Capítulo XII
Intensamente Mía
Permaneció toda la noche orando frente al altar de la Perla, su arco junto a ella resguardando el lugar, no quería creer que InuYasha fuese capaz de atacarla por la joya, pero ciertamente también sabía lo decidido que era en sus disposiciones, lo había podido comprobar, cuando dos años atrás se fuera con Kikyo…
-Kikyo… - el nombre que le desgarraba la garganta, no se había detenido ni un minuto a pensar si realmente era correcto entregarle la perla, ¿después de todo no fue ella custodia también?... no quería pensar en que sus celos la estaban cegando, el deseo que la esfera de un color rosa tan intenso que ahora descansaba oscilante sobre su almohadilla, podía conceder, debía ser algo que beneficiara a muchas personas, no solo a una, no solo a Kikyo.
Apoyó las manos sobre el tatami, y se encobó, finalmente estaba dejando que sus emociones fluyeran sin nadie que la viera, quizás libremente por algunos momentos, sentía la angustia dentro de su corazón, la amarga sensación de las últimas palabras de InuYasha… ¿acaso estaban destinados a cometer los mismos errores?... ¿después de todo no era ella la reencarnación de Kikyo?...
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Entró en la cabaña, y Kikyo permanecía sobre el futón, cepillaba con cuidado su cabello apoyado en el lado derecho de su cuello, cuando lo deslizó hacía atrás, pudo ver que la tenue luz continuaba fluyendo de la herida bajo la yukata.
-Pensé que no regresarías hasta mañana – comentó sin gran interés al parecer, pero su ojos se enfocaron con insistencia en el rosario que portaba al cuello – veo que ella le quitó el hechizo a tu collar… ¿o me equivoco?...
-No, no te equivocas…- sintió un fuerte golpe en su estómago al recordar el rostro alegre de Kagome al desearle feliz navidad, tocó una de las esferas amoratadas y se sonrió levemente – fue un regalo de navidad.
-¿De qué?...- preguntó algo despectiva, sin saber de que hablaba InuYasha, seguro alguna de las extrañas costumbres que la muchachita traía desde su época.
-No importa… ¿haz estado mejor?...- consultó, cambiando el tema, mientras que avanzaba hasta su rincón, sacando a colmillo de acero de su cintura, para abrazarse a él.
-Creo que descansar me ka mantenido algo mejor…- respondió, girando su rostro hasta InuYasha – no te ha dado la perla ¿verdad?...- aseguró.
-No… - fue toda le respuesta que recibió, viendo como apoyaba las manos tras su cabeza y cerraba los ojos, casi como si estuviese ignorándola.
-Lo sabía, ella no iba a cederte la pe3rla, para que yo continuara con vida, después de todo ella te quiere a ti…- sintió el golpe seco de la espada contra la madera del piso, que pareció extenderse por la habitación tocando las paredes.
-Kagome debe tener sus razones…- exclamó molesto, botando el aire de forma violenta por la nariz, los ojos dorados fijos e intensos sobre los marrones de Kikyo, que no pudo evitar sentir cierto temor ante la poderío del hanyou, pero de todos modos lo desafió, era algo natural en ella, no podía evitarlo.
-Veo que quizás no sea solo ella la que desea mi muerte… - dijo, mientras que tomaba un nuevo mechón de cabello, para cepilla.
InuYasha se puso de pie, demasiado molesto, había terminado echando por la borda, todo lo que había conseguido con Kagome, por intentar salvarla y Kikyo continuaba con su postura de victima de la vida, eso había aprendido a notarlo con el paso del tiempo junto a ella, quizás en parte fue lo que lo ayudo a comprender que no tenía ninguna promesa que cumplir, que ella no había muerto por su causa ni su amor, ella murió por que las circunstancias que los rodearon fueron de ese modo, y quizás incluso fue necesario.
-Por lo visto será mejor el frío natural de la noche…- dijo InuYasha dirigiéndose hacía la puerta – que el que desprendes tú.
