Capítulo 4.- Lluvia

Capitulo por Scarlet Diamond

El silencio había inundado el aire que los rodeaba. No hubo más preguntas, ni más sollozos. Saga permaneció en el mismo sitio durante lo que se sentían como interminables minutos, mientras que Milo miraba concentrado hacia una piedra que sobresalía de la tierra, su llanto detenido, más sus mejillas aun luciendo una humedad delatadora.

Un grave rugido proveniente del oscuro cielo rompió la pausa que se había establecido en las acciones y pensamientos de ambos caballeros.

-Creo que lloverá…- Saga hizo notar lo obvio, levantando su mirada al cielo, en donde las nubes se agitaban anunciando como cierta la observación de Géminis.

-¿Qué haces aquí?-preguntó Milo al ponerse de pie, mientras utilizaba sus manos para limpiarse el rostro.

-Tú nunca respondiste mi pregunta.- Saga reclamó, sin que sus palabras sonaran en realidad como un reproche. Hablaba en tono amable, cauteloso cual sus pasos, que lo acercaban hasta quedar frente a Milo, quien avergonzado por la situación en la que había sido descubierto, mantenía su cabeza gacha, sin atreverse a enfrentar al mayor.

-¿Para qué quieres saber?- Milo giró, alejándose de Saga, manteniendo sin embargo un lento caminar. El otro lo alcanzó sin mayor problema.

-No lo sé… realmente te veías muy mal. Nunca te había visto llorar…- el mayor explicó, imitando el tranquilo paso del otro y manteniéndose ambos hombro a hombro, mientras renuentes regresaban a la nada que les esperaba en sus hogares.

Fue entonces que Milo se detuvo en seco. Saga se adelantó un paso, más lo retrocedió de inmediato al notar que el otro no seguía caminando más. Se acercó y arqueó una ceja, viéndolo confundido, mientras el escorpión contemplaba con cierto temor en su mirada el sendero que se les presentaba adelante.

-No quiero regresar…-

-¿Piensas quedarte aquí, bajo la lluvia?-

-Aquí me dejó él…aquí lo esperaré…-

-¿De qué hablas? ¿Quien te dejó?- Saga entonces notaba como los ojos de Milo rápidamente se humedecían, y se arrepentía inmediatamente de su pregunta, claramente poco pertinente.

-Olvídalo…- Milo le dio la espalda a Saga, dirigiéndose de nuevo hacia el árbol que había sido su apoyo durante toda la tarde, desde que Camus se despidiera tan sobriamente de él, y sucumbiera así a demasiadas horas de llanto, que eran culpables del actual enrojecimiento de sus ojos.

Recargó su espalda al tronco, suspirando al notar que Saga no se marchaba, sino que al contrario, se acercaba hasta llegar a su lado, y lo miraba compasivamente.

-¿Realmente piensas quedarte aquí?- inquirió algo divertido, apenas pudiendo suprimir la sonrisa que dibujaban sus labios ante el rostro fastidiado de Milo, cuyo cabello ahora se pegaba a su piel gracias al efecto húmedo de la lluvia, que ya había comenzado a caer sobre ellos y aumentaba su intensidad a cada segundo.

-Sí…- Milo sabía que Camus no regresaría, pero sentía que si dejaba ese lugar, donde lo vio por última vez, cualquier esperanza con aquel hermoso ser humano se esfumaría, desapareciendo tan rápido como las gotas de agua se perdían entre el pasto, sobre el cual su mirada se concentraba.

Sin embargo, pronto sus ojos no miraban más hacia abajo, pues su rostro era levantado por unos delicados dedos que sostenían su barbilla gentilmente.

- Tendré que acompañarte, ¿sabes?-

-Vete… estaré bien…- afirmaba Milo, desviando sus ojos para evitar la mirada de Saga, cuya profundidad le hacía sentir que aquel podía leer todo lo que en su interior ocultaba.

Saga no planeaba dejar a Milo en estas condiciones, cuando aquel, al parecer sin siquiera darse cuenta, volvía a derramar lágrimas, su mirada perdiéndose en algún punto lejano del piso, y las gotas que caían por sus mejillas entremezclándose con aquellas más frescas de la lluvia.

