Capítulo 12.- Traición

Capitulo por Scarlet Diamond
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Se sentía traicionado. Sumamente traicionado. Opuestamente a lo predecible, no era Kanon y su relación con Sorrento lo que le despertaba tan oscuro sentimiento. Aquello le lastimaba irremediablemente pero al fin y al cabo su hermano representaba una herida en su interior que ya más no podría crecer, así que eso era algo con lo que ya había aprendido a lidiar.

Ahora la razón de su dolor; un dolor que no deseaba sufrir y que le hacía sentir culpable al hallarse siendo embargado por él, se debía al inminente fin. El fin de algo que apenas si podría consolidarse como precisamente eso; "algo", y que jamás tuvo un comienzo formal.

Y aun más que todo eso, lo que con mayor molestia retorcía sus entrañas, era la frustración de saber que no podía hacer nada por evitarlo. No tenía derecho, no tenía razón. Al menos no una que se sintiera listo a reconocer y aceptar.

El silencio hizo presa de Saga y Milo mientras, aun compartiendo espacio en el suelo, permanecían abrazados, y ninguno parecía ser capaz de realizar el primer movimiento para separarse.

Mientras Saga trataba de enviar sus impertinentes emociones a algún profundo lugar dentro de sí, Milo se encontraba siendo torturado por el nerviosismo que lo tenía respirando agitadamente. Camus, el perturbador de sus sueños, el dueño de gran porcentaje de sus pensamientos, estaba a unos cuantos escalones de distancia de él. Su partida había sido una que resintió en desmedida, y anhelaba desde entonces el momento de reencontrarse con él, tanto como le temía. Quizás por eso no se levantaba del piso y corría hacia el aludido francés. Entre los brazos de Géminis al menos lo rodeaba seguridad, algo conformista quizás, pero si se aventuraba al campo abierto podría verse atravesado por dos punzantes zafiros que lo matarían con el solo golpe de su rechazo.

No cabía duda de que había extrañado a Camus mortalmente todos los días desde que se fue, y que se sintieron interminables. Pero entonces estaba Saga… él había convertido los días de dolor en algo al menos soportable. ¿Y ahora que debía hacer con él?

El regreso de Camus realmente no significaba nada más que literalmente eso. Aquel no le correspondería jamás. Siempre se había comportado de manera indiferente y hasta cruel hacia Milo, por lo que éste no tenía motivos para pensar que el hecho de que Camus estuviera a punto de pasar por su templo representaría para él un nuevo comienzo. Una oportunidad sí, pero… ¿la aprovecharía?

Alguien más tomó la decisión por él.

-Recíbelo. Díselo.- Saga aconsejó, mientras daba por terminado el abrazo y sacaba fuerzas de algún misterioso sitio dentro de su ser para ponerse de pie y levantar al otro al mismo tiempo.

Milo consecutivamente negaba con la cabeza gacha ante la sugerencia que Saga desinteresadamente había propuesto. Daba una impresión tan adorablemente infantil con la temerosa torción de sus labios y el huidizo comportamiento de sus grandes ojos, que Saga tuvo un duro tiempo conteniéndose para no decir muchas otras cosas que rondaban por su cabeza. Pensamientos de índole mucho más egoísta que sus recientes palabras, y que probablemente sólo colaborarían para la confusión del joven que aun se negaba a dejarlo ir por completo, y sostenía sus brazos con insegura fuerza.

Milo tenía miedo y eso desde hace tiempo no era un secreto. Al menos no uno que orgullosamente luchara por ocultar. No ante Saga. Porque si le hacía notar tal estado a aquel, el joven ya sabía de antemano, que obtendría algún gesto caritativo como consuelo; una mirada, una caricia, un abrazo, y en algunas especiales ocasiones como lo era entonces, una atesorable sonrisa seguida por un acercamiento que culminaba en un beso de mas dulces intenciones que sin embargo traía consecuencias aparentemente poco convenientes.

Al principio ninguno de los dos fue consciente de ellas. Estaban tan concentrados el uno en el otro, que de un segundo al próximo se hallaban retomando el abrazo que nunca llegaron a enteramente dar por terminado. Y Milo llegó a racionalizar como extraño, cuando le pareció escuchar su nombre siendo pronunciado con surrealista claridad.

Mas él era fiel testigo de que los labios de Saga estaban demasiado ocupados como para haber sido capaces de articular palabra.

Entonces escuchó el nombre del mayor siendo llamado en la misma voz e igual tono que encerraba cierto reclamo que apenas se dejaba entrever.

Milo estaba muy seguro de no haber hablado y finalmente concluyó que su acompañante mayor tampoco lo había hecho.

Hubiera deseado haber llegado a su conclusión más prontamente cuando Saga, después de notar también que se hallaban acompañados por alguien más, se privó de la suavidad que los labios de Milo representaban y reacio permitió al aire establecer distancia entre ellos.

