FLORES AMARILLAS

Capítulo ocho:

Aquí estoy.

Habían pasado dos meses, y todo iba bien; o por lo menos ella creía. No había vuelto a verlo y se había mudado, según escuchó, cinco pisos abajo. En el instituto lo vio varias veces, hablando con unos compañeros de curso o con otras chicas; y eso le molestaba. Pero, aún así, no se dirigían la palabra, parecían enemigos mortales de toda la vida.

Hace un mes, expuso una de sus obras en la muestra que hizo la agencia de arte y también tuvo su primera paga. La vendió a un muy buen precio y, de a poco, estaba teniendo el suficiente dinero como para mudarse a otro departamento más grande y seguir ayudando a su familia. Estaba muy satisfecha y, para su confusión, le dolía un poco separarse de sus pinturas.

Se había vuelto, en muy poco tiempo, algo famosa. No es que fuera una gran celebridad (eso requería de tiempo), pero era más o menos conocida en el mundo 'artístico-famoso'. Era feliz, y Kaede también lo era, y Shippou; los niños del barrio y Kirara lo eran mucho más. Pero… "Algo falta", pensó Kagome, mirando su imagen en el espejo.

Era sábado, seis de la tarde, y en dos horas tenía una fiesta donde se vendería otra de sus obras. Si fuera por ella, se quedaría en el departamento, recostada en el mullido sofá y cambiando los canales de televisión como una posesa, junto con una tasa de café dulce y sus pensamientos. Sin embargo, la obra que se vendía era muy importante para ella y, aunque no quería admitirlo, le costaba desprenderse de ella. No sería lo mismo sin ver ese gran árbol, y sentado en las raíces al hanyou sonriente; una replica no puede compararse con la original y que ella misma pintó e hizo con tanto esfuerzo.

Kagome Higurashi había cambiado un poco. Sus ojos azules eran casi los mismos de siempre, solamente que ahora eran más oscuros. Su cabello había crecido un poco y lo llevaba sujeto en un desordenado rodete, pero que igualmente le quedaba muy elegante con esos mechones rebeldes que rozaban sus hombros. Llevaba puesto un maquillaje suave, puesto que no le gustaba usar las pinturas, y en el cuello tenía una cadena de plata; el dije era dorado en forma de media luna.

Lucía radiante con el vestido celeste claro de mangas cortas, aunque muy simple, era hermoso. Se ajustaba a su pequeña cintura, casi abrazándola, y de su cadera estaba medio apretado un cinturón de un color más oscuro, las cintas le llegaba a mitad del muslo. La falda era a la altura de las rodillas y unas sandalias hacían juego. Estaba divina, pero triste.

Recordaba exactamente la conversación que tuvo el otro día con Kanna, la dueña de la tienda:

–¿Y por qué esa¿No podría ser otra, señorita Kanna? –preguntó respetuosamente Kagome, mordiéndose la uña, nerviosa.

–No –la voz monótona y casi mecánica de Kanna le hizo entender que no valía la pena discutir -. Será un gran paso a tu carrera. Además, siempre tienes una réplica.

"No me importa, quiero conservarla", quiso decir Kagome. "No importa si es réplica, no quiero venderla". Era una batalla, por un lado: una parte de sí quería venderla y la otra: no, porque sería como desprenderse de la mitad de su corazón. Algo extraño, puede ser, pero eso lo qué su otra mitad sentía.

–Esta bien, la venderé –suspiró Kagome, derrotada. Sabía que al decir eso, Kanna intentaría convencerla de ir a unas de esas fiestas.

Así lo hizo y no tuvo bastantes problemas, ella quería saber quien se quedaría con su obra más apreciada y también si la cuidaría bien.

–Basta, Kagome, deja de pensar estupideces –le dijo al reflejo, se acercó al espejo y se miró con ojo crítico una vez más -. Sólo ve y diviértete.

¿Pero qué sería divertido? Esas personas sólo le importaba la etiqueta y si provenías de una familia adinerada. En ese mundo, lo único que importaba era el dinero y los antepasados; si algunos de ellos fueran a enterarse que ella no sabía nada de sus familiares pasados, seguramente dirían que era una ignorante.