-No llores, Milo… eso no resolverá nada... Yo… también perdí a alguien, pero he decidido irlo a buscar… llorar no me lo traerá de vuelta.- expuso amablemente Saga, obligando a Milo a voltear, para poder limpiar con sus manos las lágrimas que brotaban de sus ojos, lo cual era bastante inútil, pues nunca terminaba de retirar tal humedad.

-Duele... -confesaba el menor, cuyo tembloroso dejo de voz, conmovía a Saga hasta estremecerlo. Acarició sus mejillas, y se acercó, para que las suaves palabras susurradas cerca de su oído, fueran escuchadas entre el murmullo de las brillantes gotas de agua que caían con lentitud sobre ellos. -Lo sé...

Saga sonrío débilmente, siendo tal gesto en cierta manera consolador para Milo, quien apenas si podía apreciar los ojos de Géminis al encontrarse cubiertos por el empapado flequillo de aquel, pero sabía que lo observaba intensamente, y por alguna razón, deseaba con sinceridad hacerlo sentir mejor.

Milo tuvo que sonreírle de vuelta, aunque sólo curvara sus labios discretamente, pero realmente apreciaba que Saga estuviera con él. La razón de porque aquel hacía tal cosa, permanecía como un misterio para Milo, quien ignoraba que el simple motivo por el cual Saga no se iba, era por no regresar a la soledad de su templo, donde aquel que mantenía ese lugar vivo, había dejado no más que la esencia de su cosmos para recordarle lo tanto que lo necesitaba.

-Todo estará bien...- aseguró Saga, para Milo, y deseando él mismo aplicar las palabras a su caso, y creerlas mas que nada.

-Promételo.-la petición de Milo era tonta, pues Saga sería muy poderoso, pero en nada podía influenciar al destino. Aun así el escorpión necesitaba escucharlo, aunque no fuera verdad. Saga parecía comprender esto, y asentía débilmente, sin dejar de fijar su mirada en el rostro del muchacho que lo veía esperanzado, sin parpadear siquiera, y aunque las gruesas gotas que caían del cielo le molestaran, no ocultaba sus turquesas bajo sus párpados, como si esperara más de Saga que una simple y poco convencedora afirmación con la cabeza.

Pero aquel no sabía que mas hacer, porque para empezar, no estaba seguro de que cualquier cosa que dijera, para asegurarle a Milo sus previas palabras, tendría algo de verdad. Además, poco podía pensar, hallándose sus sentidos tan abrumados como se encontraban ahora; siendo su olfato inundado por el relajante olor a tierra húmeda, mientras que sus oídos lo único que escuchaban era el traqueteo de la lluvia al chocar contra el pasto, las piedras, contra su propia cabeza…

Sus ojos, sin embargo, eran los que estaban en una situación peor, de la cual el escape parecía bastante imposible. El rostro de Milo, entre las sombras, entre las gotas de lluvia, apenas visible pero de un efecto increíblemente magnético, constituía lo más llamativo dentro del campo visual de Saga, y de hecho, lo único en que éste se concentraba, notando lo que debió ser obvio desde un principio, y preguntándose, como alguien podría rechazar a semejante belleza, y provocarle el sufrimiento que evidentemente lo dominaba.

Sin dudarlo más, aunque ni siquiera lo meditó durante el tiempo suficiente para por lo menos dar lugar a alguna duda, Saga se inclinó sobre Milo, y aprovechando que el rostro de aquel permanecía aun sujeto entre sus manos, lo atrajo hacía sí, para permitir que los húmedos labios de ambos hicieran contacto, ante el cual, Saga inmediatamente cerró los ojos, no deseando encontrarse más con los de Milo, que permanecían exageradamente abiertos, haciendo lujo de su gran tamaño y estremecedor resplandor.

La intrusión no era esperada, más los suaves labios de Milo no lo rechazaban, y se unían al beso, cuya inicial timidez desaparecía, cuando ambos hallaban en él la manera perfecta de liberarse del dolor que ambos corazones albergaban por igual.

