FLORES AMARILLAS
Capítulo cuatro.
La rueda gigante.
El día era hermoso, siendo las ocho de la mañana, el cielo de un celeste oscuro y nubes que dibujaban formas, listas para los ojos imaginativos de un niño. Los pájaros llenaban los árboles de los parques, algunos niños y adolescentes ya estaban en camino hacia el instituto. Los más grandes, como Kagome, salían corriendo.
Le era tarde.
¡Se había quedado dormida nuevamente! Realmente, aún no sabía si iba a llegar con el tiempo justo hacia su clase favorita. Encontrando su departamento a la vuelta del Instituto Urasue, cualquiera diría que llegaría, pero siendo un edificio tan grande y ella viviendo como en el quinto piso, más que el aula se encontraba en el penúltimo piso ya sabía que estaría fuera de la clase.
Y, peor aún, le tomaban examen.
"¡No llegaré¡No llegaré!", gritaba su mente con desesperación, poniéndola más nerviosa y aumentando el ritmo de sus pies. No, no lo iba hacer. Estaba segura, esta vez el profesor le tomaría bronca y con mucha razón. Siempre, siempre, llegaba al tiempo justo. No la iba a perdonar. ¡Era su fin¡Siempre ella!
–.–
–¿QUÉÉÉÉÉÉ!
Ayumi le mostró una transparente y despreocupada, casi infantil, sonrisa como sólo ella podía serlo. Entre sus manos se encontraban los boletos que se había ganado, pero debido a ciertas circunstancias, los debía regalar. Y, la 'afortunada', fue Kagome. Su mejor y única amiga que le quedaba de la secundaria. Tan feliz y sorprendida se encontraba ella.
–¿Y por qué yo? –preguntó Kagome, luego de calmarse, recibiendo los boletos de la rueda gigante que había en Tokyo -. Tú los ganaste.
Ayumi se sentó sobre el pupitre de Kagome del mismo modo que lo hacían en secundaria, con los ojos brillantes. No estaba triste por regalarlos, sólo que las ruedas gigantes no fueron echas para ella y, además, no tenía con quien disfrutarlo. Era una pena, sí, pero estaba feliz por Kagome.
–Recuerda que yo me mareo mucho, y no creo que sea muy agradable para quien vaya conmigo –explicó con voz solemne Ayumi, cerrando los ojos, como cerrando un gran pacto -. Además, tampoco me gustan esa clase de juegos y cómo a ti te encantan, Kagome-chan..
–¡Oh¡Gracias, gracias, Ayumi-chan! –exclamó la muchacha de vivaces ojos azules, abrazando a su amiga hasta la asfixia -. Ups, perdón.
El profesor (sí, de la misma clase favorita de Kagome), había faltado. Aunque aquel profesor no era de faltar, le comunicaron a los alumnos que estaba enfermo. Y, así, tuvieron dos horas libres.
"¿A quién se la daré?", se preguntó Kagome cuando se encontraba con todos sus amigos, riendo. Casi parecía ajena a su entorno, por lo callada y pensativa que estaba, pero en realidad, estaba confundida. Aquél abrazo con Igarashi.. Había sacado de sus casillas su cerebro. Pero no había razón lógica por lo que había echo… sólo, sólo fue un impulso.
–Kagome, Kagome.. –llamó la voz amable de Midoriko, desde el escritorio. La muchacha parpadeó un par de veces, mientras que todos la miraban -. Tu trabajo, Higurashi. ¿Lo hiciste?
–¿Qué…¡Ah¡Hay, sí, sí! –dijo Kagome, un poco desconcertada, golpeándose al levantarse violentamente con su propio cuadro -. Aquí, aquí está, profesora.
Y, como siempre sucedía en la clase de Midoriko, todos se quedaron atontados mirando la pintura de Kagome. Ella buscó una mirada violeta, pero no la encontró: InuYasha… no vino a clase. Repentinamente, se sintió desilusionada.
