias Kikyo… esta bueno…- fue lo que pudo responder simplemente, no tenía nada más para decir o compartir, estaba vacío.
Ella volvió a su semblante impersonal y comió solo un poco más, realmente este alimento no le servía de nada, lo único que satisfacía su apetito, eran las almas que recibía, pero intentaba parecer normal, inclusive cuando hacían el amor, si podía llamarle de ese modo a las relaciones que mantenían, intentaba que Inuyasha creyera que realmente lo sentía en su interior, no quería que se enterara que finalmente todo el líquido que él derramaba dentro de ella, salía de su cuerpo, como si dieras vuelta una vasija, para dejarla nuevamente vacía.
La siguiente mañana Kagome se levantó presurosa, sintiendo una fuerte energía rodeando al aldea, Shinishi ya no se encontraba en la cabaña, pero no le dio importancia, ya que él solía salir temprano hacía los gallineros para traer huevos frescos, para desayunar. Cuando salió se dirigió rápidamente hasta el templo en el que permanecía la perla y entró al lugar seguida de Miroku, quién se había reunido con ella, alertado también, lograron ver la joya levitando, en el sitio en el que siempre permanecía, conservaba aún su puro tono rosa, lo único que notó la sacerdotisa, fue un movimiento marcado y oscilante.
Debo ir a recorre – dijo decidida mientras que se aseguraba con mayor fuerza el arco y el carcaj con sus flechas.
¿Ira sola, ¿puedo acompañarla? – consultó el monje preocupado.
No Miroku, tu debes estar con tu esposa, ya sé cuidarme sola…- concluyó con una sonrisa, como las que estaba acostumbrada a entregar antes, cuando aún había alegría en su corazón.
El hombre hizo un gesto, comprendiendo que Kagome tenía razón, y orando para que ella volviera a salvo y que este presentimiento de peligro que tenía, no fuera más que una falsa alarma.
Permanecía aún recostado sobre la pared de la cabaña abrazando a colmillo de acero. Kikyo estaba con los ojos cerrados dentro del futón, no podía dormir, estaba con sus sentidos atentos a cualquier cosa, permaneció inquieto durante la noche, dormitando y cada tanto abría los ojos y observaba a la mujer recostada y aparentemente dormida. La mañana estaba fría y oscura, más de lo habitual, olfateo el aire y arrugó el ceño, algo lo alertó confundiéndolo, se puso de pie y salió del lugar, instantes después Kikyo se incorporó notando la extraña actitud de Inuyasha, pero cuando salió, este ya no estaba.
Esto es inevitable – dijo con voz serena y sin emoción, mientras volvía a ingresar a cubierto, como comprendiendo que el hanyou "inevitablemente" se escapaba de sus manos.
Corría por entre el bosque, demasiado alterado, aquel olor se volvía cada vez más pestilente y venía de muy cerca de la aldea en que se encontraba la perla de Shikkon, y bien sabía que los seres con poderes sobre naturales se sentían atraídos por la energía de ella y por ende, tendrían que enfrentarse a la sacerdotisa custodia.
Por favor… Kagome, ten cuidado – pidió al aire, como si este pudiera elevar su súplica de alguna manera hasta la mujer, no podía entender como pasó tanto tiempo con este nudo en su garganta imaginando los peligros que la muchacha estaba pasando, sabía que era fuerte, pero esta energía le resultaba desagradablemente conocida, pero no deseaba apresurarse en sus conjeturas.
El hanyou agudizó al vista, intentando visualizar a lo lejos a las figuras que estaban batallando, y de pronto un inquietante olor a sangre le golpeó el rostro, produciendo en él un frío superior al de la nieve a su alrededor y sus músculos se tensaron, apresurando la velocidad de la carrera, suplicando entre dientes, pro que la mujer que lo preocupaba se encontrara bien, pero en cuanto salió de entre los árboles la vio, Kagome estaba arrodillada y desarmada, cubriéndose de forma bastante precaria con un escudo de energía de un ser demasiado poderoso, incluso para ella, con lo fuerte que se había vuelto. Pudo notar que el olor a sangre, efectivamente provenía de ella, ya que la manga izquierda de la yukata, estaba desgarrada y cubierta de rojo.
No lo pensó demasiado, a pesar de saber que se pondría en evidencia frente a Kagome, quien difícilmente podría comprender, si lo daba por muerto, pero debía rescatarla, no iba a dejar que ese engendro la dañara más.
¡Sankon tessou! – exclamó ante la mirada asombrada de la mujer, que reconoció el ataque de forma inmediata y por supuesto la voz.
