Disclaimer: Ningún personaje es mío. No quiero lucrar con ellos, sólo divertirme :D y entretenerlos.
Acotaciones:
-- Inicio y fin de FLASH BACK.
--Cambio de escena o día.
--Desde los pies de InuYasha, pero narrado en 3era persona.
Negritas -- Canción.
Todo lo demás está narrado en 3era persona, pero siguiendo los pasos de Kagome, ¿ok?
En fin, creo que debo presentarme. Soy Liz Kraft. Soy escritora de fanfiction desde hace ya bastante tiempo... creo que como 2 años aproximadamente y en realidad escribo fics de Harry Potter. Sin embargo, muy reciente me he vuelto admiradora de InuYasha y su serie, ya que apenas hace un mes comenzó a transmitirse aquí en México en cadena local, o sea no en cable.
Suspiro Escribí esto porque me agrada mucho la pareja InuYasha/Kagome y créanme ese perro necio la adora, pero tardará en darse cuenta. Pero no importa, seguirá haciéndonos suspirar con sus orejitas de perro tan tiernas y sus ojazos color miel que hipnotizan a cualquiera.
Espero que les guste.
"No"
Shakira
By Liz Kraft
Corría sin ningún amago por detenerse. Aunque sus piernas la quisieran hacer caer, ella no caería. No de nuevo. Silenciosas lágrimas recorrían su rostro; sus ojos color chocolate estaban hinchados de tanto llorar y su pecho estaba como ahogándose. Finalmente lo había entendido. Entendió que por más esfuerzos que ella hiciese él nunca quebraría una promesa, menos si se la había hecho a Kikyo, el amor de su vida. "¡Tonta!", escuchó la voz de InuYasha en su cabeza. Se detuvo, solo para recordar.
- ¿Quieres caminar un poco? – le preguntó la joven al hanyou que estaba sentado entre las ramas de un árbol.
- ¿Por qué querría hacerlo? – dijo mordaz InuYasha.
- Por nada en especial, ¡tonto! – respondió Kagome molesta. - ¿¡Es que todo debe tener una razón? – y salió corriendo de ahí.
Aminoró los pasos luego de unos momentos de carrera. La verdad es que sólo quería que InuYasha la acompañara, pero él siempre tan amable y tan lindo (nótese el sarcasmo ¬¬) la había ignorado. Caminó por el bosque sin intención de volver al campamento temprano, no hasta que ese odioso hanyou dejara de ser tan ogro con ella. Rió internamente. Sabía que eso no sucedería, porque él era así: huraño, arisco, salvaje, pero ella así lo aceptaba; un amor frustrado, engaños, traiciones... en fin, toda una mala época para él.
Cuando empezaba a oscurecer se detuvo. Sintió una presencia en el bosque, la misma que hacía a InuYasha cada vez más hosco después de las visitas 'furtivas' y dizque 'clandestinas', aunque de clandestinas no tenían nada. Kikyo. Se acercó sigilosamente hasta el lugar de donde emanaba tanta frialdad y rencor... y los vio. Si bien su mirada dorada estaba concentrada en otra cosa, el hanyou abrazaba a su pasado con tanta ternura. La sacerdotisa lo abrazaba fríamente, como no queriendo hacerlo, con su mirada fría y calculadora, y su sonrisa falsa e inhumana. Su pasado también la había sentido y se había aventurado a abrazar al hanyou porque sabía que ella se encontraba ahí. Sólo por el gozo de verla sufrir, ya que ella sabía muy bien que su reencarnación sentía algo especial por InuYasha.
- ¿Cumplirás tu promesa, InuYasha? – la sacerdotisa habló con una voz gélida que heló la sangre del aludido, quien sólo se tensó.
- S-sí... – respondió éste con un dejo de tristeza en su voz.
Sin pensarlo llegó hasta su mente el nombre de aquella chiquilla miedosa y temblorosa, "Kagome", pensó antes de sentir los fríos y resecos labios de Kikyo posarse sobre los suyos. No sentía nada. Hacía varios meses que ya no lograba sentir algo con ella. Kagome quería moverse, pero por alguna extraña razón estaba ahí de pie. Las lágrimas aparecieron y entonces encontró el motivo suficiente para huir. Sin escuchar como el hanyou de mirada ámbar susurraba su nombre entre ese glacial beso de Kikyo logrando su furia.
