Perdido en la contemplación del bizcocho que estaba mojando en la leche, Fion recapacitaba sobre lo ocurrido hacía escasos tres días; se había tirado enojado toda una noche para luego descubrir que Rian estaba enamorada de él.
Ladeó la cabeza y contrajo el rostro en una mueca de consternación; "enamorada", que raro sonaba esa palabra refiriéndose a su impetuosa amiguita, y la verdad es que a él tampoco le pegaba mucho eso de estar enamorado. Si se analizaba racionalmente hasta resultaba absurdo. Para empezar él tenía veinte años y Rian dieciséis, luego estaba el hecho de que él era un elfo y ella humana, además sus caracteres eran opuestos por completo.
No obstante, por muchas objeciones reales o imaginarias que se cruzaran por su mente, siempre surgía con más fuerza el recuerdo de unos dulces aunque titubeantes labios sobre los suyos.
- Hijo, despierta -.
- ¿Qué? -.
- El bizcocho – señaló Fany con gesto divertido.
- ¡Demonios! -.
El trozo de bizcocho se había disuelto en la leche de tanto tenerlo mojado, y ahora flotaba esturreado por todo el tazón. Malhumorado, Fion se dedicó a la pesca de pedazos flotantes con la cuchara. La risita de su madre sólo consiguió enojarle aún más.
- Llevas tres días en la inopia Fion, ¿qué te preocupa? -.
- Nada -.
- ¿No confías en tu madre? -.
- No es eso, se trata de algo privado -.
- ¿Quién es la afortunada? -.
El muchacho le dedicó una mirada de soslayo. Ella se echó a reír.
- Por favor mamá, deja de abochornarme, como la cosa siga así creo que voy a tener un día horrible -.
La puerta de la calle se abrió y se asomó un sonriente rostro enmarcado por una melena azabache.
- Buenos días, Fany – saludó Rian – Hola Fion, ¿aún desayunando? -.
- Buenas Riana – replicó la mujer, mientras el rostro de su hijo no sabía si decantarse por el rojo vergüenza o el blanco susto – Digamos que tu amigo anda un poco lento esta mañana -.
- Yo me encargo -.
La jovencita agarró del brazo a Fion y lo arrastró a su habitación para que se adecentara un poco, incluso le escogió la ropa del armario.
- ¿Te ayudo a vestirte? – preguntó Rian con una maliciosa sonrisa.
- ¡No!, espérame en el comedor, tardo sólo un momento -.
- Como quieras -.
Antes de salir, Rian se le colgó del cuello y le dio un beso que consiguió hacerle temblar las rodillas.
- De locos, esto es de locos – masculló Fion una vez a solas.
Escasos minutos después, Fion apareció ataviado con una camisa holgada, chaleco verde musgo y pantalones marrón oscuro. Se despidió de su madre y salió fuera, donde Rian esperaba.
- ¿Qué quieres hacer hoy? -.
La muchacha se giró, el sol arrancando destellos a su negro cabello mientras la brisa de la mañana se empeñaba en jugar con su vestido verde, y le sonrió. En el futuro, cuando Fion recordara a su impulsiva amiga, siempre sería esa la imagen que acudiría a su mente.
- Estás preciosa – dijo él, casi sin pensar.
- Gracias, tú también te ves muy guapo – rió divertida, al tiempo que se colgaba de su brazo – Te recuerdo que hoy tienen lugar las competiciones, estoy segura que mi padre seguirá siendo el número uno -.
- Eso de maltratar a los pobres animales no termina de convencerme, ¿por qué tienen que tumbar un toro para demostrar su fuerza?, por lo que yo sé también podrían competir levantando pedruscos -.
- Pero una roca no te ataca y eso le quitaría gran parte de la emoción al asunto, ¿no te parece? -.
Fion se encogió de hombros y echó a andar con su amiga firmemente agarrada a él.
En las afueras de la aldea habían construido un cercado con gruesos troncos; la gente se aglomeraba a su alrededor buscando los mejores sitios para asistir al espectáculo. Un halcón surcó el cielo y lanzó su grito.
- ¡Ey, hola parejita! – saludó Trandara, esa mañana lucía un deslumbrante vestido blanco con una toquilla roja anudada a la cintura.
- Buenas, ¿sabes ya cuantos participantes hay este año? – preguntó Rian.
- Unos siete según mi padre; está allí, preparado por si alguna bestia se entusiasma y convierte a alguien en un colador -.
- Tú siempre tan gráfica – la acusó Fion.
