FLORES AMARILLAS
Capítulo doce
El amor está en el aire
Por segunda vez en lo que va del día, InuYasha se despertó. No se movió, tal vez por miedo a despertar y molestarla, pero la tentación era enorme. Perezosamente, abrió un ojo violeta y... vio como un ojo negro le devolvía la mirada.
–¿PERO QUÉ…!
La casa entera pareció estremecerse ante el grito de InuYasha. ¿Y a quién no le pasaría? Uno estaba durmiendo tranquilamente, con su chica acostada en su pecho y, cuando abre los ojos, se encuentra con un cocodrilo de pelu.. Agarró el peluche y lo contempló más de cerca. ¡Pero si era..! Era el peluche de cuando era bebé; Colmillo.
Una sonrisa melancólica apareció fugazmente en su rostro. ¡Cómo olvidar a ese cocodrilo! Recordaba perfectamente cuando tenía tres años y siempre lo llevaba a cuestas por todas partes. Fue como su compañero y 'guardián', ya que en las tormentas con truenos calmó su miedo.
Pero todo conectado con su infancia se borró al instante. ¿Cómo era posible qué el estúpido cocodrilo estuviera en lugar de Kagome¿Fue todo un sueño, acaso? Se sonrojó furiosamente¡eso era de adolescentes desesperados!
–¿Qué te pasó, InuYasha? –preguntó Kagome, asomándose a la habitación muy curiosa. Estaba preparando una cena deliciosa, para sorprenderlo y escuchó ese grito tan fuerte; sin dudas, el muchacho tenía buenos pulmones.
InuYasha la miró por un momento en silencio, sonrió levemente y mostró a Colmillo. Kagome se río tontamente, lo había encontrado justo debajo de la cama y, para hacer una broma, lo puso en su lugar. Había visto como él lo abrazaba fuertemente y se movía, frunciendo el ceño. Le había dado un ataque de risa muy fuerte.
–¡Ah! Ya me descubriste –río de buena gana Kagome, tan dulce como simplemente ella podía hacerlo -. Bueno¡qué esperas! Cámbiate; te espero abajo en diez minutos.
–¡Oye! A mí nadie me dá ordenes –reclamó el muchacho, lanzándole el peluche. Kagome cerró la puerta antes que le diera en la cabeza -. Tonta Kagome –murmuró entre dientes.
–¡Simplemente ven en diez minutos, InuYasha!
Y, escuchó como ella bajaba las escaleras animadamente. Cuando sintió que sus pies tocaban la fría madera, soltó un suspiro. Pero no era uno de resignación, o molesto. Tampoco era aquellos suspiro tontos que se le escapaban siempre.. era un suspiro de alivio, al saber que no fue todo un sueño. Había estado con Kagome y aquello fue maravilloso.. y quería volver a repetirlo, agregó para sí mismo, en una nota mental.
Buscó la ropa que había dicho Kagome, y sólo encontró su boxer y los pantalones del pijama. Riéndose maliciosamente, jamás imaginó que esa podría ser Kagome... Eso era algo nuevo, y le dio a entender que había muchas cosas más que descubrir de ella. Perfecto. Y ella también tenía cosas que descubrir de él.
Soltando un bostezo y rascándose la cabeza, abrió la puerta y bajó sin prisa por la escalera. Kagome estaba tarareando una canción, eso le dio a tender que estaba contenta. Se detuvo, escuchando su suave murmullo y sonrió para sus adentros. Era agradable tener su compañía por las 'mañanas' (la seis de la tarde no es mañana).
Ahí descubrió una cosa: el amor lo estaba volviendo idiota. "Sí, muy idiota".
–.–
Kagome se encontraba poniendo el ultimo plato en la mesa. Sinceramente, para ellos esto era el desayuno y no la cena, pero era muy tarde. Fijó su vista en el reloj, viendo que eran la seis de la tarde. "Cuándo me desperté, eran las cinco", Kagome estaba sorprendida por como pasaba el tiempo. Nuevamente, vino a su mente la imagen de InuYasha abrazando al cocodrilo y su tarareo fue interrumpido por su risa.
