FLORES AMARILLAS

Capítulo trece

¡Déjate llevar!

Minutos después, Kagome mostraba una sonrisa alegre e InuYasha se la respondió. Ambos se encontraban en la sala, sentados en el sofá, tomando un poco de té antes de acostarse. Luego de esa pequeña 'pelea', la chica fue resignada al cuarto de él y sólo susurró un: "Esto fue tonto" y asunto arreglado.

No le gustó ser ella quien debiera hablar, pero, conociéndose, esa pelea podría terminar en una "gran" batalla. Y no bromeaba.

Kagome se acercó a él y recostó su cabeza en su hombro, soltando un suspiro. Todo parecía tan extraño, semanas antes juraba que nunca lo iba a perdonar y ahora… ¡Ahora se encontraba en esa situación, con InuYasha¿Era un sueño real, o eso suponía. Tal vez tuvo un accidente y estaba en coma y soñaba aquello, tal vez sólo era parte de su imaginación.

–Kagome… -susurró InuYasha, algo incómodo.

Kagome movió levemente sus cejas.

–¿Qué sucede?

Abrió la boca para contestar, pero la cerró, dejando lo que iba a preguntar para después. Todavía tenía tiempo, tenía el jueves, el viernes, el sábado y el domingo. Cuatro días para hablar, cuatro día para estar junto a ella. Cuatro días para dejarse llevar.

Algo indeciso, la rodeó por la cintura y estrechó más ese.. 'medio abrazo', cerrando los ojos al mismo tiempo que Kagome y disfrutando la compañía. Podía escuchar su corazón latir más rápido de lo normal, podía sentir como lentamente el perfume de Kagome llenaba la habitación y se calaba entre su cuerpo, como un fantasma.

Quería decirle que la quería, que la amaba sobre todas las cosas, pero no era necesario. Kagome ya lo sabía, tal vez su 'sentido femenino' le hacía saber esas cosas. Su presencia llenaba cada rincón de la casa.

Eso le hizo sonreír. Recordaba que, cuando era un niño de diez años, salió de su habitación para buscar algo para beber y había visto algo similar entre sus padres. Sí, lo recordaba bien. Inutaisho abrazaba a su madre y ella, como una niña indefensa, se acurrucaba a él. No entendió porque ambos se comportaban de esa manera, pero ahora…

"Estoy haciendo lo mismo que mi padre y mi madre", pensó entreabriendo los ojos. Estaba al lado de su pequeña artista, su talentosa y hermosa artista. Simplemente bastaba su presencia para hacerlo feliz, para comportarse como un chiquillo de dieciséis años, je.

¿En qué se había convertido, se preguntó. Ya no era ese InuYasha... Parecía como si hubiera dos mundos: el que estaba Kagome y el que no. Sí, estuvo viviendo en ese mundo, donde, ahora, no sabía como pudo aguantar tanto sin ella.

Dos meses sin verla.

Un mes en conocerla.

Dos días para enamorarlo profundamente… Y alocadamente, también.

Je, definitivamente, Kagome era una persona única en su especie. Era única su sonrisa, su cabello, sus ojos, todo en ella era especial. Hermosamente especial.

–¿Quieres ser mi novia?

Si tan sólo no lo hubiera dicho en voz alta...

–.–

Bajaba por su cuello, sintiendo nuevamente aquella suave piel, tan blanca como la nieve pero cálida a la vez. Sentía su agitación, como se revolvía bajo suyo y lo llamaba, o simplemente soltaba gemidos con su nombre. Mordió su piel y luego la lamió, saboreándola.

Siguió bajando, corriendo la ropa que le empezaba a exasperarle. Más ropa, más piel... sí, eso quería, más piel y piel, quería descubrirla otra vez. Su lengua delineó el contorno de su clavícula, luego el nacimiento de sus senos, corriendo el sostén con encaje.

Pero se alejó, sosteniendo todo su cuerpo por sus manos, para mirarla a los ojos. Veía como su pecho subía y bajaba a causa de la agitación. Como su camisón pálido solamente cubría su vientre y muslos. Como sus ojos se enfocaban en los suyos, deseosos, anhelantes, oscuros.

Lo deseaba. Podía entenderlo. Toda ella lo deseaba, hasta casi le parecía oír lo que su mente susurraba. ¿O era su imaginación?.