Ella rió y les acompañó hasta la valla.
- Después de la competición podríamos comer junto al río para aprovechar los últimos retazos de calor del año – sugirió la sanadora.
- Buena idea, cuando veamos a Malvin, Raf y Kervo se lo diremos – asintió Rian.
- Perfecto, voy a ayudar a mi padre, nos vemos luego -.
Trandara se marchó con ese porte donairoso que la caracterizaba desde su infancia.
El primer participante y el primer toro ya estaban enzarzados en combate singular cuando Rian consiguió encaramarse a un grueso tronco del cercado. Fion se quedó a su lado, apoyado en la valla con los brazos cruzados, indolente.
El griterío del público era constante. Algunas nubes, arrastradas por el viento, cruzaban por delante del sol. Fion se estremeció.
- Podrías simular que te diviertes – dijo Rian, sacándole de su ensimismamiento.
- Es algo superior a mis fuerzas – el elfo bajó la voz – Sabes que comprendo a los animales y esos de ahí sólo se defienden, se sienten atrapados y tienen miedo -.
- Ve a buscarme un refresco, así no tendrás por que verlo – sugirió ella – Y a ver si das con los chicos, no les he visto en toda la mañana -.
La idea fue aceptada de manera entusiasta por Fion; se alejó del espectáculo y se perdió entre las casetas que ofrecían bebida y comida.
Estaba terminando de pagar dos batidos cuando sintió que le tiraban del chaleco.
- Ah, hola Raf -.
- ¿Dónde has dejado a Rian? -.
- ¿Por qué supones que estaba con ella? – interrogó Fion.
El hobbit miró los dos vasos con gesto acusador haciendo sonrojar a su amigo.
- ¿Y Malvin? – dijo para desviar la atención de su persona.
- Con sus hermanos, debía cuidar de Ermon y Priscila – informó Raf.
- Al final serán los niños quienes vigilen a Malvin; su torpeza va disminuyendo pero aún mete la pata en las ocasiones más inoportunas -.
Rieron.
- Me pregunto cuanto quedará de las competiciones -.
- Cuando he pasado a ver a Trandara sólo faltaban un par; este año no había demasiados participantes, creo que los vecinos han renunciado a derrotar a Thurek -.
De repente, Fion miró hacia el cercado y su rostro se contrajo por la angustia.
- Pero qué demonios... – masculló Raf.
Los gritos, antes vítores y aplausos, se habían convertido en alaridos de pánico. Sin pensarlo Fion soltó los batidos y corrió hacia el centro del alboroto.
Uno de los toros había decidido embestir la empalizada en lugar de a su adversario consiguiendo abrir una salida, en esos momentos la bestia arremetía con todo el que se cruzaba por delante y no le era muy difícil con tanta gente corriendo de un lado a otro dominados por el terror.
- Ni se te ocurra – fue la advertencia de Halatir, su sombra volando pareja a la de su dueño y protegido – Sólo conseguirás complicarte la vida -.
Ignorando el consejo, Fion se interpuso en la trayectoria del toro justo a tiempo de evitar que arrollase a unos ancianos.
- ¡Daro! – ordenó el muchacho, una sola palabra que detuvo en seco al formidable animal, y entonces suavizó su voz – Bado si mundo -. (Alto/ Márchate ahora, toro)
La ira ciega del animal desapareció y, acatando la indicación del joven, trotó alegremente en busca de praderas verdes que no tuvieran cercados. No obstante la preocupación de Fion no desapareció, los cuernos del toro estaban teñidos de rojo.
Descubrió a Trandara y su padre atendiendo a los heridos más graves, con su propia mantilla la joven sanadora intentaba frenar una hemorragia que amenazaba con segar una vida.
- ¡Rian! -.
Fion cayó de rodillas junto a sus dos amigas. Trandara lloraba de frustración mientras sentía como la cálida sangre manaba entre sus dedos.
- No puedo hacer nada, se muere – sollozaba – La ha traspasado de parte a parte, sólo un milagro podría restañar semejante herida -.
La gente había empezado a salir de sus escondites para ayudar a sus vecinos y familiares, pero Fion no les veía, para él sólo existía en ese momento una cosa: Rian. Apartó a Trandara y abrazó con fuerza el cuerpo de su querida amiga, inerte y destrozado como el de una vieja muñeca de trapo.
