FLORES AMARILLAS
Capítulo final
Kagome abrió los ojos, todavía cansada. Sentía como todo sus músculos gritaban de dolor, no querían moverse pero el sol le obligaba a levantarse, era... era como si le diera energía, aunque no era la suficiente. InuYasha no estaba, y temió que todo fuera un sueño.
¡Entonces, si fue un sueño debía evitarlo! No podía ser tan tonta de desconfiar de la persona que más amaba, por una tontería. InuYasha claramente le había dicho que dijo todo aquello porque se encontraba confundido, y sabía que si una persona estaba confundida cometía tonterías; lamentándolo después.
Cuando sus pequeños pies tocaron las frías baldosas y quiso levantarse sintió como si algo, una caja fuerte, aplastara su cerebro. Volvió a sentarse, entonces notando su desnudez. Por unos momentos se quedó así, sentada, sin hacer nada. Sólo así, con la vista fija en ningún lado hasta que sus azulados ojos se llenaron de lágrimas.
Se cubrió el rostro, llorozando. No fue un sueño. Tal vez, alguna parte de sí misma no quería creerlo y, principalmente, su cerebro la recriminaba por ser una tonta. Tomó aire profundamente, tratando de calmarse, recordando las palabras de su hanyou: 'Ahora, sólo depende de ti ser feliz, Kagome...' Sólo dependía de ella su felicidad.. 'Debes confiar¿no? Tú me lo has enseñado..' Con un sentimiento de gratitud, Kagome se levantó, cubriendo su cuerpo con el camisón tirado en el suelo.
No notó ropa alguna de InuYasha, y verdaderamente estaba algo asustada. ¿Habrá huido¿Tal vez se arrepintió, después de todo? '¡.¡Yo te amo, entiéndelo una vez por todas, mierda!.!' Sus mejillas pusieron brillantes del sonrojo, fue al baño, recordando cada una de las palabras de InuYasha.
Agarró el cepillo y empezó a desenredarse el cabello. Debía calmarse, tal vez... No, no, ya estaba empezando otra vez. Sólo debía confiar¿verdad? Como el hanyou dijo, sólo hay que confiar... Un poco más animada, se metió en el baño y prendió la ducha; esta vez con agua caliente, por supuesto.
–.–
Miroku le mostró una sonrisa pícara.
–Luego me dices a mí, amigo mío –comentó el muchacho con malicia, viendo como las mejillas de su amigo se hacían más notable y una camarera le hacía ojitos, sin que éste se diera cuenta. Debía admitirlo, InuYasha era un despistado y muy exitoso con las mujeres -. ¿De verdad no te preocupa dejarla sola, InuYasha? Sango me dijo que su animo no estaba como el de siempre.
InuYasha carraspeó incómodo y tomó un poco de la humeante tasa de café. Se cruzó de brazos y miró pensativamente a la gente que pasaba, allá afuera, caminando, sin preocuparse de nada.. sólo por ellos mismos. Egoístas. Frunció el ceño.
–Kagome estaba muy cansada –replicó, tratando de no preocuparse. Diablos, nunca imaginó que ese mal presentimiento se hiciera realidad, sólo esperaba a que terminara -. Además, yo también tengo cosas de que pensar.
Miroku lo miró como si estuviera esperando, de repente, que saltara y lo señalara con el dedo, exclamando: '¡Inocente palomita!'. Luego se golpeó a sí mismo en la frente, soltando un suspiro resignado.
–¿Tú, pensar¿Estás seguro, InuYasha? –tomó un poco de cerveza, tratando de no perder el control al ver como esa guapa camarera (sí, la misma de antes), seguía haciéndole gestos coquetos al ojivioleta -. Si mal no lo recuerdo, tú mismo me dijiste que no eras bueno para pensar.
InuYasha le dio un golpe rápido en la cabeza, un chichón rojo salió del lugar golpeado. El ojiazul lo tomó como asunto arreglado, y que él no quería tratar.