Siguió bajando, pero sin tocar sus pechos, rozando apenas su piel. Escuchaba sus jadeos, como se revolvía intentando que la tocara, perdiendo toda su paciencia. Sonrió para sus adentros, sabía que esa tortura le estaban encantando, lo sabía. Como sus labios, sus manos apenas tocaron su piel, pero solamente sacaron el camisón, que cayo lentamente por el suelo.

La chica se tensó, al ver hacia donde sus labios iban a dirigirse, pero se calmó al ver que se desviaron hacia su muslo hasta el dedo del pie y hacía lo mismo que el otro. Todas aquellas descargas, la sacudían violentamente, su mente estaba sumergida en un mar de placer y lo único que pensaba con claridad, era su nombre. El nombre de quien tanto amaba.

Ahí estaba ella, medio desnuda, ante sus ojos una vez más. La apresó por la cintura y la elevó un poco, pegándola con fuerza contra su pecho. Ella gimió al sentir tan cerca su piel caliente. Sus manos varoniles, acariciaron su espalda con extrema dulzura y llegaron al broche del sostén. Por unos momentos, se quedó sin hacer nada, solo jugueteando con el broche, hasta que finalmente lo soltó y la prenda se deslizaba por entre sus brazos.

Nuevamente, ella gimió al ser estampada contra la cama. Sintió como los labios de él recorría otra vez su pecho y se detenía en uno de sus senos, y empezaba a jugar con su pezón. Gimió más fuerte, apretando con fuerza la sabana. ¡La estaba volviendo loca!

Cuando subió para besarla, ella abrió sus ojos a más no poder. El muchacho hundió un dedo en su intimidad. Ella soltó un suspiro ronco entre el beso, y lo cortó sutilmente, gimiendo. Ahogó un grito en su garganta cuando el hundió otro dedo y luego los sacó, para luego volver hacerlos entrar. Entraban y salía, entraban y salían. Gemía más y más fuerte.

Cuando los sacó finalmente, lamió sus dedos, observándola. Ella sólo jadeaba por la tanta pasión que latía en todo su cuerpo, sus venas parecían querer explotar a igual que su cerebro. Cuando él se acercó, ella se colgó de él y empezó a besar por el cuello, como el chico lo hacía. Lo mordía, lo lamía y luego lo besaba, plantando besos de mariposa.

Lo tomó por sus hombros y, con un impulso, ella se puso al mando. Lo besó apasionadamente, con lentitud mientras que sus manos acariciaban sus brazos. Recorrió su cuello y pecho, lamiéndolo y también¿por qué no, mordiéndolo con levedad. Podía sentir su esencia, fuerte y varonil, como él. Sus gemidos roncos y fuertes, a igual que sus suspiro y quejidos, mezclándose con su nombre.

Acarició su rostro, corrió algunos mechones negros que tapaban su visibilidad, vio la profundidad de sus ojos violetas y sonrió. Lo amaba cada vez más. Hacer el amor con él era algo tan nuevo y excitante, como sentir sus manos acariciar su espalda.

Cuando él volvió a tomar el mando, ella sólo esperó. Lo deseaba, pero a la vez no quería que terminara. Se aferró a su espalda como un salvavidas, entrecerró los ojos y esperó. Cuando pronunció su nombre de una forma suave y ronca, penetró con fuerza, haciéndola casi gritar.

Sus uñas amenazaron con dañar su piel, pero aquello lo excitaba más. Se movió dentro de ella, con rapidez, como si de repente una fiera se apoderaba de su cuerpo y tomaba el control. Quería que ella gritara de éxtasis, quería que hasta la más mínima parte de su cuerpo se estremeciera de placer, que lo único que su mente le hiciera recordar fuera a él y a sus caricias, a él y sus besos. Solamente a él.

Con su propio gemido ronco, dejó que su semilla recorriera todo su vientre. Kagome hundió sus dedos entre su cabello húmedo, soltando un quejido al sentir todo ese líquido caliente dentro de ella. Él seguía entrando y saliendo, pero esta vez más suave y prolongado, como una mecedora que iba perdiendo la velocidad, hasta que finalmente se detuvo dentro de ella. Dio una ultima embestida y cayó rendido, jadeando, a igual que ella.