Kikyo se quedó en silencio, viendo como al roja figura del hombre que decía amar salía bajo la estera de la puerta, sus palabras se le adosaban al lo que podía llamar corazón, y tuvo que arrugar el ceño, para no dejar que una lagrima se le escapase, ciertamente no estaba segura de poder llorar, solo sentía deseos de ello, sabía perfectamente que estaba siendo injusta con él, pero aún sentía que su vida le había sido arrebatada, solo por amarle y no era justo que solo ella pagara… pero InuYasha tampoco… pero se le oprimía el corazón al imaginarlo junto a esa chiquilla que por lo visto se había convertido ya en toda una mujer, cuidando muy bien de la Perla de Shikkon.
-Pronto te liberaré…- susurró, mientras que el trabajo en su cabello estaba concluido.
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Días habían pasado ya desde el ingrato desenlace de la noche de navidad, el frío parecía ir cediendo poco a poco, la nieve aún permanecía, pero las ventiscas se hacían presentes cada vez con menos regularidad, los bebés de Sango ya estaban próximos a nacer y al menos eso parecía una muy buena noticia. Kagome había comenzado a vivir sola en su cabaña, Shinishi había vuelto luego de un par de días, y entregando unas escuetas disculpas tomo sus cosas y se traslado a otra cabaña, un lugar que compartían algunos hombres solteros y en donde no ocasionaría mayores dificultades, claro que con el paso de los días fue poco a poco, acercándose más a Kagome, trayendo algún buen guisado para el almuerzo y al ver que la sacerdotisa había dejado sus extensas salidas nocturnas, parecía haber vuelto a convertirse en el joven gentil que era.
Un nuevo amanecer había llegado y ella no deseaba salir de su futón, estaba tan cansada ya de todo, no podía olvidar los besos y la forma tan posesiva y maravillosa con que InuYasha se apoderaba de su cintura, la infinidad de deseos que despertaba en ella, y sus palabras "solo quiero permanecer a tu lado Kagome…", ni siquiera tuvo que decirle que la amaba y ella ya se sentía infinitamente querida, pero de forma inevitable llegaban a su recuerdo las últimas frases que le dedicó…"Cuida de la Perla Kagome… por qué no dejaré que Kikyo muera"… ¿tan grande era su amor por Kikyo?... no podía evitarlo, sentía lástima de sí por ello.
Sintió una conocida energía acerarse rápidamente hasta la cabaña en la que descansaba, apenas tuvo tiempo de sentarse en su futón, cuando la estera de la puerta había sido movida, dando paso a la figura que menos esperaba ver.
-InuYasha…- susurró, con sorpresa, observando como él permanecía de pie imponente en la entrada de su hogar, con la mirada endurecida, olfateando el aire, lo que lo obligó a hacer un respingo. Pero no podía negar que oír su nombre salido con sorpresa desde los labios de ella, le encantaba, más aún cuando podía escuchar lo fuerte que latía su corazón.
-Lamento despertarte…- dijo con veracidad, relajando un poco el rostro al notar que no había nadie más en el lugar – pero necesitamos hablar…
Sintió que el pecho se le oprimía, cuando vio que Kagome extendía la mano intentando alcanzar su arco, estaba buscando defenderse de él, tragó sabiendo que las últimas palabras que le dejo caer eran las causantes de su desconfianza… "desconfianza"… como le dolía el solo pensar en que eso era lo que estaba provocando en ella.
-Dime…- pidió, mientras se ponía de pie siempre a la defensiva, sin quitar su mirada de InuYasha. La observaba, ahí a tan escasa distancia de él, cubierta solo con esa prenda que marcaba tan perfectamente la femenina figura bajo ella.
-No quiero enfrentarme a ti Kagome…- respondió fijando los ojos en el piso, ocultándolos entre su cabello -… pero necesito la…- suspiró - bueno Kikyo ha empeorado y la verdad estoy aquí pidiendo tu clemencia para con ella – sentía que un nudo se formaba en su estomago, no estaba acostumbrado a suplicar, pero no sabía que más hacer, por un lado estaba la mujer que había amado y que se encontraba solitaria y desvalida, muriendo simplemente, y por otra la que amaba con toda su alma, y que se negaba a ayudarle y contra la que no quería ir.
-InuYasha...- suspiró, pesadamente- … no puedo entregarte la perla… - negó intentado mantener su entereza, el verlo ahí pidiendo por Kikyo le rompía el corazón, de dos formas diferentes, no quería que él sufriera, pero le dolía que fuera por la mujer que no dejaba de ser un grillete en su propio pie.
