Inquietudes

La lluvia golpeaba enérgicamente las ventanas. Era un día gris, mustio, uno de esos días de principios de primavera en que cualquier ápice de color parece haber sido borrado por un aguacero.

Abstraído, Fion miraba como lloraban los cristales. Las voces subían y bajaban de tono en torno a él, discusiones tan habituales que ya aburrían. El último invierno resultó extremadamente duro para los habitantes de Valle y Esgaroth, la nieve llegó en Octubre y no se había deshecho hasta finales de Marzo; por suerte para ellos, los pactos de colaboración entre elfos, enanos y humanos se mantuvieron firmes incluso en los momentos más crudos, hasta los Hombres de los Bosques y los Beórnidas colaboraron con sus vecinos.

Y todo se lo debían a un joven de veintiséis años, el cual no quería ni oír hablar de elogios. Fion no cesaba de repetir que el mérito no era suyo, que Thranduil del Bosque, Nain de Erebor y Brondar de Valle eran los que realmente supieron manejar la situación, él sólo era un intermediario. Sin embargo nadie pareció escucharle, alabaron su humildad y le colmaron de honores que, tras dos años, empezaban a pesarle. Un anhelo cada vez más insoportable había ido creciendo en su corazón, el de regresar a una aldea del sur de Bosque Viejo y tener noticias de su familia, sobre todo después de un invierno tan difícil en el Norte.

- Fiondil, vos me dais la razón ¿verdad? -.

El elfo devolvió su atención a la conversación y esbozó una media sonrisa.

- Señor Flaumert, me temo que no -.

La redonda cara del alcalde de Esgaroth se arrugó como una pasa por el disgusto.

- ¿Y eso por qué? -.

- No se impondrán más impuestos este año que los exclusivamente necesarios, al menos hasta que tengamos la primera cosecha y nos aseguremos que el deshielo no estorba al comercio de manera substancial, son ordenes del rey Brondar – explicó Fiondil – Si carga más tributos sobre los ciudadanos y campesinos no podré asegurarle que su cabeza siga sobre sus hombros -.

Los otros siete representantes estallaron en carcajadas más o menos escandalosas, pero sin duda nadie sobrepasó al jovial Thrain, un enérgico enano pelirrojo que contaba con la rareza de llevarse bastante bien con los que no pertenecían a su raza.

- Maese Fiondil, ya que hemos acabado con el último problema ¿qué os parece compartir algunas cervezas en el Barril de Oro? – propuso en enano.

- No sé Fion, pero yo me apunto, tengo la garganta como papel de lija después de hablar tanto -.

- Eres un exagerado Kalus – gruñó Flaumert.

- La verdad es que Kalus siempre parece tener la garganta seca, incluso a las ocho de la mañana -.

Entre bromas y más carcajadas, los ocho embajadores atravesaron las mojadas calles de madera hasta entrar en el Barril de Oro. Se acercaba el mediodía y muchos lugareños habían decidido ir a disfrutar de una cerveza antes de ir a casa a comer.

Fion no llevaba ni la mitad de su jarra cuando alguien le agarró del brazo.

- Arathar, ¿qué sucede? -.

- Ven conmigo, ha llegado un mensajero de Ithilien, él te lo explicará -.

Los dos elfos abandonaron la concurrida taberna y volvieron al exterior donde la lluvia parecía descargar con más fuerza que antes.

En la orilla del lago, cerca del puente de acceso a Esgaroth, se había construido una casa comunitaria para los elfos que ayudaban a Fiondil con su trabajo de heraldo. También servía como posada para los comerciantes y viajeros élficos que iban de Bosqueverde a Ithilien y viceversa, de manera que siempre había bastante animación entre sus paredes.

Nada más poner el pie en el zaguán un elfo se ocupó de las chorreantes capas y les dijo dónde podían encontrar al emisario; una pequeña salita en la que Fion solía recibir en privado las visitas más importantes o que requerían un mínimo de privacidad.

Además del mensajero, que disfrutaba de una abundante comida, en la habitación también les aguardaba Narielle.

- Por fin, creí que tendría que ir a buscaros – exclamó ella – Os presento a Seregon de Ithilien -.

- Maegovannen – le dijo Fion al elfo extranjero – Ésta es una mala época para viajar, ¿qué noticias traes que no pudieran esperar mejores condiciones? -.

