Capítulo
8- Consuelo, o necesidad?
Capitulo por Scarlet Diamond
Fastidiosos rayos de luz, intrusos en esa habitación, dirigían su haz brillante justo hacia el rostro del joven caballero de escorpión. Todo había sido comodidad hasta ahora, y desde hace bastante rato. Su llanto había mutado en sueño; un sueño amable y tranquilo, entre los protectores brazos de su acompañante.
Pensando en tal individuo, fue que Milo se obligó a abrir los ojos, inmediatamente teniendo que cerrarlos de nuevo, ante la molesta luz. Después de repetir el mismo procedimiento varias veces, hasta que sus pupilas se adecuaron a la iluminación, finalmente pudo apreciar el rostro durmiente de Saga, a pocos centímetros del suyo.
Continuaba abrazándose al cuerpo del mayor, y lo miraba abstraído, estudiando la delineación de su rostro, sus largas pestañas, su respingada nariz, sus gruesos labios, y lo que sabía eran unas tersas mejillas. Milo sin embargo, aunque se encontrara concentrado en el atractivo rostro de Saga, no dejaba de pensar en alguien más.
Se preguntaba, que sería del caballero de Acuario, aquel por quien después de todo había terminado en esta situación, buscando consuelo en brazos que no deseaban acunarlo a él, y en labios que anhelaban por el sabor de una boca que no era la suya. Aquel por quien se maldecía a diario, al sentirse tan débil, tan sólo al recordarlo, al admitir que su situación era tan patética, que Camus lo tendría a sus pies, a su total servicio si quisiera. Y por eso, no sólo lo amaba, sino que también le tenía resentimiento. Por culpa de ese francés, Milo de Escorpio era ahora una débil sombra, un triste dejo de lo que alguna vez fue el famoso e inquebrantable conquistador de la octava casa.
Milo resopló incrédulo, al rememorar lo que antes era, aquel Milo que jamás se hubiera doblegado ante la frialdad de Camus, que jamás hubiera entregado el corazón a quien ni siquiera lo desea recibir, y quien no se hallaría en estos momentos, derramando silenciosas lágrimas de nuevo, contra un cuerpo cálido cuya presencia le reconfortaba a cierta medida, una muy mínima medida.
-¿Qué hora es?- Saga preguntó en cuanto abrió los ojos. Su mirada rápidamente se encontró con el rostro de Milo, cuyas órbitas turquesas lucían enrojecidas, y tal como la ultima visión que tuvo de él anoche, se encontraba de nuevo con un río de silenciosas lágrimas que escurrían por sus mejillas.
-No sé… - Milo respondió, antes de aspirar sonoramente por la nariz y llevar una mano a su húmedo rostro, para limpiarlo. Sus dedos colisionaron con los de otra mano, un tanto más pálida, que se le adelantó, y acariciaba sus mejillas borrando la líquida salinidad que las mojaba.
-Deja de llorar. No me gusta que lo hagas. –Saga ordenó. Milo instantáneamente, suprimió su llanto.
Miró a Géminis; sus ojos abiertos a más no poder, y las lágrimas conteniéndose dentro de ellos, haciéndolos lucir cristalinos. Milo parpadeaba constantemente, para no faltar a la petición de Saga, quien no había dicho esas palabras en tono suave o conmovedor. Había sido una firme orden. En realidad le molestaba ver a Milo llorar, aun más el hecho de poder hacer poco para evitarle su dolor.
Se acercó, convirtiendo la distancia que los separaba en algo inexistente, y lo besó, fuerte, demandante... un regaño más. Milo aceptó su castigo, separó sus labios y permitió a Saga explorar su boca, robarle el aliento, y dejarlo después de la breve reprimenda, respirando agitado.
Saga se levantó hasta quedar sentado, le dio la espalda a Milo y alcanzó su reloj, que descansaba en la mesa de noche a un lado de la cama.
-¡Es casi medio día!- informó en una alarmada exclamación. Y en un instante ya estaba de pie buscando algo de ropa.