–.–
–Estás mal, InuYasha –dijo como décima vez Miroku, poniendo los ojos en blanco ante la terquedad de su amigo -. Sí te sientes mal, te sientes mal.
InuYasha soltó un bufido. ¡Qué él nunca se enfermaba¿Y ahora qué le pasaba¡Se enferma! No tiene mucha fiebre, pero igual todo parece dar vueltas. Es una suerte que no delirara, tal vez cometería una metida de pata que… No, no y no. En verdad él se sentía bien, sólo que Miroku no podía verlo. Aquí, el único terco que veía simplemente era Miroku.
–Cállate, monje, y-yo me siento bien –balbuceó intentando sentarse, pero luego su espalda dio contra el duro colchón -. Mierda, yo nunca me enfermo. No soy tan débil.
Miroku suspiró, haciendo su papel de enfermero fuera de su turno. Mojó el pañuelo en el agua y se lo colocó en la frente sudorosa de InuYasha. Para ser alguien tan fuerte, merecía tener esta enfermedad, sólo que, al parecer, nadie se lo había dicho.
–InuYasha, esto te lo dije mil veces: ser débil..
–Ya sé, ya sé, cómo fastidias: 'Ser débil puede hacerte fuerte' –parodió con voz jadeante, sentía como si su sangre hirviera. Malditos días de lluvia. Maldito resfriado. InuYasha estornudó; alguien estaría hablando mal de él, seguramente, pensó con vagas esperanzas, de que este no fuera su resfriado.
Miroku, como buen enfermero que era (sí, enfermero), le recetó mucho descanso, y también llamó un médico: Shuikotsu. Sabía perfectamente que era él, era el mejor médico que haya visto jamás y podría curarle la gripe que InuYasha tenía. Pero… más vale curar que lamentar.
Luego de, por así decirlo, una 'lucha verbal', InuYasha por fin se durmió. Miroku vio con resignación a su amigo; cualquiera diría que es 'pacifico' y es agradable verlo dormir. Pues bien, sí le era agradable, por lo menos ya no escucharía todos los insultos de InuYasha, que harían sonrojar a un marinero. Estaba muy cansado y tenía turno noche, por lo tanto, escribió una nota rápida, la dejó en la mesa de noche del muchacho y se fue.
Sin embargo… InuYasha no podía dormir. Oh, claro, lo estaba haciendo; pero con pesadillas. Primero soñó que estaba volando por un cielo rosado y que la nubes eran de chocolate, abajo podía ver a las personas con ojos saltones y verdes, similares a los sapos, saludarle. Pero… luego cayó al vacío, en una interminable caída. Entonces, en el cielo oscuro, pudo ver un rayo de luz y algo que se acercaba, de color azul, hacia él con rapidez; incrustándose en su pecho profundamente. Inmediatamente cerró los ojos.
Cuando despertó, ya era de noche, deberían ser como las nueve y media. InuYasha se sentó en la cama, bostezando. Aquel mareo se había ido y se sentía muy bien, de echo, no recordaba nada del sueño que había tenido. Bueno, sólo un poco: una luz azul se acercaba a él y… y luego nada más. Sacudió la cabeza. ¡No¡Él nunca se dejó llevar por sueños tontos, no lo haría ahora!
Cuando quiso pararse, con fuerza cayó a la cama. No, aún no había recuperado sus malditas fuerzas. Maldijo su salud, acostándose y tapando su cuerpo con las mantas. Otra vez, sus ojos violetas oscuros se cerraron con cansancio.
–.–
Kagome comía un sanwich pensativamente. Miraba por la ventana que estaba al lado de su cama, viendo las luces de sus vecinos y enfocando su vista al cielo estrellado, con una gran luna llena. Como siempre le sucedió, se quedó hipnotizada. Siempre, al mirar la luna, un pequeño filtro de sus sueños llegaba a su conciente, haciéndole recordar.. Esta vez, fue el primer sueño que tuvo a los cuatro años.
