Los personajes de esta historia no me pertenecen. Son propiedad de TSR o/y R.A Salvatore

No obtengo beneficio alguno por escribir esto salvo mi propio entretenimiento.

AVISO: Este fanfic es YAOI (y slash), si este género no te interesa o te resulta desagradable no lo leas, comprendo perfectamente esa postura.

Capítulo 20. El conflicto final

Ante ellos estaba el objetivo.

Entreri observó el templo sin sorprenderse demasiado, lo había visto en sus extraños sueños, era tal y como lo había visto en ellos. Un edificio de piedra vieja y roida por el paso de los siglos, aun enterrado en parte aunque se veían labores de excavación a su alrededor, dejando ver la formacion piramidal y escalonada.

La secta les esperaba. Un ejército les aguardaba en la explanada ante el temblo, armado y dispuesto para la batalla. Estaba formado en su mayor parte por humanos, pero desde allí podían vislumbrar otras razas, unos yuan-tis, un par de gigantes de fuego y varios hombres-escorpión en primera fila de batalla.

Lo que le resultaba absurdo era el modo en que la secta se plantaba ante ellos, si les esperaba y sabía de su numero resultaba estúpido esperarles de ese modo, de cara y sin dar muestras de tener táctica alguna de defensa.

Jarlaxle, que compartía sus sospechas, hizo sonar uno de sus numerosos silbatos y oteó el ejército enemigo. Negó con la cabeza, nada. Aparte de las armas mágicas que portaban algunos de los sectarios, no había nada más, ni ilusiones ni nada similar.

- ¿Una trampa? Quizá hay fosas en la arena.

Drizzt compartía ese temor y transmitió la pregunta a los Bedin, que conocían el desierto mejor que nadie. Pero estos lo negaron, aquella zona era roca y la arena era apenas superficial, si habían hecho fosas ya se habrían descubierto por el fuerte viento propio del Raurin, además de la dificultad de cavar en la roca viva.

Bueno, si les dejaban todas las ventajas no iba a quejarse. Drizzt se aseguró de que Guen conociese la tactica que llevarian a cabo y su papel en ella, y fue junto a Entreri y Jarlaxle.

- Ahora o nunca.

Artemis asintió, pero había un toque de preocupación en sus ojos, se apartó de ellos e hizo un gesto a Drizzt para que le siguiera aparte. El vigilante obedeció, algo perplejo.

Anduvieron hasta estar lejos de los finos oidos de Jarlaxle y Entreri cogió a Drizzt por lo hombros, con mirada grave y severa.

- Drizzt, hay algo que quiero pedirte.


Arma vibró, la tierra se estremeció, las cadenas se resquebrajaron.

¡Ya estaba alli! Arma Artema estaba allí, la llave de su libertad había llegado, el mortal que era su morada había hoyado con sus pies la tierra bajo la cual estaba su prisión. El momento se acercaba.

La primera ceremonia para su liberación se celebraria ahora, los tres pasos para romper las cadenas tendrian lugar antes de la caida total del sol.

El primero estaba dispuesto. Un baño de sangre, un lago rojo que cubriría el desierto. Una carnicería para inaugurar una era carmesí.


Los bedin iniciaron la ofensiva usando al aliado que mejor conocían, la arena. Con unas capas mágica tejidas por sus druidas iniciaron una veloz maniobra levantando una feroz tormenta de arena gracias al vendaval producido por sus capas.

Con el enemigo cegado por la repentina oleada y el viento a favor, la caballería bedin a lomos de dromedarios se lanzó contra el enemigo.

Drizzt, junto a los demás guerreros de a pie, dirigió la ofensiva lateral izquierda. Un grupo de belicosos bedin le acompañaba y corrían para flanquear al enemigo.

"Hay algo que quiero pedirte."

No podía dejar de pensar en aquello. Le carcomía por dentro.

Por fin avistó las siluetas del enemigo entre la arena y preparó sus cimitarras. No lo permitiría, no permitiría que aquello tuviese lugar.

El sectario no tuvo tiempo de gritar cuando un elfo de piel negra y melena blanca cayó sobre él y le perforó ambos pulmones en un único ataque.


Entreri degolló al yuan-ti y se hizo a un lado para ceder paso a sus compañeros de batalla, los bedin tenían sed de venganza y el ex –asesino no iba a quitarles diversión, después de todo su objetivo eran los líderes de la secta, no aquellos que eran obviamente carne de cañón.

Además, no quería derramar mas sangre de la necesaria, el hecho de combatir, de matar, parecía hacer mas intensa la presencia de Arma Artema, no tenía intención de proporcionar sangre a la incesante presencia amenazadora, no la iba a fortalecer inutilmente.