Milo, extrañado por la repentina desesperación del mayor, se levantó también y llegó a su lado, ambos frente al armario donde Saga terminaba de ponerse sus pantalones y comenzaba a esculcar los cajones en busca de alguna camisa.
-¿Me prestas ropa? La mía está mojada.-
-Sí, toma lo que quieras.-
Las acciones de Saga continuaban con su ansioso ritmo, y ahora sus dedos apresurados se enredaban entre ellos mismos al intentar abotonar la camisa de su elección. Milo, que a más lento pero seguro paso, ya se había vestido, decidió tomar cartas en el asunto, y con una divertida sonrisa se plantó frente a Saga, apartando las manos de éste y relevándolo en la tarea de asegurar los botones.
Saga se extrañó brevemente ante la intervención de Milo, pero se permitió ser ayudado. Aun así, no dejaba de mover nerviosamente sus pies, como si deseara correr hacia algún lado.
-¿Qué te pasa?- Milo levantó las cejas, mientras descansaba sus manos sobre los hombros del mayor, después de arreglarle el cuello de la camisa. La pequeña sonrisa que desde hace minutos adornaba sus labios, desapareció rápidamente al escuchar la contestación de Saga.
-Tengo que irme.-
Milo no necesitaba mayor elaboración para saber que Saga se refería a partir en busca de Kanon. Era consciente de que aquel planeaba hacer tal cosa, pero no esperaba que fuera tan pronto.
-¿Hoy?- el temblor en su voz no pasó desapercibido para Saga, quien frunció el entrecejo, extrañado. Milo parecía entristecido al saber que se iba, y eso a él le confundía, casi le asustaba.
-Sí.- contestó, su voz no tan firme como hubiera deseado, y con un aire interrogante. Estudió la reacción de Milo, quien no se esforzaba por ocultar su decepción, y agachaba la cabeza. Saga pensó por un momento que el muchacho lloraría de nuevo, aunque razones para hacer tal cosa no tendría, y sin embargo, el presentimiento no le parecía una posibilidad muy lejana.
Para su alivio, Milo no lloró, pero las tímidas palabras que escaparon sus labios, lo sorprendieron aun más.
-¿Puedo ir contigo?-
-Milo… ¿para qué querrías hacer eso?-
-Si te vas...- Milo suspiró, encontrando muy difícil terminar esa frase, aunque los motivos de su petición fueran en suma sencillos; simplemente, no deseaba quedarse solo… los recuerdos de Camus no lo dejarían descansar, y si Saga se iba, ¿quien le ordenaría no llorar?
- …sólo déjame acompañarte, no estorbaré.-
-No creo que sea una buena idea, Milo…-
El aludido finalmente levantaba el rostro, y Saga se encontraba con una mirada resentida y un ceño fruncido. Los ojos de Milo brillaban exagerados, pero esta vez no por las lágrimas.
-Buen viaje entonces, Saga.- Milo escupió su nombre despectivamente, y le dio la espalda para salir a prisa del templo de Géminis.
Subió los escalones corriendo, deseando llegar a la octava casa lo más pronto posible. Lágrimas de arrepentimiento asomaban sus ojos, pero las limpió furiosamente. No lloraría por el rechazo de Saga, por más humillado que se sintiera. Por más sincero que haya sido con su petición. Porque aquel, después de todo, no le debía nada. Habían compartido una noche, y no tendría porque ser nada más. Era egoísta de su parte, el desear la compañía de aquel solo para su conveniencia, y el dejar las cosas así, tal vez sería lo mejor. Pero aun así, dolía.
Saga lo vio partir, desde la entrada de su templo. Lo vio correr a gran velocidad hasta alcanzar Escorpión, adentrarse y no voltear atrás en todo el camino. Vio también, que en repetidas ocasiones se llevaba las manos al rostro. No volvió a ver el reloj, y concentró su vista y pasos en los escalones adelante.