Sí, lo recordaba muy bien. Estaba en un lugar de cuatro paredes, sin ventanas, sólo ella y un pequeño resplandor. Estaba de cuclillas, llorando por estar sola. Su cabello tapaba su cara, qué la mantenía oculta en sus rodillas, se abrazaba a si misma; intentado calmar su dolor.
Inmediatamente, los ojos de Kagome se llenaron de lágrimas.. No, era una tonta. ¿Por qué siempre le pasaba lo mismo? Con el dorso de su mano, se limpió el rostro. ¡No podía llorar¡¡Ella era fuerte, muy fuerte! Si, aprendió a ser muy fuerte sin su padre; ahora debía hacerlo sin su madre.
"Sólo apareces en sueños", pensó Kagome tristemente, mirando a la luna con cierto dejo de esperanza. Pero.. ¿a quién se refería? Se sonrojó en tan sólo pensarlo. ¿Acaso volvería a buscar la ayuda en sus sueños? Se levantó y dejó el sanwich en el refrigerador. Volvió a su habitación y se fijó en la primera pintura que ella hizo; siempre estaba él. Y, esta vez, él sonreía levemente.. Si, cuando ella le sonrió por primera vez.
"¿Qué quieres decirme?", Kagome se arrodilló frente al cuadro y recorrió con su dedo la pintura, sintiendo la aspereza textual. Su dedo índice recorrió cada centímetro de su rostro, hasta llegar a las blancas, lindas y peludas orejas de perro. Sonrió levemente, también había acariciado (en sueños), sus orejas por curiosidad y se sintieron tan suaves.. ¿Sería lo mismo tocar el cabello de InuYasha? Otra vez, se sonrojó.
¿De dónde había salido InuYasha? Ella se paró, y se puso su piyama para dormir. Se acostó en la cama y miró al techo. Estaba tan confundida y triste. ¿Por qué InuYasha no vino al instituto hoy? Él nunca faltaba, tal vez estaba enfermo. Lentamente cerró los ojos, estaba muy cansada..
"InuYasha.. espero qué estés bien", pensó como ultima cosa antes de caer en un sueño profundo. Tal vez mañana… vería a InuYasha y le preguntaría. Ojalá que aceptara, ya que ella quería devolverle el favor de haber modelado, sabiendo mucho qué le costaba.
–.–
–Ahh, con qué está enfermo –dijo sin expresión Kagome, como si le costara asimilarlo. Sango asintió, atraves del teléfono. Era la seis de la tarde, un martes cualquiera.
–Sí, eso fue lo qué me dijo mi n... mi amigo, Kagome-chan –tartamudeó la chica mayor, carraspeando -. ¿Para qué lo necesitas?
Ella pareció despertar de un sueño. Se sonrojó. Por dios, se estaba comportando como una tonta. Igual… quería sanar su dolor. Le vendría bien una compañía; estaba enfermo. ¡Por el amor de dios! Se estaba complicando ella misma, tratando de justificarse.
–Eh, para nada, Sango-chan, para nada. Disculpa¿quién es tu amigo? –curioseó Kagome, sonriendo picara, estaba distraída pero escuchó a la perfección lo qué ella estuvo a punto de decir.
–Mi-Miroku, me habló de ti –respondió nerviosa, riendo entre dientes, Kagome siguió:
–Ah, con qué ese es tu 'amigo' –puso énfasis al 'amigo' -. Bueno, Sango-chan, deberás contarme muchas cosas otra vez. No vemos.
–¡KAGOME-CH..!
