El cielo comenzó a teñirse perezosamente con los colores del alba. La escarcha vestía los cristales y piedras de la ciudad fortaleza de Fornost, la primavera acababa de empezar y aún tardarían en sentir su calor.
De las barracas de los cadetes salió una solitaria figura ataviada con el sencillo y tosco uniforme gris, se estiró para desperezarse y caminó resueltamente hasta el surtidor de agua. Sin conceder un mínimo de atención al frío imperante, metió su rubia cabeza bajo el chorro de agua.
El sonido de las campanas dando la bienvenida a la nueva mañana se encargó de despertar a los compañeros del excéntrico joven. Un hombre de cabello oscuro y rostro endurecido por la edad y las adversidades entró en el patio.
- ¡Muchachos!, vamos a disfrutar de esta espléndida mañana, os quiero corriendo alrededor de las murallas antes que el sol termine de asomarse, ¡el que no obedezca o haga el vago se queda sin desayuno!, ¡en marcha! -.
Pronto un grupo de unos treinta jóvenes daban vueltas alrededor de la ciudad.
- El capitán quiere matarnos de agotamiento, cada vez es peor, no sé en qué pensaba cuando vine solicitando adiestramiento – resopló Virpo – El único que no se cansa es el bicho raro -.
- Cierto... ¡eh!, ¡Fion!, ¿se te ha congelado ya el cerebro? -.
El joven sonrió a sus amigos. Cuando llegó a Fornost y Khor le obligó a unirse a los aspirantes a pertenecer a la Compañía Gris estuvo a punto de huir; las primeras semanas fueron un auténtico infierno pues su aspecto delicado parecía atraer las burlas de sus compañeros, hasta lo de las Quebradas. Durante unas practicas en las Quebradas Narush cayó en una grieta y se rompió una pierna, Fion bajó enseguida a ayudarle arriesgando su vida contra los tumularios y eso no lo olvidó nadie; desde ese día todos empezaron a respetarle y, lo que era más importante para Fion, a aceptarle como uno más del grupo. De eso hacía más de dos años.
- Protestando sólo conseguiréis cansaros – replicó el joven elfo.
- Da igual cuanto corramos, Theron nos dejará sin desayunar -.
- ¡¡¡Fion!!! -.
Alzaron la vista y descubrieron a uno de los montaraces de pie sobre la muralla, Iffer.
- ¿¡Sí, señor!? -.
- Arthorion desea hablar contigo ahora, ve rápido -.
Fion corrió al interior de la fortaleza y buscó a su preceptor en la sala donde siempre se encontraban cuando Khor deseaba comentar los progresos de su alumno. En la pequeña estancia, iluminada y calentada por la chimenea, el montaraz aguardaba.
- Hola señor – saludó nada más entrar – Me alegra verle de vuelta, lleva ausente muchos meses -.
Khor tenía un aspecto muy distinto al que lucía cuando Fion lo conoció, ahora se mostraba como lo que era, Arthorion, Primer Capitán de la Compañía Gris y Señor de Fornost. Aunque descubrió en él una inusual gravedad y aflicción.
- Siéntate Fiondil – indicó arrellanándose en la butaca.
- Sí, señor -.
- ¿Cuánto hace que estás bajo mi tutela? -.
- Casi tres años, si contamos desde el mismo día que os vi por primera vez -.
- ¿Qué has aprendido? -.
- El arte del combate, soy capaz de manejar cualquier tipo de arma. El arte de los caminos, si me soltaran en cualquier punto de la Tierra Media sería capaz de volver incluso con los ojos vendados. El arte de la ocultación... -.
- De acuerdo, sé que te han enseñado tus maestros – lo interrumpió Khor, meditabundo – Has pasado mucho tiempo en nuestra biblioteca -.
- Me gustan las historias de las Edades pasadas – explicó Fion.
- Buscas tu identidad – desmintió el montaraz, sosegadamente – Hace tres años que nos conocemos chico y, para disgusto mío, has acabado averiguando más cosas sobre mí que yo de ti -.
El joven observó al hombre grave y poderoso que tenía sentado ante él, un descendiente de los dúnedain que antaño lucharon en compañía de gentes de la raza de Fion y decidió una vez más confiar en él.
- Quizás no de viva voz os lo haya confesado, pero mi apariencia y mis habilidades me delatan, señor – dijo Fion – Sé que sabéis quien... no, qué soy -.