Tocaron la puerta y al abrirla se encontró con el conserje, diciéndole que vino un auto oscuro para llevarla a la fiesta. Kagome suspiró, era muy temprano, faltaba una hora, seguramente fue Kanna. Buscó un bolso pequeño azul y un saco celeste, del mismo tono del vestido, por si hacía frío.

Bajó las escaleras y, en la entrada, vio a un auto negro, muy parecido a una limosina, radiante y brillante; esperándola. La puerta trasera se encontraba abierta, preguntó al chofer si fue mandado por Kanna Saito, a lo que le respondió con un carraspeo y nervioso sí.

"¿Por qué a mí?", se preguntó Kagome, frotándose las sienes. No estaba muy contenta por venderla, por la fiesta, por lo que le sucedía con InuYasha. Lo odiaba tanto… decirle esas palabras tan hirientes y tratarla de 'zorra'. Pensar que aún recordaba aquél sabor a dulce de sus labios, que recordaba lo que casi sucedió aquella noche después de la fiesta de Sesshômaru. Recordaba su dulce confesión, ese tono tan dulce y tierno, tan suave y decidido; sus ojos violetas mezclados con aquél suave dorado. Sus brazos fuertes abrazándola, los mordiscos juguetones en el cuello.

Parecía que se había sumergido en un mar de sueños y recuerdos. Parecía que nada había cambiado y que se encontraba otra vez allí. Pero, la música de su móvil la despertó.

–¿Hola¿Quién habla? –preguntó Kagome, sin acordarse de que tenía el identificador de llamas.

Escuchó un chillido ahogado, a lo cual miró su móvil asustada.

–¡Kagome¿En dónde diablos estás¡Necesito que vengas urgente! –era la voz de Kanna, parecía muy alterada para ser ella y sonaba bastante feliz -. ¡Ya vendimos tu cuadro y a muy buen precio! Tuviste que verlo; fue impresionante como peleaban por él.

–Estoy en camino –respondió Kagome, casi sin darse cuenta de que llevaba más de una hora y media en la limosina -. Estoy en la limosina que mandaste..

–¿Qué? Yo no mandé nada, Kagome –dijo Kanna, muy lejos de los pensamientos de Kagome -. No importa.

Kagome asintió, sin registrar las palabras de Kanna… aún.

–¿Y quién la compró?

Kanna le habló a alguien con su voz monótona, y luego se volvió a ella bastante más jovial.

–No lo sé, no recuerdo su nombre… Pero creo que se apellida.. Iga... Iga... Mmm.. No lo sé –balbuceaba pensativamente la mujer albina -. Bueno, no interesa en ese momento. ¡Lo importante es que fue fantástico¡No vemos!

Ahora, Kagome registró las palabras de Kanna cuando la limosina paró frente a un lugar oscuro. Miró por la ventanilla y todo parecía muy lúgubre; la noche era muy negra debido a la ausencia de la luna y las estrellas eran millares. Pero no había indicios de fiesta y gente celebrando.

–Kanna.. –llamó Kagome, sin embargo el repetitivo 'bi-bi-bi' de que se había cortado la comunicación le hizo entender que estaba sola. Se giró al conductor -. D-Disculpe, pero aquí no es...

Kagome contuvo la respiración. Aunque todo estuviera oscuro, en el auto había suficiente luz para darse cuenta que… no había nadie. Parecía como si se hubiera esfumado como un fantasma y no había reparado en ello. Su corazón latía en sus oídos, y saltó a escuchar pisadas. Todo pasaba en cámara lenta y mientras más pasaba el tiempo, más aterrada estaba. Quiso gritar cuando las luces del auto se apagaron sorpresivamente, pero su garganta estaba seca y apretó un botón del móvil, para que se prendiera la luz azul.

La puerta a su lado se abrió y… la voz pareció salirse de su garganta, espantada y aterrada. ¿Había sido una trampa¿Había caído en manos de un sátiro, tal vez? No lo sabía, quería salir corriendo, protegerse, huir de ese mal presentimiento.