Una sonrisa satisfecha cruzó sus labios cuando lo abrazó con fuerza, recuperando el aliento. No podía evitarlo, la hacía sentir viva cada vez que terminaban de hacer el amor. Nadie jamás le explicó aquella paz que se sentía cuando terminaba ese ritual, ni sus amigas que tenían experiencia, ni las novelas románticas que le robaba a su madre para leerlas. No era sexo, era hacer el amor con la persona que más amaba en la vida.

InuYasha enterró su cara en su cuello, aspirando suavemente ese olor a bosque que desprendía el cabello de Kagome y ese dejo a flores amarillas que salía de su piel. La adoraba, aquella forma en que ella gemía su nombre, la ternura que desprendían sus actos a cada caricia.. Como lo había pensando antes; era única. Tanto en la forma de amar como en demostrarle que le importaba.

–Te amo –susurró Kagome, casi sin voz, cerrando los ojos con cansancio y acomodándose bajo su pecho.

Inu le acarició la cabeza, le dio un beso en la sien y otro en el cuello, para luego besarla con lentitud, ambas lenguas entrelazándose.

–Lo sé, yo también –murmuró InuYasha, con aquella misma voz que utilizó en la reunión de su familia, con ese dejo a ternura y cariño.

Un débil rayo de luna se coló por entre la ranuras de la persiana, acariciando con su luz ambos cuerpos abrazados de los dos amantes. Iluminando a InuYasha y a Kagome.

–.–

Al día siguiente, apareció todo un cielo blanco y gris. El agua cristalina caía con gracia sobre el pasto, y un olor a humedad llenó la casa. Kagome se encontraba sentada en la cama, de brazos cruzados, con su camisón, y una cara muy parecida a cuando una niña tiene un berrinche. InuYasha se encontraba también sentado en la cama, pero, en vez de Kagome, sonreía burlonamente.

–¿Qué es lo malo, Kagome? –preguntó InuYasha, esta vez sin reírse, y parecía muy sincero.

Kagome lo miró y dejó de cruzarse los brazos. En sus ojos había un cierto dejo de desilusión. ¿Y sí se arrepintió¿O no fue como lo que ella esperaba, atacaron las dudas de InuYasha inminentemente.

–Es que... ¡Nah! Olvídalo, InuYasha –Kagome sonrió genuinamente, pero dejando aún con la duda a su novio -.¿Huh? –se acercó, los ojos azules brillando de preocupación, genuina preocupación, notó él -. ¿Qué sucede, InuYasha¿Te encuentras bien?

Él sólo suspiró, rodeándola por la espalda, la pegó contra su cuerpo y la besó. Kagome se quedó quieta, un tanto sorprendida, luego respondió. ¿Por qué no era así todo el tiempo? No le importaba, igual lo amaba por sobre todas las cosas.

Con suavidad, la fue recostando sobre la cama; quedando ella abajo y él arriba. Se separaron, para recuperar un poco del oxigeno, y se miraron. Los ojos de InuYasha relevaban tanto, con el paso del tiempo pudo entender los que querían decir. Violetas cuando estaba tranquilo, un lila muy claro cuando estaba triste, un púrpura fuerte, rodeado de un rojo sangre cuando estaba confundido o verdaderamente furioso. O... un violeta muy oscuro, casi negro, rodeado de ámbar para cuando estaba a punto de hacerle el amor, como ahora... como quería que fuera siempre.

Kagome entrelazó sus dedos con el suave cabello azabache de él, viéndolos con adoración. Se acercó y lo abrazó por el cuello, sus manos deslizándose con lentitud por su espalda, recorriéndola como la otra noche. InuYasha le dio suaves besos por el cuello, su piel encendiéndose por causas de las caricias de la muchacha; sabía que su espalda era un lugar muy erógeno para él.

Se mordió el labio inferior, frunciendo levemente el cejo en concentración, ya que InuYasha parecía disfrutarlo. Sus blancas manos se mezclaban entre sus cabellos negros, que se desparramaban por toda su espalda. Sí, quería que él también sintiera toda la pasión que despertó en ella anoche, quería hacerlo gemir, que gritara su nombre... que le dijera mil veces "te amo" y no parar... no parar.