Y, ella, le cortó. Fijó su vista en la cocina, pensativa. ¿Qué le gustaría a un enfermo¿Y sí ese enfermo era InuYasha, muy terco y tontito? Mostró una sonrisa leve. Tal vez…
–.–
'TOC, TOC'
InuYasha se volvió hacia su puerta, ya conociendo el toque delicado. La abrió y ella pasó sin permiso, con algo entre sus manos. El chico estuvo a punto de protestar, pero en vez de eso, le salió un estornudo. Kagome le mostró una radiante, junto con un 'Hola, InuYasha' muy jovial, sonrisa. Fijó su vista azulada en la fina mesa y se dio cuenta que InuYasha había estado comiendo… una sola manzana.
–Me contaron que estabas enfermo –dijo Kagome como si nada, acercándose a la mesa y corriendo la manzana.
–Yo no estoy… –empezó a decir InuYasha, molesto. Kagome se volvió a él, sonriéndole más jovial.
–Sí, sí, lo qué tu digas –respondió, se acercó a él y agarró su brazo, guiándolo hasta su silla y sentándolo -. Hice esto para ti con mucho esfuerzo, una manzana puede que sea saludable; pero es para el postre.
InuYasha miró lo que Kagome hizo y su mirada violeta se suavizó, volviéndose divertida.
–Con que lo hiciste tú, Kagome –río éste, muy divertido. Resulta que su comida echa con 'amor', como siguió diciendo Kagome, y 'cariño', resultó ser sólo un gran y delicioso plato de rebosante ramen -. Mmmm.. ¡Delicioso!
Kagome mostró orgullo, sentándose en la silla qué estaba más cercana. InuYasha parpadeó, nunca tuvo a alguien con quién cenar. Su madre le quería y su padre también, pero estaban bastante ocupados en viajes de negocios y Sesshômaru ya era mayor para esas cosas.
–¿Ves? Todo lo que hago con mis manos sale riquísimo –comentó la muchacha, mirando sus manos como quien no quiere la cosa.
InuYasha le siguió el juego.
–Sí, tienes toda la razón, eres la experta en la cocina –vio como los ojos de Kagome brillaban de diversión, y su corazón pareció pararse.
Luego de esto, ambos se quedaron callados. Kagome miraba con atención sus dedos, como si recién los hubiera descubierto, haciendo un poco de ruido al moverlos contra la mesa. InuYasha absorbía el ramen, haciendo ruido como siempre. Entonces, ella tomó el valor y le llamó.
Se quedaron mirando unos momentos, para luego bajar la vista rápidamente, nerviosos y sonrojados. Rayos, necesitaba hablar con él. "¿Por qué… siento esto?", pensó Kagome, tocándose el pecho. InuYasha la miró de reojo¿qué podría estar pensando?
–I-InuYasha –volvió a intentar, elevando su rostro sonrojado a él, éste le devolvió la mirada despreocupadamente (o eso quiso intentar) -. Y-Yo... yo..
InuYasha esperó, pero sólo escuchó los 'yo-yo' repetidos de Kagome durante un minuto, por lo tanto, su paciencia.. se fue.
–¡Vamos, perra, dilo de una vez!
–¿Quieres ir a la maldita rueda gigante! –soltó Kagome, InuYasha sonrió levemente al escuchar su maldición; ella parecía tan inocente.
Pero, había algo que no entendió¡¿que había dicho qué!
–¿Qué?
Kagome bajó la cabeza, pero con más valor.
–Sí, una amiga me regaló unos boletos para ir a la rueda gigante qué está aquí cerca. Es para dar dos vueltas y.. como no tenía con quien ir.. y-yo quería invitarte.
El muchacho se quedó callado, pensativo. Si iba con ella, no estaría traicionando a Kikyo¿verdad? No, o eso esperaba. Además, ir con Kagome a la rueda le resultaba tentador, quería pasar unos momentos a solas; sin cuadros y arte de por medio. Si, sólo como ellos dos, como dos personas. Como InuYasha y Kagome.
Él la miró, clavando sus violáceos ojos en los azules de Kagome.
