I need to feel the sickness in you
¿Bajas a la villa? Todavía mantienes el convencimiento de que un nuevo baño de multitudes purgará tu conciencia del mismo modo que sumergirte en las termas limpiará las manchas de tu cuerpo. De paso, te inflaman el ego, con sus alabanzas cuasi mesiánicas. "¡Como un dios en la tierra!", he llegado a oír. No resulta muy ético en un caballero defensor de una diosa a quien jamás hemos visto ni tenemos siquiera seguridad de que exista. Pero no te desagrada en lo más mínimo escuchar tales loas. Tu vanidad te delata, hermano. En el fondo no somos tan diferentes¿verdad? Por más que intentes negarlo, por más que todos y cada uno de los días en que acudo a ti me rechaces hipócritamente hasta que inevitablemente acabas por ceder a mis avances y a tus propios instintos, abandonándote al éxtasis al que placer y dolor aunados te hacen sucumbir. Y también a mi, debo confesar. Sin embargo, desconocía esta faceta tuya que roza el sadomasoquismo, aunque resulta entretenida…y sumamente excitante. Mejor así, no hay nada mejor que encontrar placer en el deber.
Aunque debo poner más empeño en mi tarea, pues no parece que esté cosechando los frutos deseados. Mis palabras, semillas estériles implantadas en los recovecos más negros de tu corazón que se resisten a prender y echar raíces, parecen no hacer mella en ti. Si bien gimes mi nombre como una perra en celo cada vez que, embistiendo con fuerza, entro en ti, no alcanzo aún a convencerte. Te necesito en tanto que brazo ejecutor del plan maestro que nos convertiría realmente en dioses, el mundo a nuestros pies. Y digo bien: "nos", al menos durante un tiempo. Justa recompensa por tus servicios y, porque después de todo, eres sangre de mi sangre. Cuando considere suficiente tu compensación y te sientas en lo más alto de la cumbre, aprovecharé la vulnerabilidad con que te expones a mí, y culminaré con un impecable broche de oro mi venganza por la humillación a que por tu culpa he sido sometido estos años. ¿Por qué tú y no yo? Los dos aspirábamos a las vestiduras sagradas en igualdad de condiciones. Tanto tú como yo como Palamedes lo sabíamos. Nadie que nos hubiera visto competir hubiera acreditado las palabras con que nuestro maestro me repudió, despreciándome como si fuera un vulgar leproso: "Saga está un peldaño por encima". Tú lo sabías, repito. ¿E hiciste algo para reparar el agravio al que sometían a tu propio hermano? Callaste como una puta. Claro, te beneficiaba. He aquí el desprendimiento, la caballerosidad del espléndido Saga de Géminis. ¿Por qué me traicionaste? Si tanto significaba la armadura para ti, con sólo que me lo hubieras pedido yo mismo me habría retirado de la pugna…Pero no, optaste por aprovechar en tu favor el privilegio de que de por sí gozabas ante todo el mundo, pisoteando al único ser que verdaderamente te ha amado alguna vez.
¿Por qué las cosas no fueron distintas? Ahora ya es tarde para subsanar el daño…demasiado. Las cartas ya han sido echadas, y no puedo permitirme desperdiciar una buena mano. Oteo el camino por el que hace rato que has desaparecido, y desciendo del árbol sobre el que me ocultaba. Estoy convencido de que no te has apercibido de mi presencia, y por un instante he estado a escasos metros sobre tu azulada cabeza. ¿Has visto mi habilidad en el control de mi cosmos? Ni tan siquiera tú has sido capaz de notarlo.
En sentido opuesto al que tú llevabas, retrocedo tus pasos hasta llegar a Géminis. Para evitarte problemas, entraré tal y como suelo pasar la mayor parte del tiempo aquí: oculto. Aunque dudo mucho que los sirvientes formularan pregunta alguna. Nadie a excepción de Palamedes ha sido jamás capaz de diferenciarnos, y murió a tus manos, como precio por la entrega de la armadura. Una muestra más del "elogiable" funcionamiento del Santuario. Entregas tu vida, tu familia, si la tienes,…absolutamente todo, por una diosa o, relajando esta restricción, por unos ideales. Desperdicias los mejores años de tu vida luchando, o adiestrando a unos mocosos que te importan tanto como un caracol. Y, al final¿cuál es la recompensa a toda una vida de servicios? Una muerte violenta en la práctica totalidad de los casos. El olvido… Todo eso debe cambiar. Y tú serás mi instrumento.
Llego a tu habitación sin despertar sospecha alguna. La encuentro impecablemente pulcra, tan radicalmente diferente a como la había dejado la madrugada anterior. Realmente Saga sabe elegir a sus sirvientes. Me recuesto sobre la cama, perturbando la tersura de las sábanas recién cambiadas, y me dispongo a esperarte pacientemente.
- ¿Qué diablos estás haciendo aquí? – tu voz, de seductora modulación pese al evidente tono de alarma, es la que me recibe con tan afectuosa bienvenida. Da comienzo el ritual…
- Cumplo mis promesas, Saga. ¿O me vas a decir después de lo de ayer que no quieres volver a verme?