-¡Demonios Kagome!…- gruñó molesto, dando un golpe al borde de la puerta, lo que hizo sobresaltar a la joven, luego la miró y sus intensos ojos dorados se clavaron en las pupilas de ella, lo vio avanzar y tomarla por el brazo que sostenía el arco, ¿por qué no había reaccionado?... se preguntaba…ya le había dado días para pensarlo.
-Por favor InuYasha…- pidió… con los ojos cristalizándose poco a poco, aspiro para evitar que las lágrimas fluyesen.
-Trato de razonar contigo y no quieres entender… - masculló muy cerca de su rostro, enseñando sus colmillos pareciendo realmente fiero, Kagome no pudo evitar sentir temor, su voz sonaba tan profunda que parecía hacerle vibrar el corazón, en la nota más alta de la escala musical.
-Lo lamento mucho por ella… - dijo, con un cierto dejo de real tristeza, la que no sintió cuando se enteró de la situación de Kikyo, quizás los días de reflexión habían tocado alguna fibra en su corazón, y también comprendía el apego que InuYasha le tenía y aquello, aunque no deseara, la dañaba – y por el dolor que a ti te causa perderla…
Esas palabras le parecieron aguijones lanzados, directo a su pecho, intentando calar en el, desde la boca de Kagome, la misma boca de la que ambicionaba tanto beber, exhaló profundamente, con una mezcla de molestia y desasosiego, la empujó contra una de las paredes, aún sosteniendo con fuerza esta vez ambos brazos, obligándola a soltar el arco, estrellándola con un grado menor de energía, el que de todos modos le arrancó un quejido. La oprimió con su cuerpo, y ya se le olvidó el enfado que lo había llevado a una acción tan violenta. Se inclinó sobre su rostro, dejando unos escasos centímetros entre sus labios, dejando que Kagome, que ya respiraba bastante agitada debido a la acción del hanyou y ahora a su presión, sintiera el aliento exaltado de él entrar en su boca, los ojos dorados entre abiertos apenas fijos en la cavidad húmeda, que le clamaba ser besada.
-¿Por qué eres tan malditamente terca?… Kagome… - su voz sonaba ronca, profunda, excitada, una ligera sonrisa, sensual y segura se formaba en sus labios, el agarre en sus brazos se iba aflojando, descendiendo por ellos en una caricia que buscaba atrapar ahora sus manos, mientras que las caderas la capturaban más.
-InuYasha…- susurró en un quejido casi placentero, intentaba no sentirlo, pero por Kami, sus palabras y movimientos la estaban aturdiendo, incapacitando a su razón emerger, del mar de deseo que se estaba encendiendo en ella… pero no debía…
-Tanto que me desesperas… y me apasionas también…- comenzaba a dejar cada vez menos espacio entre ellos, apenas rozando sus labios con los de Kagome, respirando con dificultad, deseando olvidar el lugar y las circunstancias, creando una ansiedad avasallante en ambos- me atas a tu voluntad… rompes mis barreras…
-No… por favor… - pedía con tan poca seguridad que lo único que lograba en InuYasha, era mayor confianza en sus movimientos, viéndola cerrar los ojos, y contener el aliento para no terminar de delatar la excitación que ella también sentía -… yo no debo…- susurró.
-Yo tampoco…- dijo, enlazando sus dedos en las manos de Kagome que respondió el enlace, apretándolo.
Los labios masculinos tomaron el femenino, apenas aprisionándolo, como si deseara saborearlo poco a poco, permitiendo aún oír las suplicas de Kagome, que ya se hacían inteligibles, incapaz de rehusarse a un deseo por mucho oculto, apenas con un ápice de sentido común.
-Déjame…- alcanzó a penas a murmurar, cuando el hanyou liberó su boca por un segundo, para comenzar una caricia más profunda, pero antes de que la efectuase, lo escuchó gruñir dolorosamente y arquear su espada en contra de ella.
-¡¿No la escuchaste!… ¡suéltala maldita bestia!…- exclamó a tono pulmón Shinishi, que para entonces sostenía un grueso madero en sus manos, con el que había golpeado la espalda de InuYasha.