Inmediatamente, alguien tapó su boca y, por la luz azul, pudo notar como dos pares de ojos brillaban en la oscuridad de esa noche sin luna.

–.–

"Tonto, tonto, tonto", se repetía constantemente InuYasha conduciendo. Estaba muy cansado e ir a esa fiesta lo puso de muy malhumor. Miró por el espejo retrovisor y ahí pudo ver la pintura¿para qué la compró¿Es que no podía sacársela de la mente? Soltó un suspiro molesto y nuevamente su vista violácea se fijó en la carretera. Entonces, pasando por unas de sus propiedades (no eran suyas completamente, hasta que su padre dijera lo contrario), vio la casa abandonada con las luces prendidas y una limosina estacionada.

"No es ningún coche de mi padre", pensó InuYasha, deteniéndose para mirar mejor. "Tampoco es de Sesshômaru". Podría seguir o llamar al cuidador Tôtôsai para que lo investigara, pero él no era así. Esa casa pronto iba a ser suya, estaba en las escritura y por lo tanto, alguien invadió su propiedad. Apagó el motor y salió del auto, y entró en su casa.

Las luces iluminaban al lujoso pasillo. El piso de madera oscura estaba muy brillante, haciéndole entender que la esposa de Myoga, Shiôya, hacía un buen trabajo. En la pared color crema había pinturas muy viejas y otras occidentales. Observó las pinturas un par segundos y cuando estuvo a punto de irse, escuchó pasos por el salón.

Frunciendo el ceño, InuYasha caminó con cuidado. Todo esto parecía una película de suspenso y no tenía un buen presentimiento. Quiso pensar que solamente era Sesshômaru con su esposa, pero, en parte de que ese no era un auto de su medio hermano, sabía que ni él ni ella querían ir a esa cabaña. "Estúpidas supersticiones", pensó InuYasha.

Un grito le congeló la sangre… porque la voz era... era de Kagome.

–¡Kagome!

Corrió hasta el salón, y todo pareció durar una fracción de segundos. Un tipo con el cabello lacio y largo, estaba acorralando a Kagome, que tenía su vestido roto y desacomodado. De su boca salía un hilito de sangre y tenía la mejilla izquierda cortada. El tipo lo miró sorprendido y luego soltó una risa tétrica.

–¿M… Musou? –habló InuYasha, casi sin creerlo. ¿Qué hacia ese hombre con Kagome? Musou soltó a la muchacha, que inmediatamente corrió hacia InuYasha y lo abrazó por el brazo, aterrada. Quiso hablarle, pero de su boca lo único que salía eran gemidos y tiritaba violentamente, en cualquier momento parecía caer desmayada -. ¿Qué le hiciste, bastardo!

–Nada –respondió Musou, inocentemente, pero sus ojos negros y fríos como dos túneles oscuros brillaron y la señaló con una navaja -. Solo me estaba divirtiendo con ella. Una presa más, señor Igarashi.

–Tranquila… Estoy aquí –le susurró InuYasha, acariciando su cabeza, ella asintió levemente, abrazándolo más fuerte. Al verla así, sintió que se le rompía el corazón y un odio inmenso hacia Musou. De repente, sus ojos violetas volvieron a mezclarse con un color rojo sangre -. ¿Una presa¿Te estabas divirtiendo con ella? –inmediatamente, se volvió hacia él.

InuYasha avanzó hacia él con paso lento, Kagome le soltó el brazo y se abrazó a si misma, tiritando. Musou mantenía su repugnante sonrisa descarada, pero se borró al sentir el puño del muchacho contra su rostro. Después recibió otro golpe en la mandíbula y uno en la boca del estomago. Quiso pegarle a InuYasha, pero de su boca salió sangre y cayó de rodillas, tosiendo.

–Inu.. yasha –susurró Kagome, atemorizada.