–¿Y¿Por qué tú nunca me dijiste que tu novia estaba embarazada? –preguntó InuYasha. Estaban hablando tanto de Kagome y él¿por qué no de Miroku y Sango? Aún no podía entender como la castaña podía amarlo y no reventar de celos al mismo tiempo.
–Digamos... que ella no me lo dijo hasta que se desmayó –se rió tontamente, recordando aquello -. Por suerte estabamos en el hospital.. Je, je, je.
InuYasha frunció los labios. Por lo menos era algo que le agradaba recordar, pero.. ¿y él? Por suerte Sango le avisó de todo, porque tal vez todo hubiera sido un poco diferente. Tal vez, Kagome no le hubiera entendido. Tal vez...
Suspiró. Ya no existía el 'tal vez', no podía volver atrás y no estaba arrepentido. No, quería tener una familia de verdad, estar con Kagome siempre y criar a ese pequeño pedazo de vida seguramente sería una experiencia maravillosa. Era su deber, tanto como padre, que como novio, hacerse cargo de su hijo. Sólo que.. no sabía como y donde empezar.
–¿No estás nervioso? –preguntó InuYasha, mirando para todos lados, menos los ojos azules de su mejor amigo. Le dio un escalofrío, al percatarse de la mujer, mirándolo y sonriendo seductivamente. Se imaginó a Kagome así, sonriendo con una mirada sensual.. vestida solamente con su corto camisón.. Tembló ligeramente.
–¿De qué?
InuYasha miró nuevamente la ventana.
–De ser padre, de ver como pasan los días y.. y.. –volvió a suspirar -. Algunas veces creo que no soy bueno para esto. Digo¡mírame! Por poco y casi hago que Kagome se suicide¡la lastimé mucho! Y creo que es un milagro que ella me perdone –sus ojos volvieron a ponerse de un acuoso color lila.
Como buen amigo que era, Miroku le palmeó la espalda. Tomó un trago de su cerveza y se acercó un poco, en tono confidencial.
–Tú sabes perfectamente que buscaba tener un hijo –su voz era solemne, y parecía casi una figura sagrada al ver como los rayos de sol lo iluminaban -. Y Sango fue una bendición –le guiñó el ojo, dándole doble sentido a la frase -. Tú no te preocupes, todo está arreglado. Sólo procura mostrarte más cariñoso con ella, creo que lo necesitará.
InuYasha lo miró como si le hubiera pedido hacer un Da Vinci. ¿Qué¡¿Él, cariñoso¡Seguramente estaba bromeando¿Cómo rayos él tendría que comportarse¡Keh!
–No sé, cómprale flores, a las mujeres le gusta –se encogió de hombros Miroku, como restándole importancia -. Tal vez chocolate, si le gusta comer.
InuYasha sólo soltó un suspiro. Imposible.
–Bueno, debo irme –se puso de pie, a igual que el ojiazul -. Paga la cuenta. Nos vemos –y se marchó rápidamente, dejándolo completamente solo.
El muchacho de coleta se dio vuelta, sonriendo esta vez sonriendo sensualmente a la camarera. Ella le dio una mirada despectiva.
–Aquí tiene la cuenta, señor.
Miroku soltó un suspiro resignado. Hoy no era su día de suerte.
–.–
InuYasha caminaba sin ningún rumbo fijo, bueno, tal vez al departamento. Pero quería pensar, en lo que pasó, en lo que sería su vida de ahora en adelante. Amaba mucho a Kagome, de eso no tenía ninguna duda. Estaba muy feliz al saber que ella estaba embarazada, pero lo sucedido no fue todo un lecho de rosas. Sabía que el estado de ánimo de ella ahora se encontraba muy frágil.. Ver sus ojos grises lo asustaron.
Tan faltos de vida... tan vacíos, ya no mostraban emoción alguna. También recordó todo lo que dijo minutos antes de hacerle el amor, pero eso ya era un tema olvidado. Le dejó bien en claro que lo único que le importaba ahora, eran ellos dos.
–Señor¿no quiere una rosa? –una niña, de mirada marrón cálida le ofreció una rosa amarilla.
InuYasha la miró pensativamente, recordando la pintura. Flores amarillas, las mismas que a Kagome tanto le gustaba. Lo sabía, vio un florero y una pequeña pintura de ellas en su departamento.