Sabía lo que tenía que hacer pero entonces la tranquilidad se acabaría, su familia volvería a tener que huir porque los del pueblo querrían quemar al engendro de una bruja. Los recuerdos se agolparon en su mente; un niño muy pálido y muy rubio que con su toque domaba a los animales, comprendía la naturaleza y era capaz de grandes prodigios, como sanar a un hombre que agonizaba en la plaza para que luego el resto de personas le pagaran con miedo y odio.
No le importaba. Rian era la única que realmente le había ofrecido una sincera amistad, no, era más que eso, le había regalado un amor incondicional, fuerte e inocente como ella; no dejaría que muriera aunque tuviese que sacrificarlo todo.
- Por favor, que por una vez ser diferente sirva de algo – rogó al tiempo que cerraba los ojos.
Aquello que había ocultado a todos afloró entonces, el poder brotó de su interior y se derramó sobre las heridas de Rian. Ante los atónitos ojos de Trandara, la sangre dejó de manar, las heridas se cerraron, los huesos sanaron y el color regresó al rostro de la muchacha.
El agotamiento se apoderó de Fion, no obstante sonreía y Rian le devolvió la sonrisa y el abrazo.
- ¿Estás bien? -.
- Sí... hantale Fion – murmuró.
Trandara apartó la ropa desgarrada y ahogó un grito, una cicatriz redonda y del tamaño de su palma era el único vestigio de la terrible herida que poco antes estaba matando a Rian. Sin embargo su sentido común se impuso rápidamente a la sorpresa; con ayuda de Thurek, Kervo y su padre, Trandara llevó a Fion y Rian a su casa, algo le decía que nadie debía ver aquella curación milagrosa.
Tumbado en el catre, Fion observaba las curiosas formas que iban tomando las nubes a medida que el viento las aglomeraba. Esa tarde llovería.
Un remolino de plumas aterrizó en el alfeizar de la ventana y exigió con la mirada que le abrieran. Remolón, Fion se incorporó y abrió uno de los cristales.
- Eres un idiota, un soberano idiota, si no dejas de hacer tonterías cómo voy a protegerte -.
- Yo también te quiero Halatir – gruñó el muchacho, desplomándose sobre el lecho. Sólo dar dos pasos era un auténtico desafío, toda su energía había pasado a Rian.
- ¡¡¡Fiondil!!! -.
- No podía dejar que se muriera allí mismo – se defendió él.
- ¿Pero tenías que hacerlo delante de la mitad del pueblo? – refunfuñó el halcón – La gente está inquieta, ya se está corriendo la voz de lo que hiciste... "oh, sí, yo lo vi, detuvo a un toro sólo con la mirada y luego puso sus manos sobre una muchacha y le devolvió la vida", y sólo han pasado dos días -.
- Exagerado -.
- Al menos dime si eres consciente que en cualquier momento te convertirán en parrillada de elfo -.
- No he olvidado lo que sucedió en Tharbad – musitó Fion, toda su rebeldía sustituida por un profundo miedo – Si veo que las cosas se ponen feas yo... -.
- ¿Tú qué? -.
- Me iré -.
- ¿¡Qué!? -.
- Cogeré a Rochith y me largaré sólo, no quiero poner en peligro a mis padres y tampoco a Rian -.
Si Halatir hubiese tenido manos se las habría llevado a la cabeza en ese momento. Unos suaves golpes en la puerta zanjaron la discusión temporalmente.
- Adelante – dijo Fion, tras cerrar la ventana y acostarse.
- Aiya –.
- ¡Rian, deberías estar descansando! -.
La muchacha, aún pálida y débil, se sentó en el catre.
- He escuchado a mi madre hablar con la tuya, dice que la gente te tiene miedo -.
- Siempre es lo mismo, me tienen miedo porque no entienden qué soy, ni aunque se lo expliques, prefieren hacer desaparecer el origen del miedo y seguir con sus vidas -. Fion se incorporó y rodeó sus rodillas con los brazos. – Me marcho, Rian -.
- ¿Qué? -.
- Lo acabo de hablar con Halatir, si es cierto que los vecinos ya están murmurando prefiero irme ahora a esperar y terminar mi vida en una hoguera -.
- No harían eso -.
- Lo intentaron en Tharbad -.
- Por eso me hiciste prometer que no le contaría a nadie tu secreto, ¿verdad? – interrogó la muchacha.
Él asintió. Se sentía realmente desvalido. Era increíble cuantos giros había dado su vida en unos pocos días.
- ¿Cuándo te irás? -.
- Esta noche -.
- ¿Tan pronto? -. La voz de Rian se quebró, las lagrimas corriendo por su rostro.