Mientras más lo recordaba, más le daba risa. ¡Parecía un niño pequeño, y viniendo de InuYasha era bastante chistoso! Aunque su actitud lo merecía: era un completo caprichoso e infantil. Sí, un niño muy apuesto... bastante atractivo. Otra vez, se estaba perdiendo en sus pensamientos.
¿Pero cómo no hacerlo? Era tan atractivo. Le encantaba acariciar su cabello negro, era tan suave. Le encantaba estar entre sus brazos, se sentía protegida y segura. Le encantaba besar sus labios, porque tenían un sabor dulce, muy dulce. Sí, podía imaginarlo: él, con sus ojos violetas brillantes la abrazaba por detrás y le besaba con suavidad su cuello. Hasta aquellas pequeñas descargas podía sentir.
–¿Huh¡Salchichas, qué bien! –exclamó la voz entusiasta de InuYasha, al levantar una tapa de una hornalla que hervía sobre el fuego. Kagome despertó rápidamente de su imaginación y le golpeó la mano, como a un niño. Sí, definitivamente un niño muy inmaduro, también -. ¡Oye!
–¡No toques! –respondió Kagome, muy serena, cerrando los ojos y suspirando con resignación -. Ahora, siéntate, InuYasha –y siguió en su 'terreno', como a InuYasha le gustaba decir a la cocina.
–¡Keh! –soltó el muchacho, algo ofendido y se sentó, cruzándose de brazos. Miró la mesa por unos momentos y recordó que hace horas habían hecho sobre ella. Una sonrisa ligeramente tonta, asomó sus labios.. Sí, lo repetirían otra vez.
Kagome lo interrumpió, cuando agarró el plato para servirle la comida. InuYasha saltó, algo sorprendido, ella sólo levantó una ceja. "Mmm, InuYasha estaba extraño últimamente", pensó Kagome, encogiéndose de hombros.
Y no sabe cuánto.
–.–
–¿Huh¿A dónde crees qué vas, Kagome? –preguntó InuYasha, al ver como Kagome se encaminaba una vez más al cuarto de huéspedes.
La chica se volvió, algo tímida. Sabía perfectamente lo que se refería el muchacho, y aún le daba algo de vergüenza. ¡No es qué se negara estar con él! Sólo que... sólo que le era bastante difícil a tener ese trato. Su sonrojo la delató ante InuYasha.
–Eres tonta –susurró muy bajito el chico, pero sonriendo para sus adentros. Le gustaba aquella inocencia de Kagome y estaba alegre de que no se le halla ido, eso le hacía especial de alguna manera. Giró la perilla de su puerta y cerró la puerta tras de sí, apoyando su espalda contra la madera y esperó.
Por su parte, ella se estaba debatiendo. Por un lado, estaba la izquierda, dónde estaba el cuarto de InuYasha y poder pasar la noche en su compañía, como desde hace dos días venía haciéndolo. Por la derecha, estaba la solitaria habitación de huéspedes y desde lo ocurrido la otra noche, digamos que le daba un poquitito de miedo el dormir sola. "Ay¿por qué serás tan cobarde, Kagome?", se preguntó golpeándose suavemente en la cabeza, yendo para la izquierda y deteniéndose en la puerta azul. Sus nudillos nos ve movieron y su sonrojo aumentó.
No debería darle vergüenza dormir con InuYasha¡ya lo había hecho en varias ocasiones! Se apretó su pecho con una mano, al sentir el fuerte palpitar de su corazón. Tan fuerte, fuerte, golpeando contra sus costillas y llevando más rápido la sangre por todo su cuerpo que parecía quemarle. De verdad, ella deseaba permanecer a su lado todo el tiempo posible, porque aquél presentimiento de que algo malo iba a suceder la atormentaba desde que lo había conocido.
