Reconstrucción de un amor.

(Palimpsesto)

Capítulo II.

Jou:

Hay noches en que te veo frente a la ventana abierta: fumando lenta y pasivamente, observando el cielo oscuro y manso y deseando algo entrañable y que sabes que no tendrás. Y que yo sé que no tendrás, mientras, sentado a la mesa de trabajo, te contemplo y te amo sin saber que te amo. Y de pronto, acuden a mí tus palabras dolidas de aquella última vez rompiendo abruptamente ese sueño. Tus palabras suaves y sin resentimiento, pero empañadas por la tristeza. Tus palabras rotas y reales, porque si te amé alguna vez, yo no lo admití en ese momento. Y ahora es demasiado tarde, y me dueles tan dentro y tan hondo y tan cierto.

Hay noches que anhelo con tanta pasión tu llegada y hay noches en las que te quiero tanto y son noches tan solas y tan cargadas de congoja infinita, que a veces me pregunto cómo puedo seguir adelante sin tu sonrisa y sin tus ojos y sin tus caricias.

Cuando te fuiste… fue tan sorpresivo todo, que no reaccioné adecuadamente. Ahora sé que debí retenerte, y sé que sólo hubieran bastado unas palabras de comprensión, de consuelo, de interés, de amor para haberlo logrado. Pero mi orgullo, mi inexperiencia y mi miedo me reprimieron. Temía que si nombraba ante ti el sentimiento abrasador que me embargaba cada vez que te veía, que te sentía a mi lado, que me querías, algo intangible pero existente se quebraría en mí, que abriría puertas de mi corazón que desconocía por completo, que me arrancaría de mi silencio y de mi soledad. Sí, fui egoísta, pero éste soy yo, y no te merezco.

Cuántas veces preferí amarte en silencio, cuántas veces te abracé con mi soledad impregnando todo a nuestro alrededor, cuántas veces me negué a tu afecto sincero, cuántas veces fui duro y frío, cuántas veces te odié por ser así, por quererme, por mirarme, por preocuparte por mí. Nunca intenté comprenderte, no era necesario, tú estabas aquí, junto a mí cualquiera noche, y con eso me bastaba, no quería saber, no quería involucrarme y conocerte más, ni quería que tú me conocieras más. Eran par mí suficiente tu calor y tu risa y tu ternura y tu querer. La soledad era para mí un consuelo, un remanso de paz insaciable e intransable; el silencio, una respuesta irrefutable a todo, porque de esta manera nadie me conocería. No estaba en mí entregar y comprender, demostrar mis afectos y aceptar el de otros. Tantas veces te reproché tu abierta ternura, tu dulzura, tu amor hacia mí. Y cómo me arrepiento ahora.

Hay noches en que recuerdo nuestro primer encuentro como amantes, y algo quemante se extiende por mi cuerpo. Hay noches, que trabajar me resulta imposible. Hay noches, que te añoro tanto, Jou.

Mokuba está muy enfermo. Tan joven y tan quieto allí en su cama, atisbando el pedazo de cielo azul que le permiten las cortinas entreabiertas, respirando un aire de libertad que forzosamente le es negado, ansiando días de juegos que se quedaron estancados en algún lugar de la memoria. Y cuando lo veo, los ojos se me llenan con tantas lágrimas y el corazón se me ahoga con tanta pena, y él me mira tan sereno y dulce, tan con tus ojos, tan con tu paciencia y tan con tu sonrisa. Y las lágrimas me caen irrefrenables por las mejillas, porque ya no soy fuerte, desde que tú te fuiste, todo me duele, Jou. Y él me mira con sus ojos oscuros y nublados por la fiebre y me dice que mejorará, que quiere ir al colegio, que quiere abrazarme, que quiere recordar más y dormir menos… Y él me mira tan largamente y tan sumido en el silencio cuando el cansancio lo agobia. Y yo lo quiero y daría todo por estar en su lugar, pero no se puede luchar contra la vida. Y cada día, luce más exhausto y cada día, una parte suya se escapa entre nosotros irremediablemente.