-Tú… humano…- la voz del hanyou sonaba como si fuera un profundo bufido, soltando las manos de Kagome, para girarse a enfrentar a su atacante, el cabello plateado se movió con rapidez, alcanzando a rozar el rostro de ella ocultándola incluso tras su cuerpo, protegiéndola instintivamente.
Kagome abrió con espanto los ojos al notar en las manos de Shinishi lo que perfectamente podía ser un arma letal, notó como estaba dispuesto a lanzarse nuevamente contra InuYasha, e intentó detenerlo, llevó sus manos hasta su boca, con horror, esto era algo que no deseaba, no quería verlos pelear, pero el hanyou fue más fuerte y lo vio sostener el madero en el aire con su mano izquierda, arrancándolo de las manos de Shinishi, para arrojarlo a algún rincón, luego con la rapidez que lo caracterizaba tomó al hombre desde el cuello de su yukata, y lo elevó algunos centímetros del piso, afiló las garras en su otra mano y cuando se disponía a dejarlas caer, sintió que era detenido.
-No lo hagas…- enfocó los ojos llorosos de la mujer, que lo sostenía con ambas manos desde la manga de su haori.
-¡¿Por qué lo defiendes Kagome!...- le gritó exaltado, con un tono tan alto, que creyó que sus oídos colapsarían, ¿pero qué podía hacer?... no quería ver a nadie morir, los ojos dorados destellaban de furia y ella lo único que lograba era hacer un movimiento negativo.
-Solo no lo hagas…- volvió a pedir, apretando aún más sus manos, dejando que sus uñas se blanquearan alrededor de la fuerza que intentaba emplear, sabía que si él lo deseaba, ella con su escasa energía no podría detenerlo… solo suplicaba por no ver sangre derramarse… no…
InuYasha cerró los ojos, apretando los parpados, mientras inhalaba profundamente intentando que su ira no lo ahogara, la suplica en la mirada de Kagome le dolía, pero más aún le dolería dañarla, se giró y arrojó unos pasos a Shinishi, que se incorporó rápidamente, y le regaló una maquiavélica mirada de victoria, con el rostro sudoroso arreglando con algo de dificultad su yukata.
-Hm.… como verás, ella ya escogió… - dijo con sorna, como si no le importara continuar enfrentando al hanyou. Kagome arrugó el ceño al notar un leve destello rojizo en los ojos marrones de Shinishi.
-No me provoques humano…- respondió aún con la cólera rasgando su garganta – la próxima vez, ni Kagome podrá detenerme… y te juró que acabaré contigo… - movió su brazo, con cierta rudeza, lo que Kagome inmediatamente comprendió soltándolo, para verlo salir, arrojando la estera de la puerta a punto de arrancarla.
Se dejó caer sobre sus rodillas, y escondió su rostro entre sus manos, harta de todo esto, hasta cuando se sentiría atrapada en el medio de, simplemente todo, sintiendo como si la vida de cada uno de quienes la rodeaban dependiera de su propia entereza… ¿y quién vivía la vida por ella?... sólo tenía dieciocho años… solo dieciocho y se sentía de cuarenta…
Shinishi la vio llorar, y sus ojos endurecidos se ablandaron, no le gustaba ver el sufrimiento de su sacerdotisa, pero él no podía permitir que el hanyou se la arrebatara nuevamente, eso no…
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Se encontraba sentado en la rama de un árbol, como muchas otras veces lo hacía, el atardecer comenzaba a caer y esta noche de seguro tampoco dormiría bien, ya desde que Kagome defendiera a ese humano, no había podido dejar de escuchar sus palabras …"como verás, ella ya escogió"… al parecer así era, pero aún le quemaba en los labios el aliento deseoso y exaltado de ella, y su olfato no lo podía engañar, ella lo estaba deseando, del modo en que él lo hacía… el aroma de una hembra reclamando posesión…
-InuYasha… baja, ven a cenar…- dijo Kikyo desde la puerta de la cabaña, que sin esperarlo se había convertido en su hogar.