No, no intentes disculparte
No juegues a insistir
Las excusas ya existían antes de ti
No, no me mires como antes
No hables en plural
La retórica es tu arma más letal
La buscaba para disculparse. Luego de haber susurrado su nombre en medio de aquel beso entre él y Kikyo, la sacerdotisa le echó en cara que su reencarnación le importaba más que ella misma. Kikyo no se equivocaba, pero él no lo aceptaría así como así. Y luego le había dicho que ella había estado ahí, viéndolo todo. Entonces había arrancado a buscarla, a sentir su olor que se mezclaba con la sal de su lágrimas. Estaba llorando y era por su culpa. Su olfato no le mentía, Kagome seguía en el Sengoku, sólo debía encontrarla.
Aunque InuYasha no quisiera admitirlo frente a Shippo, Miroku y Sango, Kagome le importaba de verdad... más de lo que él realmente hubiese querido. Pero bien ya lo he escrito, ese perro cabeza dura no lo aceptaría.
Secó sus lágrimas. Ya no debía seguir llorando. Le daba rabia no poder contenerse, pero bien dicen el que quiere puede y ella QUERÍA dejar de sufrir. Acomodó sus ropas y se arregló un poco la cara. No podía regresar hecha pedazos donde sus amigos. Decidió volver y desanduvo lo andado, pero Kagome no contaba con que el bosque era demasiado similar y... se perdió. Intentó por todos los medios buscar algo conocido, pero no lograba nada y comenzaba a impacientarse. "Si tan solo InuYasha estuviera cerca", pensó. Luego recapacitó: "No lo necesito", masculló solo para que ella misma se escuchase. Pero... ¿realmente saldría del bosque sin ayuda?
Se sentó en medio de un claro esperando por algún milagro. Quince minutos después la joven estaba arrinconada en las raíces de un frondoso árbol y la noche cerniéndose sobre ella. Temblaba de miedo y también por el viento algo frío. Entonces, escuchó ruidos e inmediatamente se paró, sacó arco y flecha y lo tensó.
- ¿Quién anda ahí? – preguntó temerosa. – Te lo advierto... s-sal de ahí – la joven tensó el arco un poco más, estaba segura de que lanzaría la flecha. Pero en aquel momento vio un par de ojos dorados que le devolvían la mirada. – InuYasha... – musitó, guardando su arma - ... ¡¿qué te pasa! ¡Acaso quieres matarme de un susto! – le dijo notablemente molesta.
- Te perdiste... – masculló él - ... debía venir a buscarte –
- ¿Debías? – rió sarcástica - ¿qué te hace pensar que quería que me encontraras? –
Se miraron por unos momentos. Interminables y bellos momentos en los que sólo existían el dorado y el chocolate. Los ojos de ella destellando enojo y al mismo tiempo tristeza. Los de él... mostrando desasosiego y preocupación. Emociones que chocaban con ímpetu e intensidad.
Voy a pedirte que no
vuelvas más
Siento que me dueles todavía aquí
Adentro
Y que a tu edad sepas bien lo que es
Romperle el corazón a alguien así
- Entonces creo que formulé mal mi oración... Yo..., QUERÍA encontrarte - corrigió InuYasha.
- ¡¿Y para qué! – espetó ella sentándose en el suelo frío.
- Yo... – cómo le iba a explicar que pensaba en ella cuando Kikyo lo besaba y que no se daba cuenta de lo que hacía - ... creo que tenemos que hablar –
- Ahora quieres hablar – dijo con ironía. – No quisiste acompañarme a caminar, pero te largaste a ver a Kikyo... ¡Ignorando lo que yo te pedí! Y ahora... ¡quieres hablar! – Kagome hablaba dolida... y cómo no estarlo si él no estaba junto a ella como lo hubiera deseado.
- Kagome... – InuYasha no le agradaba verla molesta y dolida, mucho menos por su culpa. Aún podía oler el olor a sal que la joven desprendía.
- ¡¿Qué! – dijo fastidiada. – ¡Anda, ¿qué vas a decirme! –
- ¡Deja de gritar! – InuYasha alzó la voz sobre la de ella, sintiendo un peso sobre sus hombros. Al verla más tranquila siguió: - Yo... perdón... – ella lo miró indiferente - ... no sé muy bien qué decir..., esto es confuso – sonrió con melancolía logrando una reacción de parte de ella.