El dolor es una sensación candente, pero a la cual uno logra sobreponerse, pero la tristeza y el desconsuelo permanecen intactas e inamovibles. Pienso que ya no me gusta la soledad… o que me gusta, pero contigo, porque la soledad sin ti, es una soledad plagada de recuerdos que traen al dolor de vuelta.

Lo nuestro fue tan rápido y fugaz, pero me gustó y aprendí a quererte tan lentamente, que demoré en darme cuenta y cuando lo hice, me inundó el temor y la zozobra y vacilé tanto tiempo en si te confesaba o no estos sentimientos que me rebosaban cuando sabía que no me veías, que no te lo dije nunca, ni siquiera cuando partiste. No tuve la osadía que se requiere para ello o tal vez no te quería tanto como sentía. Porque en ese tiempo yo todavía dudaba, pero ahora tengo la certeza de que te amé tanto como tú a mí… de que te amo y, si no fue así, quiero, necesito creerlo, porque es bonito y hasta dulce y bello imaginar todas nuestras noches sentados sobre la cama, mirándonos, tú hablándome; yo, escuchándote, allí, cobijados por la oscuridad, nuestras pieles sudorosas rozándose, nuestras manos uniéndose a veces en una lánguida caricia.

También hay noches en que tengo tanta rabia: contra ti, contra Mokuba, contra la injusticia de la vida, contra lo que me tocó vivir, y eso es tan débil, que termino despreciándome. En el fondo, lo sé bien, me tengo rabia a mí mismo: por no demostrarte cuánto me agradaba estar a tu lado, por no presentarte ante los demás como quien eras para mí, por rechazar tantas veces tus palabras de amor, por prohibirme estar contigo durante el día y resignarme a observarte con disimulo cuando ibas a pasear por ese parque que te gustaba tanto, por no pasar más tiempo con Mokuba, por desperdiciar tantas oportunidades que no volverán ni serán las mismas.

Tanta rabia tengo de que fuera necesario que tú te fueras y que Mokuba enfermara, para comprender cómo funcionan las cosas, cómo todos nos pertenecemos los unos a los otros, y cómo yo me negué tanto a ustedes dos.

Tardé mucho en comprender lo que te escribo ahora, pues ya han pasado casi tres años desde tu partida, pero lo he conseguido y sólo tú sabes cuánto duele el amor a veces, Jou.

Te he buscado, pero no te he encontrado. ¿Acaso es verdad que te fuiste para siempre? He preguntado por ti a tus amigos. Ellos se quedan observándome con una mirada indescifrable, aunque no distingo ni odio ni rencor, sino una tristeza limpia y franca, y todos me contestan queignoran tu paradero, y que no te busque más, porque no lograré nada, salvo lastimarte. Y yo les insisto, y algo les cambia en la cara impasible, en la boca un poco torcida y en los ojos turbios, pero callan, y me voy derrotado.

Pienso que un día cualquiera te veré otra vez y seremos los dos para siempre. Y es tan dulce y reconfortable soñar Mokuba y nosotros dos juntos.

Jou, si alguna vez puedes perdonarme, házmelo saber. Siempre estaré dispuesto y anhelante de intentarlo de nuevo.

Te ama, Seto Kaiba.

Nota de la autora: Gracias por leer.

Y muchas gracias a:

keyg: Me alegra que te haya gustado el fic. Y sobre el final… es un secreto aún.

remi: Seto ha recapacitado, ya ves… pero ¿Cómo saber si es tarde ya¿Y qué es un buen final para ti?

jery hiwatary: Creo que es un capítulo igualmente triste que el otro, pero ojalá te haya gustado.

AGUILA FANEL: Este capítulo también es corto y no creo que lo consideres muy feliz, pero espero que de todas formas lo hayas encontrado interesante.

Sekari Sumeragi: Gracias, espero que ésta sea una buena continuación también.

Shaina: Gracias. Intento actualizar todos los domingos.