La sorpresa en el menor era innegable, más reponiéndose a esta, se entregó en búsqueda de la protección que el cuerpo de Saga representaba, y alzó sus brazos para rodear el cuello del otro, quien ahora posaba sus manos sobre la cintura de Milo, manteniéndolo a nula distancia de él. Y no fue hasta que Milo tiró de la cabellera de Saga con cierta desesperación, que aquel lo abrazó por completo, dando inicio a caricias anhelantes que comenzaban sobre la empapada ropa de ambos, pero que rápido hallaban manera de deshacerse de ésta, liberándose mutuamente de tales estorbosas prendas, sin pausar los apasionados besos, hasta que ambos quedaban con sus torsos desnudos, sus pieles en constante erizamiento, ya fuera por el efecto de la fría agua que torrenciaba sobre ellos, o las cálidas caricias que dos pares de manos repartían sin recatos.

Saga empujó a Milo, ambos dando unos cuantos pasos, hasta que la espalda del menor tocaba el tronco del árbol más cercano. Rápidamente, el mayor comenzaba a luchar contra los pantalones del otro, quien se abrazaba a su espalda y suspiraba entrecortadamente al sentir las manos de Saga tocar sus ahora descubiertas piernas, las cuales con un ágil brinco logró enredar a la cintura del mayor, quien entonces cambiaba posiciones, quedando él recargado sobre el árbol, sujetando firmemente a Milo, quien no aflojaba el agarre que sus uñas tenían sobre la espalda del otro, y besaba ansiosamente su tórax, hasta que Saga lograba sentarse, con Milo sobre él, acomodando éste una pierna a cada lado de Saga.

Géminis separó la boca de Milo cuyos dientes habían comenzado a torturar uno de sus pezones, y levantó el rostro de aquel para compartir nuevos besos con él, y así experimentar de nuevo la consoladora dulzura de los labios del escorpión.

Milo gimió, perdiendo tal sonido en la garganta de Saga, cuando al reacomodarse sobre el regazo del mayor, pudo sentir la erección de aquel a través de los pantalones. Saga también emitió un ronco quejido al sentir el roce contra aquella sensible parte de su cuerpo, y como si Milo hubiera leído su mente, éste comenzó a luchar con los pantalones de Saga, quien entonces, sin querer distraer demasiado al otro en su tarea, se limitaba a abordar el cuello de Milo con agresivos besos que succionaban con fuerza la bronceada piel.

Cuando finalmente ambos quedaron desnudos, Milo no perdió tiempo en sujetar el miembro de Saga entre su mano, estudiando su rigidez y longitud, y sintiendo sus mejillas arder ante el deseo que sus entrañas gritaban, de querer sentirlo en su interior.

Saga no demoró más tal evento, pues presentía que en cualquier momento podría arrepentirse por lo que estaba haciendo, siendo que él indiscutiblemente amaba a Kanon, y era difícil explicarse a si mismo las razones de porque ahora estaba con Milo, ese hermoso y joven griego que de igual manera y por algún motivo también desconocido para Saga, le entregaba su cuerpo sin dudarlo.

Saga continuó marcando el cuello de Milo, porque era seguro que aquel a la mañana siguiente tendría recordatorios de lo sucedido, mientras una de sus manos se deslizaba hábilmente por la húmeda piel del escorpión, dejando electrizantes caricias en su espalda, que bajaban hasta encontrarse con la entrada del muchacho, el cual al sentir una incómoda invasión dentro de su cuerpo, arqueaba la espalda y dibujaba en su rostro un gesto que aunque clamaba disgusto ante los circulares movimientos que los dedos de Saga llevaban a cabo dentro de él, expresaba también cierto placer que sólo tendía a aumentar gracias a la estimulación de aquel, cuya frescura líquida que cubría sus dedos, contrastaba terriblemente con la calidez en la que se adentraba.