La observó ingresar, este era uno de esos días en los que estaba en relativa actividad, parecía como si nada malo le sucediera, se mantenía así un tiempo, e incluso tenía energía suficiente para ir con los aldeanos y ayudarles, él le pedía que dejara eso, que conservara las energías, que no las gastara, pero Kikyo insistía, le costaba un poco comprender su obsesión por aquello, incluso Kagome podía hacerse cargo de los enfermos de este lugar, lo sabía, pero la mujer no lo permitía, decía que le era necesario ayudar, con el paso del tiempo lo fue comprendiendo, ella utilizaba el ayudar a los demás como un medio de redención, sentía que pagaba de algún modo el retener las almas que no lograban ascender junto a Kami… suspiraba cuando pensaba en lo miserable que resultaba esta vida para Kikyo, aún no se resignaba a pensar que ella moría un poco cada día y él no podía ayudarla, no perdía la esperanza en que Kagome finalmente cediera, si ella volvía a ser humana, quizás tendría una posibilidad de ser feliz, de ya dejar de vagar y en ese momento él se sentiría libre de su promesa, pero luego de aquel incidente no se sentía con la energía suficiente para volver a enfrentara la sacerdotisa custodia, al menos aún no…
Sus orejas se alertaron como su se trataran de un radar, escuchó a la lejanía un estruendo, comenzó a trepar el árbol llegando a tener una buena vista por sobre las copas más bajas, agudizó la vista y pudo ver llamas, y por la ubicación de estas reconoció de inmediato el lugar desde el que provenían.
-Kagome…- nombró inquieto, y sin pensarlo demasiado se impulso, para saltar entre las ramas del bosque y llegar junto a ella lo antes posible.
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Los bebés de Sango habían nacido, para los padres había sido una maravillosa sorpresa en encontrarse con dos hermosas niñas,… ¿los nombres?... pues aún no lograban ponérselos, ya que toda posibilidad que entregaba el padre, era una segura ex novia según la madre y comenzaba el conflicto, pro lo que Kagome decidió mantenerse al margen, no eran posprimeros bebés que ayudaba a nacer, pro ciertamente eran los que más alegría le brindaban, una que estaba necesitando luego de los acontecimientos que había pasado. Hacía muy poco que había terminado de purificar la perla, las cosas habían estado en relativa calma, ni siquiera había tenido que enfrentarse contra criaturas por la obtención de la perla, lo que llamaba profundamente su atención.
De pronto, sintió tras ella, un estruendo tan poderoso, que la obligó a cubrir sus oídos con las manos, se giró y observó con horror, como cuatro surcos llameantes se extendían desde el bosque hasta el templo que conservaba la Perla de Shikkon, corrió hacía ellas, recordando que al pasar apenas unos instantes antes había algunos niños de la aldea jugando en ese lugar, observó a su alrededor y vio a algunas personas con heridas no menos graves, pero no mortales, una madre había sufrido quemaduras en sus piernas al coger a su hijo en los brazos y escapar del ataque, siguió con los ojos castaños incrédulos el rastro de los surcos, que se ahondaban varios metros en el bosque, mostrando su origen, reconocía la energía, y por un momento sintió que su corazón dejaba de latir, sus oídos se cerraban al sonido e incluso llegó a pensar en que no respiraba…¿InuYasha?... fue la pregunta en su mente, lo sabía, este era un ataque de colmillo de acero, lo había visto tantas veces que no podía estar equivocada, contuvo las lagrimas, no era momento de llorar, pidió a algunos aldeanos que ayudaran a los heridos y protegida por su aura, entro en el templo en llamas observando sobre su altar, la joya aún levitando protegida por un sello que se había esmerado mucho en preparar, notando que cumplió con su labor. Tomó la Perla y la introdujo entre sus ropas, el arco firme en su mano, y la mirada decidida.
-No puedes haber sido tú…- repetía al aire, avanzando lo más rápido que sus pies le permitían, corriendo todo lo que con estas incomodas vestimentas podía, incapaz de creer aún lo que sus ojos le habían mostrado, una ataque limpio de colmillo de acero… no podía creer que InuYasha los hubiese atacado, al menos sus palabras dijeron otra cosa la última vez que lo vio… ¿y si alguien más se apoderó de la espada?... no podía seguir conjeturando, por el momento al parecer el único culpable era el hanyou.