- Yo sí sé que decir... – InuYasha la miró expectante, - ... escucha, cuando todo esto acabe yo me iré – Kagome tomó aire, para calmar sus entrañas. – Ya no volveré a verte y tú... tú podrás estar con Kikyo, fue lo que le prometiste – miró el suelo rogando al cielo para que su voz no se quebrara. – No puedo vivir entre ilusiones... no puedo y definitivamente no quiero... – bajó la mirada. ¿Esperaba que él dijese algo? En realidad sí, pero no había mucho por decir.
Su corazón parecía de acero y le pesaba. ¿En verdad ya no la vería? La sangre que corría por sus venas parecía detenerse poco a poco, igual que su cerebro parecía no procesar. ¿Realmente ella quería dejar de verlo? Sintió que el estómago se le iba hasta los pies. Nunca antes había sentido eso, ni siquiera con Kikyo... "personas diferentes, unidas por el mismo mal". Su amor. Suspiró internamente.
El orgullo de InuYasha y la impotencia que sentía estaba muy por encima de su voluntad. Ella... ella le estaba diciendo que nunca más se volverían a ver cuando la Shikon fuera completada y él no movía ni un músculo. Señal de que no le importaba o que estaba hecho piedra.
No se puede vivir con
tanto veneno,
La esperanza que me dio tu amor
No me la dio más nadie,
Te juro, no miento
No se puede vivir con tanto veneno
No se puede dedicar el alma
A acumular intentos
Pesa más la rabia que el cemento
InuYasha movió los labios.
- Kagome – su voz parecía más un suspiro.
- No. Déjame terminar InuYasha – le pidió sacando fuerzas de sus ilusiones. – En serio, ya no pretendo seguir estorbando entre tú y Kikyo... prometiste estar con ella y cumplirás tu promesa. De la mía ni te preocupes, quedas liberado de ella... – la joven pasó un mechón de su cabello detrás de su oreja, ya tenía el valor para seguir. – No estoy molesta, contigo no es fácil molestarse por mucho tiempo – dijo más para si misma, - pero sí estoy decepcionada, y no es de ti – aclaró, - es por mí. Porque no supe diferencia tu amistad del cariño... y..., lo siento si te incomoda – él negó internamente.
- "Cómo podría incomodarme el cariño que me das, pequeña" – pensó el hanyou.
- Continuemos nuestro camino InuYasha – le dijo, - como los buenos amigos que somos y terminémoslo... por favor – suplicó. El hanyou asintió con un nudo en su garganta.
- ¿Estás segura de qué eso es lo que quieres, Kagome? – InuYasha se había acercado a ella y se puso en cuclillas para verla de más cerca –
- Sinceramente..., - el joven asintió, - no, no es lo que quiero, pero es necesario... –
- De acuerdo... – afirmó el hanyou. - S-será mejor que descansemos aquí. Ya es muy tarde – sugirió luego de escuchar de los labios de Kagome un suspiro de resignación.
InuYasha encendió una fogata. Kagome se acurrucó en las raíces del gran árbol donde previamente estaba sentada, dispuesta a dormir de una vez por todas. El hanyou trepó en el árbol, necesitaba pensar bien lo que estaba sucediendo... no le era fácil identificar sus sentimientos y eso lo frustraba mucho.
Más tarde, InuYasha bajó del árbol para ver como estaba pasando la noche la joven de cabello azabache. Kagome estaba abrazándose a sí misma y dormía en posición fetal. InuYasha se sintió ¿culpable? Como hanyou no lograba definir lo que sentía y eso le traía problemas cada vez que trataba de empatar con Kagome. Se quitó el haori y la arropó, haciendo que la chica se relajara al contacto tibio de la prenda.
La contempló unos minutos. Con una contemplación muy inusitada en él, como si quisiera memorizar en su mente cada una de sus facciones cuando dormía. Observó sus ojos, ahora cerrados, que siempre desprendían alegría, entusiasmo, exaltación, felicidad; algunas veces también expresaban tristeza y molestia, pero generalmente era lo contrario. Luego pasó a su nariz, pequeña y afilada, quiso tocarla, pero se arrepintió en el instante. Finalmente, llegó a sus labios. Rojos cual carmín, delicados y dulces.
"¿Dulces? ¿De dónde saco eso?", InuYasha se alarmó. Estaba pensando en los labios de Kagome como si fuera todo lo que existiera en ese momento. Sonrió para sus adentros e inesperadamente sintió cansancio y un deseo enorme de dormir. Dormir junto a ella. Dormir inocentemente junto a ella. "En unas horas amanecerá, no creo que pase nada si descanso lo que queda de la noche", y con ese pensamiento se acostó junto a Kagome. Lo suficientemente cerca para oler su cabello, sentir el calor que desprendía y rozar su piel. Cubriéndose con la otra parte de su propio haori quedó prácticamente dormido en ese soplo.