El embate solo logró desgarrar parte de lo que debía se la espalda de la extraña criatura, que de un fulgurante tono rojizo y una ira avasalladora, llameaba por los ojos, que al fijarlos ene. Hanyou, parecieron reconocerlo, pero eso era imposible, él jamás había visto a semejante monstruo. Sacó a colmillo de acero y se interpuso entre la muchacha y al imponente presencia, fue entonces que a pesar de su errado convencimiento de dos años, Kagome no tuvo dudas, era Inuyasha, y su poderío era inconfundible, la energía que emanaba de él al momento de enfrentar un peligro era distintivo, su figura soberbia, todo.
¡Kaze no kizu¡ - se escucho, clamar casi en un gruñido, para ver como la criatura se despedazaba, para luego desvanecerse.
Se quedó de pie, dando la espalda a Kagome, incapaz de mirarla a los ojos, con colmillo de acero apoyado aún sobre la nieve, ella permanecía de rodillas sobre la nieve, sin quitar la mirada de la roja figura que tenía en frente, sintiendo en el pecho un extraño matiz, entre ira y una frenética alegría.
Inuyasha se giró un poco hacia su derecha, mientras que guardaba su espada dentro de la vaina, permitiendo que Kagome divisara un poco mejor el perfil de su rostro, sentía como si en corazón se le fuera a escapar, mientras se inclinaba para recoger el arco y el carcaj de la muchacha, entonces ella logro ver los rasgos, algo endurecidos del semblante del hanyou, que una vez que se volvió a incorporar, esta vez con las armas de ella en sus manos. Se tardó unos instantes, antes de voltear hacia Kagome, momentos que se le hicieron simplemente eternos, sentía los fuertes latidos dentro de su pecho, no había enfrentado aquellos ojos castaños desde hacía más de dos años, pero sin esperarlo, el momento había llegado.
La muchacha pro su parte, sostenía su brazo herido, dejando que la nieve se manchara con numerosas gotas de sangre, el corazón desbocado y llena de preguntas, sintió que las lagrimas se agolpaban en sus ojos, pero los cerró con rapidez, ahuyentándolas y entonces finalmente, él se giró, enfocando aquella mirada dorada directo en la herida y en la mancha sobre la nieve que comenzaba a extenderse.
Debemos curarte esa herida – dijo con total normalidad, mientras que se arrodillaba frente a ella, tomando el brazo lastimado, oyendo un quejido suave emitido desde los labios de Kagome, quien luego se mordió la boca, para evitar que algún otro sonido de dolor saliera de ella. Inuyasha la miró en forma refleja ante el lamento, y por unos segundos se detuvo en la mirada nostálgica de la joven, observando como ocultaba incontables lágrimas.
Quería estrecharla en el abrazo más férreo que podía hallar en su interior, pero le temía demasiado al rechazo, miró rápidamente las prendas de la joven, buscando algo que le sirviera para vendarla, pero como no encontró nada, rasgó una de las mangas de su haori, ante la sorpresa de ella, pero antes de cubrir la herida, la analizó y luego comenzó a lamerla, para limpiarla, era lo que él hacía de niño con sus propias heridas, no podía negar que el contacto le pareció muy íntimo, sin embargo necesario, pero tal vez podría haberla llevado a alguna vertiente y limpiar con aquella agua, pero lo cierto es que prefería beberse su sangre. Vendó con delicadeza, pero con precisión y en absoluto silencio ambos, sin saber si tener al otro en frente, era sueño o realidad.
Inuyasha se puso de pie, no sabía que hacer, deseaba darle a Kagome cientos de explicaciones, decirle que no dejó de pensar en ella ni un solo día, que haberla visto, era lo que lo alentaba a seguir,…pero no pudo y se dispuso a partir.
No puedes irte… tienes mucho que explicarme – sentenció Kagome con el semblante rígido - ¡te creí muerto ¡…
El abrió la boca, así se sentía, muerto sin ella, pero ninguna palabra salió, ¿qué podía decir, me escondí de ti, para que no sufrieras, hasta a él le sonaba sin sentido, pero era la verdad, se había ocultado, para que ella no sufriera más sabiéndolo con otra … mejor muerto, pensó, pero Kagome no se conformaba solo con el silencio.
¡te creí en el infierno con… ella! – se veía tan hermosa así de furibunda como se encontraba, que no escuchaba si quiera sus reclamos, ni el tono desafiante que usaba, levantó con lentitud la mano, dirigiéndola al rostro de la mujer encendido por el calor de su molestia, solo deseaba rozarla, solo un poco… y llevarse esa sensación en la piel.