- Un elfo – afirmó Khor, como quien habla de un chaparrón estival.
- Sí, un elfo – repitió el joven – Fui abandonado en el Solsticio de Invierno en manos de mi madre adoptiva, Fany, por un encapuchado de ropajes blancos, y no sé más -. Sacó el medallón dorado que siempre colgaba de su cuello – Ésta es la única pista que tengo para saber quién soy -.
El Señor de Fornost examinó la pieza.
- Parece el emblema de una Casa, un Escudo de Armas -.
- Eso pensé yo, pero no lo encuentro por ninguna parte -.
- Vas a tener la oportunidad de averiguarlo -.
- No entiendo -. Fion miró confuso a su preceptor.
- Esta mañana ha llegado un mensajero –. Los ojos grises casi se volvieron opacos por el dolor contenido – La reina ha muerto -.
Una ola de compasión asaltó al joven elfo, sabía cuanto había amado Khor a aquella mujer.
- No sé el tiempo que conseguiré mantener a la Compañía Gris con vida, las conspiraciones en la Corte de Gondor pronto terminarán y quien se haga con el control del gobierno se deshará de todos los fieles a la antigua reina – prosiguió el montaraz – Por eso quiero que te marches de Fornost, coge tu caballo y tu halcón y busca a tu Pueblo -.
- No sabría por donde empezar -.
- Bosqueverde El Grande; he estado por allí algunas veces y sé que hay un pequeño reino en la región Norte, son gente bastante arisca que no gusta de los extranjeros, las leyendas de Esgaroth hablan de un rey elfo y de una ciudad bajo una colina aunque haga siglos que nadie haya confirmado estos rumores -.
- ¿Habéis hablado con esas gentes? – inquirió Fion, más allá de cualquier sorpresa o emoción.
- Sí, ya te he dicho que son muy desagradables, van siempre encapuchados y si te descuides es probable que acabes como un colador por sus flechas -.
- ¿Cuándo puedo partir? -.
- Recoge tus cosas, partirás esta noche, bajo ningún concepto quiero que alguien se entere de este asunto, ¿entendido? -.
- Sí, señor -.
- A medianoche te espero en la poterna Este -.
El resto del día Fion estuvo ausente mentalmente, su interior era un revoltijo de nervios y excitación ante lo que se avecinaba.
En mitad de la noche se escabulló de los barracones con sus escasa pertenencias metidas en las viejas alforjas de Rochith. Casi se muere del susto cuando una mano le agarró de la pierna.
- Fer – musitó y le hizo señas para que le acompañara.
- ¿Dónde vas a estas horas? – preguntó Ferivant, una vez estuvieron en el exterior del edificio.
- Me marcho de Fornost, y sería prudente que tú también lo hicieras -.
- ¿Qué ocurre? -.
- Sé que sabes guardar un secreto y espero que éste también; la reina ha muerto y dentro de poco intentarán acabar con todos sus seguidores, incluida la Compañía Gris -.
- ¡Dioses! – exclamó Ferivant.
- Vuelve a Annúminas, allí podrás encontrar refugio -.
- Gracias amigo, espero que tengas suerte en tu viaje – sonrió el joven y le dio un rápido beso en la boca a un perplejo Fion – Que el destino te sea propicio -.
- Namarie Ferivant -.
Fion corrió hasta los establos. Rochith le dio la bienvenida y guardó silencio como su dueño le pidió mientras atravesaban el patio para llegar a la poterna de la muralla Este.
- Puntual como siempre – susurró Khor en la oscuridad.
- Y eso que me ha costado evadirme del quisquilloso de Agerar, nos vigila con demasiado entusiasmo – sonrió Fion.
Khor observó al joven un momento a la tenue luz de las antorchas del patio. El pastor había dado paso a un hábil montaraz, maduro en mente y cuerpo; un rostro hermoso de rasgos resueltos y ojos azules penetrantes como los del halcón que le había custodiado todos esos años, fuerte y ágil, indomable como la naturaleza misma. Así era Fiondil para Arthorion en ese instante, un ave de presa a punto de estrenar las alas.
- Toma -. Fion cogió la bolsa que le entregó su maestro. – Dentro hay ropa, comida y algo de dinero -.
