Los personajes de esta historia no me pertenecen. Son propiedad de TSR o/y R.A Salvatore
No obtengo beneficio alguno por escribir esto salvo mi propio entretenimiento.
AVISO: Este fanfic es YAOI (y slash), si este género no te interesa o te resulta desagradable no lo leas, comprendo perfectamente esa postura.
Capítulo 6. Demonio interior
Drizzt comenzó a encender el fuego mientras Entreri y Jarlaxle volvían con la cena.
Eran un curioso par sin lugar a dudas, el mercenario vestido con sus habituales galas coloridas y elegantes, chaleco abierto, pantalones abombados, capa echada sobre un hombro con estilo y el característico sombrero de ala ancha y pluma multicolor. Su figura estilizada y delgada, aparentemente desarmada, le daba un aire de autoridad pícara.
Entreri por su parte vestía de forma mucho mas modesta, ropa de viaje algo desgastada, colores neutros y una capa ajada. Llevaba el cabello negro recogido en una coleta y una recortada perilla.
Jarlaxle había empezado a comentar que iba a comprarle ropas a juego con él mismo. Drizzt no podía sino sonreir al tratar de imaginarse a Entreri con la ropa de Jarlaxle.
El viaje había transcurrido con bastante tranquilidad, teniendo en cuenta la historia que existía entre ellos. Entreri estaba muy callado, reservado incluso con Jarlaxle, encerrado en si mismo y comunicándose lo menos posible. Y fulminándole con la mirada cada vez que sus miradas se cruzaban.
No parecía dispuesto a decirles qué había ocurrido, a Drizzt no le extrañaba, Entreri se comería su propia lengua antes que admitir una debilidad.
"Un día maravilloso".- Proclamó Jarlaxle respirando profundamente el aroma primaveral.
El vigilante sonrió, Jarlaxle era sin duda todo un personaje. El mercenario amenizaba el viaje hablando de las aventuras que habían vivido Entreri y él, haciendo exageraciones y representaciones casi teatrales que Entreri puntuaba en ocasiones con gruñidos y chasquidos de irritación.
"En ese momento las dos damas fueron tomadas como rehenes por aquellos dos guardias negros y..."
Entreri se abstuvo de decir nada, en realidad las dos damas habían sido dos campesinas, hijas de pescadores, y los dos guardias negros solo dos bandidos patanes. Las historias de Jarlaxle tendían a exagerar ligeramente la realidad.
Artemis...
Entreri apretó los puños, era como un susurro traido por el viento. La llamada.
Artemis...
Iba a responder, haría que se arrepintieran de llamarle.
Anuki afiló sus kukris con dedicación.
La misión era importante. La Voz había manifestado su deseo y no debía ser defraudada de nuevo. Y habían elegido a Anuki para llevarla a cabo.
Antes de servir a Arma, Anuki había sido un monje de la Larga Muerte, su comunidad no adoraba deidad alguna sino a la muerte misma. Cuando los monjes habían oido hablar de la nueva secta de Arma, él había sido enviado a investigar.
Había sido capturado, torturado, y finalmente bienvenido al seno de la religión. Arma le ofrecía muerte, muerte para todos y para todo. Anuki había abrazado sus promesas con devoción. Y había sentido en sus venas ese poder.
Arma deseaba permanecer en secreto a los ojos de los impenitentes y los demas dioses, y habían sabido que un clérigo de una debil deidad había sabido de su existencia por el fracaso de un estúpido acólito.
El clérigo y sus seguidores debían morir. Anuki sintió en su alma un profundo regocijo, el poder que La Voz le había proporcionado para la misión se agitó en su interior, ansioso.
No desperdiciaría los regalos de su amo.
Guardó sus kukris y salió de la rudimentaria tienda de campaña.
Fuera, los enormes cánidos ladraron y aullaron clavando sus ojos blancos en las montañas Copo de Nieve. Los Mastines Sombrios no eran famosos por su paciencia.