Se detuvo, agitada en un claro, ante ella estaba la cueva a la que había estado acudiendo a sus citas con InuYasha, no supo por qué, pero sintió que este era el lugar para encontrarlo, podía sentir su presencia acercarse, sacó una flecha del carcaj, no estaba segura de lo que debía hacer… su misión era proteger la perla, de quien fuera, incluso del hombre que amaba… sentía como temblaba el arma entre sus manos… no podría jamás dispararle… pero al menos debía advertirle…
El hanyou sintió cada vez más cercano el aroma de la sacerdotisa, podía al menos notar que no estaba herida, no olía a sangre al menos cerca de ella, bajo de los árboles, para llegar finalmente a ella, notando cuando pudo divisarla, que en sus manos estaba su arco, apuntando hacia el piso, se detuvo a varios metros de ella, y su rostro se comprimió… ¿qué estaba pasando?...
-¿Kagome?...- quiso preguntar, no entendía el semblante de ella estaba tenso, demasiado y su mirada endurecida.
-¿Quieres la perla?...- preguntó, finalmente enfrentándolo, sin detenerse en la interrogante que InuYasha hizo, lo único que tenía claro era que debía advertirle.
-Sí… la quiero…- respondió algo confuso,… ¿a qué venía esa pregunta?...
-Pues entiende de una buena vez, que no te la daré…- indicó, tensando finalmente la flecha apuntando hacía el hombre que amaba, el hombre que se había convertido por azares del destino en su íntimo enemigo.
-¿Qué sucede Kagome?...- preguntó adelantándose algunos pasos, abriendo enormemente los ojos cuando sintió el silbido de una flecha pasar junto a su cabeza e incrustarse en el tronco de un árbol.
-Te lo advierto…- aseveró, intentando parecer lo más segura posible, tensando una nueva flecha.
Lo escuchó gruñir y abalanzarse contra ella… ¿es que no comprendía la amenaza?... liberó la siguiente saeta, procurando no darle, pero si asustarlo. InuYasha solo logró ver unas cuantas hebras de su cabello plateado volar al toque de la ballesta que Kagome lanzara, se impresionó, pero también pudo notar que si ella deseara finalmente matarlo, ya lo habría hecho.
Colgado de tu melena,
Atado a ti por cadenas
A ti, a ti. Maldito deseo,
No supo como había llegado hasta ella, impidiéndole tensar una tercera flecha, la mantenía tomada por el cabello, oprimiendo el agarré, obligándola a mirarlo, la otra mano sostenía la que llevaba la saeta, y la retenía pegada a su espalda, asiéndola contra el cuerpo masculino, una mirada profunda e intensa que le costaba demasiado definir.
Kagome intentaba luchar, sin demasiado éxito, la forma tan precisa en que la había enlazado la inmovilizaba, y sentía que la furia se le subía a las orejas, ni siquiera servía para amenazarlo.
-Maldita seas Kagome… - le dijo, intentado parecer molesto, pero ciertamente no podía, el verla ahí luchando enrojecida, por la ira que le producía es sentirse atrapada lo divertía incluso -… eres una endemoniada… - le sonrió levemente, de ese modo arrogante y autentico que poseía, lo que logró, trasladar el momento, más a una lucha de orgullos que de otra cosas.
-¿Mira quien lo dice?… el medio demonio…- intentaba exaltarlo, si no podía ganarle de una forma, lo haría de otra, pero el continuaba riendo.
La miró y vio el destello del reto en sus ojos castaños, quizás nunca llegaría a entender que era lo que esta mujer tenía, pero lograba poner sus sentidos de cabeza, la quería suya… dejó que sus ojos bajaran a sus labios, temblorosos de rabia, esos labios con los que llegaba a soñar.
Mi voluntad envenenas,
Llenas de ti mi existencia de ti por ti
No puedo creerlo,
No puedo creerlo no
La besó, o al menos es lo que intentó, pies sintió como dos pequeñas incisiones se formaban en su labio inferior, y a pesar del dolor tenue que le podía causar, se sonrió, aún mirando sus ojos desafiantes… lo estaba mordiendo… y continuaba luchando por ser liberada, pero él ya no lo haría, continúo buscando con su lengua acariciarla, mientras ella insistía en presionar sus dientes, hasta que poco a poco, sintió como cedía, lentamente sus ojos se iban cerrando, y su mano soltó el arco y la flecha, el agarré en el cabello azabache, cambio de uno violento, a una caricia suave, en la que dejaba enredarse sus dedos, y el sabor metálico de la sangre que logro arrancar de su labio, se mezclo con sus salivas.