- Lo siento – murmuró Fion, estrechándola entre sus brazos – Mi pequeña Rian... me quedaría si pudiera, a tu lado, viviendo como hasta ahora, siendo un sencillo pastor de aldea; pero no puedo, debo huir para que mis padres y tú no os encontréis en peligro -.
- Me da igual la gente y su estupidez – masculló ella entre sollozos – Te quiero Fion, y no quiero que te vayas -.
- Yo también te quiero -.
Se quedaron así, abrazados, un tiempo infinito, renuentes a separarse muy probablemente para siempre.
Al final, cuando oscureció, el joven elfo apartó a la muchacha y le dio un último beso antes de salir sigiloso por la ventana.
En aquella habitación la encontraron sus padres, al alba. Sentada en el lecho, con la mirada perdida más allá del cristal y el corazón destrozado.
- ¿Fion? -.
Él terminó de ajustar las alforjas de Rochith y encaró a su madre.
- Te vas – dijo Fany, en un tono de voz carente de emociones.
- Sí... sé que parece precipitado pero sé a lo que os exponéis si me quedo, y me niego a que tengáis que emigrar como ocurrió en Tharbad -.
- ¿No ibas a despedirte? -.
- No, no me siento capaz – barbotó conteniendo el llanto.
Fany abrazó a su hijo, al regalo del caballero blanco.
- Busca a tu familia Fiondil – la menuda mujer sostuvo el medallón de oro – Y encuentra tu destino -.
- Gracias por todo mamá, por el cariño que me habéis dado, os quiero más que si Borvar y tú hubieseis sido mis auténticos padres -.
- Y nosotros te seguiremos queriendo siempre, mi niño -.
Besó la dorada cabeza y se apartó para que el joven pudiera montar.
- Adiós mamá -.
- Adiós hijo -.
Fion taconeó los flancos de Rochith y salió a galope tendido del pueblo, la mirada al frente, escrutando más allá de la oscuridad, el viento y la lluvia.
- Ha dejado la aldea, ¿y ahora qué? -.
- Cuida de él Halatir -.
- Eso es más fácil decirlo que hacerlo, mi señor, ha elegido la peor temporada para viajar, en un par de meses la nieve cubrirá los caminos de Eriador, el plan era que abandonara la aldea la próxima primavera -.
- La hora ha llegado, ha de proseguir su aprendizaje -.
- ¿Quién será su maestro? -.
- Lo encontrará a su debido tiempo, su destino le guía... lo siento por Fany, quería mucho a Fiondil -.
- He de irme, no quiero perder su rastro -.
- Muy bien amigo mío, cuida del muchacho, yo he de hacer un pequeño viaje -.
- Namarie mi señor -.
El halcón alzó el vuelo y el vagabundo de capa blanca tomó un camino desconocido.
Metió la cantimplora en el arroyo para llenarla, el agua estaba helada, un poco más y aquella corriente sería un tobogán de hielo.
Fion miró en torno suyo y sólo vio blanco, el eterno blanco de la nieve, y a Rochith rebuscando algo que comer. El aliento de ambos se condensaba en el aire formando nubecillas que desaparecían arrastradas por el viento del Norte.
- El infierno ha de tener mejor aspecto que esto – gruñó descorazonado – Ahora es cuando debo decidir dónde me meto durante el invierno, no puedo pasearme por Eriador... ¿qué te parece si nos vamos al Sur? -.
El caballo miró a su amo indiferente, parecía decir "mientras haya de comer a mi me da igual".
- Rochith no va a solucionar tus problemas -.
- Empiezas a resultar cargante Hal, ¿te importaría dejar de regañarme a cada segundo?, no me ayuda demasiado ¿sabes? -.
El halcón, posado sobre una de las ramas cargadas de nieve, se removió ofendido. Un aullido interrumpió lo que llevaba visos de convertirse en una discusión.
- Es una llamada a la sangre, han salido de caza – dijo Fion, recordando la primera vez que escuchó a los lobos – Y han encontrado su presa -.
Fion subió de un salto a la grupa de Rochith y le guió hacia los aullidos.
- ¿Se puede saber a dónde vas?, se supone que has de alejarte de ellos no ir a su encuentro -.
- Es un humano – replicó el joven – Aquí no hay alimento para los lobos, nada para lo que tengan que convocar a toda la manada, ha de tratarse por fuerza de un viajero y pienso ayudarle -.
- ¡Elfo malcriado y cabezota!, ¡vas a conseguir que te maten y me dejarás sin trabajo! -.