–Mayu –regañó la voz dulce de una mujer, saliendo de la florería. Se volvió a InuYasha, haciendo una reverencia -. Discúlpela.
El muchacho sonrió levemente.
–Descuide –miró sobre el hombro de la mujer, dando justo donde quería -. Disculpe... ¿Cuánto cuestan una docena de esas flores?
Bueno, de algo tenía que empezar¿verdad?
–.–
El agua mojaba su cuerpo, y miraba sus pies, pensando en todo y a la vez en nada. Confiaba, por dios, podía confiarle hasta su propia vida pero.. tenía tanto miedo. ¡Mucho miedo! Temía que, al final, él se fuera con otra cuando tuvieran el bebé o que ya no la considerara atractiva por verse gorda. Tomó aire profundamente, decidida a borrar todo rastro del miedo.
Cerró la canilla y agarró la bata, para después atársela. Cuando iba a agarrar la toalla del baño, el timbre sonó. Decida a que su aspecto no se veía tan malo, y sacando algunos mechones que insistían unirse a sus ojos abrió la puerta. Lo primero que vio fue una delicada rosa amarilla, y un rostro de un demasiado alegre InuYasha.
–Hola –sólo dijo, mostrando aquella sonrisa tan ajena a él... pero tan.. Kagome se encontró medio perdida, mirándolo -. Eh... esto es para ti.
Cuando Kagome tomó la rosa, sintió como su piel se erizaba al rozar la de InuYasha, recibiendo toda una descarga eléctrica. Se alisó el cabello, temerosa de que estuviera las puntas se pararan. Vio los ojos violetas de InuYasha, y no encontró nada raro, ningún mensaje de que estuviera mintiendo. Sólo se encontraba feliz.
–Hola –respondió al fin, bajando la cabeza nerviosa. Era como si por primera vez, lo hubiera visto. Olió la rosa, tal vez solamente para huir de ese nerviosismo -. Gracias, es hermosa.
Ambos se quedaron en un completo silencio, mirándose de reojo. Antes esto no era así, pensó InuYasha, rascándose la cabeza, tratando de encontrar una explicación. Pero claro, él era InuYasha, no todo le era tan fácil y sobre estos temas, era un revendo idiota.
–Kagome.. yo–
–InuYasha.. yo–
Ambos se habían llamado al unísono. Kagome sintió como se estremecía, tan sólo porque él hubiera pronunciado su nombre. InuYasha fijó su vista por el pasillo, justo en la puerta de su antiguo departamento. Por un momento, se vio a sí mismo abriendo la puerta y encontrándose con una nerviosa Kagome, que entre sus manos tenía su chaqueta..
–Habla tú.
–No, habla tú.
Kagome soltó un suspiro, pensando que esto era estúpido. Le dio paso e InuYasha entró, sentándose en la mesa. Kagome puso la rosa entre las flores ya marchitas que le había regalado Kouga y tomó asiento frente a él. Estuvieron varios minutos, mirándose, sin hablar, apretando fuertemente sus manos. "Habla ya, Kagome", se pidió a sí misma.
Tomó aire y empezó a hablar.
–Yo... quería disculparme por todo este asunto –su vista no quería encontrar la de InuYasha, sabía que si lo miraba... perdería la fuerza para seguir continuando -. Quería pedirte perdón por todas las cosas que te dije..
InuYasha, la interrumpió, negando con la cabeza. Como la otra vez en la cabaña, se paró y se arrodilló frente a ella, tomándola del rostro y obligándola a mirarlo. Sus ojos se encontraron, el corazón de la chica latió a prisa, como si de repente hubiera tomado vida. Como si hubiera vuelto a la vida.
–No, tú tienes razón –InuYasha corrió algunos mechones de su flequillo, para mirar los ojos azules. Su expresión era de extrema ternura, algo inusual en él -. Yo fui un idiota que no te dijo nada. Está bien que pensaras eso, pues nunca te lo dije. Terminé con Kikyou hace mucho tiempo, tal vez ahora ella esté casada felizmente con un tal Onigumo –su voz se quebró un poco, recordando aquél amargo día -. Fue ella quién me estuvo engañando todo este tiempo.