- Gracias – dijo el joven – Creo que no me gustan las despedidas -.
- A mí tampoco -.
- Podemos fingir que sólo voy a dar un paseo -.
- Me parece bien, hasta mañana chico -.
- Hasta mañana, señor -.
Ágilmente, Fion montó en su caballo y se perdió en la noche sin luna. No miró atrás ni una sola vez, tal y como hizo al dejar su aldea, y, como entonces, lloró por lo que abandonaba.
La libertad era una sensación extraña. A diferencia de cuando tuvo que huir de la aldea, ahora era perfectamente capaz de desenvolverse solo en cualquier tipo de terreno y no temía a nada. Una magnifica espada colgaba de su cinturón y un peto de cuero se ocultaba bajo su jubón azul oscuro, una gruesa capa pardusca y desgastada enmascaraba su rostro.
La primera noche encendió un pequeño fuego y se arrebujó en su manto. Se sentía feliz, pletórico y, sobre todo, nervioso; por fin conocería a su Pueblo, podría preguntarles por su familia y nadie le miraría raro.
- ¿A Bosqueverde entonces? -.
- Me preguntaba cuánto tardarías en aparecer Halatir -.
El halcón se posó en una rama baja y sonrió con los ojos y la mente a su protegido.
- Pensé que te alegraría hablar conmigo, durante estos últimos tres años apenas hemos intercambiado algunas palabras, esos humanos te vigilaban muy de cerca como para conversar con libertad -.
- En parte lo he agradecido – sonrió Fion – Disfruté con la rutina del adiestramiento, aunque jamás sabré por qué Arthorion me tomó a su cuidado -.
- Lo subestimas, es un señor de los Dúnedain y, como tal, puede ver más allá de las apariencias; apostaría lo que quieras a que siempre ha sabido que eras un elfo -.
- He llegado a quererle tanto como a Borvar, como un segundo padre -.
- Tienes una rara facilidad para encariñarte con las personas – comentó Halatir, mordaz.
- Si te sigues riendo de mí es probable que te ase para mi próxima comida – le amenazó Fion en el mismo tono.
- Bueno, bromas a parte, ¿a dónde vamos? -.
- Bordearemos las Colinas de los Vientos por el Norte y tomaremos el Camino del Este a la altura del Último Puente, para cuando lleguemos a las Montañas Nubladas el Paso Alto ya será practicable -.
- ¿Buscando elfos, jovencito? -.
Fion se limitó a sonreír y, tumbándose sobre la hierba, se quedó dormido soñando con personas y lugares que no conocía.
La primavera avanzaba a medida que lo hacía Fion. Como ya era costumbre en él, caminaba dejando que Rochith cargara sólo con el equipaje y, de vez en cuando, con Halatir. Aquellas eran unas tierras bastante áridas, no se encontraron con nadie hasta llegar al Camino del Este un par de semanas después.
Una espléndida mañana alcanzaron el Último Puente. Allí se levantaba un recio edificio de piedra y madera conocido como la Última Posada, y Halatir no pudo evitar hacer algunos comentarios con respecto a la imaginación de los campesinos humanos.
Fion dejó a Rochith en las cuadras y entró deseando disfrutar de una buena comida después de las exiguas raciones de viaje. Le sorprendió encontrar el salón comunal vacío a excepción de un par de leñadores.
- Hola joven señor, ¿qué desea? – saludó el dueño de la fonda, un hombre que más bien parecía un guerrero que un posadero sólo que en vez de cota de malla llevaba delantal.
- ¿Qué tienen para comer? -.
- Al estofado de conejo le queda poco para estar listo, os aseguro que os chuparéis los dedos, es mi especialidad, soy un maestro con las especias -.
- Ponme un plato y de beber vino – Fion miró en torno suyo y preguntó - ¿No es extraño que vuestro establecimiento esté tan vacío? -.
- Son los trolls, esta primavera se encuentran hambrientos y ya se han merendado a unos cuantos viajeros, mala cosa para el negocio – explicó el hombre.
- Yo creía que la guardia real se encargaba de hacer seguro el camino -.
- La cosa empezó a cambiar hace uno o dos años, me huelo que hay problemas en la capital, aquí llegan rumores que el rey está enfermo y de luchas entre los nobles. Cuando un reino pierde la cabeza todo se tambalea – sentenció gravemente – Además esos sacerdotes de la Llama, son como buitres arrojándose sobre cualquier despojo y no hacen otra cosa que asustar a la gente con horrores e infiernos si no les obedecen -.