Las manos del muchacho empezaron a tocar sus pezones, que ya estaban encendidos por todos sus mordisqueos en su cuello. Cada vez más le faltaba el aire, nuevamente la sangre corría presurosa por sus venas, más caliente... mucho más caliente..

DING, DONG, DIGN, DONG

TOC, TOC, TOC

–¡InuYasha-sama, Kagome-sama, les traigo el almuerzo! –gritó la voz de una efusiva Shiôya, entre sus arrugadas manos estaban dos tarros grandes de caliente almuerzo. Quería darles una sorpresa, pensó la anciana mujer.

InuYasha soltó un insulto, Kagome se reincorporó con las mejillas calientes, completamente rojas. De muy mala gana, se colocó los boxer y los pantalones del pijama, mientras que Kagome buscaba su camisón, sin siquiera preocuparse por ponerse el sostén.

–Sólo quiere ser amable con nosotros, InuYasha –regañó entre dientes Kagome, escuchando aún las maldiciones de InuYasha sobre la interrupción "bendita" de la mujer.

El muchacho se internó en el pasillo, donde aún seguían los: 'ding, dong' y los 'toc, toc' de Shiôya. InuYasha abrió la puerta, con el cejo fruncido y la cara más molesta que le podía regalar a la mucama de la casa. Kagome estaba detrás de él.

–Pasa y que sea rápido, mujer –ordenó InuYasha, dejándole paso a Shiôya. Ella hizo una reverencia al chico, él sólo se cruzó de brazos y miró hacia otra parte -. Buenos días, Shiôya.

–Muy buenos días para usted también, InuYasha-sama –sonrió la mujer, cuando pasó frente a Kagome, ella le hizo una reverencia -. Buen día, Kagome-sama¿cómo pasó la noche?

La chica se río tontamente, y las mejillas de InuYasha enrojecieron contra su voluntad.

–Buen día, Shiôya-obaasan. Dormí muy bien, gracias por preguntar –y también hizo una reverencia, sin ocultar su sonrisa algo traviesa que pasó inadvertida para la mujer. Cuando ella se fue hacia el comedor, Kagome intercambió mirada cómplice con el muchacho -. Y no miento –y se marchó hacia el comedor.

InuYasha se sintió más tranquilo. No estaba arrepentida por lo de anoche. No estaba ella arrepentida de ser su novia. Parecía como si aquella vez (hace dos meses), en la que había dicho todo eso solamente para no confundirse más, nunca hubiera pasado. "Kagome, tonta...", pensó; por su culpa se había preocupado. ¡Ay, esa niña! Sonriendo aliviado, InuYasha la siguió.

–¡Cómo repentinamente empezó hacer frío, creo que una sopa caliente les vendría bien! –exclamó jovial Shiôya, destapando los platos de sopa, viendo su humo danzar -. Es mi especialidad... –se fijó en ambos -. Y, díganme¿por qué aún siguen en pijama?

A ambos, sus mejillas se pusieron muy coloradas. La mirada de Shiôya se hizo picaresca, y se rió como solo una mujer de sesenta años podía serlo. El sonrojo aumentó más en los chicos.

–.–

Hoy era... ¿jueves o viernes? Ya perdió la noción del tiempo, tal vez del espacio quizás, pero no. Kagome estaba con él, acariciando nuevamente su espalda con sus blancas manos, arrancándole fuertes suspiro entre su apasionado beso. Se alejó de ella, jadeante, completamente encendido. Ahora que no había quien los molestara, iba a lo que habían empezado.

Sus manos rozaron su piel, como anoche, sacando la delicada prenda que la cubría completamente. Miró su cuerpo desnudo y estuvo a punto de susurrar lo hermosa que era, pero se contuvo. "Ahora no, ahora no", pensó besándola de vuelta y trazando un camino imaginario de su garganta hasta el medio de sus pechos.

Ella gemía roncamente, acariciando la espalda de él, que se tensaba bajo sus pequeñas manos. Arqueó su espalda, al sentir como InuYasha seguía bajando, besando su vientre. Su lengua empezó a subir, lamiendo sus senos, sus pezones endureciéndose al sentir su calidez.