–.–

La chica de cabellera negra se encontraba sentada en un sofá, rodeada por una manta y aún tiritando, pero más calmada. Una mujer anciana llamada Shiôya le dio un poco de té caliente, porque se encontraba muy pálida y fría. También le dio para cambiarse un camisón pálido, ya que su vestido estaba muy arruinado por Musou.

InuYasha estaba en la puerta, hablando con un policía sobre lo que había sucedido. Cuando lo vio tan enojado y furioso, verdaderamente la asustó y preocupó mucho, sin embargo al verlo allí, tan cerca , le hizo sentir que estaba a salvo. Sonrió levemente, casi sin fuerzas, tomando un poco de té.

El muchacho entró nuevamente a su casa y la miró por unos segundos. Se quedaron mirándose en silencio, como diciéndose todo lo que pasaban en sus mentes en aquél momento. InuYasha caminó hacia ella, Kagome lo seguía con la mirada, y luego se sentó a su lado. Kagome dejó la tasa ya vacía del té y observó sus manos, las lágrimas agolparon a sus ojos y lo abrazó con fuerza.

–¡Gracias! Muchas gracias, InuYasha, muchas gracias –dijo entre llorozos, aferrándose a él, sintiendo como su corazón latía fuertemente. ¡La había ayudado!

InuYasha tomó el rostro de Kagome entre sus manos, y se volvió a mirar sus ojos azules. Vio mucha alegría y agradecimiento en ellos, tantos y tantos y tantos pensamientos cruzaron por su cabeza. Tantos y tantos sentimientos nacieron y crecieron en su pecho¿cómo pudo estar sin ella? Ahora mismo se dio cuenta cuánto la necesitaba y cuánto miedo tenía de que tipos como Musou la lastimaran. Quería que ella estuviera a su lado, para protegerla siempre, siempre.

–Kagome.. No hay de qué –murmuró el muchacho, besando su frente. Quería besarla siempre, todo el tiempo que le fuera necesario pero sucedieron muchas cosas, y antes se debían arreglar. Cómo, por ejemplo, lo que dijo hace dos meses atrás.

Se encargó de consolar a Kagome, de calmar sus lágrimas y escucharla todo el tiempo. No le gustaba ver a las mujeres llorar, y menos si esa mujer era ella, por eso intentaba con cualquier método apaciguar su dolor.

–¡Keh! No te lamentes tanto, mujer, que inundarás la casa –le sonrió InuYasha, acariciando su cabeza, Kagome aún mantenía su rostro oculto tras su pecho -. Oye¿recuerdas lo qué dijo el viejo tacaño de mi médico? –preguntó InuYasha, enseriando su voz, ella asintió -. Nos tomaremos una semana aquí. Necesitas un descanso.

Inmediatamente, Kagome se separó de él, alarmada. ¿Pasar una semana, con InuYasha¿y solos? Todo su cerebro pareció congelarse e intentaba, por todos los medios, no pensar que ello fuera tentador. ¿Una semana¡Qué cosas¿Le tendría lástima? Kag frunció el ceño tristemente, ante ese pensamiento.

–No, InuYasha –negó Kagome, moviendo la cabeza efusivamente y sujetando la manta. El camisón, por muy hermoso y elegante que fuera, le quedaba algo grande y los tirantes se resbalaban de sus hombros -. Tenemos muchas obligaciones que cumplir; tenemos escuela; yo tengo que hablar primero con mi tía y también con Kanna. No estoy para tomarme un descanso.

Los labios del muchacho se curvaron en una media sonrisa.

–¿Disculpa? Yo no te pregunté, yo DIJE que nos íbamos a quedar una semana aquí –dijo InuYasha, con voz solemne. Es cierto, pensó Kagome, él nunca le preguntó -. Necesitas un descanso, tienes muchas obligaciones. Estoy seguro que a tu tía no le importará.

–Pero…

–No le IMPORTARÁ a tu tía –repitió InuYasha, entre dientes. Kagome, de repente, se sintió muy chiquita, pero muy chiquita e InuYasha se volvió muy grande, pero muy grande.

–¿Quién eres tú para obligarme! –discutió ella, elevando la voz. Había recobrado su valor y nada ni nadie la obligaban, y el muchacho no iba a ser el primero.