El posadero le sirvió a Fion una escudilla bien llena de comida, vino y pan.
- Gracias – dijo depositando algunas monedas sobre la barra.
- ¿Y a dónde vas joven señor? -.
- Voy al Este, por el Paso Alto -.
- Chico, me caes bien, así que te aconsejo que des un rodeo por el Sur antes de suicidarte en el Bosque de los Trolls -.
- Agradezco su preocupación pero sé defenderme – dijo Fion entre cucharada y cucharada.
- ¿Has visto alguna vez un troll? – inquirió el patrón.
- No -.
- Sígueme -.
El hombre le llevó a una habitación contigua cuyas paredes estaban llenos de trofeos de caza, sin embargo Fion se quedó petrificado al ver la mole que ocupaba el centro de la colección.
- Y eso sólo es la cabeza, un macho joven según mi experiencia – relató el posadero – Perdí a mi mejor amigo en la escaramuza, desde entonces me ocupo de la posada y no he vuelto a salir a cazar -.
- ¿Tan grandes son? -.
- Hay viajeros que afirman haber visto moles de más de cuatro metros, y yo les creo pues éste medía unos tres -.
Al alba Fion partió montado a caballo, quería atravesar el bosque antes que cayera la noche. El posadero le regaló algunos víveres y le deseó suerte.
- Recuerda que el punto débil de un troll es su vientre y los ojos, el resto de su piel es tan dura como una armadura de acero – fue el último consejo.
A medida que galopaba por el camino Fion no cesaba de controlar la posición del sol, sólo se detenía cuando sentía a Rochith extenuado.
- No lo conseguiremos, los días aún son demasiado cortos – le dijo a Halatir, mientras le quitaba al resollante caballo las alforjas.
- Sigue andando, es mejor que nada, con un poco de suerte evitaremos tropezarnos con un bicho de esos -.
Las sombras empezaron a apoderarse del bosque y los depredadores salieron de caza. Rochith temblaba a cada paso; Fion le acariciaba el lomo y murmuraba palabras de calma, aunque él mismo sentía el miedo anudado en su estómago y como la sensación de peligro inminente le ponía todos los pelos de punta.
De repente, lo que había creído una roca al borde del camino, cobró vida e intentó convertir a Fion en puré de elfo atizándole con lo que debía ser un árbol joven.
- ¡Demonios! – maldijo al reconocer a la criatura, un troll que rondaba los tres metros de altura.
- ¡¡¡Brogrrrr!!! -. (comida)
Fion desenvainó la espada e indicó a Rochith que se mantuviera apartado. El troll, además de estúpido, es un animal lento debido a su descomunal fuerza y a éste se le veía especialmente torpe, o quizás es que se había dejado intimidar tanto por los cuentos del posadero que su imaginación había concebido un monstruo peor que la realidad.
- Vamos amiguito, intenta darme – sonrió.
- ¡¡¡Grrrr broarg!!! -. (yo matar)
El árbol porra cayó y Fion se hizo a un lado con la facilidad de un bailarín, giró sobre sí mismo y sajó un costado del troll. A cada nuevo intento que hizo el animal, su presa se escabullía hiriéndole y agotándole poco a poco. Cuando lo creyó oportuno, Fion desenfundó el puñal que ocultaba en su bota y lo arrojó certeramente contra uno de los ojos del troll. La bestia bramó, se retorció y destrozó los árboles a su alrededor antes que su presa se convirtiera en el cazador y le atravesara el vientre con la espada; aunque, en el último momento, Fion no pudo evitar un terrible golpe de uno de los brazos del troll le hiciera volar varios metros y perdiera el conocimiento.
Algo húmedo sobre su cara le hizo despertar. Con un par de manotazos apartó a Rochith aunque era demasiado tarde para evitar que le cubriera de babas. Al incorporarse tan rápido sintió dolor en casi todo su cuerpo, era como si una manada entera de olifantes le hubiese atropellado, fue entonces cuando recordó los sucesos del día anterior.
Más cuidadoso que la primera vez, Fion se incorporó y buscó al troll pero lo único que encontró fue un montón de rocas del que sobresalía su espada.