Y, finalmente, golpeó con suavidad la puerta. InuYasha soltó un suspiro leve, algo aliviado, sí. Giró sobre sus talones y abrió la puerta, dejando pasar a la tímida Kagome, tan roja que parecía brillar entre la tinieblas de su habitación. Sin poder evitar, él sonrió arrogantemente.
–¿Acaso tenías miedo, Kagome? –preguntó burlonamente sobre su oído.
Sin siquiera tocarla, pudo percibir como ella tiritaba violentamente y se volteaba a verlo. La habitación estaba completamente a oscuras, pero se podía imaginar el reproche en esos ojos azules, como una niña pequeña terca. ¡Keh! Kagome era muy parecida a él, debía admitirlo.
–¡No! Pe-pero es que.. yo... tú... y.. –balbuceó, bajando la cabeza, mordiéndose el labio inferior. Sin resistirlo más, sin aguantarse ya ninguna muestra abierta de 'cariño' se abalanzó a él, abrazándolo con fuerza. Fue consiente de que no tenía la remera del pijama, de que su piel tocaba la suya y nuevamente aquellas pequeñas descargas eléctricas recorrieron su espina dorsal. "Creo que me eh vuelto un poco obsesiva"
InuYasha ya se esperaba algo así.. Simplemente recostó su barbilla sobre la cabeza de ella y le dio suaves palmadas en la espalda, cerrando los ojos y sonriendo sin poder evitar sentir aquello. Era como si... como si pudiera ganarle a Kouga, o algo así, sólo que mejor. "Mucho mejor..". Ok, era oficial: había perdido la cabeza por esta chica. 'Al menos eres sincero una vez', dijo su cerebro.
–L-lo siento… –musitó Kagome débilmente, separándose por poco y elevando su rostro. No sabía por qué, pero siempre que ocurría algo bueno estaban a oscuras, como si quisieran ocultar algo. Sintió como unos labios se posaban en los suyos, en un rápido y suave beso, y luego unos brazos la abrazaban con fuerza.
-Sshh, sólo necesitaba abrazarte –respondió InuYasha con voz cariñosa, hasta podría decirse que derramaba ternura, enterneciendo completamente el corazón de la chica -. Cállate, Kagome.
Ella asintió.
–.–
Escuchó como Kagome bostezaba, y recostaba su cabeza en su pecho. Se movió ligeramente, queriendo también cerrar los ojos y acompañarla en el mundo de los sueños, pero no podía. Era inquietante tenerla tan cerca por segunda vez, pero debía contenerse. ¿Qué le diría Kagome? "Que estoy loco, supongo", pensó para sus adentros.
Y sí, InuYasha se estaba desvelando en esa noche. Se desvelaba por las sensaciones que, sin quererlo, Kagome despertaba en él. Se desvelaba por los estúpidos pensamientos; de que era agradable sentirla, de que estaba tranquilo mientras ella estuviera a su lado, y cosas así. Se desvelaba al descubrir que, a cada respiración suya, la quería más y más.
¿Por qué era tan sincero ahora? Porque quería y punto. ¿Alguien, aparte de él mismo, le estaba escuchando? No, bueno, a menos que alguien sepa leer la mente; lo cual es un disparate total. Pues, iba aprovechar estos instantes de silencio para admitir cada cosa que antes le parecía una locura.
¿Un ejemplo? El cabello de Kagome. Acarició aquel cabello, que aunque enrulado, era tan suave como la misma seda, o más. Le gustaba jugar con ellos, viendo como caían y regresaban a la misma posición algunos mechones. Además… aspiró un poco de su cabello… olía condenadamente bien. Delicioso.
También le gustaban sus ojos. Le agradaba volver a ver aquella chispa de felicidad, porque cuando la vio por primera vez, luego de dos meses, bien de cerca vio que se habían oscurecido hasta hacerse de un azul opaco y sin vida. Ahora eran azules brillantes, rodeados por un brillo armonioso y su alegría contagiaba al ambiente.