Las manos de InuYasha apenas rozaban sus muslos, haciendo que descargas eléctricas recorrieran su cuerpo violentamente, impulsando sus caderas hacia las suyas, sintiendo su endurecido miembro contra ella. Como la espalda del muchacho, sus muslos eran demasiados erógenos para ella. InuYasha separó su boca de un seno y besó su cuello, su garganta, el lóbulo de la oreja. Lamió sus labios, pero no los besó, Kagome gimió en protesta. Sus labios siguieron besando sus mejillas, rozaron su cuello y besaron sus hombros, los lamió, los mordió, dejando marcas en ellos. Las marcas de la otra noche no se habían borrado.

Kagome empezó a besarle también el cuello, siguiendo el contorno de sus anchos hombros. Lamió su pecho, saciándose de su sabor y oliendo ese aroma a InuYasha, tan fuerte y varonil. InuYasha ya no podía aguantar más, los juegos le estaban estorbando ya, pero quería seguir.

Hundió un dedo dentro de ella, Kagome soltó un quejido ronco y fuerte, elevándose unos centímetros del colchón. Entraba y salía, salía y entraba. Kagome, inconscientemente, movió sus caderas, liberando parte de su excitación. InuYasha lo sacó, lamiéndolo sensualmente, mirándola con sus ojos violetas, rodeados por ese ámbar y completamente oscuros por su deseo y lujuria. Su mente estaba nublada, y solamente pensaba en lo hermosa que era..

Besó sus labios una vez más, Kagome se pegaba a él con fuerza, aferrándose a sus hombros para tomar impulso. Él la tomó por sus caderas y la alejó un poco, ella siguió gimiendo en protesta. Aún no, quería seguir jugando, aún no. Sonrió maliciosamente contra su labios, sí, torturarla así era excitante.

–Por favor –pidió Kagome, cuando se separó bruscamente de él, queriéndolo sentir otra vez dentro de ella, desgarrándola de placer, llenándola con su semilla. Estaba harta de juegos.

La besó por el cuello, entiendo que ella ya no soportaba más. Abrió sus muslos con lentitud y se colocó en posición. Kagome lo miró y esperó, cerrando sus ojos y mordiéndose el labio. InuYasha entrecerró los suyos y frunció el ceño en concentración. La penetró suave, como si fuera la primera vez. Kagome empezó a moverse, de igual forma, aferrándose a sus brazos hasta poder abrazarlo por el cuello, rodeándolo por sus piernas, haciendo más profunda su penetración.

Kagome soltaba gemidos cada vez más fuertes y profundos, como si sus cuerdas bucales se desgarraran de tanto placer. Besaba su cuello, acariciaba su espalda y pecho, sus piernas lo empujaban más y más. ¿Qué quería¡¿Volverlo loco!

Todo comenzó su ritmo, más fuerte. Salvaje, como el primer instinto que tuvo el ser humano. InuYasha la agarró por sus caderas, guiándole, aún sabiendo que ella conocía el movimiento. Sus jadeos y quejidos roncos llenaban la habitación, sus placeres se grababan en sus mentes, los sentimientos de ambos hacían que sus corazones latieran cada vez más rápidos; parecido a la taquicardia.

Liberó su semilla, ya no pudiendo retenerla más. Sabía lo que estaba haciendo, entendía perfectamente que era una locura hacer el amor sin tomar una protección, pero no le importaba que Kagome quedara embarazada. No le importaba, porque la amaba más de lo que alguna vez amó. Explicarle con el cuerpo lo cual alocadamente enamorado estaba de ella..

Kagome se acurrucó encima de él, aún acariciándole la espalda, sonriendo con levedad. Entre tantas y tantas mujeres mejores que ella, mucho más hermosas y agradables, él la elegía a ella. Él la amaba, eligió estar a su lado..

–Te amo –respondió con apenas voz, nublando su mente de aquellos amargos dos meses, dejándolos en lo más profundo de su mente -. Te amo, te amo, te amo...

El sol empezó a salir por entre las nubes, dando contra la ventana completamente abierta de ellos dos. InuYasha sonrió levemente, lo sabía, pero cómo diablos le gustaba escucharlo.

"¡Déjate llevar, InuYasha!"

–Yo también te amo mucho, Kagome... –ocultó su rostro tras su cuello, aspirando su perfume -. Mi Kagome... hueles tan bien...

Continuará…

Dos lemons, uno casi lemon... estamos en la recta final. Un besito enorme a todas, muchachas. ¡Gracias por sus reviews!