–¡No me discutas y has lo que digo! –exclamó InuYasha, con voz más fuerte que Kagome.

Y ahí empezaron. Parecía un guerra y, quien ganara, iba a mostrar que tenía los pulmones más sanos y fuertes de todo el Japón. El ganador (como no), fue Inu, quien, ya harto, pegó dos gritos al cielo y Kagome se silenció; en parte por vergüenza ajena y en parte porque se encontraba ya muy cansada.

–Está bien, está bien –dijo Kag, con los ojos medio cerrados. Bostezó, si fuera una caricatura, se podrían ver las 'z' saliendo de su sien -. ¿Dónde queda mi cuarto?

Inu parpadeó. Lo había tomado desprevenido.

–Ehh.. Subiendo las escaleras, primera puerta a la derecha –respondió medio sorprendido. Vaya, en un momento le estaba contestando a sus órdenes y ahora iba subiendo las escaleras, soltando bostezos muy prolongados.

Cuando estuvo solo, soltó un 'Keh' al aire, entrelazando sus dedos tras su nuca y con una sonrisa tranquila. Al menos lo peor ya había pasado y no había nada de qué preocuparse. Mientras Kagome estuviera cerca suyo, se encargaría de que nada malo le sucediera; lo importante era verla sana y con esa sonrisa de siempre.

Inu bostezó y se encaminó a su habitación. Bueno, Kagome estaba tranquila en el cuarto de huéspedes y ahora el que tenía sueño era él. Cuando entró, se sacó el chaleco, luego la camisa y los pantalones, se fijó en el armario y sacó un pantalón-pijama verde brillante. "Ja, ja, ja.. ese debió ser Sesshômaru", pensó Inu con sarcasmo. Se lo puso y entró a la cama matrimonial que le correspondía.

Cerró los ojos y… cayó dormido completamente.

–.–

'Kagome... t-tonta, vete y-ya...'

La chica se retorció en su cama, apretando fuertemente las sábanas. Había muchas imágenes de lo que había pasado, mezcladas con cosas espantosas. Había oscuridad, la risa malvada de aquél hombre, todo se movía a su alrededor. Cuando empezó a correr, buscando un lugar seguro, lo que vio la dejó paralizada: InuYasha estaba envuelto en unos hilos extraños de color plateado. Estaba inconsciente. Éste abrió sus ojos y susurró muy débilmente un: 'huye'. Kagome sintió como las lágrimas recurrían a ella, sus pies se movieron hacia él y cuando lo tocó todo se iluminó...

–¡Kagome!. ¡Kagome, despierta!

Estaba siendo zarandeada y de inmediato abrió sus ojos. Sintió como si su sangre se helara al recordar todo el espantoso sueño. Sus ojos estaban abiertos como platos y recorrió toda la habitación, hasta dar con la mirada preocupada de InuYasha.

–Kagome… ¿Estás bien?. ¿Qué rayos te estaba pasado? –preguntó desconcertado.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Estaba a salvo, su InuYasha estaba a salvo. No había hilos que parecía telarañas al su alrededor, no la estaba mirando lleno de dolor y miedo, no le estaba susurrando 'huye' débilmente. Fue todo un sueño, sólo un sueño.

–Estás… estás… estás bien –balbuceó Kagome, sonriendo felizmente, sin preocupaciones, sin temor -. ¡InuYasha estás bien! –gritó, tirándose nuevamente a sus brazos.

El muchacho la abrazó con fuerza sin entender nada. Un momento estaba durmiendo tranquilamente, escuchó un grito ahogado de Kagome y corrió hacia la habitación. La vio retorciéndose en su cama, sudando frío y con todos los síntomas de que estaba sufriendo una pesadilla. Gimió varias veces su nombre y comenzó a llamarla.

Sintió que no podía hacer nada en ese momento… Suspiró aliviado en el oído de ella y, finalmente, murmuró con suavidad:

–Estoy aquí, siempre lo estaré.

Y, Kagome, asintió tranquila.

Continuará…