- El Consejo de los Nueve me envía para advertir a nuestros hermanos del Norte de un gran peligro – comenzó Seregon, su hermoso rostro oscurecido por la preocupación y el agotamiento – El rey de Gondor ha perdido el juicio, es una marioneta en manos de los nobles y, en particular, de una "dama" del lejano Khand. Según nuestros infiltrados en Minas Tirith, el rey está a punto de anunciar su matrimonio con esta mujer -.

- Eso significaría entregar en bandeja de plata el trono de Arnor y Gondor a sus ancestrales enemigos, todo el mundo sabe que Khand y Harad se sometieron a la fuerza tras la Guerra del Anillo y que aún se reverencia al Ojo en esos reinos – apuntó Narielle – Parece mentira que la Casa de Telcontar haya decaído de semejante manera -.

- No tanto – sonrió Arathar, mirando a Fiondil.

- ¿Cómo ha conseguido tanto poder una cortesana de Khand?, que yo sepa pocos son los que tienen acceso directo al rey – preguntó Fion.

- La Orden de Nógard, ellos son los que están apoyando a Kizzuwatna desde las sombras – respondió Seregon – Se están fortaleciendo y si esa mujer alcanza el trono, os puedo asegurar, que el rey no vivirá tiempo suficiente como para disfrutar de su nueva esposa -.

- No lo matarán hasta que no haya descendencia – replicó Fion – Necesitan un hijo o hija legítimos antes de quitar de en medio al último de los descendientes directos de la Casa Real, es la única manera de hacerse con el poder sin provocar una guerra civil -.

- Debemos advertir a Thranduil – recordó Narielle.

- Me hago cargo – respondió Fion – Iré a palacio y veremos qué medidas decide tomar el rey -.

Había días que uno se levantaba y todo salía a pedir de boca, los cielos y la tierra se confabulaban para hacerle a uno el ser más feliz de la Creación. Por desgracia, Fion estaba disfrutando de todo lo contrario.

Para empezar estaban las ordenes de Thranduil. Fion debía acompañar a Seregon hasta Ithilien e indagar sobre los avances de la Orden de Nógard en Gondor.

En segundo lugar estaba Narwen. La elfa había insistido, de una forma sutil pero obcecada, hasta conseguir que el rey le permitiera acompañar al joven heraldo. Fion no habría tenido inconveniente si no fuera por los problemas que había tenido con la Guardiana en los últimos meses. Todo se reducía al hecho de que Narielle se negaba a comprometerse con Fiondil de una manera seria; ella se divertía coqueteando con otros elfos y opinaba que Fion era un celoso incurable, por otro lado él pensaba que ella era demasiado frívola. Arathar se había negado a participar de la disputa tomando partido y, más o menos, hacía de intermediario entre sus amigos; a Narielle intentaba explicarle que Fion actuaba siguiendo la moral humana, la misma que prohibía a una muchacha disfrutar de varios pretendientes a la vez, mientras que a Fiondil procuraba razonarle que el comportamiento de la mujer elfa era completamente normal, que las elfas no tenían la obligación de ser fieles hasta casarse.

Fion se arrebujó en su capa y soportó aquello que estaba terminando de exasperarle por completo, la lluvia. No un chaparrón estival, no, eso hubiera sido demasiado pedir para su maltrecha suerte; lo que en esos momentos se abatía sobre los tres jinetes elfos era una auténtica tromba de agua, caminar bajo una catarata no habría resultado muy diferente.

Las Emyn Muil era lo único que se perfilaba bajo el aguacero y servía como punto de referencia. Los viajeros debían rodearlas y atravesar las Bocas del Entaguas, desde allí avistarían las Montañas Blancas y el Gran Camino del Este que las bordeaba y que conducía directamente hasta Minas Tirith.

- Una semana – dijo Seregon, alzando la voz por encima del diluvio – Entaguas será un trayecto traicionero con este tiempo, allí perdí mi caballo cuando iba de camino a Eryn Lasgalen. Lo mejor sería dar un rodeo para cruzar por el Vado del Entaguas -.

- Eso nos metería de lleno en el Folde Oeste, iríamos casi hasta Edoras, y nos llevaría dos semanas llegar a Minas Tirith – replicó Fion.

