Reconstrucción de un amor.

(Palimpsesto)

Capítulo I.

Jou camina bajo el cielo azul y plácido. Se siente tranquilo y seguro. Planea sus próximos días en solitario. Viajará a otro país, estudiará, conocerá gente, amará, será amado, sufrirá lo que hay que sufrir y reirá siempre que pueda, porque la risa alegra el alma. Esta vez está decidido a terminar con todo. Al principio fue bonito… pero la relación se ha tornado violenta y tormentosa. Discute a menudo con él… y teme seriamente que muy pronto el amor acabará transformándose progresivamente en tedio, aburrimiento y, al final, en odio. Son demasiado distintos… Él intentó comprenderlo, ser parte de sus silencios, de sus miradas, adentrarse en su mundo, pero olvidó también darle la oportunidad de que él penetrase en su ser. Jou ha comprendido que sólo uno de los dos ha entregado, que sólo uno de los dos se ha esforzado en amar y corresponder, que sólo uno de los dos lucha cada día por algo mejor.

Se detiene ante el semáforo. La gente a su lado espera impaciente. Él está sereno, dulce, triste. Mira el cielo, respira hondo, porque de pronto los ojos le arden incomprensiblemente. No tiene porqué dudar de su resolución, no hay porqué sufrir, aún el amor que le profesa no se ha mezclado con un sentimiento amargo, aún es tiempo para guardar todos los bellos momentos en su memoria y en su corazón y evocarlos de vez en cuando para sonreír cuando le sea difícil continuar. Pero sólo si esto acaba ya.

La luz verde… la gente se atropella para cruzar la calle. Él se siente solo y casi no percibe el ruido ni la agitación a su alrededor; todo le parece lejano y ajeno. Quiere llegar luego y decirle lo que le quema allí dentro en el alma y luego descansar. Tal vez llorar, pero descansar… una noche tranquila en su cama, a solas con la oscuridad.

Jou sonríe con una sonrisa franca cuando saluda al dependiente que está afuera del edificio. Muy pocos lo conocen allí. Él nunca le permitió acercarse lo suficiente a su lugar de trabajo ni develar su verdadera relación. Tal vez al llegar se molestará, pero ya no importa. Nunca más. Subió al ascensor. La calma de la que hacía gala hacía unos pocos momentos le ha ido abandonando. El corazón le late desbocadamente, un sudor frío le empapa la espalda. Pero no es momento de titubear ni de acobardarse. La decisión que ha adoptado será mejor para los dos. Tal vez a él no le parezca hoy ni mañana así, pero el tiempo le dará la razón.

Se abren las puertas y el desciende. Camina lenta y pesadamente. Habla a la secretaria, que es simpática y amable, le dice su nombre y que es de extrema urgencia, que si está desocupado, que por favor le permita entrar, que no volverá más, y después será tarde. Todo lo habla muy rápido y entrecortado, le cuesta modular. La joven asiente, llama por teléfono, pronuncia con calma. Luego lo llama a él que está parado inquieto frente a ella. Que sí, que puede pasar, pero que sea breve, por favor. Claro… no se preocupe. Gracias. Sólo un abrir y cerrar de ojos, y esto estará olvidado. Vuelve a inspirar honda y profundamente. La joven le abre la puerta. Él entra y la puerta se cierra para siempre detrás suyo. No hay vuelta atrás. Ya no.

­­—¿Qué quieres? Sabes que no me gustas que vengas a visitarme aquí. Lo que sea que tengas que decirme, puedes muy bien hacerlo en casa, pero ya que estás aquí, no demores–advierte con su voz fría y dura.

Sus ojos mieles se turban ante el brusco recibimiento: no espera abrazos ni besos, pero al menos un saludo, una pregunta sobre si está bien, porqué está aquí, pues ese hecho ya es un gran paso y puede significar algo grave, pero a él no le importa¿cómo lo olvidó? No duda de que lo quiere, pero a su manera, y él ya no puede comprenderla, porque le duele demasiado.

–Seto, he venido a despedirme.

Él lo mira desde el fondo de sus nítidos ojos azules. Jou lo encara ya sin miedo, ya sin vacilación, casi con tibia resignación. Con paciencia de una última vez graba sus rasgos tensos y adustos, su frente amplia y límpida, sus pómulos altos, sus mejillas blancas, sus labios pequeños y rosados, su cabello castaño y ordenadamente peinado, sus ojos de cielo triste, su figura esbelta y delgada.

–No te comprendo.

–Eso, que me voy.

–¿A dónde¿Por qué?

Tal vez es su imaginación, pero la voz de Seto denota una ligera alteración.

–Te quiero, lo sabes bien… pero nuestra relación es agotadora. A veces, siento que me desprecias; a veces, que me odias; a veces, que me deseas lejos; a veces, que ya no quieres continuar… pero ¿sabes? Casi nunca siento que me amas, que me anhelas a tu lado, que las noches que compartimos en tu cama las atesores. Sexo, sólo eso. Placer simple. Pero yo quiero más, y tú no puedes dármelo.

–¿Dónde irás?

­–Por lo pronto, me marcharé al extranjero.

Jou está muy quieto frente a él, apenas lo mira ya, parece que su mirada vuela en remotos confines, donde él ya no existe. No imaginó que esto pasaría algún día. Aún le cuesta aceptar que esto está realmente sucediendo. Jou vuelve a mirarlo con sus ojos en paz, quizá una nube de melancolía los vela o quizá es el sol que los ilumina extrañamente o quizá es una tenue esperanza rebosante de ilusión.

–Si es lo que quieres, está bien por mí–replica al fin, cuando ya está seguro de que su voz no temblará.

­–Sí, es lo que quiero–sonríe débilmente y a sus ojos dorados asoman lágrimas, se las limpia rápidamente con la manga de su chaleco–. Adiós entonces, y, por favor, entrégale esta carta a Mokuba.

–Claro.

–Gracias.

–Gracias a ti.

Jou no comprende porqué le agradece: si por Mokuba o por él. Seto se le acerca con paso ligero y le besa tiernamente sobre la frente.

–Gracias, Jou–repite quedamente.

Jou asiente sin palabras, amargo, roto, sin esperanzas. La tibia caricia del beso es cálida, pero efímera. Cuando franquea la puerta, sin mirar atrás y para siempre, las lágrimas corren por sus mejillas sonrojadas y el corazón se le aprieta. Pensó que todo sería más fácil, pero se equivocó, siempre lo hacía, tal vez ahora también. Sonríe entre sus lágrimas… no, esta vez ha decidido correctamente, el dolor y la tristeza se diluirán con el tiempo y éste le dará la razón más temprano que tarde.Las palabras odiosas, los silencios tensos, los desengaños dolorosos se esfumarán paulatinamente como una hoja de otoño que se lleva el viento y sólo perdurará la siempre dulce nostalgia.

Seto, detrás de la puerta, escribe en su notebook. Una sensación desconocida oprime su pecho, sus manos tiemblan y los ojos le escocen, un sabor a hiel inunda su boca. Escribe rápidamente, sin saber bien qué y porqué. Tal vez es Jou quien le duele. Se ha ido. Hay que olvidar, sí, es eso.

Continuará…

Nota de la autora: gracias por leer, espero que les haya gustado.

Esta historia será bastante corta.