La mañana siguiente Kagome se había despertado sintiéndose sumamente descansada y tibia, notó que tenía el haori de InuYasha sobre su cuerpo. Al intentar moverse sintió que algo, o alguien, estaba tras de sí. Así, tratando de ser lo menos ruidosa se giró a ver qué era lo que la mantenía tan caliente. Cual fue su sorpresa al encontrar a InuYasha durmiendo tranquilamente junto a ella.
Espero que no esperes que te espere
Después de mis 26
La paciencia se me ha ido hasta los pies
Y voy deshojando margaritas
Y mirando sin mirar
Para ver si así, te irritas y te vas
Lo observó unos momentos, que más bien parecían eternos minutos que luego se transformaban en horas. Se veía tan lindo mientras dormía. Estaba sobre su costado derecho con ambas manos en el suelo, una de ellas debajo de su cabeza para amortiguarla. Sus ojos, todavía cerrados, estaban relajados; una bella ilusión. Sus pequeñas orejitas de perro sobresaliendo de su cabeza, donde su cabello plateado caía juguetonamente por su rostro. Instintivamente, Kagome tomó el cabello entre sus manos y lo pasó por detrás de sus orejas, acariciando de paso las mismas. Era como sentir un muñeco de felpa entre sus dedos. El joven hanyou sonrió complacido.
InuYasha había sentido como Kagome se giraba a verlo. Aunque él no abriera los ojos sabía que ella estaba de frente a él. Sentía la respiración de la joven en su nariz y en su cara. Repentinamente, apareció una fina y dulce caricia en sus orejas, cosa que le causó cosquillas y sonrió complacido. Sintió como la joven se sobresaltaba al pensar que estaba despierto, pero él supo como reaccionar y se quedó quieto, muy quieto, para que ella no se percatara de que disfrutaba el mimo.
Kagome prefirió dejar su observación minuciosa hacia InuYasha y mejor se levantó. Estando de pie se desperezó y estiró las piernas. Miró el cielo claro, el trino de las aves de la mañana eran sumamente reconfortantes. El fuego estaba a punto de apagarse, pero la joven se acercó y la volvió a encender. Ahora necesitaba buscar algo para el desayuno. Caminó por entre los árboles cercanos y encontró algunos frutos, los cuales recogió. Al regresar a donde InuYasha dormía, éste ya estaba de pie poniéndose el haori.
- Vaya... ya despertaste – le dijo ella. – No quise molestarte -
- No lo hiciste – respondió él. - ¿Dónde estabas? –
- Fui por algunos frutos..., para el desayuno – él asintió.
- ¡Kagome! – el pequeño Shippo corría hacia la joven y la abrazaba con fuerza.
- Hola Shippo – saludó ella. Sango y Miroku se acercaron.
- Señorita Kagome, pensábamos que no volvía – dijo el monje.
- Siento haberlos preocupado – dijo apenada, mientras Shippo se acomodaba en su hombro colgado de su cuello.
- No te habrá hecho algo InuYasha, ¿o sí? – preguntó Sango mirando al hanyou reprobatoriamente.
- No, no... para nada – respondió ella rápidamente. – Es que ayer por la tarde salí a caminar y... me perdí – admitió.
- ¿El tonto de InuYasha no te acompañó? – ella negó ante la pregunta de Shippo. - ¡Ash! Ese perro sí que es lento – farfulló.
- ¡Te oí Shippo! – el pequeño zorro le enseñó la lengua.
Continuaron su camino en búsqueda de los fragmentos de la perla de Shikon. Sango había notado algo raro en la mirada de Kagome, pero no creía conveniente importunarla. Miroku, por su parte, los observaba a ambos: InuYasha y Kagome. Dos personas tan distintas de carácter que lograban mantenerse a raya el uno del otro; más que nada Kagome era quien mantenía a raya a InuYasha. La joven aprendió de InuYasha a no tener miedo y él supo lo que significaba el miedo a perder... Y aunque el hanyou no lo admitiera abiertamente: tenía miedo..., a perderla.