- Busquemos entonces los Pasos de Mering, pero te advierto que no va a ser divertido – cedió el silvano de Ithilien.

Ciertamente, Seregon no andaba muy desencaminado en su afirmación. Aquella fue la parte más dura del viaje, atravesar los pantanos de Entaguas. Tuvieron que enfrentarse a oscuros horrores de las ciénagas, mewlips era como se conocía a esos seres, y, por suerte, sólo tuvieron que lamentar la pérdida del caballo de Narwen.

A escasos días de la capital de Gondor, el sol asomó por fin y el invierno cedió paso a una tímida primavera. Bajo el cálido resplandor del astro cruzaron las tierras de Anórien y siguieron la línea de las deslumbrantes Montañas Blancas.

Minas Tirith surgió repentinamente ante los ojos de los elfos. Sus siete niveles de blanca muralla brillando como la nieve de las cumbres montañosas junto a las que se alzaba la ciudad. La Torre Blanca se erguía orgullosa en medio de tanta grandeza, resplandeciente cual aguja de nácar, con sus banderas ondeando como si saludara a los viajeros.

- Ahí la tenéis – sonrió Seregon – Es hermosa, ¿verdad? -.

- Sí – asintió a regañadientes Narielle. Fion sabía lo que a ella le costaba admitir que los destructivos humanos crearan algo tan sublime.

- Minas Tirith... la ciudad que resistió a todo el poder de Sauron hace cuatro siglos – susurró Fion, reverente. Narielle sabía que su amigo se enfrentaba al peso del pasado, al temor a la sangre que corría por sus venas y le convertía en heredero de aquella espléndida capital.

Cabalgaron hacia los grandes portones abiertos por los que entraba y salía gente de manera fluida. Si a Fion le sorprendió en su niñez ver la variedad de personajes que acudían a Bree, no fue nada comparado con aquello; en Minas Tirith no sólo estaba representadas todas las razas del Reino Unificado, sus protectorados y provincias, sino también todos los escalafones sociales.

Desmontaron de sus caballos para permitir que los guardias registraran sus equipajes como hacían con todos los que entraban a la ciudad.

- Saludos extranjeros... ¡ah!, maegovannen, no me percaté que veníais de Ithilien, pasad – dijo el soldado que se aproximó a ellos, el árbol de plata y las estrellas brillantes en la sobrecapa negra.

- ¿Y eso? – inquirió Narielle mientras franqueaban la Puerta.

- Los guardias no temen a los elfos, en nuestra naturaleza no entran conceptos como "robar", "asesinar", "contrabando"; es decir, que se nos considera visitantes gratos – explicó Seregon, aunque su rostro se ensombreció con sus siguientes palabras – El único problema lo representan los Servidores de la Llama, tienen en Minas Tirith uno de sus templos principales y algunos elfos han desaparecido misteriosamente en los últimos años. La Guardia no puede hacer nada, incluso muchos de los soldados se han vendido a los nogardianos, así que nuestra única defensa somos nosotros mismos -.

Fion escuchaba a medias la conversación de sus compañeros, su interés recayó en los grabados y relieves de las dos grandes hojas de acero que conformaban la Puerta. El motivo central mostraba una gran victoria, la Batalla de los Campos del Pelennor seguramente, otras pequeñas escenas rodeaban a la principal con pequeñas inscripciones que hacían alusión a lo representado.

- Eowyn, nim gwenn o Rohan, i goe o nazgûl -. Fion esbozo una sonrisa nostálgica – Eowyn, Doncella Blanca de Rohan, Terror del Nazgûl -.

- ¿Conoces la historia? – le preguntó Seregon.

- Sí, la escuché... hace tiempo -.

"Ni se te ocurra llamarme marimacho.

¿Ah, no?, ¿y cómo llamo a una chica que me pega con la misma fuerza que un chico?

¡Eowyn, la Dama Blanca de Rohan! – exclamó Rian poniéndose en pie y enarbolando una rama a modo de espada.

Si tú eres Eowyn, ¿quién puedo ser yo? -.

¡El Rey Brujo! – rió ella."

Narielle terminó su almuerzo. El comedor de la posada estaba relativamente tranquilo para ser la hora de comer. Seregon tomaba una copa en la barra con un viejo conocido de la ciudad. Fiondil, con su comida prácticamente intacta, tenía la mirada perdida del otro lado de la ventana.