Kagome de pronto se silencio los reclamos se ahogaron en su garganta cuando comprendió que Inuyasha ni siquiera la estaba escuchando, un brillo tan suave en sus dorados ojos, que contrarrestaba con su rostro endurecido, la perturbó por un instante, comenzó a levantar su propia mano, para ir al encuentro de la de él, la ternura en la mirada del hanyou, logro tocar las puertas de su corazón, endurecido por la soledad. tomó la mano antes de que él lograra rozar su mejilla deteniendo el avance, Inuyasha sintió que su mayor temor estaba haciéndose realidad, ella lo estaba rechazando, pero entonces Kagome encerró con su otra mano la de él, que aún mantenía tomada.
Debes explicarme…- le dijo esta vez sin subir el tono de su voz.
Kagome…yo…- que reconfortante se sentía decir su nombre sabiendo que ella estaba ahí, ya no era el viento, quien se llevaba sus palabras.
No ahora, ellos ya vienen…- indicó ella, refiriéndose a las presencias que ahora también él lograba percibir, eran algunos aldeanos y ese humano maldito que ahora vivía con ella -…esta noche en la cueva…- dijo sin dejar de mirar sus ojos dorados, para luego soltar sus manos y tomar su arco.
Inuyasha asintió sin moverse y entonces ella lo volvió a mirar
Ahora vete, es mejor que no te vean
"Es mejor que no te vean, "es mejor que él no te vea", pensó y tensó la mandíbula perdiéndose sin más por entre los árboles.
En cuanto llegó Shinishi, tomó a Kagome por los hombros y comenzó a revisarla notando de inmediato la herida que esta tenía en su brazo, encontrándose con un vendaje imposible de efectuar con una sola mano.
Estas herida… y curada…- dijo el hombre con la voz algo perdida en sus interrogantes, pero la muchacha lo detuvo, antes de que alcanzara a decir algo más.
Un aldeano, se me acercó y me ayudo – sonrió de forma leve al decir aquello, ella no acostumbraba a mentir – estoy agotada y aún debo purificar la perla – concluyó, sorprendiéndose enormemente al verse atrapada en un abrazo ansioso y demasiado cercano, para el gusto del hanyou que observaba oculto.
No debí dejarte sola – dijo Shinishi, con el rostro hundido en el oscuro cabello de la joven – yo debí protegerte – para entonces Inuyasha mantenía los puños apretados, ¿quién era ese humano endemoniado?... él era el único indicado para proteger a Kagome… y sentía la ira correr por sus venas de un modo increíble, ese era el hombre que se llevaría a la mujer hasta su cabaña, de seguro volvería a curar su herida y tal vez compartirían el lecho… pero entonces, ante aquellos nocivos pensamientos, vino a su mente la imagen de Kikyo, y gruñó, comprendiendo que no tenía derecho.
La vio alejarse a paso lento junto a el hombre, sentía como se le oprimía el pecho al comprobar que el paso que llevaban se asemejaba mucho al de un esposo y su mujer, y entonces experimentó la frustración, el dolor de saber que esa escena debía de protagonizarla él, el dolor de saber que el único responsable de que Kagome tuviera ahora una nueva compañía, era él mismo, frunció el ceño, con los ojos entristecidos
¿Tal vez no deba ir esta noche? – se dijo entonces, casi en un susurro, pero entonces la joven giró su rostro con lentitud, fijando sus ojos directo en los de él, casi como si pudiera verlo entre las sombras y una calidez que no había sentido, más que rememorando sus momentos junto a ella, lo embargó, aquellos ojos castaños y nostálgicos le estaban transmitiendo un sin fin de sensaciones…
"No hizo falta nada más
Fue tan suficiente verlo en tu mirada
Clara como cristal
Me enseñaste a ver la luz
Cuando dentro de mi alma se apagaban
Mis ganas de continuar
Como si me conocieras de otra vida
Vas antecediendo todos mis instintos
Sin medida
Nadie más que tú,
Sabe adivinar a dónde voy
Nadie pude descubrir
Lo que yo realmente soy
Nadie más que tú,
Haz sembrado paz en mi interior
Hizo renacer mi fe
Para ver más allá del sol"
Se quedó en el mismo lugar, por un largo tiempo, luego que la figura de Kagome desapareciera, así como su aroma, quería mantener ese sentimiento tan real e intenso que tuvo, ante la simple mirada de ella, no quería perder esa sensación de ser intensamente amado, si salía de aquel lugar ahora, rompería el estado de ensoñación al que estaba aferrado y finalmente comprendería que solo fue su imaginación.
Continuara…
Espero que este capítulo les agrade y dejen sus mensajitos, que me alimentan
Besitos
Anyara