- Sabes tan bien como yo que fue un error. – Me incorporo sobre la cama, hasta mantenerme sentado. Él, sosteniendo el peso de la puerta ya cerrada sobre su espalda se cruza de brazos y, mirando al suelo, repite casi para sí - Todo esto ha sido un gran error…
- Te vi cuando te alejabas. ¿Ibas al pueblo? –pregunto, con fingida curiosidad infantil. Asiente con una tímida inclinación de cabeza, rehuyendo mi mirada. Menos inocencia destila mi segunda pregunta – ¿Crees que será ganando puntos ante las gentes del pueblo como ganarás el favor del Patriarca para sucederle?
-¿De qué estás hablando?
- Aioros siempre ha sido su predilecto. –ignoro deliberadamente su interrogatorio, pues sé perfectamente que me ha entendido, y continúo - Sí, cuentas con la admiración de la mayoría de los caballeros. Y de la plebe, no nos olvidemos. Desde que, al encontrarse Shion demasiado viejo y agotado como para descender por sí mismo a satisfacer la necesidad del populacho de placebo espiritual para sobreponerse a sus insignificantes vidas se te encomendó esa tarea, la has cumplido con creces. Pero eso mismo puede volverse contra ti. Quizás envidie tu popularidad… que puedas alzarte por encima de sus obras, y relegarlo al olvido una vez le hayas sucedido. Un plato demasiado amargo para el gusto de quien ha conocido la gloria.
- Shion escogerá al que estime más oportuno.
- Oh, sí… pero oportuno¿para quién¿y según qué criterios?
- Los criterios que siempre se han observado en la orden, Kanon. Virtud, valor, sabiduría…
- ¿Conoces tú esos criterios¿Existe acaso una tabla sagrada en la que vengan inscritos con letra de fuego¡No seas ingenuo! Escogerá a dedo, según su preferencia personal.
- Confío en el buen juicio del Patriarca… – Un destello de ambición y seguridad en sus posibilidades brilla fugazmente en su mirada – y acataré su decisión, cualquiera que sea.
Mantiene su postura, inflexible como una roca. Me pregunto si él mismo cree en las palabras que pronuncia. Se impone un cambio de táctica. Aprovechando que se mantiene contra la pared, me salto de la cama, y me aproximo felinamente. Puedo percibir cómo su respiración se acelera, y tensándose, descruza sus brazos, situándolos paralelos a ambos costados. Tal y como lo haría la mía ante la visión que tengo más y más cerca, si no debiera antes finalizar mis deberes del día. Las dos esmeraldas que coronan su rostro, ante el que ni la diosa Afrodita podría resistirse de descender al mundo mortal, refulgen encendidas con furia contenida. Por momentos, incluso sus globos oculares parecen inyectados en sangre. ¿Hasta este punto aborreces mi cercanía? Veremos si opinas lo mismo dentro de un rato. Por ahora, le cierro la escapatoria por los laterales, al posar mis brazos a escasos centímetros sobre sus hombros. Mi rostro se aproxima al suyo, sonriendo sensual, malévolamente, y preparo un nuevo dardo envenenado. Tal vez con la cercanía sea más sencillo atinar en el blanco. A escasos milímetros de que nuestros labios confluyan, el camino de los míos diverge por el momento, dirigiéndose a su oído. Allí, casi con un susurro, musito las palabras mágicas.
- ¿Incluso si esa decisión no cuenta contigo como primera opción? Serás un excelente segundo al mando, hermano – exhalo este último vocablo sobre su conducto auditivo, provocándole un intenso estremecimiento. Lo siguiente que alcanzo a percibir es una cadena cuyos eslabones son dos impactos consecutivos: el de un puño helado sobre una de mis mejillas, y a continuación el de mi trasero sobre las placas de mármol del suelo. Alzo mi vista, y lejos de calmarse al descargar el golpe, tu rabia parece haberse acrecentado. Distorsionada mi visión seguramente a causa del puñetazo, tus cabellos incluso aparentan haber perdido color, cobrando un matiz ceniciento.
- ¡Claro que contará, Kanon, no seas estúpido¡Incluso un niño sabría señalar cuál de los dos está más preparado para asumir el cargo! – Este último exabrupto me ha pillado casi más por sorpresa que el propio ataque. Mas no por inesperada resulta descorazonadora, al contrario. Quizás no conozca tan bien a mi propio gemelo como pensaba, y después de todo sí hayan surtido efecto las ya incontables noches compartidas, susurrándole en cada beso mis consignas. Te observo desde el suelo…tan imponente como siempre. La perfección de tu cuerpo, la indiscutible belleza de tu rostro…e, inmodestamente, me vanaglorio en compartir, pues somos realmente dos gotas de agua.
Aunque, para ser sinceros, hoy luces diferente...intimidante. No pudiendo dejar de admirar tu escultural físico, del que seré orgulloso poseedor en cuestión de minutos, indago en busca del imperceptible cambio. Recuperada ya la correcta conexión que une mi vista con el cerebro, compruebo que tus cabellos conservan el color añil de siempre, aunque no tus ojos, más enrojecidos si cabe. Te encuentras tenso y jadeante...vaya, y ni siquiera han dado comienzo los prolegómenos.