- El alba llegó cuando tu amiguito aún no había muerto – explicó Halatir, posándose junto a la reluciente hoja – Bravo, has vencido tú solo a un troll de los bosques -.
- Aunque me ha costado alguna costilla me temo – jadeó mientras sostenía su costado – Dame unos instantes para que me vende y continuaremos el viaje -.
A costa de un gran dolor, el elfo consiguió hacerse un improvisado vendaje y montar en Rochith.
- ¿Podrás cabalgar? -.
- Sí, debo salir del bosque, no puedo hacer frente a otra a bestia como esa -.
- Ve despacio, el Bruinen no está lejos -.
Por fin dejaron atrás el bosque y todavía disfrutaron de un par de horas de luz que les permitió acampar cómodamente junto al río, en un recodo plagado de vegetación y rocas.
Fion se quitó el vendaje y la ropa y se sumergió en el remanso que allí formaban las aguas, el frío calmó el dolor y despejó su mente como un bálsamo mágico. Tras una cena frugal se quedó dormido envuelto en su manta, reconfortado por su hazaña.
Permaneció tres días en aquel pequeño refugio, permitiendo que su organismo se recuperase antes de emprender la ardua ascensión que le llevaría al Paso Alto.
- Remontaremos el río por la orilla oriental, según los mapas que estudié el camino se inicia en un valle por aquí cerca -.
- Sígueme -.
La orden mental de Halatir se confundió con su jubiloso chillido en el despertar de la mañana.
Montado en Rochith, el elfo cruzó el río por un vado cerca del lugar donde había acampado. Mientras trotaba por aquel camino un extraño presentimiento le embargaba, la sensación de que aquellos árboles le daban la bienvenida como si antaño viviese allí.
El halcón le esperaba posado sobre una gran encina, en ese punto el camino viraba bruscamente hacia el Este.
- Aparta esos matorrales, sin cortarlos, y sígueme -.
- ¿A dónde me llevas? -.
- Quiero que veas una cosa -.
Fion desmontó y se abrió paso entre el follaje hasta tropezar de repente con una senda, parecía el típico camino usado por ciervos y animales semejantes. Poniendo cuidado en donde pisaba, siguió la aguda llamada del halcón durante un buen trecho. En un momento dado el sendero desembocó ante una arcada de piedra cubierta por enredaderas y hierbas. Fion avanzó un poco más y descubrió que aquella estructura formaba parte de todo un complejo de edificios comunicados unos con otros por medio de puentes y galerías porticadas. Lo que antaño fueran jardines se habían asilvestrado e invadido las habitaciones de aquel hermoso lugar, otorgándole una presencia ominosa y no obstante nostálgica, un olvidado vestigio del pasado.
- ¡Halatir!, ¿dónde estamos? -.
- Las leyendas hablan a menudo de este lugar aunque hace tres siglos que nadie pisa sus estancias – la voz mental del halcón sonaba respetuosa y triste – Te hallas en la Casa de Elrond, también llamada Imladris o Rivendel, el Valle Profundo de la Hendidura -.
El joven elfo entró en la Casa abrumado. Sus manos rozaban las paredes, siguiendo los motivos florales que las adornaban. Recorrió habitaciones y patios, deteniéndose ante las estatuas que reproducían doncellas y caballeros élficos, embebiéndose de la atmósfera que se respiraba; los elfos se habían marchado pero el valle entero los recordaba, y lloraba por ellos, por su ausencia, por los cantos y las risas enmudecidos para siempre.
En un claustro encontró un pedestal con una hermosa talla a tamaño natural cubierta por un rosal trepador en flor. Una elfa de inenarrable belleza, su ropa y cabello agitados por un viento invisible, con las manos y el rostro alzados hacia el cielo en una muda súplica. La inscripción rúnica revelaba su identidad: Arwen Undómiel. Fion conocía la historia de aquella dama e imaginó quien pudo ordenar la creación de semejante obra.
- ¿Por qué me has traído aquí? – preguntó el joven.
- Quería que conocieses uno de los pocos hogares que tuvo tu Pueblo durante la Tercera Edad -.
- Puedo sentirlo... -. Fion rozó las manos de piedra – Imágenes inconexas, rostros desconocidos que aparecían en mis sueños... ellos vivían aquí -.