Kagome iba absorta en sus pensamientos, de vez en cuando respondí a la conversación que Shippo mantenía desde su hombro con ella. ¿En qué pensaba? En el hanyou frente a ella. Sabía que iba a ser difícil seguir como amigos, pero era lo mejor. No pensaba esperar a que él se diese cuenta que Kikyo no le preofesaba nada... ni una pizca de cariño. Vio a lo lejos una flor sumamente bella y sin pensarlo mucho la arrancó colocándola en su cabello. Detalle que InuYasha notó y mentalmente sonrió.
Voy a pedirte que no vuelvas más
Siento que me dueles todavía aquí
Adentro
Y que a tu edad sepas bien lo que es
Romperle el corazón a alguien así
Durante los siguientes días InuYasha y Kagome cruzaban muy pocas palabras, lo mínimo necesario. El monje, la exterminadora y el kitsune lo notaban, pero no entendían algo de lo que ocurría entre ellos; y todo había comenzado desde aquella vez en que ambos se desaparecieron.
Una noche, mientras todos yacían dormidos... digo, casi todos estaban dormidos, Kagome se levantó con sigilo. Había esperado a que todos durmieran para poder caminar hacia el lago que estaba cerca del campamento y pensar un poco. Le hacía falta. Los últimos días se habían vuelto insoportables: demonios en cada aldea o en cada esquina del bosque y ese silencio que se apoderaba de ella e InuYasha, aunque no quisiera, le dolían profundamente.
Kagome sintió alguien a su espalda, pensó en InuYasha, de seguro iba a buscarla.
- Vete de aquí, InuYasha. Quiero estar sola – le dijo sin siquiera mirar atrás, porque de haberlo hecho hubiera visto a Sango de pie.
- No soy Inuyasha, Kagome... – llegó a sus oídos la voz de la exterminadora Sango.
- ¡Oh! – se sobresaltó, - eres tú, Sango – dijo en voz baja. – Siento haberte confundido – la exterminadora hizo un movimiento con su mano restándole importancia al asunto.
- Has estado muy pensativa, Kagome... ¿qué te pasa? – Sango tomó asiento junto a su amiga, cerca de la orilla del lago. Kagome suspiró. – Todo empezó desde que te perdiste en el bosque... ¿qué sucedió entre tú e InuYasha? –
- Nada en especial, Sango... sólo..., dijimos adiós – respondió ella mirando el reflejo de la luna en el lago.
- Si me lo explicas, juro que te entiendo amiga – la joven Kagome suspiró entrecortadamente, aguantando las ganas que tenía de llorar.
- No quiero vivir junto a él sabiendo que al terminar la Shikon él se quedará con Kikyo y yo... – Kagome lo pensó - ... yo lo perderé – la joven rompió en un llanto silencioso.
La dejó desahogar lo que en todos esos días había retenido. Tanto dolor dentro de su alma, tanto sufrir en una sola persona. Tanto sacrificio que ella tenía que hacer para que InuYasha estuviera feliz y contento junto a la persona que tanto amaba. Minutos después Kagome levantó su rostro y le sonrió a su amiga quien le devolvió el gesto enternecida.
- Ánimo Kagome... – retiró una lágrima de su mejilla, - quizá haya una esperanza – ambas se pusieron de pie. – No sé que le habrás dicho, pero lo que haya sido ha servido para que pensara bien lo que quiere hacer después de recuperar todos los fragmentos – la apremió, - y créeme lo está pensando seriamente -
No se puede vivir con tanto veneno
La esperanza que me dio tu amor
No me la dio más nadie
Te juro, no miento
No se puede morir con tanto veneno
No se puede dedicar el alma
A acumular intentos
Pesa más la rabia que el cemento
Por su parte el hanyou la había visto partir y quiso seguirla, pero entones vio como Sango se incorporaba y la seguía. Desistió de su intento por buscarla, era mejor así. InuYasha se quedó pensativo entre las ramas del árbol que albergaba, no le gustaba para nada ese silencio que había entre ambos ni le agradaba la lejanía con que se trataban, pero así debía ser. Aunque ese sentimiento indescifrable que había en su interior lo estuviera carcomiendo por dentro. Aunque dentro de todo su ser quisiera correr a buscarla y así como aquella noche quedarse dormido a su lado.
Planeaba esperar a que las dos volvieran. Escuchó ruidos abajo y buscó quien los provocaba. Se sorprendió al ver los ojos azul profundo de Miroku observándolo con curiosidad.
- ¿Qué haces Miroku? – preguntó escuetamente.
- Iba a preguntarte lo mismo, mi joven amigo..., ¿qué haces despierto aún? –
- Es no te importa... entrometido – dijo el hanyou a su amigo.