–.–
Kagome quedó como piedra al sentir la puerta cerrarse tras de ella. Avanzó como un zombie por el corredor hasta llegar a su departamento y volvió a cerrar su puerta, apoyando su espalda contra ella. Tomó aire y se dejó caer, atontada y feliz. Si, estaba muy contenta. ¡InuYasha había dicho qué si! "Creo que este es mi día… nada salió mal", suspiró ella, sonrojándose levemente.
Fue a su habitación y se cambió. Había cocinado para InuYasha (bueno, en realidad sólo agarró el ramen que tenía para ella), la profesora Midoriko la felicitó por su cuadro tan detallado y invitó a InuYasha al ir el viernes. "¡Ahh! Ahora… sólo quiero ir a dormir", sonrió ella, apagando el velador y cerrando los ojos.
Soñó; debió haber sido un sueño. Soñó qué estaba caminando por un lugar oscuro, sus pisadas sólo iluminaban el camino. Estaba muy asustada. No había hanyou, nada hermoso. A lo lejos vio una luz azulada y, algo parecido a una serpiente, la rodeó, atándola aun gran árbol que tenía una marca roja en el tronco. Una luz violeta pareció estallar y sintió como un viento la tiraba de ella a un gran hoyo. "InuYasha…", llamó inconscientemente, estaba aterrada y lo único que pensó fue en él; en sus ojos violetas, en él salvándola. Y ahí lo vio, a él, en el medio de hoyo, abrazando a otra mujer… similar a ella. "¡InuYasha!", él abrió los ojos y la miró. No.. No era InuYasha, sus ojos... eran ámbares. Era él, el híbrido de sus sueños abrazando a otra..
Se despertó asustada, un poco sudada. Tragó saliva y se dio la vuelta. Por más que intentaba, no pudo olvidar aquella mirada qué le dio la otra mujer. Era una mirada oscura, fría, qué le dio terror. Pero tampoco.. pudo olvidar los ojos sorprendidos de su hanyou, como no esperándola. ¿Qué había querido decir con eso?
"Primero InuYasha y… ahora tú", pensó, cayendo en un sueño profundo. Al día siguiente, no recordaba nada de ese sueño.
–.–
InuYasha despertó de muy buen humor, algo sorprendente debido a su carácter. Sonreía como si no existiera mañana. Se sentía mucho mejor y estaba feliz por eso, o tal vez... Aquí vamos otra vez. "¡No es por culpa de ella, estoy seguro! Sólo… sólo me siento mejor, si, mucho mejor", pensó InuYasha de camino al instituto. Era algo temprano, por lo tanto no esperaba encontrar a Kagome.
Cuando entró al salón, el banco que ocupaba normalmente Higurashi, estaba siendo ocupado por… Kikyo. Sí, su novia, ahí, en el salón. Sintió como si su alma cayera por el suelo, todo pareció detenerse. No se encontraba feliz por verla. No, no lo estaba. "¿Qué… qué haces aquí?"
La muchacha de ojos negros, al sentir observada, le miró y le sonrió. No podía corresponder su sonrisa por más que quisiera. ¿Cuándo había llegado¿Por qué se encontraba ahí? Entonces, una voz lo despertó de sus pensamientos:
–¡Buenos días, InuYasha!
Para empeorar las cosas, había llegado Kagome.
Kikyo la miró atónita, como si hubiera blasfemado, pero luego volvió a su dura expresión. InuYasha la saludó débilmente, casi sin fuerzas. Sentía como si le faltara el aire¿por qué sentía que iba a morir cada vez qué veía a Kikyo?
–Eum… Disculpa, estás sentada en mi lugar –dijo Kagome, cuando se acercó para sentarse. Kikyo la fulminó con la mirada, la muchacha se paralizó… algo de ella se le hacía conocido, aparte de que era igual a ella.
