Capítulo VIII

Ahora Quién

Kagome, arrodillada frente al altar del pequeño templo que resguardaba la legendaria, Perla de Shikkon, algunas antorchas encendidas, incienso, para ayudar a purificar, en un silencio abrumador, se le escuchaba levemente murmurar algunas palabras, de entre sus manos unidas, se vislumbraba una pequeña luz de color rosa, filtrándose a través de sus dedos… Cada vez que purificaba la joya, solicitaba ayuda a Kami, para tomar la decisión correcta el día en que tuviera que utilizarse, sabía perfectamente que se encontraba atada al destino de la pequeña esfera, mientras esta estuviera en sus manos, ella no sería del todo libre… pensaba constantemente en su familia, en lo mucho que debieron de preocuparse por ella cuando ya no regresó… por otro lado estaba la inquietante presencia de InuYasha, nuevamente en su vida… ¿nuevamente?... lo cierto es que jamás se había ido, pero el creerlo muerto, ayudaba a adormecer el recuerdo, al menos durante el día, aún tenía en su oído la voz del hanyou que le hablaba con molestia, no pudo evitar sonreírse al recordar los celos que sentía en él… al terminó la oración, dirigiéndose hasta el altar, deposito la perla en su acolchado lugar y tras hacer una reverencia, se dispuso a salir.

En ese mismo momento, una roja figura se deslizaba con maestría, por entre los árboles de aquel frondoso bosque, dejando sus marcas, con los pies descalzos sobre la nieve acumulada, el cabello plateado, apenas visible dado la velocidad que llevaba.

-Maldito engendro, no te escaparás…- mascullaba, casi en un gruñido, el rostro comprimido por la intranquilidad, los ojos dorados fijos en un punto ante él, que lo aventajaba varios metros, con una ligereza considerable.

Kagome se giró aún dentro del templo, alertando sus sentidos al percibir una nueva presencia, que irradiaba, la misma esencia del ser que enfrentara InuYasha días antes, la esencia de Naraku… tomó su carcaj y su arco desde un lugar en el piso, y abrió la puerta del templó de par en par, sacó una de las flechas y la tenso en el arco, con la espalda rígida y la posición de una valquiria que impresionaba, por la seguridad que irradiaba y la mirada certera en su presa… un demonio de al menos tres metros de altura, con la apariencia de una pantera, negra como la noche, sigilosa y rápida, con músculos exagerados y por lo que logró divisar, ojos muy rojos, se acercaba a una velocidad impresionante.

-Ahh…- se le escuchó soltar el aire, al momento en que la flecha se disparó con maestría y llenando el aire que surcaba de una energía rosa intenso, que se igualaba solo a la de una poderosa sacerdotisa, que vivió hace cincuenta años.

La saeta chocó contra lo que pareció un campo de energía que no logró ser atravesado, más si debilitado, la figura del demonio se movió con tal maña hacía ella, que tuvo apenas el tiempo de tensar una nueva flecha en el arco, sin siquiera apuntar, la lanzó con escaso poder espiritual, lo que solo alcanzó, por la corta distancia a herirlo, más no a purificarlo, tragó en secó cuando vio los rasgos del rostro del demonio, que pareció esbozar una sonrisa maléfica, pero demasiado humana. Cada vez que terminaba algún enfrentamiento con un nuevo ser que deseaba apoderarse de la joya, que con su poder los haría invencibles, pensaba en cuándo llegaría su hora, hacía mucho que no veía en su futuro una muerte tranquila con muchos años en el cuerpo y nietos a su alrededor, sentía que moriría joven, pero no se había enfrentado tan de cerca de la posibilidad de que fuera, ahora, hasta este momento, en que viendo los ojos rojos y fulgurantes de este ser, sintió…miedo…retuvo el aire esperando la estocada de las garras enormes que parecían resplandecer como acero, cubriéndose con su propia aura, sentía a si alrededor las voces ansiosa y asustadas de los aldeanos, que se mantenían a una distancia prudente, no era la primera vez que la veían luchar, pero en esta ocasión el poder de su contrincante era considerablemente mayor, concentró su energía en un campo que precariamente la podría proteger.

-Oh Kami...- cerró los ojos, sintiendo el sonido de la carne desgarrarse, un ruido limpio, y algo viscoso humedeció su rostro.