Kagome parpadeó y lo rodeó por el cuello, acercándolo a su pecho y acariciando su cabello. Era como si tratara de sanarle su amargura, como si tratara de enseñarle a olvidar todo lo pasado. De repente, InuYasha se encontró mucho mejor, tal vez con más fuerza para seguir hablando.
–En realidad.. soy yo quien tiene que pedirte perdón –por una vez, por una única vez, InuYasha admitió algo, rodeando su cintura y respondiendo al abrazo -. Kagome¿eres feliz de estar embarazada?
Repentinamente las caricias de la muchacha cesaron. Sus ojos se abrieron un poco, totalmente sorprendida. Intentó no morderse el labio, porque lo tenía muy lastimado pero no podía detenerse. Verdaderamente..
–No, InuYasha, no soy feliz de estar embarazada realmente –contestó Kagome, con sinceridad, tragando saliva. InuYasha simplemente, sin decir otra palabra, la abrazó con fuerza.
–.–
La chica miró al techo, pensativa. Acariciaba la cabeza de InuYasha, quien dormía en su pecho. ¿Era correcto seguir con esto? Lo amaba como nunca amó a nadie, y él decía lo mismo. No¡basta de desconfianzas, estaba harta! Sabía que InuYasha nunca le mentiría, jamás y estaba segura de sus palabras, y sus 'te amo'... eran sinceros.
Aun así, no estaba segura de querer seguir con el embarazo. Tener un hijo significaba mucha responsabilidad, cuidados las veinticuatro horas y pocas horas de descanso. InuYasha tenía sus estudios, ella también.. Detenerlos, era como arruinar su carrera, aunque ya era medio famosa. Pero... ¿Su madre tuvo que pasar por las mismas cosas? Lo único que sabía, es que su madre se casó muy joven y tal vez ella fue...
Frunció levemente el ceño, preocupada. Ella no quería aprovecharse de la situación, no quería mantener a InuYasha por la fuerza.. Porque bien sabía, él tomaría toda la responsabilidad como padre y ambos tendrían que mudarse juntos y.. vivir como una pareja.
¡No! Por más tentador y hermoso que sonara, ella no podía aceptar ese embarazo. Aún era muy joven, apenas tenía diecinueve años.. toda una vida por delante. Su mirada azulada viajó del techo hasta el rostro tranquilo de su InuYasha.. No, de, simplemente, InuYasha.
"Creo que él está muy entusiasmado con el bebé", pensó Kagome aun preocupada. ¿Cómo no podría estarlo? Ella no quería arruinar la felicidad de InuYasha respecto al bebé. Si él quería tener un hijo, entonces ella trataría de dárselo.. "Yo.. trataré de dártelo, InuYasha"
Unas caricias le cortaron el aire... Sintió como sus ojos se llenaban de lágrimas, al sentirlas entre su vientre. Lo tendría, le juraba a Dios y a sí misma que lo tendría por InuYasha. Conmovida le besó el cabello, luego la sien, después la mejilla y finalmente la comisura de sus labios.
–¿Estás segura de todo esto? –preguntó InuYasha, reincorporándose, mirándola fijamente, como sólo él podía hacerlo.
Kagome se quedó perdida en sus ojos violetas, y lentamente asintió. El muchacho la abrazó con ternura, plantando pequeños besos en su cuello. Ella sólo le daba unas leves caricias por su espalda y brazos, tratando de no notar preocupada.
Dios, por supuesto que confiaba.. En quién no confiaba realmente, era en ella. Temía defraudarlo mucho, pues sabía que, tal vez, con todo lo sucedido puso en peligro al bebé. Ella sólo quería estar a su lado, compartir momentos con él y estar para cuando la necesite, siempre.
–¿Y… sí todo sale mal, InuYasha? –preguntó Kagome con un hilito de voz, separándose un poco para mirarle a los ojos.
El chico le acarició la mejilla, sonriendo levemente. Kagome le daba una mirada expectante.