-Dime que no fuiste tú…- pidió ella entre el beso, no sabía bien de que le serviría pedir aquello, pero por ahora solo le bastaba con que dijera que no.
-A lo que sea…- suspiró algo agitado, sin entender a lo que se refería, pero comprendiendo que ella necesitaba una respuesta -… yo no fui…- aseguró y comenzó a sentir el cuerpo relajado de Kagome entre el abrazo, y la rodeo mejor, para alzarla y caminar con ella hasta la cueva, que parecía al fin, cumplir con la misión que desde que llegaron hasta s cobijo, se les había negado.
Pero eres mía, tan fuertemente mía
Que hasta me siento un ser injusto y egoísta.
La aprisiono contra la fría roca, Kagome respiró de un modo extraño al sentir el hielo, pero se entregó nuevamente al beso, sintiendo las manos de InuYasha que sin mucho recato comenzaban a buscar entre sus ropas, sabía por la forma desesperada en que la estaba besando que necesitaba sentir su piel, y ella también, esta había sido un momento por demasiado tiempo esperado y aunque hubiesen mil impedimentos fuera del espacio que ahora ocupaban sus cuerpos, ellos lo anhelaban…
-Déjame verte…- pidió él, separándose un poco de ella, dejando el espacio suficiente para que la yukata se abriera, y ahí estaba, con la piel expuesta, los rozados pezones excitados y esperando que los tomara entre sus dedos, o quizás sus labios, ciertamente no lo sabía, pero los deseaba.
-Mmmm…- se escuchó un femenino suspiro, retenido aún, cuando la lengua del hanyou decidió explorar sus senos, rotando alrededor de los pezones, erizando su piel, haciéndola desear más sensaciones, todas las sensaciones…
InuYasha comenzó a quitar el nudo del pantalón que Kagome vestía, podía oler su ardor y lo estaba enloqueciendo, sentía a su carne palpitar en su entrepierna y necesitaba aplacarla antes de que las sienes le estallaran.
No hubieron mayores preámbulos, parte de las ropas de Kagome, estaban en el piso, la yukata abierta y descubriendo por completo uno de sus hombros, InuYasha, desanudando su propio pantalón, permitiendo que la chaqueta del haori se abriera y de esa forma sentir con la piel de su pecho, la de Kagome, gruñó ante el tacto, se sentía tan encendido que parecía sofocarlo, besó los labios a intervalos, sin poder aún mantener un beso profundo, tomo las manos de Kagome que le rodeaban la cintura y les indicó un lugar en su cuello, ella comprendió y se enlazó a el, acarició a manos llenas las curvas de sus senos, sus costillas, sus caderas, y se aferró a los tersos muslos, alzándola para apoyarla contra la pared, escuchando el aire salir a raudales desde los pulmones, con un suave pero intenso sonido femenino, la sintió enlazar las piernas sobre sus caderas, lo que lo obligó a respirar con violencia, deseándola, no pudo evitar pensar en el humano que la debió poseer, ella era exquisita, su piel era dulce incluso, si se quería, y por un segundo los celos lo gobernaron, la imagen de su hembra haciendo el amor con ese maldito lo avasalló y se inclinó sobre su hombro, Kagome respondió ladeando la cabeza, esperando sentir la caricia húmeda de su lengua, pero no llegó, contrario a eso, un gruñido ronco se le escapó y de pronto lo sintió entrar, con ímpetu, sin prever el dolor en ella, que clamó fuertemente logrando que el sonido de su voz se escuchara duplicado al chocar con las rocas. Necesitaba poseerla, que el frenesí de su entrega borrara de ella las huellas de cualquiera que no fuera él, y comenzó a golpearla con brío, sintiendo como la humedad contraída en el interior de Kagome, abrazaba su carne, jadeaba junto a su oído, y comenzaba a escucharla luego de unos silenciosos segundos, exhalar con fuerza por la nariz, hasta que un gemido se le escapó, haciéndolo saber que ella lo seguía.