Bastón en mano, Fion cabalgó entre los árboles por el agreste sendero. Su montura frenó en seco cuando los músculos de su jinete así lo ordenaron; a pocos metros, entre la vegetación, se adivinaban las siluetas de los grandes lobos grises del Norte, unos doce, acorralando a un hombre que tenía todo el aspecto de ser un buhonero o vagabundo aunque la magnifica espada que esgrimía desentonaba con el conjunto.
Reanudó la cabalgada y arrolló a uno de los predadores mientras alcanzaba a otro con su bastón, finta a un lado y otro bastonazo. Los lobos retrocedieron abrumados por aquella carga y ataque. Al final, después de sopesar la situación, decidieron que aquel humano no era tan vulnerable como pensaban y que no merecía arriesgar el pellejo. Entre gruñidos, huyeron y se perdieron entre la maleza.
- Gracias -.
Fion escrutó al extraño y frunció el ceño, no inspiraba confianza con aquellas ropas sucias y gastadas, ni su cabello oscuro desgreñado y su anguloso rostro sin afeitar, sin embargo le gustó el sonido de su voz, profunda como el sonido de un corno.
- No hay de qué – replicó al tiempo que desmontaba - ¿Qué hacéis por estos parajes? -.
- Eso mismo iba a preguntarte a ti, muchacho, pareces una aparición de las viejas historias con ese corcel y tu aspecto – hablaba de forma seca pero cordial – Me llaman Khor y voy al sur, a Pelargir -.
- Yo soy Fion, y no tengo hogar ni destino -.
- ¿No?, entonces te convertirás en una estatua de hielo, no se puede vivir al raso durante los inviernos, no en Eriador -.
- ¿Cree que no lo sé?, pero eso no cambia que no tengo a donde ir, estaba decidiendo mi ruta cuando escuché a los lobos – renegó Fion, molesto.
El hombre no pareció ni escuchar sus palabras, miraba con una expresión de absoluta perplejidad al halcón que les observaba posado en una rama.
- ¿Es tuyo? -.
- No, es libre de ir donde guste, sin embargo le gusta perseguirme y hacerme la vida insoportable –.
- Sé que no me conoces y que tengo toda la pinta de un salteador de caminos pero me gustaría que me acompañaras a Pelargir – dijo de repente Khor.
- ¿Qué? -. Fion parpadeó estupefacto. - ¿Y qué pinto yo con usted allí? -.
- Ven conmigo y descúbrelo, no tienes nada que perder – sonrió y un enigmático brillo asomó a sus ojos grises.
El joven lo pensó unos momentos.
- ¡Qué demonios!, vale, iré con usted, no tengo nada mejor que hacer y nadie me espera – resolvió finalmente – Total, cosas más extrañas me han sucedido en los últimos dos meses -.
- Te creo – afirmó Khor - ¿Qué sabes hacer? -.
- ¿A qué se refiere? -.
- Eres joven pero lo suficientemente mayor para aprender un oficio -.
- Ah, eso, era pastor -.
- Ahora entiendo porque usas tan bien ese cayado, ¿qué tal te manejas en campo abierto? -.
- ¿Quiere saber si voy a resultarle un incordio?... sé rastrear, poner trampas, preveo el tiempo con bastante acierto, curto pieles, cocino bien,... -.
- De acuerdo, suficiente – rió el extraño hombre – Digamos que sabes defenderte. Vamos, buscaremos un refugio para la noche y podrás contarme más cosas -.
Unas rocas y un nutrido grupo de árboles a contraviento se presentaron como una opción decente. Colocaron la lona que Fion portaba a modo de tienda y se agazaparon debajo con un pequeño fuego calentándoles las manos y los pies, la cena se redujo a pan, queso y vino.
- Me tuve que marchar, eso es todo, no me pregunte el motivo – fue la brusca contestación que recibió Khor.
- De acuerdo, todos tenemos nuestros pequeños secretos – concedió el viajero – Si vas a convertirte en un vagabundo creo que necesitas aprender un par de cosas que no enseñan los pastores de ovejas -.
- ¿Cómo qué? -.
- El uso de la espada, por ejemplo -.
- Es usted muy extraño, parece un delincuente pero porta un arma noble y por su forma de hablar no le creo un simple mercenario, ¿a qué se dedica? -.
Khor sonrió ampliamente.
- Soy un montaraz -.
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N. de A. : Por fin otro capi. Poco que contar. Sólo gracias a los que me dejáis reviews, sobre todo a Mayu que es la que está más enganchada a esta historia.
Tenna rato!!! ^^