- Como bien has dicho el valle no olvida, aún llama a sus antiguos habitantes y reconoce en ti a uno de la raza élfica, por eso percibes con tanta claridad esas visiones -.
Se quedaron unos días en el valle, hasta que Fion se aprendió de memoria cada recoveco de las ruinas del desaparecido refugio de Rivendel.
Terminaba de recoger su equipo para marcharse cuando su mirada reparó en el mosaico del suelo. Sobresaltado, apartó las hojas y arrancó las hierbas. Ahogó un grito. Aquellos azulejos formaban un halcón de alas desplegadas y con sus garras sosteniendo una estrella.
- ¡¡¡HALATIR!!! -.
- ¿Qué es lo que...?, ¡oh!, ya veo -. El halcón se posó el alfeizar de una ventana llena de rosales trepadores.
- Mis padres, mi familia, vivían en Rivendel... – rebuscó inscripciones en algún punto del mosaico – No hay nada... ¡maldición! -.
- Fion, tu familia vivió aquí pero de eso hace más de tres siglos, los elfos abandonaron Imladris para marchar a los Puertos Grises -.
- Pero mis padres han de seguir en la Tierra Media, yo nací hace veintitrés años y para entonces ya no se podía viajar a Occidente... ¿verdad? -.
Fion clavó su mirada en el halcón con una cólera nacida de la frustración.
- Fion... -.
- ¡Dímelo!, ¡tú sabes quienes son! ¡quién me abandonó!, ¡¡¡dímelo!!! -.
- No puedo, porque no lo sé -.
- Mentiroso -.
- Lo siento... ve a Bosqueverde, ellos podrán ayudarte mejor que yo -.
Dicho esto el ave emprendió el vuelo. Fion permaneció de rodillas, contemplando el mosaico, sintiéndose más solo que nunca.
El Paso de las Montañas Nubladas quedó atrás, una peligrosa travesía que duró poco más de una semana. Las verdes colinas y el resplandor del furioso Anduin refrescaron el corazón de Fion.
Rebuscando en las alforjas de Rochith, sacó un mapa y calculó que bien podía estar a un día o dos del Viejo Vado. Cogió una manzana, lo último de sus provisiones, y siguió andando mientras comía.
- Tinuviel elvanui, elleth alfirin edhelhail, o hon ring finnil fuinui, a reni gelebrin thiliol – canturreó Fion, caminando junto al río.
- Vaya, vaya, ¿un viajero que habla como un elfo? -.
Fion se detuvo en seco y descubrió sentado allí cerca de un hombre mayor, anciano seguramente, aunque su cabello aún era como las sombras de la noche y un brillo mezcla fiereza y diversión bailaba en sus grandes ojos castaños. Un grueso abrigo de pieles le cubría dándole una apariencia bastante salvaje.
- Saludos, señor – dijo Fion - ¿Hay por aquí alguna aldea o vive usted solo? -.
- No aldea, pero sí comunidades, te encuentras en los límites de las tierras de los Hombres del Bosque y los ancestrales Señores de la Carroca – sonrió el hombre - ¿Qué haces tú por aquí? -.
- Voy a Bosqueverde -.
- Ah, entonces has de ir por el Vado o la corriente te llevaría hasta el mar y luego sería muy engorroso tener que remontar todo el río por la orilla Este – el extraño personaje se levantó y Fion descubrió que medía sus buenos dos metros, era enorme, como un gran oso – Ven, te guiaré -.
- No querría molestar -.
- No es molestia, hace días que no paso por casa y mis hijos deben andar preocupados; cuando un beórnida se hace viejo tiende a pasar demasiado tiempo solo y puede ser peligroso – suspiró con pesadez – Me llamo Brorn -.
- Yo soy Fiondil -.
Caminaron durante todo el día. Brorn le habló de su familia, sus nietos, los animales, los años pasados, mientras Fion comía el pan con miel y los frutos que su inesperado guía le obsequió.
- Si te descuidas te quedarás en los huesos, aunque pareces un chico fuerte – dijo el beórnida al darle la comida.
Durmieron al extenderse el manto de estrellas y no fue hasta la tarde del día siguiente que llegaron al Viejo Vado.
- Tu camino continúa hacia el Este muchacho, pero me gustaría que vinieras a mi casa para conocer a mi familia, además te aprovisionaré bien, no es bueno entrar en tierra de arañas y elfos sin ir bien surtido – ofreció Brorn al pisar la orilla oriental.