Abrió los ojos de inmediato ante la ráfaga que paso junto a ella, advirtiendo que su campo de energía no había sido suficiente para protegerla, pero ante su sorpresa, notó como la figura imponente del demonio que la atacaba, yacía dividida en dos partes a sus pies, y junto a ella, de espaldas al agresor, jadeaba InuYasha, con colmillo de acero entre sus manos y levemente inclinado ante la fuerza del golpe que acababa de asestar, su cabello afirmándose nuevamente a su espalda, y de pronto sus pupilas doradas, pegadas al borde de sus ojos, la miraron… Kagome sintió al corazón, que a pesar de lo acelerado que ya latía debido a la lucha, dio un vuelco dentro del pecho que llegó a doler. InuYasha se incorporó, girándose con rapidez, escrutando a su alrededor, con el seño fruncido y la mano sosteniendo firmemente su espada, separándose de ella, para dar un salto amplio hasta el inicio del bosque, ahí se quedó de pie, observando de forma sagaz, por entre las sombras, agudizando sus sentidos, buscando. Kagome sentía que desfallecería, las piernas se le aflojaban, peor al ver la actitud de alerta que mantenía InuYasha, comprendió que no todo había terminado, intento concentrarse en enfocar un posible peligro, pero no logró nada, todo estaba en calma, incluso los aldeanos, parecieron silenciarse al unísono, escuchó a Miroku que le habló desde la parte baja del templo, junto al cadáver apestoso, del ser que intentó agredirla.

-¿Se encuentra bien señorita Kagome?... – consultó algo inquieto.

-Sí…- respondió de forma escueta, fijando sus ojos, al igual que el monje, en la roja figura que aún se mantenía de espalda a ellos. Miroku sintió un ardor en el estómago… ¿cómo le explicaría esto a la sacerdotisa, y a Sango?... sobre todo a Sango…

InuYasha, envainó sin mucho convencimiento a colmillo de acero, aún observando con sigilo, se giró para enfocar los ojos asustados de Kagome, que se volteo e hizo un símbolo en el aire para sellar con energía el templo que conservaba la Perla d Shikkon, InuYasha se encaminó de vuelta hacía ella, escrutando con la mirada a escasa distancia, su cuerpo, buscando alguna señal de heridas o golpes.

-¿Estas bien?...- consultó, con la voz profunda y cargada, el seño aún arrugado, dando una expresión de fiereza, sentía que algo no andaba bien, su olfato había vuelto a detectar el despreciable hedor que expelía Naraku, gruñó débilmente, antes de recibir una respuesta por parte de Kagome.

-Sí, estoy bien…- respondió con una leve sonrisa, que le arrancó un suspiro aliviado al hanyou, que agradecía el haber llegado a tiempo, sabía que por muy fuerte que ella ahora fuera, seguía siendo una humana -… gracias…

-¿Segura?... – volvió a insistir, poniendo una mano sobre l brazo izquierdo de ella, apenas ejerciendo presión, preocupado y molesto, con muchas preguntas en su mente y con la intranquilidad de saber a Kagome en peligro.

-¿Acaso no la escuchaste?... dijo que estaba bien…- se escuchó la voz masculina hablar desde un lado, acercándose con rapidez.

-Shinishi…- susurró Kagome, observando los ojos marrones del hombre que parecían fulgurar de ira ante InuYasha, sin siquiera amedrentarse por la figura imponente del hanyou, que percibió el susurro en la voz de la mujer, sintiendo que la sangre se coagulaba dentro de sus venas...maldito humano… pensó.

-Ya déjala…- insistió el hombre, tomando a Kagome desde el otro brazo tirando un poco de ella, él la sostuvo con un poco más de fuerza, para evitar que se le arrebatará, en una actitud desafiante. Ella por su parte no aprobaba la conducta posesiva de Shinishi, aunque no debía de negar que desde que llegó solo habían había recibido atenciones por parte de él, incluso en algún momento le recordó a aquel muchacho con el que compartieron, Akitoki, y sabía bien que si lo permitía sería capaz de enfrentarse a InuYasha y no lo permitiría… ambos eran importantes para ella.