Los gritos y sonidos de combate alertaron a los viajeros, Entreri, Drizzt y Jarlaxle espolearon a sus monturas y se precipitaron hacia el valle y las montañas. Al poco rato pudieron ver una pequeña caravana que había sido brutalmente asaltada por una jauria de enormes perros mastines, los animales eran negros y borrosos, sus ojos brillantes ópalos blancos carecían de pupila.
"Mastines sombrios".- Murmuró Jarlaxle.
Drizzt agudizó la vista, no parecía haber mas de cinco de esos animales. No obstante eran bestias peligrosas, asesinas por instinto y con una maligna inteligencia que les hacía magníficos depredadores. Los animales estaban ocupados devorando los restos de los desgraciados ocupantes de la caravana de modo que tenían una oportunidad de pillarles desprevenidos. Así se lo comunicó a sus compañeros mediante el lenguaje de los signos.
Silenciosos como la muerte. Los tres guerreros se deslizaron hacia los mastines de las sombras.
Las bestias no tuvieron la menor oportunidad.
Completamente recuperado de su malestar. Entreri dio rienda suelta a su furia desquitándose con los perros sombrios, moviendo daga y espada en un torbellino, desgarrando. Como quería vengarse. Como deseaba acabar con aquel que se había atrevido a torturarle, a invadir su mente...
Corte. Estocada. Cruce.
Hacia demasiado tiempo que no estaba tan terriblemente indefenso. Su mente había sido siempre su bastión de fortaleza. La idea de que su único lugar seguro hubiese sido violado...
Puñalada. Mandoble. Finta.
Aquellos sucios bastardos. Religiosos fanáticos que lo manipulaban todo por pura estupidez. Aquella gente pagaría con la muerte. Los mataría. Los mataría a todos.
"¡Artemis!"
El grito de Drizzt le sobresaltó y salió de su ensimismamiento. No oyó nada extraño, parecía que el combate había terminado.
Entonces se percató de que Drizzt y Jarlaxle le miraban con extrañeza y no poca preocupación. Consternado, Entreri se preguntó que ocurría, se miró y se percató de lo que ocurría.
Estaba manchado con la sangre de dos mastines, las dos bestias estaban frente a el, destrozadas, no solo muertas, sino totalmente acribilladas, uno en particular estaba casi desollado, debía llevar un rato trinchando su cadaver.
Se miró las manos y armas ensangrentadas y se preguntó que le ocurría, no era normal que hiciese algo así, nunca había sido consumido de ese modo por la ira, su mente se había nublado por completo.
Artemis...
Le había hecho algo. Aquella cosa no se había limitado a horadar en su mente... le había hecho algo.
Limpió los filos de sus armas y envainó tratando de aparentar tranquilidad. No necesitaba que sus compañeros de viaje pensaran que se había vuelto loco.
Jarlaxle carraspeó y señaló unas marcas en el suelo.
"Yo diría que estos mastines son rezagados. Hay huellas de mas de ellos¿Drizzt? Tu eres nuestro experto explorador."
Drizzt asintió, apartando reluctante la mirada, estaba terriblemente preocupado por el súbito ataque de furia de Entreri hacia los mastines sombrios. No había sido algo natural en absoluto, no solo por la personalidad de Entreri, que nada tenía que ver con aquella furia, sino por su expresión. El rostro de Entreri había sido una mascara de odio frio y metódico, no de furia salvaje, mientras sus armas destrozaban con saña asesina.
Concentrandose en los rastros, Drizzt dedujo que había al menos otrosnueve mastines sombrios, algo realmente inusual, aquellos animales eran ajenos del plano de la Sombra, no eran comunes y mucho menos en gran número. Era una verdadera jauria.
Si aquellas criaturas se dirigían a Espíritu Elevado, quizá aquel encuentro no había sido casual.