- Es que eso de quedarte callado y pensativo como que no se te da mucho – se burló el monje.
- Miroku ¬¬ - el monje rió ante la mirada de InuYasha. - ¡Despertarás a Shippo con tanto ruido! –
- Lo siento n.n' – el monje se encogió de hombros y ayudado por InuYasha subió al árbol junto a su amigo. – Y dime InuYasha..., ¿por qué la señorita Kagome y tú se muestran tan reacios a hablar? –
- Que fastidioso eres Miroku –
- Y tú eres un tonto – le dijo el monje viendo con tranquilidad lo que sus palabras provocaban en él.
- ¡Tú que sabes! – espetó.
- Lo suficiente como para decir que desde aquel día en que Kagome y tú desaparecieron, ambos han cambiado –
- ¡Tonterías! No sucedió nada fuera del otro mundo... se perdió en el bosque, fui a buscarla, la encontré y dormimos esa noche en el bosque..., fin –
- Y yo no soy pervertido – InuYasha levantó una ceja burlonamente. - ¿Lo ves? ¡Es casi imposible! –
- Si te cuento, ¿dejarás de molestarme? – Miroku asintió e InuYasha tomó aire: - Kagome me dijo que al recuperar la Shikon ella se iría a su época – el hanyou suspiró. – No la veremos más... no la volveré a ver – esto último lo dijo en un susurro que Miroku logró escuchar.
- ¿Y te quedas así tan tranquilo? – InuYasha lo miró fríamente.
- No estoy tranquilo, al contrario, me siento intensamente intranquilo... Me asfixio cuando pienso que al recuperar la perla ella se vaya... – Miroku no quiso interrumpirlo, no ahora que estaba siendo sincero, - es un sentimiento de zozobra, de que algo me falta si ella no está... – suspiró. - Me recordó que debo cumplir la promesa que le hice a Kikyo, pero... no estoy muy seguro de querer hacerlo, es más..., no quiero hacerlo –
- ¿Y entonces? – preguntó Miroku.
- Tengo que acatar órdenes. Kagome, me pidió que continuáramos siendo amigos... – InuYasha miró la luna. – Si he de ser sincero, no ceo poder seguir así. Me asusta el silencio entre los dos –
- ¿Y la soledad no te asusta, InuYasha? – aquello provocó una escalofrío por parte del hanyou. – Sé que la mayor parte de tu vida has estado solo, pero ahora nos tienes a nosotros... somos amigos –
- Amigos... – murmuró InuYasha - ... no entendía el concepto..., hasta que la conocí y luego llegó Shippo, después tú y por último Sango y Kirara... – suspiró. – Sí..., no quiero quedarme solo... no de nuevo – lo último lo dijo en un susurro apenas audible.
Y era verdad, no quería quedarse solo. No ahora que tenía tan buenos amigos. No ahora que tenía a Kagome tan cerca... y a la vez tan lejos, pensó. Pasó una mano por su rostro con fastidio. Debía seguir adelante.
Sango y Kagome se acercaron al campamento notando que Miroku no se encontraba. Siguieron buscándolo hasta que captaron la voz de InuYasha susurrando: ... no quiero quedarme solo..., no de nuevo. A Kagome se le encogió el corazón y Sango lo había notado porque colocó su mano en su hombro y lo apretó con cariño.
- Vaya, veo que nadie duerme – dijo Sango logrando atraer la atención de Miroku e InuYasha.
- ¿Nosotros? – preguntó el monje con inocencia. – Sólo decíamos que ya tardaban mucho –
- Pues ya volvimos – dijo Kagome y le sonrió, - y será mejor descansar. Mañana tenemos mucho por recorrer –
- Kagome tiene razón... volvamos a dormir – dijo InuYasha apoyando a la joven de ojos color chocolate.
- Buenas noches, Sango – dijo Miroku a la exterminadora.
- Que descanses Miroku – respondió Sango hacia el monje.
Ambos se acostaron en sus respectivos lugares y cerraron los ojos, simulando que estaban dormidos. Kagome e InuYasha se miraron unos segundos, que se convirtieron en minutos, que quizá se convertirían en horas. Pero no sería permitido, los dos sabían que tenían que romper el contacto. Y separaron sus miradas.
- Buenas noches y que descanses, InuYasha – dijo Kagome temblorosa y cerró sus ojos.
- Dulces sueños..., pequeña –
Y el susurro se perdió en el viento, igual que una de las promesas.
Zozobra: Desasosiego, intranquilidad.
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