Y… ella era suya. Lo que parecía ser un ángel, era suyo. Su Kagome, su pequeña, inocente y dormida Kagome. Le gustaba decirlo. ¿Qué más daba si era un posesivo? Al menos así estaba seguro de que ella se encontraba bien y... de qué no iba a llorar más.
¡Cómo odiaba verla llorar¡Odiaba ver ese líquido salino brotar de sus ojos! No le importaba si eran de felicidad, de tristeza, de compasión o como diablos sea¡Kagome no estaba hecha para llorar! Estaba hecha para sonreír, para demostrar que el amor sí existía y que alguien como él podía sentirlo y ser correspondido.
Apretó un poco más el abrazo que había formado, sintiendo a Kagome más cerca. Porque quería sentirla, sentir a su amada Kagome por una vez. Necesitaba... necesitaba ver que todo era verdad y no una mentira; ella lo amaba y él a ella. Ambos sentían el sentimiento mutuo del amor.
"El amor está en el aire, InuYasha", pensó el chico sonriéndose. Era verdad, se estaba volviendo un sentimental de lo peor y lo más triste… es que no le importaba. ¡Lo qué Kagome logró en él en tan sólo tres meses y dos días en conocerlo! Un sentimental, un romántico, un estúpido en todas las letras... un estúpido enamorado.
Y, rindiéndose ante el cansancio, Inu cerró los ojos y acompañó a Kagome en el mundo de los sueños, sonriendo con levedad.
–.–
–¿No te gustaría ir conmigo a descubrir el lugar? –preguntó Kagome animadamente a la mañana, luego de desayunar y cambiarse.
El muchacho soltó un bostezo y asintió algo soñoliento (aunque como niño curioso que fue, él ya sabía todos los lugares secretos). La chica se río levemente, era un vago de lo peor. Se acercó entusiasta y lo agarró del brazo.
–¡Vamos, InuYasha, arriba esos ánimos!
Él, por su parte, sintió como era arrastrado hacia la puerta trasera y casi todo el trayecto que la muchacha recorrió. Cuando llegaron a un pequeño lago, algo alejado de la pequeña cabaña, InuYasha se lavó la cara y recobró sus ánimos.
–¿Acaso no es una vista preciosa? –sonrió Kagome, mirando como los rayos del sol eran reflejados por el agua cristalina del lago, y las hojas de los árboles se movían al compás del viento, algunas rindiéndose y cayendo graciosamente sobre el agua.
–Sí, lo que sea –respondió InuYasha, con un tono de voz despreocupado. No es que se levantó de malhumor, todo lo contrario, pero no podía evitar poner esa pequeña barrera para protegerse. "¿Pero de qué?", se vio preguntándose.
Sintió como su corazón latió furiosamente sobre su pecho, golpeándolo con muchas fuerza, al sentir como unos pequeños brazos lo rodeaban por detrás. ¿Pero qué rayos le pasaba…? Se sintió tenso por momentos, hasta que se relajó. No, debía calmarse, sólo era Kagome.
Pero no estaba acostumbrado al recibir tanto cariño por parte de alguien.
–InuYasha, yo.. –titubeó Kagome, con voz suave, apretando ligeramente aquél tibio abrazo -. Te amo –por un momento sonaron fuera de contexto¿por qué lo había dicho?
Él sólo sonrió levemente.
–Yo también –respondió InuYasha, todas sus preocupaciones y, en especial, aquella barrera que cubría sus sentimientos se desvanecieron ante tanto cariño por parte de la chica. Agarró una pequeña mano y, sin decir nada, deshizo el abrazo y se volteó, para abrazarla de frente.
Cada día era algo nuevo y maravilloso para los dos. Ojalá esto pudiera seguir así para siempre, pensó Kagome cerrando los ojos y dejándose abrazar. Deseaba sentir aquél cariño por InuYasha toda la vida, deseaba ser besada únicamente por él.