- Varias veces ha dicho que el bosque es tierra de Elfos, ¿es cierto que aún viven allí? – preguntó Fion.
- Tan seguro como que tú y yo estamos hablando; cuando quieren son encantadores pero se han ido volviendo suspicaces con el paso de los años, se ocupan de sus propios asuntos y se desentienden del resto del mundo – se mesó la frondosa barba – Antes venían mucho por aquí, a comprarnos miel y otros objetos curiosos que no tienen en Bosqueverde o Esgaroth -.
- La noche no tardará en caer, así que me encantaría acompañarle a su casa si no soy una molestia -.
- ¡Y dale con lo de la molestia!, anda, vamos y disfrutarás de una cena en condiciones, que pareces más un pollo raquítico que un halcón peregrino -.
El joven rió y siguió a Brorn.
A la luz de las estrellas Fion distinguió un complejo de edificios bajos de madera y techos de paja rodeado por un impenetrable seto de espinos, una tenue luz se filtraba por las ventanas y la brisa transportaba el olor a comida.
- Ah, el hogar, me encanta volver tanto como escaparme -.
En cuanto traspusieron la cancela una de las puertas se abrió y de la casa salió una mujer de espeso y largo cabello cobrizo enmarcando un rostro de expresión orgullosa y enfadada.
- ¡Padre!, ¡no te da vergüenza! -.
- Lo siento Briza -.
- "Lo siento", "lo siento", ¡ya estoy harta! – la mujer frenó su arranque de ira al percatarse de la presencia de un extraño - ¿Y tú quien eres? -.
- Fiondil, señora, su padre me invitó a pasar aquí la noche -.
- ¿Qué ocurre Briza? -.
Tras la mujer apareció un hombre tan grande como Brorn pero más joven, robusto como un oso de las cavernas.
- Nada, que mi padre por fin apareció y trae un invitado -.
- Bueno, pasad los dos dentro y seguiremos hablando acompañados de una buena cena – el hombre miró a Rochith – Tercera entrada por la derecha, allí verás a dos compañeros tuyos: Joyce y Shasha -.
El caballo trotó en la dirección indicada para sorpresa de Fion.
- ¿A dónde va? -.
- Al establo, venga, pasad dentro -.
Nada más entrar cuatro chiquillos se abalanzaron sobre Brorn entre risas y gritos.
- Ya es suficiente niños, todos a lavarse las manos y luego sentaos a cenar... ¡Bruno deja al hurón en su cesta, no lo quiero en mi mesa! – ordenó Briza.
La casa era de lo más acogedora. Madera por todas partes, confortables alfombras y sillones, velas que aportaban iluminación y bastantes animales domésticos.
Se hicieron las presentaciones y Fion averiguó que el hombre-oso se llamaba Bëornun, Briza era su esposa, y los tres niños y niña de distintas edades eran sus hijos.
Mientras cenaban el elfo rió con las chanzas entre el abuelo y los nietos que sacaban de quicio a Briza, alguna irrupción de los animales y las historias de Bëornun. Le gustaba aquel ambiente distendido, familiar, que tanto le recordaba a Fany y Borvar y que tanto había echado de menos durante su estancia en Fornost, allí todo estaba muy estructurado.
- Pensaba que eras uno de los elfos de Bosqueverde, no sabía que aún quedasen gentes de tu raza al Oeste de las Nubladas – comentó Bëornun.
- Que yo sepa no quedan, a mí me dejaron con una pareja de pastores cuando era un bebé, y mi objetivo es hablar con los elfos del bosque a ver qué pueden decirme sobre mi ascendencia – respondió Fion, comiendo su tercera porción de tarta de queso con mermelada de moras.
- Ten cuidado cuando entres en Bosqueverde, nunca ha sido un lugar seguro, procura no alejarte del camino y evitarás tener problemas con las arañas – aconsejó Brorn – Y sería conveniente que llevarás la cabeza descubierta, para que puedan verte los elfos y reconocer tu raza -.
- Dejad ya al muchacho – intervino Briza – Mañana habrá tiempo para advertencias y recomendaciones, ahora jovencito te darás un baño y luego a dormir -.