- Fion, ¿qué te ocurre?, llevas de un tiempo a esta parte absorto – inquirió la elfa.

- Es el cansancio del viaje -.

- Ya estabas así mucho antes del viaje, ¿qué te inquieta Fion? -.

- Son tonterías, presentimientos – dijo vagamente él.

- Un elfo nunca considera los presentimientos como tonterías, y mucho menos si quien las tiene es un Alto Elfo tataranieto de la dama Galadriel de Lórien – apuntó Narielle - ¿Qué has presentido? -.

- No es nada en particular, sólo que desde hace unos meses no ceso de pensar en mi hogar de Bosque Viejo y a todas horas veo señales que me recuerdan mi infancia allí -.

- ¿Quieres volver? -.

Fion escrutó el rostro de su amiga; como de costumbre era muy difícil saber que pasaba por su cabeza y menos con esa parsimonia con que se tomaba Narielle todas las situaciones. Algo típico de los elfos, nunca se alteraban por nada, y eso que Thranduil le había explicado que los silvanos eran la raza más activa.

- Sí, quiero volver... necesito volver – asintió Fion - ¿A ti no te gustaría regresar a tu casa tras largos años de ausencia para saber cómo le va a tu familia y amigos? -.

- Supongo que sí, y no hay motivo alguno para que tú y yo no podamos pasarnos por Eriador cuando terminemos nuestras investigaciones por Gondor – sonrió Narielle.

- ¿Hablas en serio? -.

- Seregon me ha dicho que podemos ir hasta el puerto de Pelargir y coger un barco que nos lleve a Mithlond, hay muchos que salen a principios de verano para llevar mercancías a Annúminas -.

- Eres sorprendente cuando quieres Narwen – rió Fion.

- Hannad le -. La doncella se repantigó en la silla y llamó al camarero – Una botella de vino -.

A Fion le divertía el curioso acento que la doncella elfo le daba al Común, el idioma humano adquiría un embriagador tono exótico que traía de cabeza a cuantos hombres intercambiaban un par de frases con ella.

Seregon se reunió con ellos en la mesa.

- ¿Qué has averiguado? – le preguntó Fion.

- Que el anuncio oficial de la boda del rey se hará dentro de un mes más o menos, mi amigo conjetura que puede ser el tiempo que precisa la Orden de Nógard para atar todos los cabos sueltos – el silvano cruzó las manos alrededor de su copa – Deben acabar con todo núcleo de oposición y hay quienes se resisten, como los Señores Montaraces del Norte, ellos son los más peligrosos -.

- Me alegra saberlo – sonrió Fion – De acuerdo, reuniremos toda la información que podamos al respecto y se la enviaremos a Thranduil, aunque no sé de que servirá -.

- Sabes perfectamente quien es el único que podría evitar la caída del Reino Unificado – afirmó Narielle.

- Y tú sabes que esa persona se niega a aceptar la corona, no está preparado para semejante responsabilidad -.

- Pues todo Bosqueverde, Valle y Esgaroth opinan lo contrario -.

Seregon alternaba su mirada de uno a otro, incapaz de entender a qué se referían.

- Un momento, ¿decís que hay un heredero al trono que nadie conoce? -.

- Sí, un hijo de Silmariel, la hija de Arwen y Aragorn que escogió la inmortalidad – explicó la doncella elfo.

- Son las mejores noticias que se han oído en mucho tiempo, alentarán la esperanza de los que habitamos Ithilien – sonrió Seregon.

Narielle esbozó una sonrisa satisfecha. Fiondil suspiró, contrariado.

Cinco servidores de la Llama entraron al recinto cerrado del séptimo nivel, a la ciudadela donde se ubicaba el palacio. El halcón volvió al nivel cuatro para informar a su dueño.

- ¿Seguro? -.

- Las antorchas iluminan y yo no soy ciego precisamente – Halatir se removió, enojado – Lleváis vigilando a esa panda de fanáticos durante una semana y, repito, no sacaréis nada en claro -.

- ¿Qué dice? – inquirió Narielle.

- Que somos tres idiotas persiguiendo fantasmas – tradujo Fion, irónico.

- Tengo una idea para indagar de primera mano – dijo la Guardiana, altiva.

- ¿Cuál? -.