Se separaron, se miraron por unos momentos en completo silencio y armonía.. luego se besaron. Si, con el sentimiento de siempre, con aquella ternura que sólo ellos podían sentir. Sin que el muchacho hiciera nada, Kagome entreabrió los labios e invitó a InuYasha que profundizara más el beso. Así lo hizo, su lengua entró con lentitud sobre su boca, recorriendo cada rincón, como queriendo memorizarlo.
Su sabor era dulce y especial, como siempre sucedía cada vez qu escuchaba la palabra 'te amo' en su boca. Sí, tan hermosa y dulce, tan.. tan.. tan de ella. La apretó más contra sí, devorando su boca con pasión. Cuando se separaron para buscar el oxigeno, ambos respiraban jadeantes e InuYasha le mostró una sonrisa traviesa.
–Oye¿dónde encontraste al cocodrilo?
Kagome soltó una risita, ahora, nerviosa.
–.–
Inmediatamente, el sonrojo se apoderó de ella al ver como InuYasha dejaba expuesto su pecho. Se alejó lo más que pudo, hasta que su espalda chocó contra la puerta azul. Tragó saliva con dificultad, de repente, contuvo el aliento.
–¿De verdad tienes que hacer esto? –preguntó Kagome, con voz entrecortada y nerviosa.
InuYasha mostró una sonrisa muy leve, casi inexistente, pero que ella pudo apreciar. Con indiferencia se acercó a ella y la apresó contra la puerta, acercándose a su boca.
–Ehhh... InuYasha, tampoco tenemos que hacerlo otra vez –replicó Kagome, moviendo sus manos contra la puerta, sintiendo como su corazón latía fuertemente. Intentó alejar lo más que pudo su rostro del de InuYasha.
–Sshh, no seas cobarde –murmuró InuYasha, apresándola de la cintura y empujándola hacia él, para luego besarla con fuerza. Por unos momentos, Kagome se opuso, pero luego le devolvió el beso con la misma fuerza.. o quizás más.
Lo abrazó del cuello, pegándolo más contra ella. Por más que lo intentara, no era inmune a sus besos, así era bastante fácil manipularla. Sin embargo, le agradaba ser besada y (ahora que lo pensaba mientras InuYasha le acariciaba la espalda), no era mala idea.. 'hacerlo' otra vez. "¿Pero en qué estás pensando, Kagome¡Despierta!", dijo una voz insistente en su cerebro, pero la pasó olímpicamente por alto.
–No.. lo soy, Inu.. yasha –respondió Kagome, jadeante, una vez que se separaron. Se miraron por unos momentos, sin decirse absolutamente nada, mostraron una sonrisa pausada (muy similar a la que se dieron aquella vez en el cuarto de pintura de InuYasha), y volvieron a besarse; esta vez con más ganas.
–Keh.. demuéstramelo –retó InuYasha, empezando un juego de palabras. Cuando se iba a acercar nuevamente, Kagome lo detuvo poniendo un dedo en sus labios.
–De verdad.. no tienes que hacerlo –retomó Kagome al tema que anteriormente había tomado el muchacho, dejando que toda la pasión se desvaneciera en el aire.
–Sí que quiero –replicó InuYasha, con voz firme, rozando su nariz contra la de ella. Kagome soltó una risita -. Además.. así cambiarás de departamento.
–Pero... No quiero ser una carga para ti –mostró unos ojos llenos de preocupación y algo confundidos. Sabía lo que InuYasha sentía por ella, pero aún así..
–¡Tonta, si te digo que quiero es porque quiero! –exclamó InuYasha, ya cansado de esta estúpida conversación.
–¡Esta bien, pero no me grites! –replicó la chica, con el mismo tono de voz exasperado que él.
InuYasha la soltó, frunciendo el ceño.
–¡Keh! Has lo que quieras.
–¡Bien! Me voy –dijo firmemente Kagome, abriendo la puerta y cerrándola tras de sí.
InuYasha se cruzó de brazos.
–¡Adiós!
Definitivamente, poco a poco los dos iban regresando a la normalidad.
Pero… ¿De qué se habían peleado, se preguntó Kagome, sentada en su habitación.
Continuará…