Milo comenzó a balancear su cuerpo en lentos movimientos, gimiendo al sentir su miembro hacer contacto contra el abdomen de Saga, mientras aquel imitaba sus vocalizaciones, reflejando así las enloquecedoras sensaciones que Milo le provocaba con sus roces.

Saga sujetó las caderas de Milo con fuerza, siendo ésta la señal para que aquel levantara su cuerpo un poco, y el mayor hallara posición y lo hiciera descender, penetrándole y provocando que Milo se quejara, buscara protección contra el cuello de Saga, y mordiera el hombro de aquél, gimiendo contra la suave piel, mientras sus uñas marcaban la espalda de Saga, inflingiéndole algo de dolor, compartiendo el que él sentía, y aflojando tal agresivo agarre unos momentos después, al sentir que gracias a las embestidas que Saga daba contra él, de permanente cadencia y creciente rapidez, el dolor desaparecía, tanto así que pronto Milo se hallaba teniendo un duro rato controlando los gritos de placer que rogaban por salir de su garganta.

Decidió que para contenerse ya era tarde, y si había llegado tan lejos ya que más valía no reprimirse, así que dejó escapar de sus labios sugestivos gritos que de cuando en cuando bajaban de volumen, convirtiéndose en desesperados balbuceos, todo dependiendo de los movimientos que Saga realizara, pues aquel era quien marcaba el ritmo, y coordinaba sus resoplidos y gemidos con los del otro, para que ambos intentaran superar con el volumen de tal sinfonía, al siseo de la incesante lluvia que golpeaba contra ellos, reprobándolos quizás por sus acciones, que ninguna consecuencia positiva podrían traer.

Pero no había oportunidad de redimirse, y después de que Saga tensara por completo su cuerpo y liberara su esencia dentro de Milo, quien arqueaba su espalda al estallar, alcanzando sonoramente un orgasmo que lo invadía tanto de placer como de culpabilidad, éste se dejaba caer contra Saga, que aun permanecía en su interior, y recargando su cabeza contra el firme pecho del mayor, Milo se permitía escupir amargos sollozos que formaban súbitos nudos en su garganta.

Saga abrazó a Milo, comprendiendo perfectamente como debía sentirse aquel, y acarició su espalda con suaves toques de sus dedos, mientras su otra mano se perdía entre los sedosos cabellos de quien derramaba inconsolables lágrimas sobre su pecho.

-¿Quién te tiene así?- preguntó bajito sobre el oído del menor, quien entonces se acurrucaba aun más contra él, meditando en si responder la pregunta de Saga o dejarlo con la curiosidad de quien era culpable de sus lágrimas. Llegando a la conclusión de que no confiar en el otro griego, después de lo que habían compartido sería ridículo, Milo decidió confesar.

-El francés…- susurró contra el cuello de Saga, con un cálido aliento y un triste tono que al otro impresionó hasta causarle escalofríos. Girando su rostro, Saga besó la frente de Milo, quien cerraba sus ojos y terminaba su respuesta con una simple afirmación.

–Lo amo…-

Saga suspiró, y cambió el tema abruptamente. Después de todo, hablar de amores no correspondidos no era lo que más deseaba en estos momentos.

-Debemos irnos…. la lluvia arrecia…- sugirió, a lo que Milo asintió en acuerdo, más no se puso de pie inmediatamente. Continuó en la misma posición, notando en esos momentos en los que ninguno hablaba, lo increíblemente ruidosas que resultaban ser las gotas de agua al tocar el piso.

Milo abrió los ojos brevemente, para encontrarse con el rostro de Saga, el cual era atractivamente enmarcado por una oscura cabellera que se adhería a su piel, mientras aquel le regalaba una sincera, pero limitada sonrisa. El rubor en las mejillas de Milo no se hizo esperar, y prefirió cerrar los ojos de nuevo, su cabeza descansando cómodamente sobre el pecho del mayor, quien para su suerte, tampoco parecía muy convencido de querer dejar ese pequeño claro del bosque. Milo lo ansiaba mucho menos… el abrazo de Saga era confortante, y deseaba permanecer entre la cálida seguridad que aquel brindaba, aunque fuera sólo un corto rato más.