–No saldrá mal, Kagome –contestó InuYasha, acercándose un poco más, hasta que sus narices se rozaron con levedad -. Pero sí todo resulta como tú dices, entonces.. Estaremos ahí, como siempre, juntos, tonta –la chica lo miró conmovida, acercándose y dándole un fugaz beso.. Luego otro, otro, y otro, otro.
No podía creerlo, de verdad estaría con ella pase lo que pase. Cada vez la hacia tenerse más confianza, con unas pequeñas palabras de aliento, de promesas y estaba segura que él las compilaría. Su mirada lo decía todo, todo..
Podía llegar a confiar y podría llegar a formar una familia. Se imaginó diciéndole a su tía que estaba embarazada, se imaginó a InuYasha rodeado de sus pequeños amigos del barrio, se imaginó que Shippou negaba con la cabeza y empezaba a molestarla. Se imaginó tantas cosas, muchas, pero eso sí, InuYasha, su querido InuYasha siempre estaba ahí, con ella.
–InuYasha...
Ahora intercambiaron los papeles, ella descansando sobre su pecho y él acariciando su cabello. Necesitaba sentirse segura, y ese lugar era su pecho... Escuchar su corazón con claridad, pareciendo que se iría a salir de su pecho como el suyo, sólo le hizo quererlo más y más. Hasta el cansancio.
–¿Qué quieres, Kagome?
La chica sonrió levemente, hay cosas que por mucho que quiera cambiar... al final terminas aceptándolo y, tal vez, hasta queriendo.
–Te amo.
InuYasha se quedó quieto, pero luego le besó la sien. Nunca entendería el por qué, pero cada vez que la besaba allí, le daba un efecto tranquilizador.. haciendo que lentamente cayera en un sueño profundo, tranquila esta vez, sin lágrimas.. sin pesadillas..
–Yo también, Kagome, yo también.
–.–
Un tiempo después…
Ella sabía, que él sabía, que algún día pasaría,
que vendría a buscarla con sus flores amarillas.
–¿YA ES HORA! –gritó InuYasha, atraves del celular de la chica.
–Sí, InuYasha... por favor, no me grites –pidió calmadamente Kagura -. Se escucha y a Rin eso le molesta.
InuYasha, de su lado del teléfono, se encontraba tratando de ponerse el chaleco. ¡Justo hoy, cuando se quedaba dormido y no tenía nada que hacer! Diablos¿por qué a él? Mientras Kagura hablaba, trataba de colocarse las zapatillas y sacarse los mechones que le molestaban a sus ojos. Debía ser lo más rápido posible, tal vez nadie se lo perdonaría.
–¿Y tú, qué harás? –preguntó InuYasha saliendo atropelladamente del edificio, tratando de sacar las llaves de su automóvil.
Kagura soltó un resoplido, el muchacho se la imaginaba, cruzando de brazos y frunciendo el ceño, como siempre.
–No es de mi incumbencia, InuYasha –replicó la mujer de ojos escarlatas, jugando con una pequeña de ojos oscuros -. Además estoy cuidando de Rin, y todo ese barullo no le gustará, créeme.
–¡Keh! Has lo que quieras, no me importa –rezongó InuYasha, viendo como el semáforo se ponía en rojo y le sacaba de sus casillas -. ¡Estúpido semáforo! –y, cortándole a Kagura, puso el acelerador y salió a toda carrera hacia el hospital.
Su sonrisa era triunfal. Sí, llegaría y ella no se molestaría con él, porque estaba seguro que no se lo perdonaría jamás. Pero.. no todo es color de rosa, e InuYasha ahora podía entender aquella frase. Estaba tranquilo (yendo a toda velocidad, pero tranquilo), conduciendo hacia el hospital que quedaba a quince minutos del Instituto cuando.. por el espejo retrovisor, pudo ver unas luces azules y rojas, seguido de un estridente sonido... a que todos llamaban 'sirena'.