–¿Huh? Oh, perdóname, ya me retiro –respondió Kikyo sin expresión, yendo hacia InuYasha y susurrándole en el oído -: Hoy; a las cuatro de la tarde, quiero hablar contigo en el parque. ¿Entendido?
Igarashi asintió ausente, aún mirando a Kagome. La muchacha de cabello lacio se marchó elegantemente, como si de una reina se tratase. El chico se fue a sentar al lado de Kagome, sin poder aún asimilarlo. ¿De qué quería hablarle su novia? "¡Mierda¿Qué rayos te está pasando, InuYasha?", gritó una voz detrás de su cerebro.
–Oi, InuYasha –susurró Kagome, confundida, InuYasha la miró -. ¿Quién era esa chica? Parecía conocerte.
–Kikyo Aitsu es… -tartamudeó InuYasha¿debería decírselo¿pero qué le pasaba, por qué dudaba tanto¡Kagome no era nada de él, suspiró -. Ella es mi novia.
Kagome sintió como si le dieran una descarga eléctrica por todo el cuerpo. Se quedó quieta, con los ojos abiertos. 'Ella es mi novia' N-no… no podía ser. "Necesito tranquilizarme¿qué me puede importar qué ella sea la novia? Además, era fea.." Kagome contuvo el aire. No eran celos¿verdad¡¿Y ella de qué iba a estar celosa! Entonces… "Siento qué la conocí, yo sé que la vi en algún lado¿pero en dónde?"
–Ah.
Y, mientras pasaba la clase, Kagome miró de reojo a InuYasha. 'Ella es mi novia' Definitivamente, la racha de buena suerte se le fue. "InuYasha", se volvió al pizarrón, triste.
–.–
Eran las cuatro de la tarde, el cielo estaba algo nublado y amenazaba con llover. InuYasha se encontraba parado frente a Kikyo. Extrañamente, ella tenía una caja en sus manos y usaba el cabello suelto, el viento sopló, jugueteando con él. Kikyo empezó a hablarle, de muchas cosas, de Inglaterra; de los amigos qué se hizo allí y, de su 'mejor amigo', Onigumo. A medida que iba hablando se acercaba a él, con un aire nuevo.
En el departamento, Kagome salía con los boletos de la rueda. Hoy se verían a las cuatro y media, y ella lo iba a esperar.
–¿Qué es lo que tienes ahí, Kikyo? –preguntó InuYasha, para decir algo, necesitaba tranquilizarse, su sangre parecía recorrer con rapidez sus venas y sus ojos violetas se vieron rodeados de un extraño tinte rojo.
–Es un regalo que te traje de Inglaterra… es una despedida –respondió ella con una sonrisa, casi ajena a los pensamientos de InuYasha.
Él recibió la caja en sus manos y, alentando con un 'ábrela' de Kikyo, la abrió. En el interior, envuelta en seda, se encontraba una perla rosada y redonda, un poco más grande qué las comunes. El muchacho abrió los ojos, sintiendo qué en cualquier momento iba a explotar, mientras que su tinte rojo se hacía más notable.
–Shikon no Tama –habló Kikyo, sonriendo, dando la media vuelta. La lluvia empezó a caer sobre sus cuerpos e InuYasha sintió que eran espadas clavarse en su interior -. Esa perla tiene un gran poder para cumplir tus deseos. Estuvo desaparecida durante 500 años, se creía la leyenda qué fue destruida junto con el cuerpo de una sacerdotisa..
–Qué fue engañada por un hanyou –sentenció InuYasha, todavía sin calmarse, sentía tanta confusión y… ¿furia? sobre su cuerpo -. ¿Qué quieres decir con eso, Kikyo!
Ella puso un mechón de su cabello tras su oreja.
–El amor en la distancia no funciona, InuYasha y nuestro amor no será la excepción –aseguró Kikyo, con tranquilidad -. Te quise mucho, podría decirse qué hasta te 'amé', pero ya acabó. Lo siento, fuiste muy dulce conmigo, pero debo regresar a Inglaterra; estoy comprometida con Onigumo. Espero qué me perdones.
