(Does it make me bad?)
- Vete… - tembloroso, alcanzo a farfullar al hombre que, todavía sentado, me somete a un feroz escrutinio...a ti, hermano. No sé por cuánto alcanzaré a mantener el escaso raciocinio que me queda, pues resulta más que evidente que lo estoy perdiendo a cada segundo que pasa, y no dispongo del más remoto indicio de que pueda recuperarlo. Menos aún si me torturas con esos orbes glaucos que, a medio camino entre la sorpresa y la complacencia, me atraviesan. Si bien soy todavía capaz de no ceder, con todo el esfuerzo de que puedo hacer acopio, a tus dobles sentidos, tus injurias e indirectas con el fin de volverme contra mi superior, contra uno de mis compañeros (o eso creo), y en consecuencia contra la diosa misma, ante esa mirada no tardaré mucho en sucumbir.
Te pones en pie, desafiante, y desobedeciendo mi última orden repites tenaz los mismos movimientos que te allegan a escasos centímetros mí. Ahora, en lugar de regresar a mis oídos, para continuar emponzoñándolos, prefieres acariciar mis labios con el cálido aliento que emana de los tuyos, aunque sin llegar al a un tiempo anhelado y repudiado contacto. Tu vista alterna entre la mía propia y mi boca traidora, entreabierta, esperándote. Inspiras, y retomas tu hipnótico murmullo:
- Y estás en lo cierto…pero tendríamos que asegurarnos de que Shion tomará la decisión apropiada¿no crees?
¿"Tendríamos"¿Desde cuándo he pedido tu intromisión en mis asuntos, Kanon? Continúas rondando mis labios como una abeja a una flor, aguardando para libar su néctar. Aprovechando tu aparente indecisión, mientras esperas una respuesta que no te daré, te sujeto con fuerza por el brazo y en un rápido movimiento invierto nuestras respectivas posiciones. Hoy me apetece variar un poco nuestra rutina habitual. Espero que te agrade el cambio, hermano.
- Tienes razón, Kanon…- Soy yo ahora quien, retirando un mechón azulado, exhalo en tu oído estas palabras, antes de pasar a tareas sin duda más lucrativas. Capturo el lóbulo entre mis labios primero, y tras succionarlos con insistencia y avidez, los apreso con feroces incisivos, mordisqueando el suave tejido...delicioso. Emites una exclamación de sorpresa intercalada con un gemido, que no hace sino incitarme a continuar. Aferro tu brazo con más fuerza si cabe, hasta que mis uñas prácticamente se hincan sobre tu piel, y abandonando tu oreja, me encamino ahora hasta tus labios, y los devoro, similarmente a como hice con tu oído. Pronto tu lengua sale a recibirme, y la mía propia se integra perfectamente al comité de bienvenida, iniciando ambas una incitante danza de cortejo. Supones erróneamente que esto me hará bajar la guardia, pues noto cómo te revuelves intentando recuperar el control. Para evitar despertar tus sospechas, me dejaré hacer por unos instantes. Después de todo, conoces a la perfección qué áreas y cómo estimularlas para hacerme enloquecer de placer, y no es ésta una sensación que en absoluto repudie experimentar. Apresas mi cabello con una mano, y con un fuerte tirón, que para tu fortuna no llega a resultarme doloroso, despejas mi cuello emprendiendo un asalto voraz al mismo. Tu lengua, dejando a su paso un húmedo y tibio rastro por él, sumada a tus expertos dientes de depredador consiguen arrancarme un sonoro jadeo, mientras que soltándote del agarre de mi brazo sobre los tuyos comienzas con la mano ahora libre a desatar el cordón del cuello de mi camisa.
Tras zafarse de la impertinente prenda, mi pecho todavía marcado con las huellas de la batalla de ayer respira libre una vez más. Arrojando rudamente la camisa al suelo, sueltas mi cabellera y, con ambas manos te aferras a mi espalda clavando las uñas, al tiempo que regresas a, ardorosamente, reclamar mi boca como tuya.
Bueno…creo que ya te he dejado hacerte ilusiones por excesivo tiempo. Incisivos y caninos se hienden en tu labio inferior, hasta que un regusto salado reemplaza al espiritoso néctar de aquél. Emites un quejido, que pronto ahogo en el interior de la tibia cueva que mis labios custodian con implacable. Tu camisa pronto es enrollada hacia tus brazos, y tomándote el relevo en cuanto a lo que rasgar espaldas se refiere, te hago partícipe de lo mucho que me estorba tu ropa. Izas tus brazos, lanzadera desde la que pronto despega tu eterna camisa azul, aterrizando suavemente poco después, a escasos centímetros de la mía. Aprovechando tu momentánea debilidad, vuelvo a reclamar el control que justamente me pertenece, por más que siempre hayas confiado en que la situación contraria era la real, y con un fuerte empujón, vuelves a ser mi prisionero, las paredes de tu celda la gruesa pared de piedra y mis brazos. Me dirijo a tu clavícula, y comienzo un asalto a la misma que interrumpes devolviendo el golpe con que antes te agredí. No llegas a tirarme al suelo, sin embargo, aunque sí me haces retroceder lo suficiente como para liberarte. Me observas todavía incrédulo, sí, pero también molesto y…¿asustado? Limpias una pequeña mota de sangre de tus labios, todavía irritados, y que lucen así más seductores si cabe. Habla pronto, si es que tienes algo que decir, antes de que vuelva a por ti...y no seré tan condescendiente.
- ¿Qué…qué demonios te ocurre? No estás…no estás como todos los días… - No¿verdad? Por fin soy como tú querías que fuese…Después de tantos meses, tus esfuerzos tendrían que dar fruto antes o después. Pero te ha salido mal la jugada: el aprendiz supera al maestro, deberías saberlo. Y hoy no serás tú quien se lleve el gato al agua. Ni posiblemente mañana. Palamedes tenía razón, eres peligroso. Y, como tal, tendré que mantenerte bajo control. No quiero estorbos…ni testigos.