Esa distancia se incrementó abismalmente cuando Escorpio dio continuos pasos hacia atrás, y abrió sus ojos en similar y monstruosa desmedida.

Saga volteó su rostro parcialmente y entonces halló posicionado en el marco de la puerta y con una actitud como siempre dura, y hasta desafiante, al motivo del súbito y claramente apreciable terror que se apoderaba de Milo, quien era incapaz de pronunciar palabra cuando un sentimiento de colapso interno total no le permitía ni abrir la boca.

Aunque pudiera hacerlo no tendría idea de que decir. Se encontraba demasiado sorprendido de ver en la mirada de Camus un nimiamente notable pero innegablemente presente dolor, bastante opacado por el salvaje brillo de resentimiento que acompañaba sus próximas palabras.

-Por lo que veo Shaka mintió.- dijo con herido sarcasmo, sin pedir una confirmación a lo que más que suposición era un comprobado conocimiento para él.

Decir que Camus dio vuelta aristocráticamente, y con pasos firmes pero siempre elegantes salió del recinto para continuar en rápido ascenso al templo circular que lo esperaba, resulta sobrante.

Y mientras subía, sintiéndose avergonzado ante lo inexplicablemente herido que se sentía, Camus no paraba de reprocharse una y otra vez por haber esperado algo basándose únicamente en las palabras de Virgo, y se prometía nunca volver a permitirse la más diminuta ilusión cuando de asuntos del corazón se tratase. El suyo simplemente no estaba entrenado para ello y dentro de su invisible caja de hielo estaba seguro.

Además, ¿realmente qué tanto significaba Milo para él? Camus continuaba repitiéndose que nada… al menos, no mucho.

Y mientras tanto, dentro de la habitación donde el guardián de Acuario había esperado encontrar una entusiasta bienvenida, el joven que se supone debía darla, se hallaba de por mas apesadumbrado, entregando su cuerpo al que sentía despojado de toda vida, sobre el mullido colchón que por mas amable que lo recibiera, no le proporcionaba ningún consuelo.

Saga ya estaba bastante acostumbrado a ese Milo que enteramente decepcionaba a la reputación que típicamente había acompañado al caballero de escorpión, por lo que el lamentable ovillo que se formaba sobre la cama para nada le alarmó.

Se acercó a él hasta sentarse a su lado, y encontrar con su mano la espalda que para su sorpresa no se sacudía por el inconsolable llanto que hubiera esperado encontrar como lágrimas de los ojos de Milo y sollozos de sus labios.

Pero aquel más bien permanecía absorto en pensamientos que, tal como indicaba el fruncimiento de su entrecejo y su turbada mirada, lo confundían tormentosamente. Porque creer que Camus había llegado hasta sus aposentos privados en busca de él, le parecía demasiado irreal. Por la razón que fuera, Acuario jamás había mostrado interés tal como para invadir en su privacidad, si Milo apenas había sido en el pasado merecedor de unas cuantas de sus penetrantes miradas.

A Milo le intrigaba tanto el motivo de tal interrupción como lo que sus palabras pudiesen significar. Shaka era, talvez por la sabiduría que daba la impresión de poseer, el confidente por excelencia de cualquiera que necesitase consejo o simplemente desahogar preocupaciones. Era alguien sumamente perceptivo a quien Milo había llegado a confiar su más grande tribulación.

Y ahora el protagonista del agridulce escozor en su pecho al que Milo se atrevía a llamarle amor, evidentemente enterado del papel que contaba dentro del drama que el corazón del escorpión ponía en pie, se creía desplazado por quien había resultado un suplente por excelencia que había logrado incitar una sensación similar a la que el otro le provocaba.

Saga hubiera apreciado haberse enterado del efecto que provocaba, y descubrir así que era equivalente al que lo tenía víctima. Pero ninguno de los dos deseaba verdaderamente darle una nueva categoría a lo que desdeñosamente clasificaban como no más que una dependencia a la que talvez habían permitido llegar a un nivel enfermizo, que movía a Saga a buscar el frágil cuerpo de Milo y pretender acunarlo entre sus brazos mientras fingía compartir una pena que en realidad no sentía.

Aquel sin embargo, apenas se sentía atrapado en ese abrazo e inmediatamente se liberaba y se ponía de pie, alejándose hacia la puerta con pasos que perdían todo su brío y convicción cuando alcanzaban el límite del cuarto y se detenían por completo mientras dos temblorosas manos se sujetaban del marco de la puerta que Milo anhelaba, tanto como temía, cruzar.

Para Saga fue difícil disimular su azoramiento ante las impredecibles acciones de Milo que de pronto lo situaban a una distancia de él que daba la impresión de crecer constante e interminablemente, y los músculos de su garganta se contraían con una difícilmente controlable intención de decir algo, cualquier palabra o al menos sonido que evitara a Milo dar un paso más. Ignorante a que los oídos de aquel esperaban en igual medida, cualquier señal que ayudara a sus estáticos pies a decidir en que dirección se moverían.