Salgo con angustia de mi dolorosa inconsciencia al comprobar que me es del todo imposible respirar. Algo líquido obstruye mis fosas nasales y comienza a inundar mis pulmones… Agua. Marina, para más señas, verificada su procedencia por la irritación en mi pituitaria y el escozor que invade a mi cuerpo, penetrando a través de las magulladuras que ahora luzco. Antes de indagar qué está ocurriendo, me incorporo sobre mis rodillas frenéticamente, tosiendo en un intento de expulsar el agua que en este momento resulta tan mortífera como los más tóxicos venenos. Cuando por fin parece que mi aparato respiratorio recobra la normalidad, y en rápidos jadeos trata de recuperar el oxígeno perdido hasta ahora, una intensa ola vuelve a rodearme por completo, llevándome con su azote hasta que mi espalda golpea una sólida pared rocosa.
Abro los ojos con la resaca, borrosa mi visión debido al salitre, aunque entre la oscuridad que me envuelve, la luz del sol consigue penetrar con rabiosa intensidad por un punto cercano. Cuando por fin el escozor remite y mi vista logra volver a percibir formas con nitidez, me encuentro en una reducida gruta, a nivel del mar, si no un metro bajo el mismo. A través de la improvisada entrada a la gruta, cerrada con gruesos barrotes de hierro, además del oleaje puedo distinguir un escarpado risco a decenas de metros de aquí sobre el que ondean los brillantes cabellos azulados de una más que reconocible figura, empequeñecida por la distancia, y que parece estar mirando hacia aquí. El paisaje, aunque desde una perspectiva diferente, es sospechosamente similar al que puede verse desde…¿Sunion? Dioses… ¿significa eso que me encuentro preso en los calabozos de Cabo Sunion¿Por qué?
Retrocedo en el tiempo, indagando en lo acontecido, y mis pensamientos se remontan a tu habitación, donde ¿ayer mismo? fuiste tú quien, por vez primera, y sin que sirviera de nada cualquier oposición que pudiera haber presentado -y vive Atenea que la presenté, o al menos hasta que, demasiado agotados como para seguir atacándonos, finalizamos por rendirnos a nuestros más primarios impulsos... me encuentro herido ahora mismo, mas tú tampoco saliste del todo ileso, si mi memoria no me engaña -llevaste las riendas de nuestros "inocentes" juegos de cama, con una crueldad que juraría jamás haber visto en ti. Envueltos nuestros cuerpos en un elixir de sangre, saliva y sudor, tus ojos brillaban con el rojizo fulgor del líquido escarlata mientras penetrándome me masturbabas con violencia. Lo último que recuerdo antes de regresar al húmedo suelo de esta maldita celda, en medio del más enérgico de los orgasmos, es el tono de los mechones de tu cabello que caían sobre mis hombros, tan distinto al que ahora muestras, mientras continúas observándome desde el acantilado. Hijo de puta…Guardabas tus cartas excelentemente, la jugada se ha vuelto en mi contra: felicidades, Saga.