A lo lejos vislumbro un pequeño arcoiris, parecía que Jarlaxle estaba disfrutando de su varita de rociada de colores, no era un artefacto util contra enemigos de calibre medio o alto, pero hacia maravillas para desequilibrar a un enemigo no muy fuerte pero numeroso.

Frentre, izquierda y derecha, habían rodeado perfectamente al enemigo en un tiempo record y ahora podían despacharse a gusto. Entreri se movió en silencio entre la batalla, avanzando hacia el templo como una sombra, evitando el combate al maximo posible.

Pensó en lo que le había pedido a Drizzt. La expresión del drow había reflejado un dolor inmenso, Artemis había tenido que insistir mucho para conseguir una afirmación a medias, falta de convicción, pero sabía que llegado el momento el vigilante sabría que era lo que debía hacer. Esperaba que no hiciese ninguna estúpida heroicidad.

Apuñaló a un par de sectarios y se apartó del combate hasta que llegó a las escaleras, su objetivo, acabaría rapidamente con aquello matando al lider.

Un movimiento a su espalda le advirtió del peligro y se volvió al segundo para enfrentar al Yuan-ti, pero no tuvo siquiera que levantar la espada cuando una enorme pantera negra cayó sobre el reptil y le rompió el cuello con sus poderosas mandíbulas.

Guenhwyvar levantó la cabeza con satisfacción.

- Drizzt te ha ordenado seguirme¿verdad?

El inteligente animal se limitó a lamerse el hocico como si le dijese que había sido decisión propia guardarle las espaldas. Artemis sonrió y continuó subiendo al templo con el magnífico animal guardándole las espaldas.


Amenoth rezaba.

O mas bien simulaba rezar. Todo había comenzado, el grupo sectario estaba muriendo, los bedin les estaban masacrando con ayuda de aquellos drows. Estaban acabados.

La Voz había muerto. Arma ya no le necesitaba y había devorado el pedazo de si mismo que había prestado para comunicar sus deseos. Ya no había Voz.

Pero malditos fueran todos si iba a permitir que aquello acabase también con él.

Amenoth sacó un pequeño amuleto de su bolsillo. Su antiguo amuleto de Seth, su anterior deidad, el dios serpiente, el oscuro señor del mal en el panteón Muhorandino. No le había dado tantos poderes como Arma, ni le había proporcionado tantos aliados ni pruebas de poder.

Pero había sido un amo que podía comprender, sabía cual era su naturaleza, sabía a que destino podía conducirle.

Solo esperaba que no fuese demasiado tarde.

Amenoth tomó el colgante de Seth entre sus manos. Y rezó.


Entreri entró en el templo. Y lo encontró vacio. Nadie quedaba allí dentro.

Ni un guardia, ni un soldado, ni siquiera clérigos. Nada.

Inquieto, Entreri examinó el suelo y las paredes en busca de glifos custodios, aquellos sellos mágicos que usaban los clérigos para crear trampas particularmente peligrosas.

Nada. Lo cual no indicaba nada bueno.

Artemis Entreri

Entreri se puso en guardia, no sabía de donde provenía la voz, pero tenía la sospecha de que no tenía un origen determinado.

No puedes combatirme con metal, Artemis, de hecho no hay motivos para que te enfrentes a mi.

Seguro. Entreri apretó los dientes y se preparó, fortaleza, había resistido las intrusiones de Crenshinibon en su momento, y había derrotado la voluntad de Garra de Charon, y resistiría esto, no había ninguna diferencia

Si que la hay¿crees que mi existencia en tu interior no contribuyó a tu éxito?

Tonterías. Una treta para que se debilitase, nunca había recibido ayuda alguna de aquella cosa llamada Arma, él se había forjado a sí mismo desde el principio. Con paso firme avanzó por el templo hacía una única puerta. Encontraría al lider de aquello, o al mismísimo Arma, lo que fuera, y acabaría con él.

Soy parte de ti¿cómo puedes pensar en destruirme? Soy aun mayor que un dios.

- Seguro¿y que hace alguien mayor que un dios susurrando desde la oscuridad?

Silencio. Ja, aquello había picado a Arma, seguro.

Abrió la puerta y encontró unas escaleras de caracol que descendían en la negrura. Era el momento de la venganza.

Un gruñido. Entreri se volvió y vió que Guenhwyvar aplastaba las orejas, estaba nerviosa, lo que había abajo no la gustaba. Probablemente tenía razón, pero no había otra opción.