InuYasha apretó la caja con furia.
En la rueda, Kagome estaba sentada, mirando la lluvia caer. Eran las cinco de la tarde e InuYasha todavía no llegaba, tuvo que subir porque le echaban la bronca, pero lo iba a esperar. Tal vez, tuvo un contratiempo.
–¿ENTONCES ME ESTUVISTE ENGAÑANDO TODO ESTE MALDITO TIEMPO! –gritó InuYasha, soltando la caja, la Shikon no Tama se rompió en mil pedazos, como el corazón del muchacho. ¿Qué le estaba pasando?
Kikyo se quedó en el lugar, dándole la espalda. Su mirada oscura y fría dio con la confundida y furiosa mirada de InuYasha.
–No. Nos vemos, InuYasha, qué seas feliz… con esa chiquilla –contestó la mujer, dejándolo solo. No podía asimilarlo. ¿Había sido engañado¿Ella estaba comprometida?
A sus pies tenía el regalo de Kikyo, todo destruido, pero con los fragmentos brillantes de un rosa pálido. Era una perla hermosa, y los fragmentos le hacían recordar a..
–Kagome.. –el viento sopló más fuerte. 'Una amiga me regaló unos boletos para ir a la rueda gigante qué está aquí cerca. Es para dar dos vueltas y.. como no tenía con quien ir.. y-yo quería invitarte' Oh, no. Consultó su reloj: Las seis y media.
Seguramente ya se habrá ido. Pero…
InuYasha comenzó a correr. Algo le decía que ella aún estaba ahí. ¿Cómo pudo olvidarlo¡Ella…! Ella qué siempre le sonrió, ella que le brindó su amistad desde el principio. La misma que había confundido con Kikyo. "¡Kagome…!"
–.–
De repente, las lágrimas golpearon contra sus ojos, saliendo desesperadamente, sin detenerse. La lluvia la mojaba completamente, pero no le importaba. Casi parecía que aliviaban su dolor, la calmaban un poco y le hacían olvidar que… Él nunca vino. Rompió en llanto, sintiéndose débil.
'Tap, tap, tap'
¿Por qué no habrá venido? "Ese InuYasha, ya me la pagará", pensó, tratando de sonreír.
'Tap, tap, tap'
Inmediatamente le venía la imagen de InuYasha, mirándola, diciéndole que sí a su invitación. Tal vez se había olvidado con la llegada de su novia. Tal vez… sería mejor seguir. ¿Pero qué le detenía? El muchacho no le significaba nada para ella… "Aún así duele".
'Tap, tap, tap'
Ella levantó la cabeza y ahí lo vio. Si, era InuYasha, todo mojado pero era él al fin y al cabo. Jadeaba, como si hubiera corrido mucho y apretaba los puños. Sus ojos violetas se notaban algo rojizos, pero a Kagome no le importó. ¡Era él¡Al final vino!
–InuYasha… yo.. –intentó hablar ella, sin embargo… No quiso decir nada, ni preguntar o reclamar, sólo… quiso abrazarlo. Sí, como las otras veces, abrazarlo con todas sus fuerzas, como si fuera a desaparecer.
InuYasha correspondió el abrazo, aferrándose a él. Si, la necesitaba, ahora la necesitaba. Quería sentir a Kagome, abrazarla… ¿pero por qué ahora¿Qué le llevaba a esa necesidad¿Era porque se parecía a Kikyo? No. ¿Por qué?
–Yo quise que vinieras –siguió Kagome, separándose un poco de él para mirarle los ojos. Pero InuYasha fue más rápido, una mano suya viajó hasta la cintura de ella y la otra se colocó en su nuca. En ese momento, InuYasha besó por primera vez a Kagome.
Continuará..