- ¿No dijiste que han desaparecido compañeros tuyos de Ithilien?, bien, pues voy a dejar que me cojan para ver que tienen en ese maldito templo suyo -.

- Ni en broma – afirmó Fion.

- ¿Tienes otro plan?, ¿no?, pues yo no pienso quedarme en esta ciudad eternamente hasta que los Valar decidan insuflarnos la información que necesitamos -.

Finalmente, y a pesar de las protestas de Fiondil, adoptaron el plan de la mujer elfo. Consiguieron un par de túnicas rojas para Seregon y Fion, así se harían pasar por sacerdotes que han capturado a una elfa demasiado curiosa.

Llevando a una supuestamente inconsciente Narielle a cuestas, los dos disfrazados intrusos llegaron antes los portones del templo. Un escalofrío recorrió a Fion, allí había algo que decididamente no le gustaba; quizás fuera el aspecto oscuro, tétrico y ominoso del edificio.

- ¿Quién va? – preguntó uno de los dos guardianes que flanqueaban la entrada.

- La hemos atrapado merodeando por los alrededores – explicó Seregon, su voz sonó convincente y sin acento élfico alguno bajo la capucha.

- Bien, llevadla dentro -.

Los elfos avanzaron despacio conscientes de que, una vez pasada la puerta, no tenían ni idea de a donde debían dirigirse ni a quién.

El zaguán se encontraba en penumbra, algunos candiles insinuaban sombras aquí y allá, y dos escaleras partían de ese punto, una ascendía la otra bajaba a los infiernos probablemente.

- Buenas noches hermanos, ¿qué ocurre? – inquirió un sacerdote, los bordados dorados en torno a la capucha y mangas reflejaban una alta posición en la jerarquía.

- Hermano mayor, la hemos encontrado merodeando por los alrededores – se adelantó Fion, recordando frases sueltas que había escuchado durante las vigilancias de esa semana.

- Buen trabajo – sonrió el hombre, examinando a la doncella "inconsciente" – Acompañadme, me aseguraré personalmente que queda a buen recaudo -.

Los elfos fueron tras él, memorizando cada recodo del templo. Todo parecía normal, con habitaciones y actividades propias de un monasterio común.

Cruzaron el santuario central; una inmensa sala llena de bancos con un sencillo altar sobre el que descansaba un amplio pebetero de oro, en él ardía una extraña llama azul. Descendieron a los subterráneos por una escalera oculta tras el ábside principal, y ahí se acabó la parte normal del templo.

Cuando los pies de Fion bajaron el último peldaño su estómago estaba a punto de sublevarse, un sudor frío le resbalaba por la espalda y el rostro, las manos le temblaban. Intercambió una furtiva mirada con Seregon y descubrió en sus ojos lo mismo que él sentía, un miedo ciego, intenso, enloquecedor.

Sobreponiéndose a su debilidad, Fion siguió al sacerdote que les guiaba e intentó fijarse en su entorno. Aquél era un pasillo frío. Escasas puertas, y de metal. Los pebeteros semejaban cabezas de dragón con las fauces abiertas.

Por fin el sacerdote se detuvo y abrió una de las puertas. Bajaron un par de escalones y Fion supo enseguida donde se encontraba, en la zona de celdas. Aquella amplia y oscura estancia estaba llena de barrotes que separaban a unos cautivos de otros, habría unos siete en esos momentos.

- Traedla aquí -.

Seregon y Fion arrojaron dentro de una de las celdas a Narielle bajo la atenta mirada del túnica roja.

- Es la primera vez que bajáis aquí, ¿verdad? -.

- Sí, hermano mayor – asintió Fion.

- Novicios entonces -.

- ¿Novicios?, podéis llamarnos así por ser nuevos en vuestro templo más no por experiencia, además sólo los iniciados pueden venir a Minas Tirith, ¿acaso ha habido cambios? -.

- No hermano, no hay cambios, simplemente me aseguraba de algo -. Gran parte de la frialdad del sacerdote se esfumó junto con su suspicacia – Si queréis podéis echar un vistazo por aquí, pero no toquéis nada -.

- Fuion sen – masculló Narielle en cuanto se marchó el sacerdote. (esto no me gusta)

- A mí tampoco – confesó Seregon, abriendo la celda de la Guardiana – Gracias a Araw que Fiondil tiene buena memoria y ha sabido manejar la situación -.