- Necesito que te quedes aquí. No quiero que nadie me ataque por la espalda en este pasadizo, estaría en desventaja.

La pantera no parecía muy convencida pero no hizo ademán de seguirle y se sentó ante la puerta. Le guardaría al retaguardia, así podría concentrarse en cosas realmente importantes.

Se internó hacia las entrañas de la tierra.


Un baño de sangre.

Los sectarios y los bedin se habían enfrentado con ferocidad, pero los sectarios no habían tenido oportunidad alguna.

Demasiados muertos, todos los sectarios, humanos, yuan-ti, goblins, elfos... muertos, y una tercera parte de los bedin también había encontrado su fin en aquel lugar, cubriendo la tierra yerma con un manto carmesí.

No veía a Artemis por ninguna parte, pero no temía por su vida, no era propio de ese hmbre morir en un campo de batalla caótico. No, conociéndole habría ignorado el combate principal y se habría escabullido al templo sin esperar a nadie.

Artemis, para la mayor parte de las cosas era listísimo pero a veces era tan cabezón como un enano. ¿Por qué tenía que hacerlo todo al rollo del lobo solitario?

Drizzt corrió hacia el templo y entró a la carrera pero no vió a Entreri, a quien si vió fue a Guenhwyvar, montando guardia frente a una puerta.

- ¿Guen¿Y Artemis?

La pantera ladeó la cabeza escaleras abajo. Drizzt asintió y fue tras los pasos de Artemis. Tendrían que hablar acerca de ese afan de hacerlo todo el solo.


Jarlaxle exploró el campo de batalla, recogiendo no menos de 50 piezas de oro, un par de sables imbuidos de magia y tres anillos con magia menor. Si, una buena cosecha, despues de todo los muertos no volverían a utilizarlo.

De pronto le sobrevino un súbito escalofrío, un estremecimiento instintivo.

Algo iba mal. Muy mal.

Alzó la vista por el campo de batalla. No veía a Artemis... ¡maldito fuera! Cuenta con ese humano para ignorar a sus compañeros y largarse¡no era el momento de enfrentarse él solo a un dios!.


Entreri observó la puerta con extrañeza.

Parecía moverse, como si fuese orgánica, algo vivo. Los grilletes que la cerraban eran de metal, pero la puerta en sí estaba adornada con motivos extraños, como raices o tentáculos, podía ser un efecto óptico pero Entreri hubiese jurado que se movían lentamente, reptando como un nido de serpientes.

Vienes a mi, por tu propia voluntad.

Vengo a ti.

Artemis dio un respingo. Era Arma . Arma Artema y Omega. Sintió calor, un calor intenso en su interior, el poder que había dentro de su cuerpo vibraba al unísono con el poder que había tras la puerta. Reconociéndose.

- Callaos los dos... esto es el fin.

Esto es el fin, pero solo para ti.

Esto es el fin, pero solo para ti.

Artemis procuró respirar con lentitud, controlando su respiración, concentrándose al máximo. Arma Omega estaba tras esa puerta. Arma Artema dentro de él.

Si podía mantener a Artema encerrada en su interior, Omega no podría liberarse. Por lo tanto, si llegaba hasta Omega antes de que fuese libre, no podría defenderse de él. Podría matar a la entidad sin dificultad siempre y cuando pudiese controlarse.

Tu plan es infantil. Tu resistencia inutil.

Tu plan es infantil. Tu resistencia inutil.

Que hablasen al unísono cuanto quisieran. Entreri abrió facilmente los grilletes con su ganzua y abrió las extrañas puertas de par en pal.

Gracias, Artemis, te lo agradecemos. Serás recompensado.

Gracias, Artemis, te lo agradecemos. Serás recompensado.

Artemis se sintió desbordado. Su mente se sumergió en un torbellino de luz que le envolvió.


Drizzt vió el haz de luz subir desde las profundidades. Algo terrible estaba pasando. El fogonazo de luz avanzó imparable y le cegó.


Jarlaxle y los bedin se cubrieron instintivamente ante la columna de luz, el suelo empezó a temblar violentamente, pronto un terremoto en toda regla sacudió la tierra, se abrieron grietas desde el viejo templo, se oyeron piedras y muros derrumbándose.

Jarlaxle se agarró el sombrero y se tiró al suelo. Esperaba que la luz se extinguiese poco a poco.

No fue así, la columba brillaba con mas intensidad si cabe, la tensión en el ambiente era insoportable, el zumbido electrico era un crescendo imparable.

La segunda señal, la columna de fuego. Solo queda una.