Se pusieron en marcha con prontitud, llevando a los caballos casi al galope, estaban a dos días escasos de Espíritu Elevado y los mastines les llevaban medio día de ventaja.
"¿Te encuentras bien?"
Entreri miró a Drizzt con expresión hosca. No le agradaba su presencia y mucho menos que fingiese preocuparse por él.
"¿Parece que no lo esté?".- Respondió.
Drizzt no replicó, hablaría de aquello con Caderly. Entreri seguía teniendo como peor enemigo su orgullo, incapaz de aceptar ayuda de nadie ni de admitir necesitarla. Solo se le podía ayudar con su desconocimiento, era realmente frustrante.
¿Qué le ocurría¿Qué le habían hecho?
Arma entreabrió los ojos, escrutando la oscuridad que le rodeaba.
Allí estaba. Su resquicio de luz, su soplo de viento.
Hacía tanto frio, estaba tan oscuro y aquello... aquello era como la gloria del sol. Perdió la vista en ese punto, deleitándose en ese pequeño placer, ese alivio en su existencia.
Pronto no necesitaría fieles, no necesitaría a la Voz.
Pronto tendría su propia voz, su propio destino.
Allí estaba la llave, allí estaba la libertad.
Su llave, su libertador. Su arma.
Inspiró y exhaló. Deseaba tanto sentir, oler, ver... no podía esperar mas, era como ver alimentos y no poder degustarlos, siempre fuera de su alcance.
Rugió. No permanecería impasible por mas tiempo.
Despierta.
Despierta Arma.
Despierta Arma Artema.
Artemisabrió los ojos.
Había sentido un incomprensible ataque de pánico. Como una pesadilla muy vívida o una alarma silenciosa. Echó un vistazo a su alrededor, pero no advirtió nada extraño. Drizzt estaba haciendo la guardia y no parecía haber percibido nada.
Algo le ocurría. Se sentía demasiado bien, se sentía fuerte, como si hubiese rejuvenecido sin que se notase apenas en el exterior. Eso era bueno de momento, pero sospechaba que tendría un alto precio.
Se pusieron en marcha antes del alba, a mediodía se desató una de esas impredecibles tormentas de primavera y el camino se dificultó con barro y menor visibilidad.
A medianoche un retumbar que nada tenía que ver con los truenos les advirtió de que una batalla se libraba ya en Espíritu Elevado. Se apresuraron y a medida que se acercaban los sonidos de combate eran mas notables.
"Atacan Espíritu Elevado".- Masculló Drizzt.
"Eso parece, pronostico que despues Caderly estará enfadado con nosotros¿no crees, amigo mio?"
Entreri se encogió de hombros, Caderly había decidido libremente meter las narices en asuntos ajenos, no era culpa suya que ahora pagase. Toda buena accion tenía su justo castigo.
Drizzt se apresuró a prestar ayuda a la catedral y antes de consultar nada con sus temporales compañeros se lanzó en dirección a la impresionante construcción.
"Que joven tan impetuoso".- Suspiró Jarlaxle.
Entreri enarcó las cejas¿joven? Sería según los cánones drows, porque qué el supiera Drizzt le sacaba al menos 70 años... solo pensar en ello le estremecía.
"Supongo que no hay mas remedio que echar una mano".- Gruñó.
"Por supuesto, no hay como un poco de heroismo para divertirse."
Jarlaxle esquivó la colleja con una sonrisa burlona y fue tras Drizzt seguido por Entreri.
En la gran extensión de jardín ante la catedral, los elfos del bosque y los clérigos de Deneir hacían frente a una jauría de mastines sombrios y dos enormes esqueletos con garras en forma de guadañas de hueso.
Anuki esperó. Oculto en las sombras. Aun no era el momento, tenía que esperar a que el clérigo superior, el tal Caderly, gastase algunos conjuros mas y se debilitase al menos un poco. En su pecho el regalo de su amo vibró, ronroneando y rebullendo.
Pronto. Muy pronto.