Fion se dejó llevar por la enérgica matrona. El baño resultó una auténtica delicia, agua caliente y jabón en grandes cantidades. Pero nada pudo superar al confortable lecho de plumas que le cedieron para dormir; con un pijama de lino se metió bajo la colcha y Briza le arropó a conciencia.
- Duerme y no tengas miedo si oyes ruidos extraños, en esta zona hay muchos osos que suelen salir por la noche – la mujer sonrió y sus ojos verdes chispearon a la luz de la palmatoria – Dulces sueños, joven elfo -.
Los bramidos y sonidos de animales salvajes fuera de control resonaron toda la noche pero Fion se sentía seguro y durmió como hacía años que no dormía.
Al alba Briza le despertó para el desayuno. Leche, cereales, tostadas, bollos recién hechos, bacón, huevos revueltos, y un largo etc llenaban la mesa del comedor, aquello era un banquete en toda regla y Fion se sorprendió al descubrir lo hambriento que estaba.
- Estos bollitos de miel son deliciosos, señora – elogió a la cocinera.
- Gracias Fion, me alegra ver que alguien aprecia mi cocina, no como esta panda de fieras que engullen todo sin saborearlo – replicó Briza, mirando ofendida a su familia.
- Oh, vamos cariño, tú sabes que nos encanta lo que cocinas – dijo Bëornun.
- Pues agradecería que lo comentaras más a menudo -.
Bien entrada la mañana, Fion abandonó la casa de la feliz familia de beórnidas con las alforjas llenas de provisiones y el cuerpo descansado. Ante él, a escasos tres días de viaje, se extendía Bosqueverde el Grande, una basta extensión de viejas hayas y robles que se mantenía intacta desde hacía siglos custodiada por los Elfos y los Hombres del Bosque.
- Me gustó la familia de Brorn, simpáticos y muy abiertos – le comentaba Fion a Rochith.
Ambos avanzaban pausadamente por el camino que llevaba al bosque, lo atravesaba y llegaba hasta Esgaroth. Las Tierras Salvajes estaban en plena floración y el verde paisaje aparecía salpicado de motas de color, era una delicia caminar y Fion no tenía prisa.
El ambiente idílico se fue al traste cuando unos gritos resonaron en la distancia. Fion montó en su corcel y cabalgó en busca de quien se hallara en problemas; sonrió al recordar a un montaraz y un grupo de lobos, ¿quién sería esta vez?.
En la linde del bosque descubrió tres hombres caídos en el suelo, no sabía si muertos o inconscientes, mientras un cuarto individuo, embozado en una capa verde, los desvalijaba. El ruido de los cascos del caballo sobresaltó al ladrón, que huyó bosque a través. Fion desmontó, un simple vistazo bastó para ver que los hombres sólo estaban inconscientes, y echó a correr tras el delincuente pues los árboles crecían demasiado juntos como para seguir la cabalgada.
Era la primera vez que ponía a prueba su resistencia a semejante nivel y se descubrió corriendo a una velocidad que una gacela envidiaría. Casi por intuición esquivaba los obstáculos que suponían ramas, troncos y raíces, acortando más y más la distancia entre él y su presa. Por fin, de un salto agarró al fugitivo y ambos cayeron rodando sobre el suelo cubierto de musgo y helechos. Forcejearon hasta que Fion consiguió inmovilizar a su adversario de cara al suelo.
- Ni se te ocurra intentar escapar – advirtió él, dándole la vuelta al ladrón para verle el rostro.
Cuando le volteó y la capucha resbaló una exclamación parecida acudió a los labios de ambos contendientes.-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
N.de A.: ¡He vuelto!. Siento mi desaparición pero el estreno de Las Dos Torres me ha tenido ligeramente ocupada, ¡vaya peaso peli!, ya la he visto dos veces y no me canso aunque hay cosas que hacen rechinar los dientes, no diré cuales para no chafar la sorpresa a nadie. ^^ Adoro a Gollum. Que buenorro está Legolas. Que puntos Gimli. Que peaso suegro es Elrond. Que interpretación la de Frodo. Definitivamente Sam es de la acera de enfrente, pero es adorable. Y Helm... O_O.
¡Gracias por los reviews a todas! Os dedico este capi por soportar mis desvaríos mentales XD, a Nariko, Mayu, Anariel, cari_chan y Selene.
Tenna rato!!