- Vosotros no sois túnicas rojas -.

Los elfos descubrieron a uno de los cautivos observándoles, aferrado a los barrotes.

- Liberadme -.

- Necesitamos información sobre la Orden de Nógard, ¿qué puedes ofrecernos? – inquirió Narielle. Al acercarse a la celda la luz de las antorchas revelaron su rostro.

- ¿¡Qué sois!? – exclamó el prisionero.

- Elfos, y ahora habla -.

- Elfos, vaya... soy Ruanor, un mensajero de Annúminas al igual que mis compañeros. Todos traíamos misivas de vital importancia pero fuimos interceptados por los nogardianos -.

- Seregon, edro i gadyr -. (abre las celdas)

- Estás loco -. Narielle apoyó sus manos en las caderas, exasperada - ¿Cómo piensas salir del templo con estos torpes humanos a tus espaldas? -.

- Na maer amarth -. (con buena suerte)

- Natha daged dhaer na ammen -. (van a palmarla todos, y nosotros con ellos)

- Viva el optimismo – comentó Seregon, abriendo la quinta celda.

- ¿Por qué no quieren los nogardianos que lleguen las noticias de Annúminas? – le preguntó Fiondil a Ruanor.

- Porque verían amenazado su poder. Aprovechando la debilidad del rey y el asesinato de la reina fueron avanzando, copando los puestos más importantes de gobierno de manera directa o indirecta, y ahora Arnor es prácticamente suyo. Algunos capitanes y nobles del reino aún son fieles a la corona e intentan frenarlos, pero poco pueden hacer cuando resulta que también Gondor está siendo invadido por esta plaga de túnicas rojas -. Roanor se pasó las manos por los sucios cabellos castaños.

- Ahí tienes la información que necesitábamos – apuntó Narielle.

- ¿Quién dirige a los traidores?, debe haber alguna cabeza visible a la que apoyen esos sacerdotes – prosiguió Fion.

- Sí, hay alguien, uno de los tres capitanes generales de Arnor, su nombre es Kervo en-Moerian -.

Fion palideció.

- ¿Kervo?, ¿seguro? -.

- Totalmente -.

- Terminé – anunció Seregon – Cuando queráis nos vamos -.

El joven elfo se recompuso lo mejor que pudo y los guió hacia el exterior. El hecho de que fueran las cinco de la madrugada jugaba a favor de los intrusos, apenas había nadie despierto y los pocos vigilantes fueron sencillos de abatir.

- Demasiado fácil – gruñó Narielle.

En ese momento empezó a sonar una campana, llamando a la oración como en cualquier otro monasterio. Seregon y Fion lanzaron una significativa mirada a su compañera.

- Odio tener razón -.

- Nosotros los entretendremos – afirmó Roanor – Vosotros escapad, nosotros somos una carga -.

Los otros mensajeros secundaron a su compañero.

- Ni hablar – se opuso Fion – Saldremos todos -.

En los pasillos se empezaron a oír exclamaciones de alarma y un grupo de sacerdotes corrieron hacia ellos para detenerles. La magia le erizó el vello de la nuca al elfo.

- ¡Marchaos! -.

Seregon y Narielle agarraron a Fion y le obligaron a correr. Mientras se alejaban aún pudieron escuchar los gritos de la batalla, gritos de muerte.

Nada más encontraron una ventana la rompieron y saltaron al pequeño jardín que rodeaba al templo. Tiraron las túnicas rojas, se embozaron las capas élficas y la noche los envolvió.

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N. de A: Bueno, aquí va otro capi. Lo he escrito de un tirón sin pensar mucho en las consecuencias, me conformo con que no tenga muchas faltas de ortografía. :P

En cuanto al numerito de Fion y Narwen sólo quiero aclarar una cosa: no están casados. Sé que parece ir en contra del estilo élfico monógamo, pero estamos hablando de elfos silvanos, habitualmente anárquicos, que disfrutan de la vida y que están en la Cuarta Edad. Por eso les he dado un poco más de libertad, aunque dentro de un control, que nadie se piense que Narwen se va acostando con el primero que pilla, es un poco frívola y voluptuosa pero no tanto. XD

Gracias por vuestros reviews y mails!!! Mandadme más! ^^ Me encantan y animan mucho en época de exámenes! XD

Tenna rato! ^^