"¡Ohh, diablos¡Con un demonio..!", pensó malhumorado, apretando el freno y deteniéndose. Desde donde se encontraba podía ver a hospital, y aquello le dio mucha ira. ¡Por dos cuadras más y se salvaba¡Pero NOO..! Él debe ser el reverendo idiota a que la policía lo pesca. ¿Cuántas veces no vio a los autos que corrían a toda velocidad, y si ni siquiera iban al hospital! Y él era al único que paraban. El policía se acercó y golpeó la ventanilla, con un humor de perros (en ambos sentidos) InuYasha bajó la ventanilla.
Unos ojos verdes le devolvieron la mirada.
–¡Con que eres tú, InuYasha!
"Argg¡lo qué me faltaba¡Reverenda suerte de mierda tengo yo!" Su frente chocó varias veces con el volante. Las sonrisa burlona de Yakken no se le borraba.
–Yakken... tanto tiempo –el sarcasmo brotaba de su boca como veneno.
El policía alzó una ceja, riendo entre dientes. Oh, sí, esto se pondrá muy... 'divertido', InuYasha pensó, poniendo los ojos en blanco.
–¿Cuál es la prisa, muchacho¿Sabes que, con tu velocidad, podrías causar un accidente¡Ah, lo olvidaba! 'A mí me importa un cuerno los demás' –Yakken hizo una parodia de su voz -. Esto te costará muy caro, señor Igarashi.
InuYasha se pegó tan fuerte la frente con el volante, que la bocina sonó estrepitosamente, haciendo que el policía casi se cayera del espanto. Por más gracioso que fuera y 'hermoso' encontrarse con su viejo 'conocido', necesitaba irse al hospital.
–Yakken, necesito irme al hospital –gruñó InuYasha entre dientes -. Tengo que…
–¿A operarte esa cara de perro¡Pues ya era hora, InuYasha! –las palabras que escupía el sapo era peores que un veneno de serpiente.
La vena ya se formaba en la cabeza de InuYasha. Nadie le llamaba "cara de perro" y vivía para contarlo. Y nadie era… nadie.
El adolescente que escuchaba música pesada y era agresivo, volvió en InuYasha por unos momentos. ¡Sí, sentía aquella sensación de que nadie podía pararlo y menos un sapo idiota como Yakken!
–¡NECESITO IR A VER UN PARTO, Y SÍ TÚ NO ME DEJAS SEGUIR TE JURO QUE TU CABEZA COLGARÁ DEL MANSTIL DE LA COMISARÍA! –gritó InuYasha, agarrándolo del cuello y luego lo soltó rápidamente, haciendo que el viejo cayera al suelo, sorprendido.
Prendió el auto y aceleró, hasta llegar al estacionamiento y salir corriendo hacia el hospital.
Yakken, ni corto ni perezoso, corrió en perseguirlo, con fuego en sus ojos.
InuYasha se sentía como si estuviera en un video juego, llegando al destino final. Preguntó a varias enfermeras donde se encontraba la sala de parto y, muchas, señalaron en muchos lugares distintos. Hasta que llegó a un pasillo, donde había puertas grandes y blancas entreabiertas y empezó a mirar. Ese cabello negro, sujetado con una coleta no podía pasar desapercibido.
–¡Miroku! –exclamó el muchacho, triunfante, entrando a la sala abruptamente. Cuando apenas lo tocó, el joven cayó en el sofá.. parecía desmayado (sí, con los ojos en espiral) -. ¿Pero qué rayos te pasa, Miroku¡Despierta, vamos, despierta! –InuYasha lo agarró del cuello de la camisa y empezó a zarandearlo -. ¡Despierta de una vez, Miroku!
La puerta se cerró de un golpe, todo se sumergió en un silencio extraño. En la habitación había una cortina blanca, que la dividía. InuYasha simplemente no podía despegar su vista violeta de los ojos verdes de Yakken. El policía se encontraba muy molesto, y jadeaba, como si hubiera corrido un maratón.
Y, como si una tijera, un grito desgarrador se escuchó por todas partes. Seguido de un llanto, y felicitaciones. Una enfermera salió con un bulto rosa entre sus manos, perfectamente limpio y se acercó a InuYasha. Eso sí, lanzándole una mirada coqueta al muchacho ojivioleta.