-InuYasha…- pidió con la voz, arrullando su nombre, intentando pedirle que no avanzara, él la observó, con una mirada confusa y dolida, de haber sido el InuYasha de antes, le habría reclamado por escoger, a ese hombre que la tomaba de forma tan posesiva… pero después de todo ese tal Shinishi, ¿era "su hombre" no?... tragó su orgullo y su molestia, apretó un poco el brazo de Kagome, y luego lo soltó dando media vuelta, sintiendo la derrota, en la piel, era una derrota sin golpes, pero tan amarga.

A quién vas a decirle ahora, te amo

Y luego en el silencio, le dará tu cuerpo

Lo vio partir, una extraña sensación la abordó, necesitaba decirle algo, ¿quizás agradecer nuevamente su intervención?... sentía que el corazón se le oprimía en el pecho, sentía en daño en el corazón de InuYasha, y aunque la razón le hablaba de abandono y falta, el alma le hablaba de amor… simplemente… tiró del brazo que Shinishi sostenía, y avanzó hacía la figura roja que comenzaba a internarse en el bosque.

Se sentía dolido, los celos le estaban carcomiendo, desde dentro el intestino y el pecho, ver la forma en que ese hombre tomaba el brazo de Kagome, le hizo hervir la sangre, y más aún, el modo en que ella había pedido por él, sabiendo que no era rival, para sí…gruñó dispuesto a tomar velocidad en medio del mismo sendero que tomara ara llegar a salvar la vida de la mujer que amaba, pero que aparentemente ya no sentía lo mismo, todos aquellos hermosos sentimientos que le confesara a través de sus besos en aquella noche que vivía en su recuerdo… como su pudiera palparla.

A quién le dejarás dormirse en tu espalda

Y luego en el silencio, le dirás te quiero

Detendrás su aliento sobre tu cara

Perderás su rumbo en tu mirada

Y se le olvidará la vida amándote

De pronto en suave, pero firme agarré le llamo la atención, se giró para ver de que se trataba, para encontrarse con los ojos castaños de Kagome, lo miraban con una calidez especial, que no le había visto en las últimas oportunidades que se encontraron, un fulgor concreto que recordaba en la mirada que habitaba sus recuerdos…

-Kagome…- nombró únicamente, esperando que ella hablara, sentía sobre ellos la mirada desafiante y atrevida del hombre con el que la sacerdotisa vivía.

-Bueno, yo… - titubeo, en realidad no sabía que decirle, aunque sí lo sabía perfectamente, solo que no lo podía decirlo, no, sabiendo que él se iba a los brazos de "ella" cada vez, cada noche en la que habían encontrado - … solo quiero que sepas que te lo agradezco… mucho…- se giró ara marcharse… pero su muñeca fue sostenida, tragó y enfocó sus ojos en los dorados.

Ahora quién si no soy yo

Me miro lloró en el espejo y me siento estúpido, ilógico

Y luego te imagino toda regalando el olor de tu piel

Tus besos, tu sonrisa eterna, y hasta el alma en un beso

En un beso va el alma, y en mi alma esta el beso que pudo ser…

-Esta noche… ¿podrías venir… esta noche?...- preguntó, temeroso, sabía que no había aparentemente, una razón poderosa, no una que lo pareciera, para pedir tal cosa. Se quedó ahí, con los ojos fijos en el rostro de ella, esperando la respuesta que sentía era más importante que el aire, para sobrevivir un día más…

-Mj.…- asintió, siendo todo lo que pudo decir, el corazón le latía con fuerza en la garganta, los dedos calidos de InuYasha cercando su muñeca y el rubor, pintando sus mejillas…

A quién le dejarás tu aroma en la cama

A quién le quedará el recuerdo mañana

A quién le pasarán las horas con calma

Y luego en el silencio, deseará tu cuerpo

Se detendrá el tiempo sobre su cara

Pasará mil horas en la ventana

Se le acabará la voz llamándote

Ahora quién…

Soltó el aire cuando la vio alejarse a los brazos del hombre que la protegía a pesar de todo, debía reconocer el apego que él sentía por Kagome…

-Kagome… -susurró al aire, antes de perderse en la inmensidad de esta bosque…

Continuará…

Lamento lo corto de este capítulo, pero mi neurona esta medio dormida, así que solo disfrútenlo y esperen que en unas horas les enviaré el siguiente…

Besitos

Siempre en amor…

Anyara