Quiso una vez más mirar, ver el modo en que entraba en ella, deleitarse con esa vista, y se separó, de ella lo suficiente, mientras que Kagome permanecía con los ojos cerrados, muy aferrada a su cuello, observó su virilidad dentro de ella, la piel rosada de la intimidad femenina, lo rodeaba, como un capullo, salió de ella unos centímetros, exponiendo parte de su propia, rígida intimidad, notando la humedad en ella, y aquel aroma a sexo que lo incitaba más incluso, vislumbrando algunas vetas de un rojo intenso, su olor, a la sangre de Kagome, exhaló más excitado aún, como si no hubiese dejado un ápice de oxigeno en sus pulmones, aferrando su pulgares a las caderas de ella, y el resto de los dedos a las nalgas, entrando con mayor ardor, procesando en su mente su descubrimiento.
-Mía… ohhh… mía…- bufó dejando que su ser se fundiera con el de ella, su hembra, solo suya…
Se movió dentro de ella, con tanta potencia que Kagome, alcanzaba apenas a recuperar el aliento, aferrada con sus piernas a las caderas de InuYasha, se impulsaba todo lo que le era posible intentando corresponder con su propio goce a la acción que estaban efectuando, deseaba tanto tenerlo de este modo tan completo, sintiendo miles de cosas que con palabras jamás lograría explicar… lo sentía empujar contra ella, y su mente ya no lograba discernir entre realidad y sueños, se creía perdida y abandonada a su placer, sintiendo la piel arder y los gemidos escaparse de su labios, sin poder controlarlos, escuchando la respiración ya desesperada de InuYasha, que seguía acometiendo sin piedad, y ella suplicando por que no la tuviera…
Ya no podía más, su simiente presionaba por verterse, y lo único que lograba discernir, era lo imposibilitado que se sentía para estar sin esta mujer, entraba en ella, y cada vez sentía la voluntad ida, perdida… la amaba… simplemente… llevó sus labios hasta el pálido cuello, ese lugar que había deseado hace años marcar, ese que no se atrevió a tocar, pero que ahora sin más remedio… le pertenecía…
Escuchó, la piel al romperse, cuando los colmillos de InuYasha la reclamaban suya, mientras que su vientre se contraía en espasmos infinitos que amenazaban con quitarle la razón, ya no lograba controlar su movimientos y sentía que si no fuera por los fuertes brazos que la sostenían ella no podría hacerlo, las sensaciones subían desde la unión de ambos, hasta su vientre, inundando su sangre, y su cuerpo de él… del hombre que amaba, al que le pertenecía…
Los palpitaciones en Kagome, oprimían de forma apremiante su sexo, obligándolo a bufar, sobre el cuello, liberando el agarre de sus colmillos, para extender su gemido sin poder contenerlo, se derramaba en ella, extasiado y pudiendo apenas mantenerse en pie ante las convulsiones, sabiendo, que finalmente su semilla se derramaba en campo fértil…
Pero quería decirte un hasta siempre
Y sin embargo he suplicado
Quédate siempre a mi lado
Los dos juntos contra el resto del mundo.
Cayó, sin lograr ya que sus piernas lo sostuvieran, se apoyó agitado en la pared, intentando cubrirla un poco más con sus ropas, aún mantenía la unión, y se esforzó por que así fuera, Kagome sobre él, dejó que su cabeza descansara sobre el hombro, entre las hebras plateadas, sentía el respirar agitado de InuYasha y ella no se quedaba atrás, sentía la humedad entre sus piernas, y la virilidad de él aún en su interior, palpitando algo mas lento, pero aún se movía, expulsando los últimos resquicios de su pasión.
-Te amo…- confesó jadeando aún, sin saber el destino de esa frase, esperando que ella la atrapara en el aire y la cobijara en su corazón… y ciertamente así fue, salió del escondite que tenía en su cuello, y guiando con suavidad el rostro masculino, lo beso… con poco aire, algo ahogada, pero no le importó…
-Te amo…- susurró dejándose caer nuevamente sobre él.
Continuará…
Holitas… espero que les haya gustado, al menos creo que no quedó tan mal, me gusta escribir lemon, sisisisis, se nota, más aún cuando se aman con el corazón, pero se queman con la piel, que genial. Creo que no tengo grandes comentarios que hacer, esos se los dejo a ustedes, y bueno, eso, espero sus review, es que me encantan… uy que termino feliz luego de tanto amor… ahahahahaha… bueno…
Besitos y gracias por leer…
Siempre en amor…
Anyara