–Felicidades, papá –exclamó la mujer, extendiéndole el bulto a InuYasha. Éste se señaló, con los ojitos en puntito y mueca muy graciosa.
El Miroku inconsciente se levantó rápidamente, como si recibiera una descarga eléctrica y le sacó la bebé de los brazos de la enfermera. Su mirada era de profunda molestia hacia la muchacha.
–Disculpe, pero yo soy el padre –gruñó Miroku, viendo con ternura unos ojos azules iguales a los suyos. Sintió como las piernas le fallaban y fue hacia la cortina, casi con lágrimas en los ojos.
La enfermera se encogió de hombros.
–Menos mal, así tendré más suerte con usted –murmuró traviesamente la enfermera rubia de ojos verdes, haciendo un movimiento exagerado con sus caderas.
InuYasha se acercó, olvidando completamente a Yakken, y por fin la vio. Ahí estaba, Kagome, hablándole a su mejor amiga, Sango, de lo hermosa que era la bebé. Sin decir ni una palabra, se acercó a la chica de ojos azules y la abrazó por la cintura. La enfermera soltó una exclamación de disgusto, sin que nadie se diera cuenta.
No te apures, no detengas el instante del encuentro,
está dicho que es echo, no la pierdas no hay derecho.
No te olvides, que la vida casi nunca está dormida.
–Espero que cuando sea tu turno no tarde tanto –le susurró InuYasha cariñosamente en el oído de su chica, Kagome rió nerviosamente -. Y que unos sapos no me molesten –agregó en voz más alta, suponiendo que el policía seguía allí.
–¿Sucedió algo, InuYasha? –preguntó Kagome, alzando una ceja y poniendo cara un tanto enojada.
InuYasha también se rió, besándole la mejilla. Mejor que su aventura siguiera guardada y, tal vez, se la contaría a sus nietos, al lado de una Kagome aún radiante.
–.–
En el departamento que compartía Kagome e InuYasha, una solitaria rosa amarilla dejó escapar un delicado pétalo. Al lado del florero, podía notarse una carta con una perfecta y bonita caligrafía de hombre. Era la de InuYasha..
Ella sabía, que él sabía, él sabía, ella sabía
que él sabía, ella sabía…
Gracias por estar siempre ahí, por brindarme tu cariño y tus alegrías, aunque también tus tristezas. Gracias por nunca abandonarme, por creer siempre en mí, aunque te halla costado. Gracias por querer, y seguir perdonándome... Gracias por darme esa familia que son ustedes dos. Gracias, Kagome... Te amo (y a ti también, cachorro).
Junto a esa nota, se encontraba un cuadro a medio terminar de Kagome. Los paisajes aún necesitaba el sombreado, como en el cielo y al enorme árbol todavía le quedaban hojas para hacer. Pero.. el híbrido, con su sonrisa de siempre, estaba terminado... a igual que su acompañante, una chica igual a Kagome..
PD: Espero que la pintura te esté gustando, Kagome.
–.–
–Esto se llama un final feliz¿no, muchachos? –preguntó Miroku, acariciando el cabello castaño de una cansada Sango, arrullando a una pequeña Rei.
InuYasha y Kagome se miraron, viéndose reflejados en el azul y en el violeta. Luego miraron a sus amigos y asintieron.
–Un final feliz...
–Perfecto –dijo InuYasha con sarcasmo, guiñando el ojo cómplice a la muchacha sentada entre sus piernas -. ¡Keh!
Kagome sonrió felizmente.
Sí, un final perfecto…
…Y se olvidaron de sus flores amarillas…
Fin
¡BUAAA! Se terminó, no puedo creerlo. Fue tan rápido... Qué tristeza, pero todo principio tiene final. Y, bueno, llegamos al final.. Dios, llegamos..
Muchas gracias a todas que compartieron mi fic, a las que dejaron un review y a las personas que sólo leyeron. Muchas gracias por ser tan lindas conmigo y arrancarme sonrisas, espero que el final sea de su agrado.
Un beso grande.
Chau.
